Capítulo siete: Secretos. [EDITADO]

Laura:



Cuando Aitor me llamó para que nos viéramos, bajé al parque del Retiro en tan sólo unos segundos. Tenía ganas de verlo, hacía semanas que no quedábamos, y estaba siendo duro para mí. Cuando creía que lo tenía, volvía a perderlo por Daniela. Y él no se daba cuenta.


Lo conocí a finales del año anterior, en la cola del concierto de Rapsusklei al que fui sola. Y desde aquella noche, me había quedado prendada de aquel chico de ojos marrones. Aquella noche no tenía el pelo tan largo, solo se le rizaba un poco en la nuca, y llevaba una gorra de visera plana, una camiseta de manga corta ajustada y uno de esos pantalones de chándal caídos que tan bien se le quedan a los chicos. Quedaba apenas una hora para que abrieran las puertas, y después de observarle furtivamente desde que había llegado, me miró. Y comenzamos a hablar. Un tema de conversación nos llevó al siguiente, y para cuando abrieron las puertas del recinto, ya nos habíamos convertido en buenos amigos.


Estuvimos juntos durante todo el concierto, y cuando se acabó, me acompañó en su moto a mi casa. Ante las puertas de mi portal nos dimos los números de teléfono y dos besos. Y quedamos en seguir en contacto, y así lo hicimos. Aquella noche sentí que flotaba, y días más tarde, quedar con él se fue convirtiendo en mi rutina. Hasta que empezó a alejarse de mí hacía unas semanas, y dejamos de hablar, pero me llamó, me dijo que me necesitaba, y ahí estuve. Vi a Aitor llorar por Daniela, y lo abracé con fuerza.


Entonces me pidió ayuda, y yo acepté. A cambio de un beso. Conocía a Aitor, y sabía que igual que estaba conmigo, se acabaría yendo en cuanto Daniela le diera la más mínima esperanza. Por eso le pedí que me besara. Estaba condenada a sólo recibir eso de él, y antes de ayudarle necesitaba rozar aunque solo fuera una vez sus labios. Luego, me alejaría yo. Lo ayudaría, y nunca más volveríamos a hablar. Esa sería mi forma de devolverle el favor que me hizo.


Después del beso, aquella noche, seguimos hablando sobre Daniela.


Ni siquiera me preguntó por qué le había pedido que me besara. No le importaba. Como tampoco le importaba a nadie.


A las diez de la noche, le dije que tenía que volver a mi casa. Sabía que esa sería la última vez que lo vería, y cuando me abrazó y me dio un beso en la frente, se me saltaron las lágrimas, pero supe disimularlas abrazándolo con fuerza y limpiándomelas en su camiseta sin que se diera cuenta. Inhalé por última vez su perfume de coco. Me tragué el te quiero que tenía en los labios, y cuando nos separamos, crucé la calle para llegar a mi casa. Ya en el hueco de las escaleras, me permití llorar.




Daniela:


Llegamos a nuestro edificio y no subí a la cuarta planta. Me quedé directamente en la tercera, donde vivía Yago. Seguramente mi madre estaría preocupada, pero me dio igual. Se lo merecía por arrastrarme hasta Italia. Yago abrió la puerta, y me invitó a pasar. Una vez dentro, me guió hasta el salón. Nos sentamos juntos en el mismo sofá de cuero negro.


-¿Tienes hambre?- Me preguntó.


-Un poco.


-Si quieres podemos esperar a Eme o ir cenando nosotros. Lo que quieras.


A pesar de lo hambrienta que estaba, prefería esperar a Esmeralda que cenar con él a solas. Me sentiría peor si cenábamos los dos solos porque se parecería a una cena romántica.


-Sí, mejor esperémosla.


-No te conozco mucho, pero me atrevería a decir que estás preocupada por algo.


Había dado en el clavo, y mi cara me delató.


-¿Cómo lo sabes?


-Llevas callada desde te salvé de aquel coche. ¿Te has asustado?


-No, bueno sí, pero no es eso.


-¿Entonces?


-Me he sentido mal con lo que ha pasado. Tengo novio.


Él enarcó una ceja.


-Vaya, lo siento. Debería de haberte dejado morir atropellada.- Soltó una carcajada que retumbó en el salón.


-No lo entiendes.


-Claro que no. Daniela, te estás montando una película. No ha pasado nada de lo que tengas que arrepentirte.


-Tienes razón. Lo siento.


Me dio un sonoro beso en la mejilla.


-No te preocupes, reina.


Visto así, tenía razón. No había pasado nada entre los dos, y ahora que sabía que tenía novio, no intentaría nada conmigo. Pero aquel beso en la mejilla me desconcertó. Cabeceé. A Yago le había quedado claro que solo seríamos amigos, debía de dejar de estar tan paranoica. En ese momento, sonó el telefonillo.




Laura:


Subí en el ascensor, llorando, evitando mirarme al espejo. Sabía lo que vendría a continuación. Sabía que volvería a aparecer. Sabía que me volvería a ocurrir. Pulsé el botón del diez, y en el largo recorrido, no pude evitar mirarme. Era como un vicio, no quería hacerlo y a la vez quería. Quería asegurarme de que aún llorando estaba perfecta.


