Capítulo treinta y cuatro: Perversos.


Rebeca:


Recuperé el conocimiento de golpe, para empezar a vivir mi propia pesadilla. Había sido una estúpida. Había sido muy estúpida. Nada de lo que me proponía servía para perjudicar al cabrón de Fran. Intentaba apuñalarlo, y era lo suficientemente gilipollas como para solo conseguir arañarlo. Intentaba joder su reputación haciendo que practicaran sexo los dos, y acababa yo atada a la silla del salón, sin poder moverme.


Un momento...


Estaba atada a la silla del salón, con un ordenador portátil en la mesa, enfrente de mí.


Damián y Fran se habían vestido, y me miraban enfadados. Aunque eso sí, pude sentir como Damián suspiraba aliviado.


-¿Qué hacemos primero, Damián? ¿La troceamos, o le cortamos la lengua?- Bromeó Fran.


O al menos recé porque bromeara. Estaba acojonada. Dudaba que fuera a salir viva de allí.


Damián cogió las tijeras, y me apuntó con ellas.


-Menuda zorra estás hecha.


Estaba amordazada.


Intenté gritar, pero no pude. Intenté levantarme de la silla, y lo único que conseguí fue que esta diera un brinco.


Damián agarró mi melena, y tiró con fuerza.


Yo me quejé por el dolor, y se me saltaron las lágrimas cuando de un tijeretazo, me la cortó.


-Ahora vuelvo, vigílala, estúpido.- Le dijo Fran, saliendo del salón.


-No es una tarea muy difícil. No se va a escapar de aquí.


Cuando nos quedamos a solas, se acercó a mí y me susurró:


-Fran está loco. No sé cómo te has atrevido a retarlo de esa manera. Tienes suerte de que lo haya convencido de cortarte el pelo, ni te imaginas todo lo que quería hacerte con las tijeras. Pero la verdad es que te lo mereces. ¿Cómo se te ocurre hacernos eso?


Apareció a los pocos segundos por la puerta, con un bate de béisbol bajo el brazo, y una sierra eléctrica en una mano. En la otra mano, llevaba una baraja de cartas. Se sentó en la silla de enfrente de mí, dejando las tres cosas sobre la mesa.


-Como te gustan tanto los juegos, ¿qué te parece si jugamos a uno? Oh, cierto, no puedes responder. Bien, Damián te va a quitar el esparadrapo. Pero te lo advierto, Rebeca. La casa está alejada de todo, y mi mayordomo duerme con tapones en los oídos. Nadie te oirá, y el castigo será peor. ¿Aceptas?


Asentí con la cabeza y Damián, sin ninguna delicadeza me arrancó el esparadrapo de la boca. Sentí como si me hubieran hecho la cera en el bigote.


Sacó dos cartas de la baraja.


Me las mostró.


El tres de corazones, y el tres de rombos.


-Damián te tapará los ojos, y si adivinas donde está la carta que yo te diga, elegirás tú el castigo: Bate de béisbol, o sierra eléctrica, y dónde quieres que te haga cada cosa. Te lo advierto: Dolerá.


Damián hizo lo que Fran le pidió y me tapó los ojos con las manos. Pero entre sus gordos dedos, lograba entrever las cartas. Cuando paró de moverlas, les dio la vuelta. Tres de corazones a la izquierda, tres de rombos a la derecha.


-¿Dónde está el tres de corazones?- Preguntó, sediento de sangre.


-Es la carta de la izquierda.


Fran le dio la vuelta.


-Por cierto, este juego tiene tres rondas. Después pasaremos a otros mucho más divertidos.


Otros mucho más sangrientos.


Otros mucho más desagradables.


El tres de corazones estaba donde yo decía.


Fran estaba disgustado.


-¿Y qué eliges?


No quería elegir nada, pero de los dos, el bate de béisbol sería el menos doloroso.


-El bate de béisbol.


-¿Dónde?


-En... En el brazo.


