Capítulo cuatro: Lluvia. [EDITADO]



Daniela:


Hablar con Aitor me estropeó aún más el día. No entendía por qué Fran me había prohibido hablar con él. Era mi mejor amigo, solo eso. Sí, yo había hecho lo mismo con él y Rebeca, pero entre ellos dos era distinto. Entre ellos dos un día hubo amor, entre Aitor y yo siempre había habido una amistad, desde pequeños. Sin embargo, estaba segura de que, si mi familia no hubiera sido tan rica como lo era, ni la suya tan pobre, habría acabado eligiéndolo a él. Aunque claro, como estaban las cosas en aquel momento, mi madre nunca habría aceptado que aquello pasara, a ella le interesaba un buen partido, que fuera un buen chico era secundario.


Cuando terminé de hablar con él, cogí dinero y salí a la calle sin despedirme de mi madre ni de Benedetto. Si iba a pasar el verano en un sitio que no quería, necesitaba urgentemente un buen libro que me ayudase a escapar de la realidad; en aquel momento lo que menos quería era pensar. Fran y Aitor. Aitor y Fran. Dos caminos distintos.


Viniendo en taxi, mientras miraba por la ventanilla con la mirada perdida, había visto una librería no muy lejos de allí, esperaba saber llegar. Siempre había tenido una buena memoria para las calles, y no parecía tan complicado.


Ya en la puerta de mi edificio, me crucé con un chico que entraba en mi portal mientras luchaba por cerrar el paraguas. Fuera llovía.


Me saludó en italiano, y yo le sujeté la puerta para que entrase.


Al ver mi cara, una vez dentro, sonrió.


-No entiendes lo que te he dicho, ¿verdad?


Me sorprendió que me hablase en español.


-No, no soy italiana. Vengo de España, a pasar las vacaciones aquí con mi madre. Otro de sus caprichos estúpidos.


Soltó una carcajada. Tenía unos dientes perfectos encerrados en sus carnosos labios.


-Vaya, ya decía yo que era raro que no hubiera llegado al edificio ya la familia rica de turno, cada verano es una distinta. Yo sí que soy de aquí, hablo español porque es una de las asignaturas de la universidad.


-Pues es un alivio encontrar aquí alguien con quien comunicarme, además del mayordomo y mi madre.


Pareció impresionado.


-¿Tienes mayordomo? Creía que eso sólo pasaba en las telenovelas.


Me reí.


-Si yo te contase todo lo que he tenido que vivir en los últimos días, te parecería que mi vida es una telenovela, de las malas quiero decir.


Soltó otra carcajada.


-Eres muy divertida. ¿Cómo te llamas?


-Daniela Ponce, ¿y tú?


-Hermoso nombre. Yo soy Yago, encantado de que seamos vecinos. ¿Ibas a dar una vuelta? Porque necesitarás un paraguas. Y creo que también un guía, para que no te pierdas. ¿O también tienes chófer y guardaespaldas?


-Si por mi madre fuera... Ella lo llama invertir dinero, yo lo llamo tirarlo. Y sí, buscaba una librería. La he visto de camino en taxi, cerca de aquí.


-Genial, sé la que me dices. Allí trabaja mi mejor amiga. Yo te acompaño.


Agarró mi mano, tiró de mí y abrió de nuevo su paraguas, donde nos cobijamos de la lluvia de Roma durante todo el camino.




Aitor:


Mi corazón latía desbocado en el pecho cuando terminó la llamada. Se suponía que ya había asumido que ella y yo sólo seríamos amigos, no entendía por qué me seguía afectando tanto que ella me lo repitiera. No era capaz de controlar mis sentimientos, y lejos de ayudarme saber que estaba mal con Fran, me hundió darme cuenta de que mis abrazos no podían consolarla por todos esos kilómetros que nos separaban, o lo que era peor, Daniela estaba tan distante conmigo que para ella mis abrazos ya no valían nada.


Tenía que ir a la mansión Espinosa, y hablar con él.


Y así lo hice.


Cuando llegué, toqué el timbre un par de veces. Y al otro lado del telefonillo, un hombre, imaginé que el mayordomo, me preguntaba que quién era.


