Capítulo treinta y dos: Consecuentes.


Álvaro:


Olivia estaba cenando sola cuando entré a la cocina.


-¿Dónde estabas?- Me preguntó, levantando la mirada.


-Olivia, hay algo que quiero contarte.- Me senté en la silla enfrente de ella.


-¿No quieres que lo tenga?- Me preguntó.


-No... Quiero decir, no es eso. Claro que no es eso.


Pareció decepcionada con mi respuesta.


-Tú sí quieres tenerlo, ¿no?


-No lo sé. Esta mañana me parecía un milagro, pero no lo sé Álvaro. Hace tiempo que... Debo de estar loca o algo, por Dios. Pero hace tiempo que, cuando vuelves, hueles a perfume de mujer. Pero tú me dices que estás con amigos, y yo te creo. Hasta que a la noche siguiente, vuelves oliendo exactamente igual. Y yo no uso ese perfume.


Me quedé mudo.


Ella llevaba tiempo sospechándolo.


-No me hagas preguntártelo, por favor. No hagas que me convierta en la esposa celosa y paranoica que no quiero ser.


-Olivia, yo...- Agaché la cabeza.


-Ya lo sé, ya lo sé. El embarazo me está volviendo loca. Sé que nunca me harías algo así, pero necesitaba comprobarlo. Estoy acojonada, Álvaro. Siento que esto se nos puede quedar muy grande.


-La verdad es que sí. Lo que quiero decir es que sí, lo que sospechas es la verdad.


Me miró, con la boca abierta. Se le resbaló el tenedor del dedo y golpeó el plato.


-Pe... Perfecto.


Empezó a llorar.


-Olivia, no llor...


-Ni se te ocurra decirme que no llore, cabrón. Te estás follando a otra. ¿Desde cuándo? ¿La conozco? Dime por favor que no la conozco, cabrón.


-Olivia, tranquilízate.


-¡¿Que me tranquilice?! Eres un hijo de puta. Eres un pedazo de mierda. ¿De verdad te estabas follando a otra y volvías a casa como si nada, a follarme a mí?


-Lo cierto es que... Nunca encontré el momento de decírtelo. Tú no podías tener hijos, y eso me ahogó. Luego volvía, y me pedías que te hiciera el amor, y me repetía a mí mismo continuamente que no era el momento de contarte que lo nuestro se estaba muriendo. Tenía miedo, Olivia.


-No se estaba muriendo, una zorra lo mató. Y tú, que eres gilipollas.- Me gritó.


-Tranquilízate, por favor.


-Vete, Álvaro. Hazme el favor. No quiero dormir esta noche en la misma casa que tú, mañana cuando vuelvas, me habré ido. Pero esta noche no te quedes, por favor.


Lloraba desconsoladamente.


-¿Dónde vas a ir sola?


-A la mierda, ¿qué te importa? Vete, Álvaro. Vete, por favor.


No dije nada más, y me dispuse a salir, pero ella me detuvo.


Se secó las lágrimas.


-Espera. Quiero hacerte una última pregunta, y quiero que seas sincero. Porque esta va a ser la última vez que nos veas.


La miré, interrogante. Más tarde me daría cuenta de que con el "porque esta va a ser la última vez que nos veas" se refería a nuestro hijo y a ella.


-¿La... la amas?


-La amo, sí.


Antes de cerrar la puerta, escuché su llanto, y cuando la cerré, solo silencio.


Estaba seguro de que llamaría a mi hermano, era cuestión de minutos.




Daniela:


Llevábamos ya unos chupitos de más, y el humo de la hierba aún me seguía haciendo cosquillas en el cerebro.


La luna llena iluminaba el cielo nocturno, y al mirarla casi podía adivinar una cara en ella. Cerré los ojos con fuerza.


Me tocaba preguntar a mí.


-¿Cómo descubriste que te gustaban las chicas?


-Eso ya te lo he contado: Alessandra, antes siquiera de venir a Roma. Bebes.


