Capítulo cuarenta y cinco: Fiera.



Daniela:


-¿Qué haces tanto rato con el móvil? ¡Relaciónate!- Exclamó Eme, entrando a la cocina.


Yo estaba sentada en uno de los taburetes, junto al poyete de la cocina; una mesa alta de madera blanca, que servía para dejar la tabla de cortar los alimentos, y un par de botellas de vino, además de la caja de madera que servía para poner los cuchillos.


-¿Que me relacione? ¿Con quién? Nadie aquí habla español, Eme.


-Pues conmigo, ¿con quién si no te vas a relacionar?


Suerte que nadie en esa fiesta, a las afueras de Roma, nadie podía entendernos.


Me sonrojé.


Ya nos habíamos relacionado demasiado hacía un par de semanas.


-Espérame un segundo.


Tecleé deprisa en mi teléfono.


-¿Estás hablando con él?- Me preguntó, intentando disimular una mueca de disgusto.


-Sí, ahora voy.


-Pues date prisa, enseguida vamos a cantarle el cumpleaños feliz.


Asentí con la cabeza, y volví a la pantalla de mi teléfono, a la conversación con Fran, a las líneas de aquel poema tan bonito que me había escrito. A la culpa.


Y me sentí peor persona cuando le respondí.


Ojalá estuviese ahí para poder besarte. Eres el novio perfecto, ¿lo sabes? Gracias por soportar toda esta distancia tan bien.


Envié un mensaje más.


Perdóname María, nos estamos distanciando muchísimo y es mi culpa, casi nunca estoy disponible para que puedas llamarme. ¿Estás bien? Te echo mil de menos. Si quieres, mañana te llamo. Te quiero.


Eso fue antes de desconectar, de recordar todas aquellas sensaciones que me produjo el beso que Eme me dio.




Álvaro:


En lugar de contestarme ella, lo hizo la voz de su buzón.


-Ma... María. Esta noche, me has matado por dentro. No sé ni de dónde estoy sacando las fuerzas para grabarte este mensaje, o la valentía, pero quería que lo supieras. Todavía... Todavía te quiero. Te quiero muchísimo, aunque esté confundido. En las últimas semanas, me han abandonado las dos mujeres más importantes para mí, y estoy solo. Y no puedo más. Me ha dolido en el alma verte en el bar con él, tan feliz. Aunque no te confundas, te prefiero feliz aunque sea con otro que deprimida por lo gilipollas que fui. Solo que... Creía que en tu vida había significado más, y que no me superarías tan pronto. Supongo que es lo que le pasa a todo imbécil que se enamora, que cree, que después de él, no habrá nada, y yo he estado tan enamorado de ti, María, que no te imaginaba con nadie más, y verlo con mis propios ojos me ha roto el corazón. So... lamente quería decirte que lo siento por todo, que soy un estúpido por reunir el valor tan tarde para pedirte perdón, pero que espero que vuelvas. Y si no lo haces nunca, quiero que sepas que te quiero, y que espero que seas feliz... con él.


Cualquiera podría imaginarse cuánto lloré aquella noche, después de enviar ese mensaje de voz. Y cuánto lloré mientras lo grababa. Es duro, es bonito pero es duro, desearle a la persona a la que amas que sea feliz con alguien, solamente porque tú has sido tan imbécil que no has sabido conservar el diamante que tenías. Y lo has perdido, como buen imbécil que eres.




David:


Durante el trayecto en metro, compartimos los mismos auriculares, sentados, uno al lado del otro, en el solitario vagón.


Compartimos una canción de Andrés Suárez, su gran descubrimiento de aquella noche.


Y fue precioso, ni siquiera hablamos.


Enseguida, como todo lo bonito, terminó.


El punto y final lo indicó la parada en la que ella tenía que bajarse, pero me arrastró con ella de la mano cuando frenó. La música seguía sonando en nuestros oídos; Voy a volver a quererte.


-Esta no es mi parada.


Las puertas estaban a punto de cerrarse.


-Pero... la cita no ha acabado aquí. Me vas a acompañar, ¿verdad?


Me miró con esos ojos verdes tan preciosos que tenía, y cualquiera se resiste.


Me bajé del metro en Atocha, y la noche no acabó.

Comment