-Soy un viejo amigo de Fran, necesito hablar con él.


-¿Me indica su nombre y aviso al señorito?


-Aitor.


-Espere unos segundos.


Un minuto y medio más tarde, un ruido metálico me indicó que podía abrir la puerta.


Fran me esperaba apoyado en la barandilla de la parte baja de las escaleras de caracol que daban a la entrada de su casa, ataviado con una camisa de cuadros morada y una corbata. El pelo lo llevaba repeinado, y sonreía con los ojos brillantes.


Atravesé el patio, tratando de controlar mi ira. Ese cabrón estaba haciéndonos daño. Estaba separándonos a Daniela y a mí.




Fran:


Atravesó el patio y llegó hasta mí.


-Qué agradable sorpresa, Aitor. ¿Hay algo que mi cartera pueda hacer por tu moribunda familia?- Lo saludé, irónico. Apretó los puños y torció el gesto.


No quería ni verlo, ¿qué hacía ahí?


-No me vengas con gilipolleces. He venido a hablarte de Daniela.


Genial. Había venido a hablarme de ella.


-¿Ya te lo ha contado?- Reí.


Él apretó más los puños. La vena del cuello se le hinchó.


-No. No ha querido contármelo, pero vengo a advertirte algo: Daniela es como una hermana para mí... Como se te ocurra hacerle daño, verás.


Menudo imbécil. Solté una carcajada.


-No me hagas reír. ¿Cómo una hermana para ti? Eres patético. Estás enamorado de ella hasta las trancas.


Me miró, frunciendo el ceño. Le temblaba la mandíbula.


-Eso a ti no te importa. Te importará cuando la hagas sufrir y rompa cada hueso de tu cuerpo de niñato pijo.


Levantó el puño, como si fuera a golpearme.


Solté otra carcajada.


-Deberías verte desde este lado, te ves patético. ¿No te das cuenta de que Daniela es mía?


-Vuelve a decirlo, y te partiré la cara. Daniela no es de nadie.


-Tranquilo, Tarzán. Estás quedando muy mal, y está claro que es por falta de información. ¿Aún no te ha contado tu amada Daniela que cuando acabe el verano se casará conmigo?


Palideció por un segundo. Luego, me cogió de la corbata, atrayéndome hacia él. Me escupió en la cara, y un segundo más tarde, cuando yo me limpiaba el escupitajo, me soltó y me dio un puñetazo en la mandíbula, tirándome al suelo. Y se alejó como si nada. Tenía sangre en el labio, lo notaba por el sabor metálico que inundaba mi boca. Yo me reí desde el suelo, pasándome la mano por mi dolorida mandíbula.


-Eres un gilipollas, Aitor. ¿No te das cuenta de que he ganado yo? ¿Que he conseguido que ella por fin pase de tu culo y ya ni siquiera sois amigos?


-¡¿Qué has hecho qué?!- Gritó. Se le quebró la voz a mitad del grito. Se giró hacia mí y me miró con los ojos inundados en lágrimas.


-Lo que oyes, payaso. Daniela no quiere saber nada de ti, y es gracias a mí.


Me embistió con una patada en la barriga que volvió a derribarme cuando estaba a punto de ponerme de pie.


Un dolor agudo emanaba de mi estómago. Intenté disimularlo. A él aquello le estaba doliendo más que a mí. Lo miré, desde el suelo. Aún me quedaba una carta. Unas cuantas palabras más hirientes que ninguna de las anteriores. Un tema que sabía por Daniela que le dolía, que le quemaba por dentro.


-Eres tú quien debería de estar muerto, y no tu madre.


Se lanzó sobre mí y empezó a darme puñetazos en la cara. Rodamos por el suelo, y yo acerté un par también. El primero en su pómulo, y el segundo en la nariz. Se levantó de encima de mí, se sacudió con asco, y me escupió en la cara de nuevo. Se fue sin decir ni una palabra más. Pero daba igual, si quería podía seguir golpeándome. Podía hacerlo todo lo que quisiera, que el premio gordo era para mí. Daniela era para mí y él nunca podría quitármela.

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