Capítulo sesenta y uno: Tan cerca.


Álvaro.


-¿No eres un poco mayor para ella?- Fue lo primero que me preguntó en cuanto Eli nos dejó solos para que pudiéramos hablar.


-Quizás. Pero estoy enamorado de ella y ese sentimiento no entiende de edades.


-Venga ya. ¿Leíste esa frase en un libro? Claro que el amor entiende de edades. Sois muy distintos, vivís de una forma distinta, incluso sentís las cosas de distinta forma. Por eso no estáis juntos, ¿o me equivoco?


Torcí el gesto. Él sonrió.


-¿Me has hecho venir solamente para refregarme en la cara que no estamos juntos o hay otro motivo detrás?


-Hay otro motivo, por supuesto.


-Te escucho.


Carraspeó.


-Quería preguntarte unas cuantas cosas, respecto a ella.


Me reí.


-Definitivamente eres un crío.


Él me miró enarcando una ceja. Mi respuesta lo había pillado desprevenido.


-¿Qué has dicho?


-Lo que has oído, ni más ni menos. No eres más que un niño, David.


Me miró serio.


-Sólo quiero saber qué pasó entre vosotros, en qué le fallaste, por qué no quiere saber nada de ti...


-¿Eso es lo que te ha dicho María?


No respondió. Se cruzó de brazos, y pude ver sus ojos brillantes mirándome fijamente.


-¿Para qué quieres saber qué pasó entre nosotros? Ahora eres tú quien está con ella, ¿no? ¿Qué más da lo que pasara antes?


-Ella no quiere contármelo, pero, por las cosas que escribe, le tuviste que hacer muchísimo daño.


Aquella conversación me estaba doliendo y no llevaría a ninguna parte, sólo a más dolor. Era el momento de cerrarla.


-Si le hice daño o no, ya te encargarás tú de cuidarla. Porque es lo que tienes que hacer; cuidarla. María es un diamante. No seas tan estúpido como lo fui yo de dejarla escapar y... No seas tan estúpido tampoco de citarte con sus ex para saber qué ocurrió en el pasado. Pareces buen chico, aprovecha que estás con ella y sed felices. Ahora, si me permites...


Me levanté. No le di tiempo a responderme. Salí del bar.


Dos lágrimas cayeron de mis ojos y murieron entre mis labios.


Entonces, sentí una mano apoyarse en mi hombro y atraerme con fuerza.


Apoyé la cara en su hombro y me permití llorar mientras ella, con la otra mano, me acariciaba la espalda.


-Lo siento... No he podido evitarlo y he oído la conversación que habéis tenido David y tú... En menudo lío te has metido, profe. Pero tranquilo, mi niño, llora todo lo que quieras, todo lo que necesites, que hoy comes en mi casa.


Alessandra.


Y la tenía delante de mí otra vez, tan bonita como siempre. Guardaba las distancias conmigo y ni siquiera me saludó con dos besos en las mejillas. Habíamos quedado en el parque de enfrente del edificio de Yago porque nos pillaba de paso a las dos y la estaba esperando sentada en un banco de piedra, lo más lejos posible de quienes paseaban por allí, cuando se sentó en el mismo banco, pero no a mi lado, sino en el otro extremo.


-¿Cómo estás?- Le pregunté cuando la descubrí ahí tan callada.


-Eso da igual, dime qué quieres contarme, dejémonos de cortesías.


-Está bien. Eme, ¿tú... piensas que estoy loca?


Torció el gesto.


-Sí, lo pienso.


Sonreí.


-Eso me consuela, porque lo que voy a preguntarte no es... fácil para mí. Ni siquiera es correcto que me plantee estas cosas.


-Pero date prisa, por Dios. No quiero que nadie me vea contigo.- Una expresión de asco se le dibujó en el rostro y yo tuve que tragarme las lágrimas para no derrumbarme una vez más delante de ella.


Fui directa al grano.


-¿Crees que Amalia podría seguir viva?


Levantó las dos cejas y acto seguido, se puso en pie.


-¿De verdad no tienes ninguna excusa mejor por la que hacerme perder el tiempo viniendo hasta aquí?- Me preguntó.

Comment