Capítulo treinta y tres: Castigo.



Lucas:


-Tranquilízate, Olivia. No llores más, voy para allá.- Era todo lo que podía decirle, después de intentar entender el motivo por el que me llamaba a esas horas llorando. Me había despertado el odioso timbre del teléfono fijo, y a mi esposa también.


-Tu hermano es un cabrón. ¿Cómo me hace esto después de tantos años? Lo siento, lo siento, Lucas. Sé que es tu hermano, pero es un cabrón. Encima, lo último que me dice es que la ama. ¡La ama, Lucas, y a mí que me jodan!- Gritó entre llantos. Tuve que apartarme el auricular para que no me reventase el tímpano con su aguda voz.


-Tranquilízate. Enseguida estoy ahí, pero tienes que tranquilizarte.


Mi mujer abrió un ojo y me miró. Estaba junto a la mesita de noche, aferrado al teléfono, intentando hablar lo más bajito posible para que pudiera descansar. Pero estaba seguro de que los gritos de Olivia se habían colado por la habitación despertándola.


Colgué.


-¿Qué pasa?- Me preguntó, preocupada.


-Mi hermano... Olivia. Ya te imaginas. El imbécil de Álvaro la ha dejado por otra.


Mi mujer se quedó muda.


-Bueno, ve. Pero no hagas mucho ruido al salir, que no quiero que la niña se despierte también.




Fran:


Se había levantado, y ahora la envolvíamos los dos con nuestros cuerpos. Damián restregaba su pene por la parte baja de la espalda de Rebeca, y yo hacía lo mismo por la zona íntima delantera. La agarré de ahí e introduje mis dedos entre sus húmedos labios, haciéndola gemir y disfrutar.


Ella cogió mi mano con delicadeza y la retiró.


Nos miró a ambos, que estábamos sudados.


-¿Sabéis qué es lo que más me pone en el mundo?


Los dos la miramos temerosos. Rebeca era una caja de sorpresas.


Se apartó de nosotros, y me miró a mí directamente.


-El sexo entre hombres. ¿Tú alguna vez...?- Hizo el gesto de comerse un plátano, moviendo con gracia la lengua dentro de su boca, inflándole un moflete.


-No, claro que no. ¡Qué asco!- Exclamé.


Damián me miró.


-¿Y tú?- Le preguntó a él.


-No, nunca.


-¿Lo harías con él? Yo me masturbaré aquí, delante de vosotros. Y después, los dos me la meteréis. De todas las posturas que queráis. Pero es que... Me apetece mucho verlo.


-Claro que no tía, ni loco.- Respondió Damián.


-No te preocupes, Damián. Nadie tiene por qué enterarse, además, es más el morbo que otra cosa. No puedes dejarme así. Además, la tiene pequeñita. Ni lo notarás, te lo aseguro. No me dejes tan insatisfecha.


Damián me miró, seductor y me empujó al sillón.


Caí sentado, y él se agachó delante de mí, y comenzó a masturbarme.


-Hay confianza tío, no te pongas tenso.- Me miró directamente a los ojos.


Yo me relajé. Claro que había confianza. Además, bastaba con cerrar los ojos y hasta disfrutaría pensando que era una tía. Aunque me perdiera la masturbación de Rebeca desnuda enfrente de mí.


Pasó la lengua por mi glande, sin dejar de mirarme a los ojos. Y yo los cerré, para evitar recordar ese momento, para poder mirar después a Damián a la cara sin pensar automáticamente en mi polla entre sus labios.


Gemí cuando se la metió entera en la boca.


Y se la sacó. Y la volvió a meter. Jugueteando con su lengua alrededor del tronco. Besó mi glande. Mierda, qué placer. Y bajó por mi pene, besándomelo. Y gemí cuando agarró uno de mis testículos entre sus labios y aspiró con fuerza. Fue maravillosa la sensación de tener un huevo dentro de la boca de mi mejor amigo. Lástima que se acabara con lo que parecía el flash de un móvil. Abrí los ojos. Damián seguía centrado en su tarea. Lo aparté de un manotazo. Ahí estaba Rebeca, frente a mí, grabándonos con su teléfono móvil, sin masturbarse, con una sonrisa de satisfacción en la cara.


-Cuando llegué a mi casa caí en la cuenta de que el navajazo no había sido más que un pequeño arañazo. Y que te merecías pagar por todo el daño que me hiciste. Y Damián también, por todo lo que me puteó con las puñeteras fotos. Aquí tenéis lo que os merecéis, que todos sepan lo que los chicos perfectos hacen a escondidas. Pero tranquilos, yo me voy, podéis seguir. Que veo que a Damián le estaba gustando.


Dejó de grabar, y Damián y yo nos levantamos del sofá y corrimos tras ella. Aún estaba desnuda, no iba a salir de la casa sin vestirse antes. Damián fue el primero en alcanzarla, estaba junto a las escaleras que daban a la planta de arriba. Forcejearon por el teléfono durante unos segundos, hasta que Damián la empujó y se golpeó la cabeza con las escaleras. El móvil cayó al suelo a su lado. Rebeca estuvo inconsciente el tiempo justo para, aún desnuda, atarla a una silla del salón.




Olivia:


Antes de que llegara Lucas, intenté tranquilizarme. Pensar en qué haría; a dónde iría, dónde viviría, y qué haría con el bebé. La mejor opción era abortarlo, pero no iba a hacerlo. Ese bebé era un regalo de Dios, un milagro. No iba a quitarle la posibilidad de vivir. No podía, me arrepentiría durante toda mi vida.


También estaba preocupada por la esposa de Lucas y su hija. ¿Me había comportado como una histérica llamándolo a esas horas? ¿Habría despertado a toda la familia? Esperaba que no, porque yo no quería que Mariana me viera como una mujer inmadura, después de la excelente relación que habíamos tenido durante todos esos años. Era posible que me hubiera comportado como una cría; como se comportaría Ana, su única hija al pillar una rabieta. Pero es que el hermano de Lucas me había roto el corazón en mil pedazos yéndose con esa zorra. Tenía que comprenderlo: No hay un manual sobre qué hacer cuando tu marido te abandona por otra.



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