Capítulo cincuenta y cuatro: Arrepentidos.


María:


David nos escuchaba desde mi armario. Mi madre entró a mi habitación unos segundos después de cerrar la puerta. Suerte que reaccioné rápido; mi madre me había prohibido terminantemente que invitara a casa a cualquier chico, a no ser que ella o mi padre estuvieran ahí para supervisarnos.


-¿Cómo está la abuela?- Fue lo primero que le pregunté, nada más verla.


Mi abuela era la más frágil de los dos. Había superado un par de infartos en los últimos años, y a sus ochenta y tres años, su salud pendía de un hilo.


Cuando le miré la cara, supe que algo no iba bien. Tenía los ojos rojos y el rostro serio.


-La abuela está bien, pero el abuelo...


Tragó saliva.


Yo enarqué una ceja.


-Ha fallecido.


En cuanto lo dijo se echó a llorar. Yo me quedé pálida, quieta. Y me abrazó, y con sus lágrimas, me mojó el cuello.


Yo no dije nada. No lloré. No hice nada. Simplemente sentí que me arrancaban un pedazo de mi vida, que me estrujaban el corazón. Mi madre lloraba desconsoladamente entre mis brazos.


Entonces, dos lágrimas cayeron directamente sobre su hombro. Dos lágrimas mías.


Y ya no pude dejar de llorar.


-He venido a buscarte para traerte a Albacete contigo, cariño.- Sollozó entre lágrimas.


Se separó bruscamente de mí, y caminó hasta mi armario.


-Haz la maleta, anda. Quiero estar allí cuanto antes.


Abrió la puerta del armario.


Y se encontró con los ojos de David.




Álvaro:


Me paré justo enfrente de ella.


-¿Cómo estás?- Le pregunté.


-Parece que todos estáis igual de ciegos.- Me respondió, apartando la mirada de mí.


-Rebeca, no estoy tan ciego como crees. Yo... Estaba en el balcón cuando...


-Me caí.- Dijo, apartando la mirada de mí.


-Lo vi con mis propios ojos.


-¿Qué viste exactamente?- Me preguntó, enarcando una ceja. En aquel momento, mirándome por fin.


-Puedo ayudarte.


-¿Es por eso por lo que has venido?


Asentí.


-Tienes que dejarte ayudar. Vi que te tiraste tú.


-Y una mierda. Si de verdad viste lo que viste, lo mejor que puedes hacer por mí es no decirle nada a nadie. Bueno, eso, y evitar que mi madre lea la carta que escribí antes de... Puedo conseguir sus llaves, y así es como podrás ayudarme.


-¿Colándome en tu casa?


-Créeme que si leen esa carta, estaré más jodida que ahora.


-¿Y qué era lo que ponía en ella?


-No quiero que nadie la lea, mucho menos voy a decírtelo. Ayúdame, Álvaro. Por favor.


-Dime qué ponía en esa carta.


Frunció el ceño.


-¿Nunca has tenido un secreto que no quieres que nadie sepa?


Negué con la cabeza.


-No uno tan grave como para intentar quitarme de en medio por él.




Fran:


Avancé por el pasillo del hospital, con la esperanza de que estaría él solo. Por primera vez, no tenía una excusa preparada, una razón por si me preguntaba que qué hacía yo allí. Simplemente, avanzaba por el interminable pasillo, con un ramo de flores y una nota escrita deprisa por mí:


Que te mejores.


Me detuve frente a la puerta de su habitación, la que la chica de recepción me había indicado que era la de Aitor. Toqué un par de veces con los nudillos de la mano que tenía libre, y una voz ahogada en lágrimas me respondió al otro lado:


-Adelante.


Abrí la puerta con el corazón en un puño, y entré. La chica estaba llorando frente a Aitor. Cuando se secó las lágrimas y me miró, pareció sorprendida.


-Qué... ¿Qué haces tú aquí?- Me preguntó parpadeando.


-¿Te conozco?


-No, tú a mí no. Yo a ti sí, creo. Eres..., Eres el novio de Daniela.


Sonreí.


-Y su futuro marido. Me llamo Fran, ¿y tú?


-Laura.- Me sonrió.


-¿Qué tal está Aitor?


-Anoche un cabrón lo atropelló y se dio a la fuga. Lleva en coma desde entonces.- Me respondió, apenada.


-Sí, lo sé. Pasaba por ahí con mi coche. Por eso... Estoy aquí. Si eres amiga de Aitor, sabrás que él y yo no somos muy buenos amigos. Pero desde que lo vi, tirado en el suelo, no he podido pegar ojo. He llamado a varios hospitales hasta dar por fin con él.


Se le iluminó el rostro.


-Ojalá él pudiera ver esto que has hecho por él.


Asentí con la cabeza.


-No, no necesito que él lo vea, ni que lo sepa siquiera. Aitor es muy importante para Daniela, y aunque solamente fuera por eso y no por mi empatía, tenía que hacerlo. Ahora, Laura, ¿te importaría dejarnos solos un momento?


Negó con la cabeza.


-No sé si es buena idea. Me gustaría estar aquí cuando despierte.


-Laura, no tienes que torturarte de esa forma. Despertará, por supuesto que despertará. Pero te mereces un descanso. ¿Qué pasa si no despierta hoy? ¿Estarás aquí, sin descanso hasta mañana? ¿Hasta pasado mañana? Y ojo, no me malinterpretes, Aitor se pondrá bien. Creemos en él.


Asintió.


-Tienes razón. Voy a la cafetería, vuelvo en un rato. Por cierto, un placer conocerte.


-Lo mismo digo, Laura.


Se secó las mejillas una última vez y salió de la habitación.


-Lo siento tanto, Aitor. Lo siento tantísimo. No te haces una idea de la noche que he pasado. En vela, preocupado, llorando. Arrepentido.- Le susurré en cuanto la puerta se cerró.


Dejé las flores sobre la mesita de noche de al lado de su cama.


Lo agarré de la mano, de la que no tenía escayolada.


-Soy culpable. Me siento tan culpable. Tan estúpido. Tan gafe. ¿Por qué tuviste que ponerte en mi camino, Aitor? ¿Por qué tuviste que fijarte en Daniela, tío?


Torcí el gesto y apreté su mano.


-Y por miedo te alejé de ella. Y nunca te lo he dicho, pero me tenías acojonado. ¿Y si llegaba a fijarse en ti? ¿Qué sería de mí? ¿Y si llegaba a conocerme de verdad? No soy buena persona. No he sido buena persona... Me arrepiento de cada fallo que cometí con ella. De enrollarme con María. De haberle hecho daño. De que le doliera que tuviera que separarla de ti.


Una lágrima resbaló desde mi ojo a mi barbilla, me la sequé con la mano que tenía libre.

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