Capítulo veintinueve: Karma. [EDITADO]


Alessandra:


Nuestro amor no había sido tan tóxico como cualquiera que conociera nuestros secretos pensaría. Antes de agobiarme por las facturas, y antes empezar a odiarme a mí misma por prostituirme, hubo un día en que Eme y yo fuimos felices. Antes de cometer el error de hacerla ejercer conmigo, antes de cometer los repetidos errores de golpearla, Eme y nos queríamos a rabiar. Conduciendo, recordé aquella primera vez que la tuve frente a mí.


-¡No puedo creer que seas real!- Exclamó Eme, después de abrazarme. Acababa de bajarse del avión, y estaba feliz. Feliz de tenerme por fin a su lado. Feliz de haber dejado todo lo malo atrás; la muerte de su madre, la culpa, los golpes de su padre, sus comas etílicos y los continuos atracos a su cartera para conseguir más bebida. Recuerdo lo mucho que odié a ese hombre sin conocerlo. Por aquel entonces, Eme llevaba el pelo teñido de rubio ceniza, y le caía por los hombros. Llevaba una camisa de cuadros azules y blancos abierta, remangada por los codos, y por debajo una camiseta básica negra, también llevaba unos pantalones cortos vaqueros, y unos zapatos blancos. Parecía una princesa. Después, en mi apartamento descubriría que la base de maquillaje le servía para cubrir los golpes de su padre. Con ese aspecto tan frágil, acabé enamorada de ella hasta las trancas en tan solo unas semanas, y por aquel entonces, no conseguía comprender cómo alguien podía hacerle daño. Sin saber que, tiempo más tarde, sería yo quien se lo haría. Lo primero que hicimos, ayudándola a arrastrar su equipaje, fue ir al fotomatón del centro comercial de al lado del aeropuerto. Pagué yo, y nos hicimos un par de fotos. Una mirándonos, otra mirando sonrientes a la cámara, ella pasando su brazo por mis hombros, y una tercera, besándonos. Nuestro primer beso en la instantánea que aún conservaba en la guantera de mi coche, como un amuleto de la buena suerte. Algún día me atrevería a tirarla. Aquella tarde la necesitaba.


Detuve mi coche junto a su casa, en un hueco que había entre dos coches. Y ella se montó enseguida. Ajena a que aquella tarde, volverían a romperle el corazón una vez más. Ajena a que la chica a la que más amaba, estaba enamorada de su ex. Ajena a que su novia, aún estando con ella, seguía sintiéndose sola. Ajena a que yo, seguiría culpándome siempre de haber perdido a Eme.




Daniela:


Me alcanzó enseguida, reteniendo mi muñeca con su mano.


-¿Qué haces?- Le grité. Estaba enfadada, y no sabía por qué. O no quería ser consciente de ello. La escena con su ex me había revuelto las tripas. Me daba pena Alessandra. Me imaginaba así con Fran, y se me partía el corazón.


-Quiero... Quiero hablar contigo. Lo que ha dicho Yago no... No tenía razón, ni siquiera lo pensaba realmente.


Fulminé a Eme con la mirada.


-Lo que haya dicho Yago no me importa, estaba enfadado y yo no estoy en mi mejor día. ¿Pero sabes lo que sí me importa? El daño que le haces a esa chica.


Eme tragó saliva.


-Solo quiero que comprenda que lo nuestro no puede ser.


-¿Y no podías habérselo hecho comprender antes de estar con ella?


-¡No! ¡Cuando estuve con ella la quería, ahora ya no!


-Te lo repito: No puedes dejar de querer de golpe.


Eme enarcó una ceja.


-¿Ah no? ¿Ni por mucho que esa persona te decepcione? ¿Qué pasaría si Fran te fuera infiel, por ejemplo? ¿Le seguirías queriendo eternamente?- Levantó la voz.


Me dejó callada. Estaba tan enamorada que nunca me lo había llegado a plantear. ¿Qué pasaría si Fran me fuera infiel durante ese verano? Por un segundo, quise creer que lo perdonaría. Quise tragarme eso de que todos nos equivocamos. Pero no, si Fran fuera capaz de... No me atrevía a pensarlo siquiera. Era posible que jamás le perdonara, a pesar de lo muchísimo que le quería.




