Capítulo treinta y siete: Batallas perdidas.


Damián:


Fue extraño, pero no me rebotó el pecho por el impacto de la bala. No caí con fuerza al suelo, moribundo. No se estrelló la bala contra mi cráneo y me mató. Porque no había bala.


-¿Ves como puede ser divertido? Siéntate, ven. No tientes más a la suerte, cabronazo.


Señaló la silla que estaba al lado de la suya.


Y no tuve la valentía de seguir jugándomela. Preferí sentarme a su lado y observarles a hacerme el héroe y perder la vida.


-Vamos, tesoro. Di dos números.


Rebeca, desnuda estaba sudando por todos los poros de su piel.


Empezó a llorar.


-¿Por qué me haces esto? Si quieres matarme, hazlo, pero no me tortures más, hijo de puta.


Fran se acercó a ella, y le apuntó con la pistola, presionando con el cañón en el centro de la frente.


-Dos números. Ya.


Se agachó, para estar justo a la altura de su cara, para mirarla directamente a los ojos.


Rebeca negó con la cabeza. En una situación tan delicada, decidió morir de pie que vivir de rodillas. Rebeca tenía la valentía que a mí me faltaba. Quizás es que simplemente fuera estúpida, porque le escupió a Fran en un ojo.


Éste se tambaleó, en un acto reflejo, se llevó las dos manos al ojo, y gracias a dios, apretó el gatillo sin ningún objetivo en el punto de mira. Y así fue como el gilipollas de mi mejor amigo casi se vuela la cabeza, siendo derrotado por una chica desnuda y atada a una silla.


La bala creó un estallido al salir. La bala que iba para mí, hizo una brecha en el techo del salón.


Fran soltó la pistola, que cayó a sus pies. Tenía la cara desencajada, en una mueca de sorpresa total. Se limpió el escupitajo del ojo, miró a Rebeca directamente a los ojos de nuevo, y le dio una bofetada con todas sus fuerzas, girándole la cara.


Rebeca volvió a mirar a Fran, llena de odio.


-No te haces una idea de cuánto me habría alegrado si esa bala llega a matarte.


-¡Que te calles, zorra!- Le gritó, agarrándola del poco pelo que le quedaba, y tirando con fuerza, como si pudiera levantarla en peso de la silla a la que estaba atada.


La abofeteó de nuevo. Un par de veces. Cada bofetada más fuerte que la anterior.


-¡Que pares puto loco!- Le grité.


No me di cuenta de que lo grité, hasta que Fran no me miró con su mayor mirada de asesino, y se agachó para recoger la pistola.


Volvió a apuntarme a mí.


-¿Quién te crees que eres para hablarme así? Eres un puto maricón de mierda. ¡Gallina! ¡Perrito faldero!- Me gritó.


¿Gallina? Pues estaba de un brinco en pie. A un metro de distancia de él.


-¡¿Perrito faldero yo?! Mírate tú, Fran. Un loco, maltratador, cuya única meta es ganar siempre. Tratas a tu novia como si fuera un premio, un objeto, dinero. Y tienes los cojones de pegarle a una mujer atada, y de protegerte de tu mejor amigo con una pistola. Tú sí que eres valiente, sí.


Cerró los ojos con fuerza, le temblaba la mano que portaba la pistola. Sabía que dentro había otra bala. Y no quería dispararme, pero le había herido el orgullo.


En un acto reflejo, antes de que apretase el gatillo, le solté una de mis patadas voladoras. Tantos años jugando al fútbol me hacía tener casi más puntería con los pies que con las manos. Lo mío no era ser portero.


Se quejó por el dolor, y el arma salió disparada al otro extremo del salón.


Volví a soltar otra patada, que le dio de lleno en la cara, y lo derrumbé.


Un segundo más y habría agarrado el bate de béisbol para partirme la cara. Pero le pisé la mano, y se retorció de dolor bajo mis pies.


Le intenté dar otra patada más en la cara, pero esa vez se cubrió con los brazos.


Él era más rápido que yo moviéndose, pero en cuanto a reflejos estábamos igualados. Ninguno de los dos tenía muchos.


-Ya está, Rebeca. Ya se ha terminado esto.- Le dije, girándome hacia ella.


Fran seguía retorciéndose de dolor, y yo aproveché esos segundos para soltarle una de las manos del apoyabrazos de la silla.


Liberada de una mano, se le iluminó el rostro al mirarme.


-¡Damián, cuidado!- Me advirtió Rebeca.


Fran ya se había puesto en pie, y estaba detrás de mí.


En cuanto me giré hacia él, me golpeó con el bate de béisbol en el centro de la cara, hizo que perdiera el equilibrio con el golpe, y caí a los pies de Rebeca, que intentaba soltar la cuerda de la otra mano, utilizando, apurada, la única que tenía libre.


