Capítulo seis: Besos de Judas. [EDITADO]


Daniela:


La noche estaba al caer, y Yago y yo caminábamos por Roma, camino a nuestro edificio. Aquella noche cenaría con él, y cuando Esmeralda terminara de hacer el inventario de la librería, se uniría a nosotros en su casa. Había dejado de llover, y caminábamos de la mano. Él me la había cogido nada más salir de la librería, y yo no había tenido el valor de soltarme. Parecería una borde, y por cogerme de la mano, no invadía mi espacio personal.


Aunque a Fran no le gustaría... Y eso me hizo por un momento desear soltar su mano. Pero no quería. Yago solo era mi nuevo amigo, y en un rato, le hablaría de Fran y ya nunca me vería como algo más. Si es que en aquel momento me veía como algo más.


-¿Qué te ha parecido Eme?- Me preguntó de repente.


-Parece buena gente. Me ha caído bien.


Rió.


-Eme es la mejor, no puedes dedicarle sólo esas dos frases tan cotidianas. Me insultas, es como una hermana para mí.


Solté una carcajada.


-Sólo he hablado cinco minutos con ella y me parece agradable.


-Eme es genial, simplemente.


-Oye, ¿y hablando tan bien de ella, nunca ha habido nada entre vosotros?


Me miró a los ojos.


-Ni de coña. Ni está conmigo, ni me haría gracia que saliera con nadie. Demasiado daño le han hecho ya.


Me mofé.


-Oh, eres todo un hermano mayor.


Él se puso serio.


-Se nota que no conoces a Eme. Es demasiado frágil. Enseguida se enamora, y lo da todo por una persona, y siempre es esa persona quien la destruye. Estoy harto, Esmeralda debería de poder tener a quien quisiera a su lado, a alguien que de verdad la mereciera, y no sólo a...


Se calló. Estaba tan centrada en la conversación que estuve a punto de cruzar la calle sin mirar, y un coche tocó el claxon. Yago tiró de mí para sacarme de la carretera. Con el escalón tropecé, y casi caí encima de él. Él era poco más alto que yo, y nuestras bocas se quedaron a unos pocos centímetros.


-Vaya, estaba a punto de preguntarte si tú tenías novio, pero veo que quieres pasar directamente a la acción.- Se burló de mí, y yo me aparté sonrojada de él.


-Eres un capullo.


Soltó una carcajada.


-¿Sí? Pues este capullo acaba de salvarte la vida. De nada.


Le di un manotazo, pero no pude evitar reírme yo también.




Fran:


No supe nada de ella en toda la tarde. Tampoco volví a llamarla. Estaba enfadado con ella por haber hablado con Aitor. Pero lo estaba más por haberme prohibido a mí hablar con Rebeca, y ella acabar hablando de mí, con él, a mis espaldas.


Subí las escaleras del metro de Sol, y en la puerta estaba Damián, esperándome, como habíamos acordado.


Estreché su mano, y él se lanzó a mis brazos y me estrechó en un abrazo. Yo me deshice de él.


-Sabía que lo necesitabas, tío.


-Bueno, ¿vamos?- No le respondí, no quería que me abrazara, y menos en mitad de Sol; cualquiera podría pensar que éramos una pareja de homosexuales, y eso me avergonzaba.


-Espérate un segundo. Mi amiga está que llega.


Le sonreí.


-¿Tu amiga? ¿Hay algo que no me has contado, Damián?


Él frunció el ceño.


-No, no. Sólo es una amiga.


-Conociéndote por cómo lo dices, has intentado algo con ella y te ha rechazado.- Me burlé de él.


Se puso rojo, y miró para otro lado.


-Mira, por ahí viene.


Cuando la vi, no podía creerlo.


-Estás tonto, tío. ¿La amiga de la que hablabas es Rebeca?


En ese momento, se acercó a nosotros.


Saludó a Damián con dos besos en las mejillas, y me miró a mí, temerosa.


-No sabía que habías quedado con él.- Le comentó a Damián, refiriéndose a mí.


-No mientas, Rebeca. Lo sabías perfectamente.- Le respondió mi mejor amigo.


Ella se rió.


-Está bien, no miento. Me alegra mucho verte, Fran.


Me dio dos besos en las mejillas a los que no me dio tiempo a responder.


-A mí no.- Le respondí.


Damián se puso serio.


-Vamos, enterrad el hacha de guerra. Aunque sólo sea esta tarde.

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