Capítulo treinta y nueve: Para ir acabando.



Yago:


Sería un hipócrita si no reconociera que por un segundo, había sentido pena por Alessandra, y también cierta afinidad, como si el error que tuve con Amalia pudiera ser comparable a los que ella tuvo con Eme. Sí, las consecuencias de mi error fueron devastadoras, acabó con la vida de la chica a la que amaba, pero yo no lo quería así. Alessandra se ganó a pulso perder a Eme, y como a mí, los recuerdos la estaban matando. La losa de la culpa, tan pesada, la cargábamos sobre nuestras espaldas, incapaces de perdonarnos, los dos. Lo que Alessandra necesitaba no era que Eme volviera a su lado como ella creía, no era que Eme la perdonara, era perdonarse a sí misma. La había cagado mucho, Eme nunca volvería, mucho menos la perdonaría. Pero todos nos equivocamos, y esa lección tendría que aprenderla sola; cómo continuar su camino, cómo perdonarse, cómo superar la culpa antes de que la culpa la superase a ella y acabara haciendo alguna estupidez.


Mientras pensaba en Alessandra, en Eme, y también un poco en Amalia, sonó el timbre. Esperaba que fuera Alessandra, volviendo porque se había olvidado algo, o porque se había pensado mejor lo de quedarse a dormir. Pero no. Eme estaba al otro lado de la puerta cuando abrí, con el ceño fruncido, y oliendo a alcohol a kilómetros. Se cruzó de brazos.


-Eme, te he estado llamando...


-Oh, y como no he respondido, se te ha ocurrido invitar a Alessandra a tu casa. ¿Qué hacías con ella, Yago?


Enmudecí.


-Có... ¿Cómo?


-La he visto salir del edificio. ¿Qué hacías con ella? Si la odias, Yago. Si me ha hecho daño. Si para ti soy como tu hermana pequeña. ¿Me lo explicas?


-¿Qué se supone que tengo que explicarte, Eme? Quería hablar conmigo, y vino a casa, punto.


-Ya veo. Ya veo que esto no viene de esta noche solo, ¿no? ¿También tú le pagas por follártela, o lo vuestro es amor?


Me dolió que Eme me juzgara de esa manera. Se me formó un nudo en el estómago.


-No puedo creerlo... ¿De verdad crees que podría estar tirándome a tu ex? Peor, ¿a Alessandra?


-¿Entonces, qué? ¿Es amor? ¿Sois buenos amigos? ¿Qué pasa entre vosotros?


-Nada de eso, Eme. Necesitaba... Necesitaba desahogarse con alguien, y ha querido hacerlo conmigo, joder.


-¿Contigo? Venga ya, no te creo. ¿Y sabes una cosa? Tampoco te reconozco, Yago. Estás cambiando muchísimo.


-¿Crees que yo a ti sí te reconozco? Le has contado lo de Amalia a Daniela, y no tenías ningún derecho. Ni siquiera quería que lo supiera, era mi secreto.- Contraataqué.


-Sí, y le has dado a entender que no confiabas en ella, y he tenido que ir yo a buscarla. Si estabas enfadado conmigo, ¿por qué lo has pagado con ella?


-Te he llamado porque quería pedirle disculpas.


-¿Sí? Pues estoy segura de que no va a aceptarlas. Después de eso está muy decepcionada contigo. Como yo.


Eso me dolió.


-¿Y si estás tan decepcionada conmigo por qué has venido a mi casa?


-Venía de acompañar a Daniela. Estoy segura de que cuando te conté lo que sentía por ella, sentiste pena por mí. Porque no conseguiría que se fijara en mí. ¿Pero sabes una cosa? Nos hemos besado, y ha sido perfecto. Y vuelvo aquí, feliz, con ella, y me encuentro con Alessandra. Y me siento traicionada, Yago.


-¿Tienes idea de lo que pensé cuando me contaste lo de Daniela?


-No, la verdad es que no. Aunque no creo que sea muy distinto a lo que te acabo de decir yo.