Y cometí el error de hacerlo.


-Sabes por qué Aitor no se ha fijado en ti, ¿verdad?- Me preguntó mi reflejo.


-No sigas por ahí...- Le respondí.


-Mírate bien, Laura. Das asco.


-Déjame en paz.


-No has adelgazado nada. Nunca consigues nada de lo que te propones.


-He perdido cinco kilos sin hacer trampas.


-Pero sigues estando igual de gorda. Haciendo trampas te veías mejor.


-Yo ya he superado todo eso.


-¿Sí? Si lo has superado, levántate la camiseta y mírate, vamos.


Se me disparó el pulso.


-No tengo que demostrarte nada.


-Uy, Laura, te pones insegura. ¿De verdad no eres capaz de mirarte aquí?


Quería demostrarle que ya lo había superado. Quería gritarle ya te he superado, Mía. Me daba igual que me escuchasen mis vecinos. Aún quedaban cinco plantas, y mi reflejo se reía de mí. Me levanté la camiseta, mostrándole el ombligo.


-¿Ves? Te he superado.


Me miré directamente a los ojos en el reflejo.


-Tú no has superado nada, gorda.


Me bajé la camiseta.


-Cállate.


-Gorda. Gorda. Gorda. Gorda. ¿Crees que Aitor se podría fijar en ti? Gorda.


-¡Que te calles!- Le grité.


Me tapé los oídos, pero seguía escuchándola.


-¡Gorda! ¡Gorda! ¡Gorda!


Repetía la misma palabra cada vez más fuerte.


-¡Que te calles de una jodida vez!- Le grité y le di un puñetazo al espejo, que se quebró en cientos de pedazos bajo mi puño, que comenzó a sangrar.




Daniela:


Eme llegó con un paquete para mí, que me dio cuando Yago se puso a preparar la cena. Nos ofrecimos para ayudarle, pero él se negó diciendo que éramos sus invitadas y que nos quedásemos en el salón charlando. Me tendió el paquete, envuelto en un papel con estampado de fantasmas.


Se lo agradecí, y lo abrí. Dentro había dos libros.


Orgullo y prejuicio, la versión italiana y El principito en español.


-Era el único libro en español que teníamos en el almacén. Y aunque no sepas italiano, te he visto mirar ese libro y he querido traértelo. Es mi libro favorito, ¿lo has leído alguna vez?


Negué.


-Siempre me ha dado curiosidad, pero nunca lo he hecho. Es una pena que esté en italiano.


Eme rió.


-Intentaré conseguírtelo también en tu idioma. Es una obra de arte.


Saqué mi dinero.


-Vaya, gracias. ¿Cuánto te debo?


Eme meneó la cabeza y su voluminosa melena roja se meció sobre sus pechos. Ya no llevaba el moño del trabajo, y tampoco la misma ropa. Llevaba un vestido azul oscuro con estampado de flores en fucsia y unas bailarinas del mismo tono de azul.


-No me debes nada. Es un regalo de bienvenida.


Se lo agradecí otra vez.


-¿Y El principito te lo has leído?


-Tenía muchas ganas de hacerlo, pero nunca he tenido la oportunidad. ¿Es bueno?


-Es un libro precioso, ya lo verás. Esconde muchísimas cosas preciosas.


-Muchas gracias, Esmeralda.


-Llámame Eme, por favor. Me gusta más.


Asentí con la cabeza.


-Muchas gracias, Eme.


-No tienes que darlas.


Me sonrió.


-Y bueno, háblame de tu vida en España. ¿Qué dejas atrás?


-Pues... Dejo atrás a mi novio Fran, a mi padre, y a mis amigos. No quería venir aquí.


Torció el gesto.


-¿Y por qué has venido?


-Mi madre me ha obligado a venir con ella. Estaremos aquí todo el verano.


-Bueno, míralo por el lado bueno, no lo pasarás sola. Yago y yo estamos aquí.


-Ya lo sé. Pero estoy preocupada por mi chico. No sé lo que este verano supondrá en nuestra relación. Antes de venir aquí, tuvimos una bastante gorda.


-Entonces ya no es tu novio, ¿no?


-Sí, sí que lo es. Es más, me pidió que me casara con él.


Eme abrió mucho los ojos.


-¿Enserio? Si eres muy joven, e imagino que él también.


-Bueno... Prefiero no hablar de ello. ¿Y tú, Eme? ¿Qué dejaste en España cuando viniste aquí?


-Ojalá y yo también hubiera venido de vacaciones con mi madre. Pero murió, vine aquí escapando del borracho de mi padre. Conocí a alguien por internet, ya sabes, lo típico, era de aquí y me ayudó a escapar un poco de la mierda de realidad en la que vivía.


-¿Y él es tu novio ahora?


En ese momento, Yago nos llamó desde la cocina.


-¡Señoritas, la cena está servida!

Comment