Capítulo quince: El sueño. [EDITADO]


Yago:


Más que un sueño, lo que viví aquella madrugada, fue el vivo recuerdo de la última noche con Amalia.


-¿Ya estás con el móvil?- Me preguntó. Acababa de llegar a mi casa, se había sentado a mi lado, y tras saludarla con un beso en los labios, me había puesto a ver vídeos.


-Estoy terminando de ver esto.- Le respondí.


-Llevo estudiando toda la semana a tope para poder verte hoy, y no hago nada más que llegar, y ya pasas de mí.


-No paso de ti, cariño.- Paré el video, y le pasé el brazo por los hombros, atrayéndola a mí para darle otro beso.


Ella se apartó sin rozar siquiera mis labios. Agachó la cabeza.


-¿Te pasa algo, mi amor?- Le pregunté.


-No.


Volví a coger mi móvil y pulsé el botón de play.


Amalia me escrutó con la mirada.


-¿Enserio vas a seguir viendo tus estúpidos videos?


-Ya que no me dices qué te pasa...


-Estoy asustada, Yago.


-Ajá...


Me había enfadado con ella por rechazarme el beso, y fingía prestarle atención sin dejar de mirar el vídeo.


-No sé lo que vamos a hacer. Como se entere mi padre... Con mi madre ya lo he hablado, y dentro de lo que cabe, se lo ha tomado bien.


En ese momento debí de haberme dejado a un lado el orgullo, y haberle prestado la atención que se merecía, pero no lo hice, y pagué las consecuencias.


-¿De verdad no vas a escucharme?


-Amalia, estoy empezando a cansarme de tus cambios de humor, ¿sabes?


-Y yo estoy empezando a cansarme de que le hagas más caso a esa mierda que a tu novia.- Dijo, arrebatándome el teléfono de la mano y tirándolo al suelo con fuerza.


Escuché el crujido de la pantalla como si estuviera crujiendo en aquel momento.


-¿Qué haces, loca?- Le grité cogiendo el móvil del suelo.


-¿No me vas a escuchar entonces?


Creía saber lo que vendría a continuación. Creía que sería una discusión más que se arreglaría con un polvo de reconciliación, como siempre.


-Me has roto la pantalla.- Le reproché, enfadado.


-¿De verdad que no vas a escucharme?- Repitió.


Se levantó del sofá de un brinco.


-No, me importa una mierda lo que tengas que decirme. ¿De qué vas rompiéndome el móvil?- Le grité.


Ella me miró con los ojos inundados en lágrimas.


-¿Así que te importa más el teléfono que yo?


-Así es.


Estaba muy enfadado con ella por comportarse así, y no pensaba lo que decía.


-Dilo, vamos. Dilo mirándome a los ojos. Di que te importa más la pantalla de tu estúpido teléfono que yo.


-No. No es eso. Me importa cualquier cosa más que tus estúpidas rayadas continuas. Déjame en paz, Amalia.


Rompió a llorar ahí mismo.


-Eres una cría, ¿crees que puedes comportarte así y ahora hacerte la víctima llorando?


Se me quebró el alma al verla llorar, pero no quería que lo supiera. Se había pasado mucho conmigo aquella noche.


-Tranquilo, no volveré a hacerme la víctima contigo, ni a darte pena. Me largo de aquí.


Me levanté yo también. La cogí de la muñeca, y le pedí mil veces que no se fuera.


Mierda, yo también estaba llorando.


-Nada de lo que he dicho es verdad, Amalia, te amo pero joder... Te has pasado.


Me apartó de un manotazo.


-Déjame en paz.


-No te vayas, por favor, mi vida. Es tarde, no voy a dejar que te vayas, y menos sola.


-Tú y yo no somos nada, ¿me oyes? Lo has decidido tú.- Me gritó.


-Amalia, por favor, relájate.- Intenté abrazarla, pero me empujó de nuevo.


-¡Que me dejes en paz!- Puso la mano en la manivela de la puerta.


-Quédate, mi amor. Hablemos las cosas.- Le rogué por última vez.


Abrió la puerta, y antes de salir y cerrarla de nuevo, se secó las lágrimas y me miró.


-No vas a seguirme, esto se ha acabado, ¿de acuerdo?


-Por favor, no...


Nunca la culpé por irse, ni por enfadarse, ni por nada. Tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Yo sí que me culpé a mí mismo, por no haberle prestado atención. Aquella era una de las pocas discusiones que tuvimos en aquellos seis meses de noviazgo, y aunque no lo supiera en ese momento, ella tenía más razón que yo. Yo solo fui un imbécil, como ella dijo en su última frase, antes de marcharse y dejarme allí con el corazón encogido.


-¿Sabes que es lo que venía a contarte, imbécil? Que creo que estoy embarazada de ti.


Cerró la puerta de un portazo sin esperar mi respuesta, y se fue.


Ella pensando que tenía la razón, y que yo era un cabrón. Y yo, herido en el orgullo porque se hubiera comportado así. Aún me dolía pensar que lo último en lo que Amalia pensó antes de morir en aquel accidente de tráfico fue que yo era imbécil.


Me desperté de golpe, sudado y con las mejillas encharcadas de lágrimas. Y la cama vacía. Como lo había estado mi corazón desde que Amalia murió.

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