Capítulo cincuenta y seis: Dolor.


Rebeca:


Los recuerdos de aquella noche volvieron en cuanto Álvaro salió de mi habitación, enfadado por lo que le estaba pidiendo. Todo lo que sucedió después de que Damián se quedase dormido a causa de los somníferos, después de que Fran lo atase de manos y piernas con una cuerda, después de que se girase sonriente hacia mí. Después de que encendiera el portátil, entrase al chat de webcams, y nos encontráramos con aquel viejo salido. Después del golpe del bate de béisbol contra mi cara. Después de que me introdujera los dedos, y afirmase que haría conmigo lo que aquel pajero le pidiera.


Baja la cámara y muérdele el coño.


Leí en la pantalla, y Fran sonrió.


Bajó un poco la pantalla del portátil, lo suficiente para enfocar solamente mis partes íntimas.


-Fran, por favor.- Le supliqué, con los ojos llorosos.


Soltó una carcajada.


-No. Vas a pagármelas.


Se agachó a mi lado.


-Abre las piernas, o te juro que te las corto.


Cualquiera tenía el valor de no hacer lo que Fran me pedía.


Lo hice, ante aquel señor que se masturbaba con rabia al otro lado de la pantalla.


Fran respiró encima de mi vagina, sonrió, puso su lengua con delicadeza en mis labios, trazó círculos, y me miró divertido.


-¿Disfrutas, perra?- Me preguntó.


No estaba disfrutando. Nada. Para nada. Quería parar.


-Para, por favor.


Apartó la mirada de mis ojos para posarla de nuevo en mi zona.


Mordió con rabia.


Y grité de dolor.


Estuvo mordiendo unos segundos que se me hicieron eternos.


Y se levantó con los labios mojados, para mirarme a la cara.


-¿Por qué me obligas a hacer todo esto, Rebeca?


Me preguntó. Sentí pena en su mirada. Sentí que él sentía culpa por lo que estaba haciendo.


-Si haces todo esto es porque quieres. Porque eres un hijo de puta.


Sonrió ampliamente, y agarró del cuello.


Me besó en la boca, y estaba salado.


Y apretó su puño contra mi cuello.


-Cariño, llevaba tiempo deseando volver a comerte de arriba abajo.


Lo dijo mirándome directamente a los ojos.


-Fran, no sigas por ahí, por favor.- Le pedí cuando soltó la mano de mi cuello, entre ataques de tos, con los ojos llenos de lágrimas.


-Sabes que estaba loco por ti. Sabes todo por lo que he pasado, sabes todo de mí. Si no era hoy, habría sido cualquier otro día. Conocías todo lo malo de mí, y aún así, me querías, Rebeca. Pero me fallaste, y desde la primera vez, llevas fallándome a menudo. Y me conoces, y sabes que no puedo consentirlo. No te lo tomes como algo personal, pero de mí no se ríe ni Dios.


-Puedes dar marcha atrás, Fran. Puedes controlar a la bestia.


Se rió.


-La bestia ya me ha consumido. Soy malo porque toda la mierda que he vivido me ha hecho así, soy malo porque sencillamente soy así. No sé ser buena persona. No sé controlar mis impulsos, no sé ser perfecto. Como todos quieren.


-No es excusa, Francisco. Por Dios, sabes que no lo es. Puedes... cambiar. No es tarde. Si no, un día de estos, harás algo tan grave que acabarás en la cárcel.


Volvió a reírse.


-¿De verdad lo crees? ¿Con unos suegros abogados?


-Si Daniela te conociera realmente, dejarían de ser tus suegros.


-Cariño, es probable que su madre me quiera más aún que ella. Sea como sea, vamos a casarnos.


Levantó la pantalla, y el hombre esperaba al otro lado, impaciente.


Hola.


¿Qué hacéis?


¿Podéis responder?


Quién estuviera en tu lugar.


-Ya que lo haces, desconecta la cámara.- Le pedí.


-No lo haría si no pudiera humillarte.- Me respondió, y me escupió en la cara.


Vuelve lo bueno.


Y el señor aplaudió al otro lado, sonriente.


No había oído nada de lo que hablábamos; el micrófono seguía desconectado.


Cuando mis padres entraron de nuevo a mi habitación, lo hicieron con el semblante más serio que antes.


Yo estaba llorando a mares.


-¿Qué te pasa, mi niña?, ¿te duele?- Me preguntó mi madre


Negué con la cabeza.


-Le hemos pedido a la doctora darte nosotros la noticia, y no te va a gustar, Rebeca. Pero tienes que ser fuerte, nosotros estaremos siempre a tu lado, apoyándote. En todo, mi reina.- Quien hablaba era mi padre.


Mi madre rompió a llorar. Ya sabía la noticia.


Yo miraba expectante a mi padre.


-Por lo que nos han dicho, es muy probable que...


En ese momento entró la doctora, con la misma cara de amargada de siempre, interrumpiendo a mi padre.


-No entendemos qué se te pasó por la cabeza para saltar, Rebeca. Pero no vas a volver a caminar.


Lo dijo sin tacto.


Provocando mis lágrimas, con más ganas, con más fuerza.


Provocando que el mundo se me cayera encima, más todavía.

Comment