Capítulo nueve: Entrada al Donna. [EDITADO]


Daniela:


Ni siquiera fui a mi casa a cambiarme de ropa. Sabía que si volvía, mi madre no me dejaría salir de nuevo. Primero fuimos a casa de Eme, quien me dejó un vestido y unos zapatos de tacón. Por suerte, teníamos la misma talla, y aunque los zapatos me rozaban un poquito, prefería eso a arriesgarme a no salir de nuevo.


Después, fuimos a la discoteca. Yago conducía lento, y Eme y yo estábamos en el asiento trasero. Ella se estaba liando un porro de marihuana, con cuidado de que no se le cayese el contenido con cualquiera de los baches de la carretera. Pasó la lengua por el lado que pegaba del papel, y cuando terminó de hacerlo, me miró triunfante.


-¿Fumas?- Me preguntó.


Con un gesto de la mano, dije que no.


Bajó la ventanilla, se sacó un mechero del bolso, y se lo encendió.


Soltó una bocanada de humo blanco y se rió.


-Deberías probar esta hierba, Yago. Está de lujo.


En ese momento, nos detuvimos en un semáforo en rojo, y Yago alargó la mano para coger el porro y darle una fuerte calada.


Empezó a toser, y se lo entregó a Eme de nuevo.


-Está muy fuerte, fúmatelo tú que yo tengo que conducir.


Puso de nuevo el coche en marcha cuando el semáforo se puso en verde.


Entonces, Eme apoyó la mano que tenía libre en mi muslo, y yo puse la mano sobre la suya. Habíamos encajado bien esa peculiar chica y yo a pesar de lo distintas que éramos. Entonces, reparó en el anillo de mi mano.


-¿Ese es el anillo que Fran te regaló?- Me preguntó.


Yo asentí con la cabeza.


El olor de la marihuana me estaba mareando.


-Así que va enserio lo de casaros, ¿eh?


-Fran y yo estamos muy enamorados, no es de extrañar que quiera hacerlo.


-¿No crees que es pronto para dar el paso?


-Eso es exactamente lo que pienso. Por eso discutimos antes de venir.


Eme negó con la cabeza, disgustada.


-Debería de entenderte. Por cierto, ¿seguro que no quieres?- Preguntó de nuevo, refiriéndose al porro.


Cuando negué con la cabeza, le dio una última calada y lo tiró por la ventanilla.


-Daniela, si aceptas un consejo, cariño, no te cases. Eres demasiado joven y corres el riesgo de arrepentirte. Créeme, cuando estás enamorada, crees que será el hombre de tu vida, pero cuando el tiempo pasa y... descubres que no puedes desear a nadie más, es cuando todo se desmorona.


Asentí con la cabeza.


-Mejor dejemos el tema por esta noche, ¿vale? Quiero divertirme.- Apreté su mano con suavidad, que seguía apoyada en mi muslo.


Ella giró su mano debajo de la mía y entrelazó sus dedos con los míos.


Diez minutos más tarde estábamos dentro de la discoteca, que estaba a reventar.


Yago enseguida había encontrado un sitio donde aparcar, bastante cerca de la discoteca además. En la cola para entrar solo estuvimos un par de minutos. Enseguida el portero me puso un sello en la muñeca. Dentro había una música que no reconocía por ser en italiano, pero que era muy bailable. Ante nosotros se extendía una enorme pista de baile, con su bola de discoteca, y una barra que iba desde un extremo al otro de la pared del fondo, con una fila de taburetes delante, la mayoría, ocupados por los más mayores del local.


Había una gogó en cada una de las cinco tarimas que habían distribuido por todo el local.


-¿Vamos a la barra a pedir?- Propuso Eme, meneando las caderas al ritmo de la música.


Yago y yo asentimos con la cabeza.


Pasamos por delante de una gogó de pelo azul eléctrico que bailaba con un top ajustado rosa, unos vaqueros tan minúsculos que parecían unas bragas y unos zapatos de tacón que más que tacones eran plataformas de lo altos que eran. Entonces, Eme cogió mi mano. Ella era quien iba abriéndose paso entre la muchedumbre que nos rodeaba.


Busqué a ciegas la mano de Yago, pero no estaba. Tiré de Eme para detenerla.


-No sé dónde está Yago.


Negó con la cabeza.


-No te preocupes, él siempre se pierde en estos sitios. Vamos a pedir, verás que lo encontramos en nada.


Miré en todas direcciones instintivamente, preocupada por él, pero no lo vi. Eme tiró de mi mano, y la seguí.


En ese momento no podía ni siquiera sospecharlo, pero Eme sabía dónde había ido Yago.


Tras colarnos entre la gente, al fin llegamos a la barra.


Una chica morena de ojos azules nos atendió. Eme pidió dos copas de ron con cola y pagó.


-No te preocupes, a esta invita la casa.- Me dijo, guiñándome un ojo cuando vio que le ofrecía dinero.


Me tendió la copa, vacié el botellín de refresco en ella, y Eme hizo lo mismo. Las dos bebimos a la vez. Sonreímos.


-La verdad es que me has caído bien, Daniela.


-Muchas gracias. Tú a mí también, Eme. Pero deja de invitarme a cosas. Las siguientes copas, déjame pagarlas a mí.


-Ni lo sueñes. Además, yo que tú no lo intentaría siquiera; no sabes italiano, y por tanto no puedes pedir nada, ¿bailamos?




Alessandra:


Cuando lo vi acercarse a mi tarima, me senté en ella para quedar a su altura. Sabía, desde que habían entrado por la puerta, que se acercaría a hablar conmigo. Siempre tan protector...


Sonreí cuando quedé a su altura.


-¿Qué tiene para mí el mensajero?- Le pregunté, mirándole fijamente.


Sabía que mis ojos azules, eran capaces de embobar a cualquier chico, y también de seducirlo. Sería divertido probarlo con Yago.


-No estoy aquí para jueguecitos, Alessandra.


-¿Entonces a qué se debe el placer de volver a hablar contigo?


-Esmeralda. Lo vuestro se acabó hace mucho. Vengo a pedirte por favor que la dejes en paz.


Solté una carcajada que silenció la música que salía de los enormes altavoces.


-¿Y si no lo hago?


-No seas cría. Hazlo, ya no por mí, sino por ella. Por respeto. No quiere volver a verte nunca, por eso he venido yo a hablar contigo y no ella.


-¿Eso es todo lo que tiene para mí el mensajero?


Seguí con el chiste.


-Te estoy hablando enserio.


-Yo también. Por cierto, la veo desde aquí. ¿La morena con la que va quién es? ¿Mi sustituta?


-Eso no debería de importarte ya. Porque la dejarás en paz, ¿verdad?


Ahí dentro yo tenía las de ganar. Podía divertirme con Yago todo lo que quisiera y más, porque si llegaba a tocarme, los de seguridad le pegarían tal paliza que estaría sin poder levantarse de la cama una semana.


-¿Entonces lo que me pides es tan sencillo como que deje a mi ex en paz?


Él asintió con la cabeza.


-Mira esto, muñeco.- Le mostré el reverso de mi mano, y doblé todos los dedos, mostrándole sólo el dedo corazón. Me lo había enseñado Eme, y en España significa algo así como que te jodan. Él también conocía el significado de ese gesto porque frunció el ceño. Cuando se alejó, me puse de pie en la tarima, y antes de ponerme a bailar de nuevo, le lancé un beso.


Me encantaba incordiar a los hombres, pero mucho más incordiar a Yago.

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