Capítulo cincuenta y tres: No tener valor.


Laura:


Quedamos en la entrada del hospital. Me esperó sentada en los escalones de la entrada, y en cuanto me descubrió buscándola con la mirada, confundida, se levantó y caminó hasta mí.


-Laura, ¿verdad?- Me preguntó, junto a mí.


Asentí con la cabeza.


-¿Olivia?


Me dio dos besos en las mejillas.


-Perdona la pregunta, que voy a hacerte, pero llevo todo el camino en el taxi dándole vueltas. Creía incluso que se trataría de una broma de mal gusto, ya sabes. Pero... ¿Por qué la policía te ha entregado el teléfono de Aitor a ti?


Sonrió con timidez.


-Es una buena pregunta. Bueno, ¿me acompañas dentro y voy respondiéndote? Imagino que estarás deseando verlo.


Asentí con la cabeza, y la seguí dentro del hospital.


-Debí de actuar como su madre para el resto de policías, inconscientemente. Y digo para el resto, porque quien me entregó su teléfono es un amigo mío del cuerpo y él... Bueno, él sabe que yo no tengo hijos. Pero, viendo cómo he cuidado de Aitor, sabe que puede confiar en mí para darme su teléfono.


-¿Entonces un policía te ha dado el teléfono de Aitor por un sexto sentido?


-No ha sido un sexto sentido, Laura. Christian me conoce de sobra. Se le podría llamar sexto sentido a que te lo esté entregando a ti. Tú lo conoces más que yo, ¿no es así?


Me tendió el aparato, y yo lo acepté.


-Así es. ¿En qué habitación está?


-Sígueme.


Atravesamos un pasillo, donde me crucé con Álvaro, mi profesor de Educación física, que esperaba delante de la puerta de una habitación, nos detuvimos delante del ascensor, y subimos a la primera planta. Al final del pasillo, Olivia se detuvo. Con el rostro serio delante de una puerta de madera azul.


-Aquí es.


-¿Debería... de tocar?- Le pregunté, nerviosa.


El corazón me volaba en el pecho.


-Está él sólo en la habitación. Pasa, yo te espero en la cafetería. Tómate el tiempo que quieras. Me está esperando allí un hombre que también decidió acompañar a Aitor, el que los policías pensarán que es su padre.


Le sonreí, asintiendo con la cabeza.


-Tranquila. En un rato bajo, y me lo presentas.


No me respondió. Dio media vuelta, y se alejó por donde habíamos venido.


Respiré profundamente.


El corazón se me iba a salir.


Abrí la puerta.




Rebeca:


-Mi vida, ¿cómo estás?- Me preguntó mi madre en cuanto entró, con los ojos empañados en lágrimas.


Mi padre cerró la puerta.


-¿No lo ves?- Le respondí.


Hecha un desastre. Con un collarín y una escayola, y postrada a una cama. Había tenido el valor de saltar, sin embargo, seguía viva. Hasta para eso era una desgraciada. Saltar no fue difícil, tenía motivos de sobra. Lo difícil fue continuar viva. El peso de todos esos recuerdos espantosos continuaba en mi memoria, haciendo presión, y ni saltando desde mi balcón, pude librarme de ellos. Al contrario, más tarde descubriría que había sido la peor decisión de mi vida, y que me condicionaría para siempre.


Estaba frustrada, y la pagué con mi madre.


-Cariño, te pondrás bien.- Me animó, cortada.


-No tienes ni idea, mamá. Hay que estar ciega para no darse cuenta, joder. No voy a ponerme bien.


En ese momento, alguien golpeó la puerta de mi habitación, y sin esperar una respuesta, entró. Era una doctora, con cara de pocos amigos, con una voz horrible que siempre utilizaba, estuviese celebrando ser la premiada de la lotería o dándole el pésame a alguien en un entierro.


-Rebeca, ¿estás presentable?


Mi madre se giró hacia ellos.


-Claro, pase.


Pero ya estaba dentro.


-¿Son tus padres, Rebeca?- Me preguntó.


-Sí.- Respondió mi madre.


Mi padre estaba mudo.


-Señora, si no le importa, le he preguntado a Rebeca.- Le respondió la doctora, torciendo el gesto.


Mi madre agachó la cabeza.


-Antes que nada, me gustaría hablar con ustedes, ¿me acompañan?


Mis padres asintieron con la cabeza.


Mi madre me dio un apretón en la mano en la que no tenía la escayola antes de salir de mi habitación.


Pude sentir la mala noticia antes de que me la dijeran.


Sabía la mala noticia antes de que nadie me la dijera.


No sentía las piernas debajo de las sábanas, aunque no le había dicho nada a nadie.


En cuanto la puerta se cerró, volvió a abrirse, con mi profesor de Educación Física. Lo supe por su voz, porque ni siquiera pude girar el cuello para mirarle.


-¿Puedo pasar?- Me preguntó.


-Claro, Álvaro. Adelante.




Laura:


Me paré en la habitación frente a él.


Estaba tumbado en la única cama, con los ojos cerrados, una máscara de oxígeno le daba la vida, y el electrocardiógrafo medía con ese sonido agudo los latidos de su corazón al lado de su cama.
Lo contemplé en silencio. Estaba completamente inmóvil.


-Deberías de despedirte de él.


Mía estaba ahí también, a mi lado o dentro de mí, no sabría decirlo.


-Cállate.


-Aitor va a morir. No deberías de hablarme así, porque cuando él muera, yo seré todo lo que tengas.


-Estás loca, Aitor no se va a morir.


Se rió.


-¿De verdad soy yo la que está loca, Laura?


-¿Puedes dejarme un segundo a solas con él?- Le pedí por las buenas, ignorando que se burlara de mí. Por las malas, con Mía no conseguiría nada.


Sentí que asentía con la cabeza, sentí que sonreía llena de orgullo, sentí que se evaporaba, y del mismo modo en que estaba, dejó de estar.


Suspiré, unos segundos después de comprobar que ya no estaba.


-Aitor, Aitor, Aitor...


Los ojos se me llenaron de lágrimas, y las que ya no cabían me resbalaron por las mejillas.


-Si pudieras escucharme discutir con Mía, pensarías que estoy loca, lo sé. A veces, siento vergüenza. Porque sé que en cualquier momento puede volver a aparecer, y puede sacarme de mis casillas, y estando rodeada de gente, discutir con ella. Puede hacer que todo el mundo crea que estoy loca, porque sabe cómo hacerlo. Ella me conoce demasiado bien, y sabe dónde me duele, conoce todos y cada uno de mis puntos débiles, y sabe que tú... Eres una de las cosas que más me duelen. Me has hecho sentir que volaba, durante mucho tiempo. Me has hecho sentir que podía gustarle a alguien, me has hecho sentir que había encontrado a mi alma gemela, y que no es que pudiera gustarle a alguien, es que podía gustarte a ti. He sido una cobarde, Aitor. Tú querías ayudarme, y yo rechacé tu ayuda. Tú eras la única persona que se había dado cuenta de lo que me ocurre, y lejos de apoyarme en ti, te lo negué todo. Y por eso, ahora estamos como estamos. Pero Mía no va a tener razón, te juro que no. No te vas a morir. Vamos a salir de esta, juntos. Y voy a contártelo todo, mi vida. Cuando despiertes, y vas a hacerlo, las cosas cambiarán. No puedes morirte sin que te llegue a decir que... estoy... enamorada de ti.


Cuando terminé de decirlo, ya estaba llorando a mares.



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