-Mierda.- Murmuré, y me bebí otro más de whisky. Estaba empezando a ver borroso.


-Mi turno. ¿Si no tuvieras novio, qué pasaría?


-¿Qué pasaría de qué?- Le pregunté yo.


-Con Yago.


Enarqué una ceja.


A mí Yago no me gustaba. Me caía bien, pero no entraba en mi prototipo de chico, para nada.


-¿Con Yago?


-Sí, con Yago. Es evidente que si no tuvieras a Fran esperándote, entre vosotros dos pasaría algo.


No podía estar más equivocada.


-Te estás confundiendo, Eme. A mí Yago no me gusta lo más mínimo.- Lo dije con toda la seriedad que el alcohol y la marihuana me permitieron.


-Venga, va. Bebe dos, que la mentira está clara.


-Enserio, Eme. Es guapo, pero no.


Me creyó. Se le iluminó el rostro. Con mi siguiente pregunta, se ruborizó.


-¿Estás... celosa?


Sonrió.


-No, claro que no.


-Tómate dos.- Se los serví yo misma, y ella los aceptó, mirándome de reojo.


Los dos vasos golpearon la mesa, ya vacíos.


-Me toca a mí, ¿no? ¿Alguna vez has probado con una chica?


Quien se ruborizó fui yo.


-No, claro que no.


-Mientes.- Se rió Eme. Me sirvió dos chupitos.


-Está bien, está bien. Te lo contaré si me perdonas esos dos chupitos, estoy que no puedo beber más.


Me miró, curiosa y apartó los chupitos de mí.


-Adelante.- Sonrió.


-María, mi mejor amiga y yo teníamos muchísima confianza. Íbamos por ahí como si fuéramos novias cuando éramos pequeñas. Y de vez en cuando, nos dábamos besos en la boca.- Le conté la historia, ruborizada.


-¿Y te gustó?


-Eso es hacer trampas, me toca a mí.


Eme me hizo un gesto con la mano para que hiciera la pregunta.


-¿Por qué estás celosa?


-Porque... Porque Yago para mí es como mi hermano, y me aterroriza que llegue otra, y estropee la relación tan maravillosa que tenemos.


Me tomé el chupito correspondiente porque la creí.


-Además, tú eres tan... Increíble. ¿Te gustó el beso con María?


-No, claro que no. De haberme gustado, no estaría con Fran, estaría con ella. De todas formas, apenas recuerdo si me gustó o no. Como ya te he dicho, tendríamos nueve o diez años.


-Qué graciosas.- Se rió, imaginándonos a María y a mí, y me agarró de la mano.


Yo me reí también, y apreté su mano sobre la mesa.


-¿Vamos al coliseo? De noche es precioso.


Acepté.


Nos levantamos, recogió la botella casi vacía y cogió los dos vasos.


Pero no llegamos a ir, porque volvió a dejar la botella y los vasos sobre los brazos, me agarró de la mano, me miró a los ojos, y se mordió el labio.


Me atrajo hacia ella y me abrazó con fuerza.


Yo me dejé atraer por ella y le acaricié la espalda.


Estuvimos unos segundos así. Podía sentir su respiración agitada en mi nariz.


Y sin separarnos ni un segundo, bajo el cielo estrellado de Roma en la terraza de aquel edificio, con el coliseo de fondo, me besó.


Me besó entre los acordes de una canción de Tiziano Ferro; Ti scatterò una foto, que se escuchaban desde esa altura por el bar que había debajo de su edificio.


Me besó, y no me aparté. Es más, pasé la mano por su nuca para atraerla aún más. Y me empotró contra la puerta metálica que daba a las escaleras. Y nos continuamos besando, con el frío metal traspasando mi ropa. Y por un segundo, se separó. Supe por su mirada que estaba tan impresionada como yo. Y volví a atraerla hacia mí. Y ese segundo beso tuvo tanta magia como el primero.

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