Fran:


Apareció Rebeca, con el pelo castaño recogido en lo alto de su redonda cabeza. Unas pecas salpicaban sus mejillas. Parecía una niña buena, pero yo la conocía realmente, y después de lo que me había hecho la noche anterior, no iba a dejarme engañar tan fácilmente.


Saludó primero a Damián con dos sonoros besos y luego me miró a mí, apenada. Era tan menuda, que cualquiera dudaría de que ese cuerpo tan pequeño podría albergar tanto mal genio. Se acercó para darme dos besos, y yo retrocedí.


-¿Qué? ¿No vas a saludarme?


Sonreí, irónico.


-¿Después de lo de anoche?


Agachó la cabeza.


-Es por eso por lo que he venido. Quería pedirte perdón, Fran.


Parecía sincera. Rebeca siempre lo era. Y yo ya no estaba tan seguro de si Rebeca había sido capaz de robarme. Lo que sí estaba claro, aunque solo fuera un arañazo, que estaba dispuesta a acuchillarme.


-¿Perdón? No me hagas reír.


Posó sus ojos marrones en los míos, estaba realmente apenada.


-Anoche... No me comporté de la mejor manera. Pero entiéndelo, estaba tan enfadada... Y tú, me jodiste tanto la vida. Pero aún...


-Yo también he estado pensando en ello. Quizás mi madre se lo inventó, pero con que me lo dijeras era suficiente, Rebeca. El navajazo sobró completamente.


-Lo sé. Estaba histérica... Lo siento. No llegó a calar la navaja, ¿verdad? Dime que no, por favor. Dime que no te hice daño...


Me provocó compasión verla así de preocupada por mí. Estaba arrepentida, no quedaba duda.


-No, no fue más que un arañazo.


Damián me miró, confundido. La conversación no le encajaba con lo que habíamos estado hablando un rato antes.


-¿Entonces estás bien... de verdad?- Preguntó, con un susurro.


-Sí, no te preocupes.- Le respondí. No podía hacerla sentirse peor. Ya me pagaría la puñalada de alguna manera, pero hacerla sentir peor no mejoraría nada por el momento.


-Y... Estuve pensando mucho. ¿De verdad te sientes mal por lo que... me hiciste?


Bingo.


-A veces me confundo, Rebeca. Respecto a mis sentimientos sobretodo. Me sentí mal cuando me di cuenta de todo el daño que te causé. Puede que no te haya olvidado como creía que lo había hecho. Puede que aún sienta algo por ti. La pregunta es: ¿es amor?




María:


Los contemplaba desde la distancia. Ellos a mí no me vieron. Conocía a Rebeca de sobra, y sabía que si Daniela se enteraba de que estaba con su querido Fran, era posible que esa relación se estropeara. Él no había tenido contemplación alguna por lo mío con Álvaro, y aunque me jodía hacerle más daño a mi mejor amiga, se merecía conocer realmente a su futuro marido. Se merecía conocer la faceta de cabrón que el perfecto de su novio tenía. Y Fran se merecía perderla. Ahí estaba Damián, el perrito faldero de Fran, y esa odiosa chica. Saqué el móvil, y haciendo malabares con la pantalla rota para que reaccionase, comencé a grabar disimuladamente. Rebeca hablándole a Fran, él sonriéndole. Ella dejó de estar seria, para sonreír también y darse un abrazo. La chica se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla a Fran, muy cerca de la comisura de los labios, entonces este se giró, y se percató de que yo estaba allí, con la cámara apuntando hacia ellos. Les dijo algo y los tres bajaron corriendo las escaleras del metro, como tres delincuentes.


Yo intentaba alejar la imagen de la cara de sorpresa de Fran de mi cabeza para evitar reírme a carcajadas y que todos en Sol pensaran que estaba loca. Pero no pude evitarlo. Solté tal carcajada, que varias personas se giraron para mirarme. Yo ya estaba llorando de la risa, cuando alguien golpeó mi hombro repetidas veces. Ya había dejado de grabar.

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