Capítulo cuarenta y dos: Predestinados.



David:


Quiero decirte si volvemos a empezar, que estuve un tiempo respirando bajo el suelo.


Funambulista sonaba en mis cascos, con su canción Volver a empezar.


Sonaba demasiado bien. Volver a empezar, quiero decir.


Era la noche en que la conocí, aunque aún no había sucedido, y caminaba, más cerca de su corazón que nunca, por las calles de Callao. Nervioso. Caminaba nervioso, con el poema que le había escrito arrugado en el bolsillo del pantalón corto.


La había conocido hacía una semana, por twitter. Escribía precioso, aunque el eco de sus palabras dejaba entrever que estaba hecha añicos. Que alguien la había hecho añicos. Siempre fui un kamikaze, siempre me gustó arreglar lo que otros rompían, y no dudé en hablarle. En el primer mensaje, me lamentaba de que, de ser real, una chica como ella hubiera pasado por todo ese dolor, sin embargo, la felicitaba por el gran talento que tenía para escribir sobre sentimientos. Desde el minuto uno fue agradable conmigo, aunque yo no esperaba ni que me respondiera. Le conté que yo también escribía, le enseñé alguno de mis textos, y un tema nos llevó al siguiente, y acabamos la noche dándonos los números de teléfono. Habíamos chateado durante toda esa semana, y habíamos decidido a última hora conocernos. Le había tenido que insistir un poco porque ella parecía muy tímida. Simplemente quería verla en persona, tomarme algo con ella, y conocerla un poco más.


Comprobé la hora en mi teléfono, sacándomelo del bolsillo.


Me quité los auriculares y guardé el móvil de nuevo en mi bolsillo.


No me di cuenta, pero en ese momento, se me cayó el poema.


Llegaba puntual.


Miré el colorido cartel del Quédate, y entré.


Me estaba esperando junto a la barra. Vestida como me había dicho que iría. Con una camisa sin mangas de cuadros rojos y negros, unos vaqueros cortos oscuros, y unos deportivos rojos.


Estaba de espaldas a mí, el pelo negro le caía a lo largo de la espalda casi hasta alcanzar su trasero.


Me acerqué sonriente, y desde atrás, le tapé los ojos con ambas manos.




María:


Una parte de mí deseó que fuera él. Álvaro, no David. Una minúscula parte de mí deseó que el tiempo no hubiera pasado, y que fuera Álvaro. Porque Álvaro también me sorprendía así mientras lo esperaba en ese mismo bar. La otra parte, la más racional se alegró de haber pasado página. De haber salido entera de aquella situación, de no haberme arrastrado por él de no haberle perdonado esas cosas que me dijo. Podía sentirme orgullosa de no haber entregado mi corazón en una batalla que desde el principio iba a perder, y de hecho, lo estaba.


Me destapó los ojos, y me giré hacia él, sonriente.


Esa fue la primera vez que lo vi en persona. Estaba detrás de mí, y me miraba emocionado como un niño pequeño. Le brillaban los ojos, que los tenía marrones, y el pelo castaño y alborotado le caía por detrás de las orejas de soplillo, y sobre la frente. Sonreía. Y tenía la sonrisa que me gustaría que tuvieran mis hijos. Las paletas ligeramente separadas, y unos dientes blancos, de anuncio de dentífrico.


-Guau, eres mucho más bonita en persona que en fotos.- Fue lo primero que dijo, y le sonreí.


-Gracias. Tú eres más alto. Por las fotos que me pasaste, imaginaba que serías más bajo.


No nos dimos dos besos. Arrastró un taburete hasta colocarlo a mi lado, y se sentó.




Álvaro:


En el momento en que ese chico entró al bar y le tapó los ojos sentí que una parte de mí agonizaba en mi interior para acabar muriendo de una forma dolorosa y rápida. La había sorprendido tapándole los ojos, como yo solía hacer. Ella estaba sentada en el mismo taburete de siempre, junto a la barra, aguardando a que él llegase. Lo fulminé con la mirada, pero él no se dio ni cuenta. Estaba de espaldas a mí, con los cinco sentidos puestos en María.


Charlaban animadamente, con una cerveza cada uno. Y a cada trago que le daban, estaban más cerca. ¿Más cerca de qué? ¿De besarse? Era normal. Había pasado por su vida como si nada. Era una adolescente. Ya no me quería. O peor, nunca me había querido. Así era ella, no tenía motivo para sorprenderme. Solo había sido un juego para María, y en cuanto terminamos, buscó entretenerse en los brazos de otro.


-¿Estás bien, Álvaro? Te has puesto pálido.- Me preguntó Elisabetta enfrente de mí.


-Sí, sí.- Aparté la mirada de ellos para centrarla en mi vieja amiga.


-¿Seguro? ¿Con Olivia van bien las cosas?


-La verdad es que... Sí. Escucha, Eli, tengo que irme. Mi mujer me está esperando en casa. Ya pago yo, ¿vale?


Eli negó con la cabeza.


-Aún no te has terminado tu cerveza.


-No quiero más. Me está empezando a doler la cabeza.


-Oh, vaya. Pues otra vez será. Espero volver a verte pronto.


-Lo mismo digo.- Le sonreí, hecho polvo, y me levanté de la silla. Caminé hasta la barra.


No me di cuenta de que Elisabetta me había seguido hasta que sentí su presencia a mi lado, apoyada en la barra.


María me miró, y enseguida apartó la mirada de mí para volver a posarla en mí segundos más tarde. Como si no pudiera creerse que yo estuviera ahí.


Eli me sonreía.


-No creas que no me he dado cuenta. Estabas mirando a la cría esa de la barra. Pero tiene novio, campeón, y tú mujer.


-Claro que no, Eli, ¿qué tontería estás diciendo?


-Te conozco demasiado bien, Álvaro, no intentes negármelo. De todas formas, ten, te has dejado la cartera. Nos vemos pronto.- La puso encima de la barra, delante de mí y se alejó de mí meneando las caderas. Sin querer, me fijé en su trasero, y María al otro lado de la barra fingía mirar a ese chico cuando en realidad no podía dejar de mirarme a mí.

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