-Pensé: Vaya puta mala suerte tenemos, Eme y yo nos hemos fijado en la misma tía.


Se quedó callada.


-¿De verdad... a ti también te gusta? Dios. Si lo hubieras dicho... Si lo hubiera sabido no habría pasado.


-Bueno, pero ha pasado.


-¿Por qué no me lo contaste?


-Porque no quería que lo supiera nadie. Llevo el duelo con la pérdida de Amalia desde hace años, y, por fin, aparece una chica perfecta para mí. Pero tú también te has fijado en ella. Y prefiero no ser egoísta. Ni el uno ni el otro íbamos a conseguirla, se va a casar, Eme. Por eso me ha jodido tanto que le contaras lo de Amalia, porque también yo siento cosas por ella.


-Lo siento, Yago...


-No, yo sí que lo siento. Pero esto no tiene por qué afectar nuestra amistad. Si vuelve a suceder con Daniela, seré feliz de que por fin hayas encontrado a alguien que te merezcas. Y yo nunca me entrometeré entre vosotras. Lo sabes. Sabes que puedes confiar en mí.


Estaba a punto de perder a mi mejor amiga, lo presentía.


Tragó saliva.


-Después de esto no creo que las cosas puedan ser iguales entre nosotros tres. Hemos tenido mala suerte, nos hemos fijado en la misma chica, ¿y qué hacemos, Yago? ¿Seguimos como si nada?


-Yo... Puedo dejar de sentir por ella. Puedo ser su amigo.


-No. Claro que no. Eso te haría polvo.


-¿Entonces qué?


Creí que iba a renunciar a Daniela. Creía que los dos renunciaríamos a ella, y que los tres pasaríamos un verano asombroso. Estaba muy equivocado. Eme cuando se enamoraba, se quedaba ciega, apostaba todo por esa persona, renunciaba a cualquier cosa en el mundo para contentar a su amada. Lo que no esperaba era que algún día renunciara a mí también.


-Mientras esto dure lo más sensato es que dejemos de vernos. Daniela es muy especial para mí, estoy sintiendo cosas, y no quiero renunciar a esto tan bonito porque tú también te hayas fijado en ella. Lo más sensato que podemos hacer es...


-¿Estás renunciando a mí, Eme?- La interrumpí, con la voz rota.


-Estoy segura de que eso te dolerá menos que tener que fingir ser su amigo. No puedes olvidar a alguien a quien ves todos los días. Además, quiero mantener a Daniela lejos de Alessandra, y tú has roto toda la confianza que tenía en ti quedando con ella, y no, lo siento Yago, pero no puedo confiar más en ti.


No dijo nada más.


Dio media vuelta y se fue por donde había venido.


Renunciando a mi amistad por una chica por la que estaba empezando a sentir algo.


Renunciando a la amistad tan bonita y sincera que teníamos por una chica que iba a casarse.


Y yo cerré la puerta, y me eché a llorar.




Marga:


Todos guardamos un oscuro secreto. El mío, gracias al cielo, salió de casa media hora antes de que mi hija Daniela volviera. Y volvió apestando a alcohol, y con unas medias disculpas sobre lo que había pasado; lo de que me golpeara. Ni siquiera le respondí. Al día siguiente, teníamos una charla pendiente. De perdonarla, sería la última vez que me golpeaba, porque no dudaría en denunciarla, que ante todo, su madre debería ir por delante de cualquier nuevo amigo, ¡y de cualquier persona, a secas! Además, no volvería a salir de casa sin mi permiso. Aunque yo la dejaría ver de vez en cuando a sus nuevos amigos; a esa chica pelirroja y a ese chaval delgaducho, pero eso sí, le advertiría que no hiciera ninguna estupidez. Que en cuanto volviéramos a España, se casaría con Fran. Quisiera o no quisiera. Porque sí, eso nos vendría genial a todos, para unir dos de las familias más influyentes de todo Madrid, y también para unir riquezas. Cuánto conseguiríamos. Haría exactamente lo que mi madre hizo con mi marido hacía tantos años, y cuánto conseguiríamos. El sacrificio por la felicidad de tu familia es un precio muy económico, y eso es lo que pretendía que Daniela entendiera. Y más en aquel momento, que estaba tan enamorada de Francisco.