Fran cogió el bate de béisbol y se acercó a mí sonriente.


Soltó una carcajada antes de golpearme con todas sus fuerzas con el bate en la cara.


Se me saltaron las lágrimas, y sentí que la nariz había empezado a sangrarme con el impacto.


-Toma, ahora dale tú en el brazo.- Le pasó el bate a Damián.


-Ya le has dado tú, tío. Espérate a la siguiente ronda.


Se notaba que no quería pegarme.


-Está bien, tápale los ojos.


Lo hizo, y removió las cartas, como antes. Esa vez también pude ver.


Me destapó los ojos.


Las cartas estaban en la misma posición que antes.


Damián se encendió un cigarrillo.


-¡Menuda idea me has dado, Damián, máquina!- Se le iluminó el rostro.


Damián lo miró con terror.


-¡Fuego!- Exclamó Fran.


Le arrebató el cigarrillo a Damián de entre los dedos, y me lo apagó en el muslo.


Grité de dolor.




Álvaro:


Aquella fue la primera noche en que pude hacerle el amor sin remordimientos. Mi matrimonio se había acabado. Aquella noche, dormimos en mi coche. Ni siquiera nos buscamos hotel. Nos conformamos con nuestra compañía y el asiento trasero de un coche. Una canción en la radio, y vuelta a hacer el amor. Quería disfrutarla. Quería desgastarla. Consumirla entre mis labios. Acariciarla. Besarla. Abrazarla. Aquella noche, por primera vez hice poesía en sus caderas. Los dos marcamos el ritmo. Y quedó una poesía maravillosa. No lloré. Debería de haberlo hecho, pero no lloré a Olivia. Hacía tanto tiempo que ya no sentía nada. Sin embargo por ella... La miré, dormida a mi lado, y admiré su belleza iluminada únicamente por la luna. Había caído rendida, después de la segunda vez que hicimos el amor. Y por ella, me di cuenta, había vuelto a sentirme joven. Había vuelto a recuperar la ilusión.


Mi teléfono comenzó a sonar, y me bajé deprisa del coche, procurando que no se despertara. Estuvo a punto, pero no lo hizo. Respondí al teléfono ya en el parque de al lado de donde dormíamos esa noche, sentado en un banco, al fresco.


-¿Qué has hecho, Álvaro?- Preguntó mi hermano mayor, al otro lado del teléfono.


Ya se había enterado.


-Lucas, por favor, no te metas en esto, ¿quieres?


Respiró profundamente.


-¿Que no me meta en esto? ¿Tienes idea de lo irresponsable que eres? ¿Ves normal abandonar a Olivia para irte con dios sabe qué zorra?


-Frena, Lucas. No la conoces, no la llames zorra.


Guardó silencio durante tres segundos.


-Está bien, joder, hermano. ¿Dónde estás? Dime por favor que no estás con ella.


-Por Dios, Lucas. ¡Dile ya que venga!- Escuché a Mariana, mi cuñada, decirlo.


-Estoy con ella.- Respondí.


-Pues llévala a su casa. O si estáis en la suya, qué sé yo, vente para aquí pitando.


-¿De verdad tenemos que discutir mis decisiones esta noche, Lucas? ¿De verdad que no puede esperar?


-Hombre, no sé si puede esperar. Eso deberás decidirlo tú. Creemos que Olivia está teniendo un aborto natural. Estamos en el Hospital General Gregorio Marañón.


De golpe el mundo se me vino abajo.


-Voy para allá. Con María.


-Álvaro, no creo que sea el mejor momento...


-Me da igual si no entra siquiera al hospital. Me esperará en el coche si es necesario. Pero no puedo llevarla a su casa tan tarde.


-¿Qué es una adolescente?- Preguntó irónico.


-Ya la conocerás.


-Me cago en tu madre, Álvaro. No puedes ser tan imbécil de haber abandonado a tu mujer por una adoles...- Gritó. Corté la llamada y corrí a mi coche. Iba a ser una noche bastante movida.

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