Capítulo veintisiete: Choques. [EDITADO]


Daniela:


Cuando Eme me contó la historia, me sentí apenada por ella. Si yo me sentía tan mal por lo que le había hecho a mi madre, no quería ni imaginarme cómo se sentiría ella cuando su madre y esa chica murieron. De verdad que no quería ni imaginármelo, pero me sentí mejor. Me consoló saber que ella también se había equivocado con su madre. Esa noche, yo le pediría perdón a la mía. Eme, sin embargo, nunca tendría la oportunidad de disculparse con la suya.


Yago nos miraba, y sentí que algo no iba bien por la manera en que lo hacía. Me levanté del sofá, para sentarme a su lado. De repente, se puso tenso. Tenía las manos en el regazo, y yo las cogí. Las dos. Cubrí sus dos manos con las mías, y lo miré a los ojos.


-¿Y tu historia? ¿Cuál es tu historia?- Le pregunté. Llevaba un rato en silencio. Él no respondió. Soltó un profundo suspiro. Fue Eme quien respondió.


-Amalia. Amalia es su historia.


La miré intrigada, y de ella, posé la mirada en Yago.


-¿Tienes novia?- Le pregunté, sorprendida. Cuando los conocí, habría jurado que Eme y él tenían algo, y cuando supe que eso era imposible, me empezó a picar la curiosidad. ¿Estaba Yago enamorado?


-También murió. Fue un accidente, hace años. Yago aún no ha dejado de quererla.


Me eché una mano a la boca, sorprendida.


-Lo siento.




Yago:


¿Qué estaba haciendo Eme? ¿Con qué derecho hablaba de Amalia con Daniela? ¿Con qué derecho hablaba de mis sentimientos con la persona que parecía estar cambiándomelos? ¿Por qué contaba algo así, sin asegurarse de que yo quisiera hablar de ello? Era mi historia, yo decidía a quién contársela, yo decidía si quería ser fuerte con alguien, o debilitarme y contarle todo entre lágrimas. Era mi historia, no la suya. Yo nunca le habría contado a nadie lo que había vivido con Alessandra.


-Lo siento.- Se disculpó Daniela, incómoda de haber preguntado.


Me ardía la garganta. Estaba a punto de echarme a llorar de impotencia. Ya no había marcha atrás. Daniela ya sabía que Amalia existió.


-No deberías de disculparte tú, Daniela.


Miré a Eme con odio, por primera vez en mi vida. Si no controlábamos la situación, aquello sería lo primero que empezaría a separarnos. Eme se quedó muda.


-Deberías de disculparte tú, que se supone que eres mi amiga.


No dijo nada, pegué un brinco del sofá.


-¿Cómo se te ocurre hablar de Amalia delante de ella?


-Daniela es nuestra amiga... Creía que... Oh, lo siento mucho, Yago.


-¿Olvidas que la conocimos ayer? ¿Cómo eres capaz de llamarla amiga si apenas la conoces?- Las palabras salieron disparadas de mi boca, sin pensar en cómo se sentiría Daniela al oírlas.


Eme también se levantó.


-¿Sabes, Yago? Tienes razón. Apenas nos conocemos, qué insensatos al llamarme amiga.


Lo dijo con ironía. Seguramente queriendo decir que la conocíamos mejor que mucha gente, después de lo que habíamos presenciado aquella mañana. También hubo dolor en su voz. Ella sí nos consideraba amigos. Salió del salón, y unos segundos más tarde de mi casa, cerrando con suavidad. Pude imaginarme su cara empañada por las lágrimas. Pude imaginarme lo que estaba pensando; vuelvo a estar sola en un país en el que no quiero estar. En ese segundo, Eme había pasado de sentirse mal por lo que había contado a estar enrabietada. Le temblaba la mandíbula, y me miraba directamente a los ojos.


-Magnífico, Yago. ¡Magnífico! ¡Todo un caballero, sí, señor!


Apartó la mirada de mí para salir del salón deprisa. Intenté detenerla bloqueándole el camino.