Fran se abalanzó sobre mí. Me dio cuatro puñetazos en la boca, haciendo que me sangrara el labio, hasta que logré cubrirme, entonces, siguió con el bate de béisbol. Me daba en los brazos, y golpe tras golpe, me los estaba adormeciendo. Cuando ya no podía cubrirme más, lanzó el bate, que cayó más o menos donde estaba la pistola, y me siguió golpeando con su puño en la cara.


Hasta que la vista se me emborronó. Notaba la cara muy hinchada. Notaba la sangre resbalarme por la mandíbula hasta el suelo.


Entonces, se detuvo en seco.


-Dios, Damián, no hagas que te mate. No te metas en mi camino, porque te mataré, y no quiero hacerlo.


Se levantó de encima de mí, y caminó hasta la pistola. Se agachó y la cogió. En un par de zancadas, estaba junto a Rebeca. La cogió de la muñeca, y volvió a atarle esa mano a la silla, retorciéndosela.


-Ni se os ocurra hacer ninguna tontería, llevo la pistola encima, y está cargada. Vuelvo enseguida. Como os mováis, no dudaré en disparar, os lo juro.


Rebeca estaba aterrorizada.


Intenté levantarme, pero me fallaban las fuerzas. Todavía conservaba las tijeras en mi bolsillo. Si pudiera alcanzarlas, podría apuñalarle.


-No te muevas, Damián. Ya lo has oído, no dudará en disparar. Saldremos de esta, en algún momento, esto se acabará.- Me previno entre susurros.


Enseguida regresó Fran. Se agachó a mi lado, me apuntó con la pistola, y me tendió el vaso de agua.


-Ponte derecho, y bebe.


Intenté sentarme, pero estaba destrozado.


-¡Que te pongas derecho, maricón!- Me gritó, apretando el cañón de la pistola contra mi sien, con fuerza.


Hice lo que me pidió.


Saqué fuerzas de donde no las había, y me puse derecho, entonces, disimuladamente busqué las tijeras en mi bolsillo. Las tenía empuñadas, pero también tenía su pistola en mi sien.


-Abre la boca.- Me ordenó.


Me coló tres pastillas.


-Como las escupas, te vuelo la cabeza.


Me las tragué, acompañadas del vaso de agua que ni siquiera dejaba que sujetara yo.


-Te habrás preguntado por qué el portátil sigue ahí, ¿verdad, Rebeca? Tranquila, todas tus dudas se resolverán. Cuando las pastillas le hagan efecto.




Aitor:


En ese momento, a mi cuarto entró mi padre. Aquella noche no me descubrió dibujando. Parecía agotado, arrastraba los pies, y tenía la cara marcada por las ojeras y las arrugas que le había dejado el paso de los años.


-Aitor, ¿qué haces despierto todavía?


-Estaba... leyendo algo sobre el curso, ya sabes, para repasar. No quiero perder el hilo el curso que viene en algunas asignaturas.- Mentí lo mejor que supe.


Mi padre pareció satisfecho por un segundo con mi respuesta, pero enseguida torció el gesto. Ponía exactamente la misma cara que ponía yo cuando me sentía culpable.


-Creo que estas vacaciones deberías de descansar, hijo mío. Es muy probable que el año que viene no continúes con tus estudios donde mismo, ¿sabes?


Mi padre nunca quería que descansase de los estudios... Además, ¿en qué momento habíamos decidido que no estudiaría en el mismo instituto?


-Papá, yo tengo pensado seguir en el mismo instituto, terminar el último año e ir a la universidad, pero en Madrid.


-He estado hablando con tu madrina. ¿Te acuerdas de Rocío? Me ha estado convenciendo, y creo que tiene razón. Lo mejor que podría hacer por ti es dejarte vivir con ella. Podrá encargarse de ti más que yo, hijo. Te dará una vida mejor de la que yo puedo darte.


Tragó saliva.


-Pero... Eso significaría separarme de Daniela, y de mis amigos. La tía Rocío vivía en Toledo, ¿no?


Mi padre soltó un suspiro.


-Esa es Lola, Aitor. Lo siento muchísimo, pero yo ya estoy mayor. Tu madre murió hace mucho, y yo tengo cáncer... No me queda mucho aquí, lo más sensato será que sea ella quien te cuide; la tía Rocío, que vive en Tenerife.


-No puedes... No puedes hacerme esto, papá. No puedes mandarme a Tenerife. Aquí tengo muchos amigos, papá.- Balbuceé.


-Bueno, y seguiréis siendo amigos. Hoy en día con internet puedes tener amigos en todas partes. No dejes que tus amigos te corten las alas, puede ser una gran experiencia para ti.


-Me niego. Pronto seré mayor de edad.


-¡¿Pronto?! Para eso quedan dos años. Eso es mucho más tiempo del que seguramente me queda aquí.


-Papá, me niego a irme a Tenerife a vivir.


Suspiró, rendido.


-La decisión ya está tomada, Aitor. Puedes hacerlo ya, o esperarte unos meses. Pero... cuanto antes lo hagas, más sencillo será adaptarte para ti.

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