Yo también había sido adolescente, y lo mío había sido mucho más duro. En uno de sus viajes a Italia, mi adinerada madre me llevó con ella. Y encontré el amor. Me enamoré del guapo de Tiziano, y mi madre se encargó de ponerme los pies en el suelo. En cuanto volviéramos, me casaría. ¡Con un hombre al que ni siquiera conocía!


Daniela tenía suerte de casarse con Fran, su novio.


Al día siguiente le dejaría claras las nuevas normas que debía de respetar. Entre ellas estaba que si tenía alguna aventura con un chico, volveríamos a Madrid, y no tendría ningún miramiento para separarla de él para siempre.


Para siempre, o hasta que fuera lo suficientemente mayor para volver, a escondidas de su marido para verle.




Elisabetta:


El reloj había avanzado, y era el momento de despedirme de mi mejor amiga y coger mi vuelo, de nuevo, a Madrid.


No era la primera vez que vivía allí, sabía desenvolverme perfectamente en castellano de aquellos meses que pasé trabajando en España.


-Cuídate.- Me susurró mi mejor amiga con lágrimas en los ojos.


Nos dimos un abrazo muy fuerte, y a punto estuve de arriesgarme y entregarle la carta que le había escrito a Alessandra. Pero no lo hice.


Embarqué con el papel cuidadosamente doblado en el bolsillo.


La releí en el avión de camino a España.


En esa carta, le abría el corazón a Alessandra.


Le explicaba todos los secretos que ella jamás conoció de mí, mi vida en España entre ellos.


La carta no ocupaba ni la cara de un folio, pero dejaba claro el mensaje; todos tenemos secretos.


"Nunca creí que tendría que escribirte esto porque sencillamente, nunca creí que fueras a marcharte de mi lado. Esta noche cruzaré el cielo en un avión y nunca más volverás a saber nada de mí. Nunca más volveremos a vernos, por eso, te contaré todas las cosas que nunca conociste de mí.


Empezaré contándote que mi nombre real no es Elisabetta. Todos guardamos secretos, ¿verdad, Alessandra?


Me cambié el nombre hace años, cuando me vi obligada a irme a Madrid, porque una relación que tenía con un chico se fue al traste. Me fui a Madrid, creyendo estar embarazada de él. Sorprendente, ¿verdad? Tú no sabías que soy bisexual porque nunca te lo dije. Porque nunca creí que fueras a necesitar conocer mi pasado, por eso del futuro que tendríamos juntas. Fue en Madrid donde me cambié de nombre, como habrás supuesto. Durante aquellos años trabajando, logré ahorrar con ayuda de mis padres para poder operarme la nariz. Y también adelgacé unos kilos. ¡Fuera los complejos, y fuera mi pasado!


Tuve suerte. Tuve muchísima suerte de no haber estado embarazada. Tuve mucha suerte de tener a los imbéciles que tengo como padres, que se tragaron toda la historia de que mi ex me maltrataba, e hicieron todo el trabajo sucio por mí.


Ellos me ayudaron llamando a mi ex para contarle que aquella noche había muerto. Yo los convencí de que eso sería lo mejor para mí. Me pagaron el viaje a Madrid. Y cuando no tuve más remedio que volver a Italia para seguir con la carrera, ya era una persona totalmente distinta. Pasé de llamarme Amalia, a llamarme Elisabetta.


Para ir acabando, te preguntarás que por qué te cuento esto ahora que te has marchado, y yo te digo que tan solo pretendo que me sirva como terapia. Si pude olvidar a Yago, te olvidaré a ti también. Aunque a ti te he querido más que a nadie nunca. Y también, supongo que pretendo que aprendas la lección, y que no vuelvas a cometer los errores que cometiste conmigo; todos tenemos secretos, Ale. Todos. Y no es tan malo tenerlos.


Con mucho, mucho, mucho cariño,


Eli."

Comment