-¿Dónde vas tú ahora?- Le grité. Estaba histérico. Daniela me odiaba, y Eme seguro que también. Me clavó la mirada en los ojos, y me atravesó el alma. No gritó, no fue necesario.


-Voy a buscar a Daniela antes de que sea tarde, porque veo que tú con lo de Amalia no aprendiste la lección. Te has comportado como un cabrón con ella también.


En ese momento, un obrero imaginario colocó el primer ladrillo del muro que nos separaría a Eme y a mí. Había dado donde más dolía; en Amalia, en que con ella me comporté como un cabrón y en que no aprendí la lección. Todo eso, en un par de oraciones.




María:


Perseguí a Álvaro dentro del bar, y por una vez, me adelanté a él. Bastantes problemas tendría ya con Fran como para que encima, discutieran. Temía que llegaran a las manos, por Álvaro. Si llegaba a pegarle, su trabajo bailaría en la cuerda floja, y aunque para entonces seríamos desconocidos, o con un poco de suerte alumna y profesor, se lo debía. Antes de que hablase él, me abalancé sobre Fran.


-¡Dame tu teléfono!- Le grité, por encima de la música. Sentí la mirada de los presentes sobre mí. Todo el bar me había escuchado. Fran me miró enarcando una ceja.


-Vaya, esas no son formas de ligar. Si quieres mi número no tienes más que pedirlo, preciosa.


El asqueroso de Damián soltó una carcajada. Álvaro estaba cada vez más tenso, parecía que de un segundo a otro explotaría y antes de que lo hiciera él, le plantaría cara a Fran.


-¡Que me des el puto móvil!- Abrí la palma de la mano, a unos centímetros de su cara.


-Déjame que me lo piense. Mmm, no.


Le metí un empujón. De haber tenido más fuerza, lo habría tirado del taburete en el que estaba sentado junto a la barra, pero no la tenía, y apenas se tambaleó.


-¿No? ¿No me lo das? ¿Quieres que haga una llamada con el mío? ¿Quieres que llame a Daniela y sepa realmente quien eres?- Le grité, sacando mi teléfono del bolso de nuevo.


-Las llamadas a Italia salen caras. ¿Te la pagarán tus papis?- Se cachondeó Fran. Otra carcajada de Damián. Fran estaba seguro de que me faltaría valor para llamar Daniela, por eso no estaba preocupado. Marqué su número de teléfono, y se lo mostré, dispuesta a pulsar la tecla de la llamada. De un manotazo, lanzó mi teléfono por los aires. Cayó junto a su zapato. Lo pisó, con rabia y la pantalla crujió bajo sus pies.


-¿Decías?


Damián no paraba de reírse a su lado, quería pegarle un puñetazo en su fea cara, y a Fran quería hacerle con el tacón lo que había hecho él con mi móvil. Estaba a punto de perder los papeles, y los perdí, arreándole a Fran un puñetazo en el pómulo. Se puso la mano en la zona que le había dejado dolorida, y me miró con una mirada cargada de odio.


En ese momento acudió la camarera de antes.


-¡Niña!- Exclamó, sorprendida.


-¡Este gilipollas nos ha estado haciendo fotos a mi novio y a mí y no quiere borrarlas!- Le grité.


Álvaro seguro que se sonrojó, no lo miré.


-Oh, tu novio. Es tu profesor. ¡Mentirosa!


La camarera torció el gesto hacia Fran.


-¿Crees que esa es manera de tratar a una señorita? Borra las fotos delante de ella, o llamo a la policía. ¡Menudo escándalo tienes montado, chaval!


Fran obedeció sin rechistar más, extrañamente. Sacó su teléfono, me mostró las fotos, y las borró delante de mis ojos.


-¿Contenta? Vamos, Damián, nos vamos.


No esperó a que respondiera. Tampoco pagaron su consumición. Se fueron tan rápido como Fran lo ordenó.


-¿Cuánto es la consumición de estos impresentables?


La camarera me miró divertida.


-No te preocupes, cielo. Así que alumna y profesor, ¿eh? Como esa canción de Melendi pero al revés; Septiembre creo que se llama. Espero que ustedes tengan un final feliz, no como el de la pareja de la canción. 

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