Capítulo diecisiete: La rosa. [EDITADO]


Laura:


Me despertó el timbre de mi casa.


-Hola, ¿puedo ayudarte en algo?- Escuché a mi madre preguntar, desde el recibidor.


-Soy un amigo de Laura, ¿puedo verla?


Me enderecé en la cama, apoyando la espalda en el cabezal.


Los escuchaba perfectamente porque la puerta estaba entreabierta.


-Claro, pasa, aunque está durmiendo. ¿Cómo te llamas que la avise?


-Aitor.


-Yo soy Catalina, encantada, Aitor.


Sonaron dos besos, y los pasos de mi madre acercándose por el pasillo.


-Laura, ¿estás despierta?- Preguntó, abriendo la puerta del todo.


-Sí, sí, mamá.


-Ha venido a verte un amigo tuyo, Aitor. –Bajó la voz para susurrarme lo siguiente-Está bastante bueno, como decís los jóvenes. ¿Le digo que pase?


Me sonrió, me guiñó un ojo y salió sin esperar siquiera mi respuesta. Me había visto en la cara que quería que entrara.


-Pasa, Aitor.- Escuché que le decía mi madre.


-Muchas gracias, Catalina.


Los pasos de Aitor se acercaban a mi habitación.


-Buenos días, bonita.- Me saludó, desde el marco de la puerta.


Llevaba algo escondido tras la espalda.


-¿Qué haces aquí?


-¿Me dejas pasar?- Me preguntó, con media sonrisa.


-Claro, pasa, siéntate.


Hizo lo que le pedí, pero antes de sentarse, me mostró la rosa roja que llevaba a la espalda.


-Guau, ¿y esto?


-Verás, anoche me quedé pensando en ti. Y bueno, quería agradecerte de alguna forma todo lo que haces por mí. Ahora vístete, anda. Quiero llevarte por ahí a desayunar.


Parecía que Aitor presentía lo que se nos venía encima. Parecía que sabía que después de ayudarle, desaparecería para siempre de su vida. Parecía que se resistía a dejarme marchar sin saber siquiera que me acabaría yendo. Me destapé y me puse en pie.


-Sal, no querrás que me vista delante de ti.


Me sonrió y salió de mi cuarto, con la rosa en la mano, y en ese momento, volvió la voz, seguida de una carcajada.


-Estás siendo tan patética tonteando de esa forma con él. ¿No te das cuenta de que le das pena?


Abrí el armario y rebusqué entre mi ropa, tratando de ignorar la voz. Trataba de joderme el día, y no iba a conseguirlo.


-¿Crees que ignorándome desaparecerá el problema?


Parecía estar a punto de enfadarse.


-Gorda.


Yo seguía en silencio, buscando en el armario mi camiseta negra de tirantes.


La voz soltó otra carcajada que me retumbó en los sesos.


-Eres una gorda estúpida. Aitor se está riendo de ti, y tú vas detrás de él como su perrito faldero. ¿No te das cuenta de que está enamorado de Daniela? Tú eres su segundo plato, foca.


-¿Mamá, dónde está mi camiseta negra de tirantes?- Grité, desde delante del armario.


-Lavándose, cariño. Ponte otra.- Respondió mi madre, en un grito desde el salón.


-Oh, qué pena. La gordita no va a poder ir de negro para esconder sus chichas. ¿Con qué vas a impresionar ahora a Aitor, cariño?


Cogí mi camisa vaquera que me quedaba holgada, unos pantalones vaqueros oscuros ceñidos, y del zapatero, unos zapatos negros de tacón. Cerré la puerta, me quité la ropa y me puse el conjunto.


Chúpate esa, Mía.


Fui al cuarto de baño para peinarme.




Aitor:


La madre de Laura me había dado un jarrón con agua, y dejé la rosa en él, encima de la mesa del salón. Unos minutos más tarde, Laura salió del cuarto de baño.


Iba preciosa, con el pelo recogido en un moño despeinado. Un mechón de pelo caía a cada lado de su cara, por sus hombros, cubriéndole las orejas. Sonreí.


-¿Nos vamos ya?


-Espera, que cojo el bolso.


La esperé unos segundos. Catalina me miraba sonriente. Cuando Laura salía con el bolso ya colgado, yo me despedí con dos besos en las mejillas.


-Encantado de conocerla.


-Igualmente, corazón. Y cuídamela, ¿eh?


-Mamáaaa...- Se quejó Laura, roja como un tomate.


Salimos los dos, y una vez en el ascensor, empezó a reírse a carcajadas.


-Estás loco. ¿Cómo apareces así en mi casa? Mi madre se va a pensar cosas que no son.


Pulsé la tecla de la planta baja y las puertas se cerraron. El ascensor comenzó a descender lentamente. Enarqué una ceja.


-¿Ah sí, y qué cosas no son?- Me reí, contagiado por sus carcajadas.


-Mi madre está loca, la rosa que me has traído era lo que le faltaba para confirmarlo. Seguro que piensa que eres mi novio.


Noté calor en los mofletes.


-Por tu cara no veo que te desagrade la idea.- Me burlé de ella, intentando disimularlo. Me dio un manotazo, sin dejar de reírse.


-Hombre, no quiero que mi madre se piense lo que no es. Ya sabes cómo son las madres.


Captó el cambio en mi cara, porque se tapó la boca con la mano, y agachó la cabeza. Dejó de reírse de golpe.


-Lo... Lo siento.


-No pasa nada.


-Dios, soy imbécil. ¿Cómo he podido estropearlo así? Lo siento, Aitor.


Cogí con delicadeza su barbilla, para que me mirara a los ojos. Quería decirle que no se preocupara, que no pasaba nada, que lo había superado. No quería que se sintiera mal por su comentario, que sin duda, no había tenido ninguna mala intención. Pero fue mirar directamente los ojos que la noche anterior había dibujado, esos preciosos ojos del color de la miel, y perdí el control. La atraje hacia mí, y la besé, sin explicación.


Primero fue un roce de labios, y luego un baile de lenguas.


Hasta que llegamos a la planta baja.

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