Capítulo veintitrés: El insulto. [EDITADO]


Daniela:


Aún estaba en shock tras la conversación con Fran cuando mi madre entró en mi habitación sin llamar siquiera.


-¿Hablabas con Aitor?


Fue lo primero que me preguntó. Como si tuviera algún derecho a hacerlo.


-Hablaba con Fran.- Respondí, negando con la cabeza. Mi madre me escrutó con la mirada, intentando decidir si le decía la verdad o le estaba mintiendo. Se cruzó de brazos. Por lo visto, decidió que le estaba mintiendo.


-No tienes vergüenza hija mía, y dudo que llegues a conocerla algún día. ¿Cómo tienes el valor de mentirme en la cara?


-Te estoy diciendo la verdad.


Avanzó hacia mí. Estaba sentada en la cama.


-¿Con quién estuviste anoche?- Me preguntó una vez más.


-¿Por qué tienes que meterte tanto en mi vida?


Me agarró del pelo y me levantó tirando.


-Porque soy tu madre, desagradecida.


En ese momento, sonó el timbre. Mi madre me miró con un kilo de rabia en cada ojo, y salió de mi habitación para recibir a nuestros invitados. La sorpresa vino unos segundos más tarde cuando escuché la voz de Yago.




Aitor:


-No puedo creer lo que has hecho.- Me reprochó, un segundo después de soltar un bufido.


Yo la miré sonriente.


-¿Qué pasa?


Ella enarcó una ceja.


-¿De qué vas? ¿Cómo se te ocurre pegarle a Samuel?


No me lo esperaba, y se notó en mi cara, que la sonrisa se esfumó.


-No pensaba pegarle, pero te insultó. Además, pensaba que había tenido su punto. A todas os gusta ver a un chico pelearse por vosotras.


-No te das cuenta de que yo no soy como todas, ¿no? No soy de las que mojan las bragas cuando ven a su macho pelearse con el primer gallito de turno. ¡A mí esos rollos de niñatas de quince años no me van!- Me gritó.


-Ese pavo se lo merecía, te trató como si fueras basura.- Le grité yo.


Unas señoras se nos quedaron mirando.


-A ti eso te tiene que dar igual, Aitor. Es mi problema, no el tuyo. Además, sucedió hace bastante tiempo.- Ella bajó la voz.


-Me da igual; ese cabrón no tenía ningún derecho a hacerte todo lo que te hizo.


-Ni tú tampoco lo tenías para zurrarle y montar el espectáculo en el bar.


Nos detuvimos en mitad de la calle.




Laura:


-Lo tengo, Laura, claro que lo tengo, porque me importas mucho más de lo crees. Y no quiero que ningún imbécil te haga daño.


No lo sabía, pero él era el imbécil que me estaba haciendo daño.


-¿Te estás oyendo? No puedes ser el superman de todas, vive con ello, machote.


Resopló.


-No quiero ser el héroe de nadie, sin embargo no voy a consentir que ningún tío te haga...


-Sí, Aitor. Eso ya lo has dicho.


Me miró, con el semblante serio.


-Está bien, joder. La he cagado. ¿Me perdonas?


¿Cómo iba a negarme? Con tan solo esa pregunta, podía hacerme olvidar todo lo que había pasado.


-Te perdono, pero no vuelvas a defenderme nunca. Ya soy mayorcita. ¿Vamos al Retiro?




Yago:


Esperaba con Eme al otro lado de la puerta de la casa de Daniela. Acababa de desahogarse conmigo sobre lo de Alessandra, y sobre sus confusos sentimientos respecto a Daniela. Nos abrió la puerta una señora, con cara de pocos amigos.


-¿Puedo ayudaros en algo?- Nos preguntó en un perfecto italiano, esperando que le dijéramos que no, que no la molestáramos. Se le notaba en su maquillada cara.


-Aquí vive Daniela, ¿no? ¿Podemos verla?- Hablé yo, Eme se quedó callada. Miró primero a mi mejor amiga, y luego a mí, de arriba abajo.


-¿Quién os ha dejado entrar al edificio? Daniela no os va a ver nunca más, y espero que no la molestéis.


Vi a Daniela detrás de su madre, que observaba la escena en silencio.


-¿Qué es eso de que no nos va a ver nunca más?- Pregunté, confuso.


-Lo que oís. Iros antes de que llame a la policía.


Miré a Daniela. Ella no estaba entendiendo nada, solo nos miraba interrogante, seria. Cambié rápidamente de idioma.


-Con nosotros puede hablar en español. Y más delante de su hija. ¿Qué es eso de que no la vamos a ver más?


Daniela torció el gesto al escuchar mis palabras, y comenzó a entender de qué hablábamos.


-A saber lo que le habéis hecho esta noche a mi hija. ¿Dónde ha estado?


La señora se negaba a hablar en español, a sabiendas de que su hija no entendía el italiano. Yo sin embargo necesitaba que Daniela fuera consciente de la conversación.


-Cuando hablemos en español le responderé, creo que Daniela debería de ser partícipe de esta conversación, señora.


-No eres nadie para decirme de lo que debería de ser partícipe mi hija o no, escoria.


Daniela seguía mirándome. Eme seguía callada, lo cual era raro en ella; en situaciones normales no consentía que nadie me hablara de esa forma.


-Señora, yo no le he faltado el respeto. ¿Podemos hablar un momento con Daniela?


-¡No! ¡Fuera de mi casa!


Intentó cerrar la puerta en nuestras narices, pero interpuse el pie en el último segundo, impidiéndoselo.


-¿Qué haces, mamá?- Escuché a Daniela gritarle.


-No vas a verlos, vuelve a tu habitación, ¿me oyes? O si no llamaré a la policía.


-¡No vas a llamar a nadie! ¡Y tampoco voy a irme a mi habitación! ¡Ellos son mis amigos!- Le gritó.


Daniela apartó a su madre y abrió la puerta de nuevo. Su madre la agarró del pelo cuando estaba a punto de salir y tiró con fuerza.


Eme, que había permanecido callada hasta ese segundo, entró en la casa.


-Suéltala.- Le gritó.


La señora soltó una carcajada y tiró con más fuerza. Daniela se quejó por el dolor con lágrimas en los ojos. Miraba a Eme suplicante, y Eme lo notó. Yo me quedé quieto mientras Eme volvía a repetirlo.


-Suéltala.


Ella la miró con odio, y tiró aún más del cabello de su hija, que volvió a quejarse.


En ese momento, Eme perdió los papeles, y la empujó, haciéndola tambalearse.


-¡Fuera de mi casa, hija de puta!- Le gritó.


En ese momento, su hija dio un tirón liberando la melena de su mano. Abofeteó a su madre. Eme se quedó paralizada, y yo también.

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