Capítulo veintiuno: El desayuno. [EDITADO]


Yago:


Eme ya estaba más tranquila. Había estado un buen rato llorando, y ya parecía que se había calmado. Creía que ya me había contado todo lo que tenía que contarme, así que la dejé sola en el salón y me fui a la cocina a preparar dos cafés. No me di cuenta de que estaba detrás de mí hasta que no habló.


-Yago, hay algo que no te contado, y que también me preocupa.


Sin girarme siquiera, atento a la cafetera, le pregunté:


-¿Qué pasa, Eme?


Se calló unos segundos, y yo me giré para comprobar que seguía ahí.


-Soy idiota, ¿sabes?


Me quedé mirándola, esperando que continuase.


-No digas que eres idiota, porque eso es mentira.


-Me da miedo hasta decirlo en voz alta. No sé ni por qué he sacado el tema.


Di una palmada.


-Vamos, Eme, dilo ya. No me pongas tenso.


-Prométeme que no te reirás de mí, o que no pensarás que soy estúpida, o lo que sea.


-Que sí, Eme, suéltalo ya.


Agachó la cabeza.


-No sabes la vergüenza que me da hablar de esto.


Solté un bufido.


-Soy tu mejor amigo, conmigo puedes hablar de lo que quieras.


Lo soltó de golpe. Tan de golpe, que fue una sensación parecida a un puñetazo en el estómago.


-Me gusta Daniela.


-¿Cómo dices?- Le pregunté, impresionado.


-Sí, es una locura, lo sé. La conozco desde ayer, y encima tiene novio, ¡y se va a casar con él! Y no sé por qué, pero me gusta. Desde que la vi entrar a la librería. Lo peor de todo es eso, que no voy a tener ninguna oportunidad con ella, es imposible que yo le guste.


Me quedé de piedra. Tan de piedra que no dije nada, tan de piedra que no le dije que a mí también me gustaba Daniela, y que aunque fuera un chico, eso no me haría tener más oportunidades con ella. Daniela ya tenía pareja, y un futuro con él. Y obviamente, ni ella ni yo entrábamos en sus planes. En aquel momento, no lo sabía. No tenía ni idea de que nuestros sentimientos hacia Daniela crecerían, que aquello crearía una herida en nuestra relación. Que sin ser una competición, solo uno de los dos, con suerte, podía salir victorioso.


El pitido de la cafetera me indicó que el café estaba listo.




Laura:


Estábamos en la cafetería Rose, que estaba algo alejada de mi casa, sentados en una de las mesas de la terraza, los dos, cuando torció el gesto al mirar su teléfono y escribió un mensaje a toda prisa.


-¿Qué pasa?- Le pregunté.


-Daniela me ha llamado, a buenas horas desde que la llamé ayer yo.


Se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón, y volvió a prestarme atención.


-¿Qué vas a querer desayunar?- Me preguntó, sonriente.


-La verdad es que no tengo hambre.- Respondí. No me apetecía comer después de lo de la noche anterior, a pesar de que me moría de hambre. Le tenía miedo.


-Venga, tonta, que invito yo.


No terminó de decirlo cuando apareció el camarero. Al principio, ni siquiera le reconocí. Puso bastante empeño en no tener contacto visual conmigo, sólo miró a Aitor, cuando nos preguntó, serio que qué íbamos a tomar.


-Dos cafés y dos tostadas con tomate, por favor.- Se adelantó Aitor, sabiendo que si me dejaba hablar a mí, no pediría nada. Ni siquiera apuntó lo que queríamos en la libreta que llevaba. Asintió con la cabeza, y se alejó de nosotros al interior de la cafetería.


Entonces, un recuerdo se cruzó por mi mente. Pero no podía ser. Estaba segura de que no. Cuando volvió al cabo de un minuto con nuestros desayunos, no me quedó ninguna duda.


-¿Te pasa algo?- Me preguntó cuando Samuel se había alejado, mientras vertía el sobre de azúcar en su taza de café. Me sudaban las manos. Quería irme cuanto antes de allí. Pero no, no conseguiría intimidarme nunca más.


-No, no.- Negué con la cabeza, sin tocar siquiera el desayuno.


-Vamos, Laura. A mí puedes contármelo.


-No, enserio, no es nada.


Tenía la mano apoyada en la mesa, y él se estiró para posar su mano sobre la mía, y acariciármela. Me sonrojé cuando Samuel, que había salido a la terraza para servir otra mesa, se nos quedó mirando. Creí imaginarme lo que estaba pensando, y siendo sincera, me gustaba. Me gustaba que se lamentara de haber perdido eso conmigo, por lo mal que me trató cuando estuvimos juntos. Por cada vez que me insultó, cada vez que se lamentó de que estuviera gorda, cada vez que me machacó, aquella vez que me gritó delante de sus amigos que se avergonzaba de mí, y cada vez que no me lo dijo pero lo pensó. Ahí estábamos. Reencontrándonos, de casualidad. Yo acompañada de otro, y él seguramente seguiría solo. La chica por la que me dejó, me enteré semanas más tarde de que lo había dejado a él por otro más guapo. Y sus amigos no quisieron saber nada más de él después de que los abandonase a todos para irse con ella. Ahí estábamos. Él por un segundo me miró directamente a la cara, como exigiéndome algo, una explicación quizás. O quizás esa era su manera de pedirme perdón, no lo sé. Pero yo ya no sentía nada por él. Realmente estaba mintiendo, porque hubo algo que se me revolvió dentro al verle. Me dio pena.

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