Capítulo cuarenta y cuatro: Besos y versos.


María:


Y desapareció. Tal y como había aparecido, de pronto ya no estaba. Supuse que él también me había reemplazado, como hizo con Olivia. Supuse que esa mujer con la que hablaba era su nueva novia, mucho más madura que yo. Y me moría de celos. Más aún cuando lo pillé mirándole el trasero a ella descaradamente, mientras yo me esforzaba por fingir que le prestaba atención a David. Habían pasado cuarenta minutos desde aquello, y David y yo estábamos congeniando bien. Mejor incluso que por internet.


-... Y, por eso fue que decidí hacerme esa cuenta. Al principio no quería que nadie me reconociera, menos aún gente de mi antiguo instituto, ya sabes. Por las mariconadas que escribía y que me gusta leer.


-¿Por eso no tenías fotos tuyas en el perfil?


-Por eso, exactamente. No... No lo llevo bien, son muchos recuerdos.


-Aunque bueno, eso es agua pasada.


Mis palabras dibujaron una sonrisa en su rostro.


Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla.


Enseguida, sonrojado, se apartó de mí.


-Pe... Perdona, a veces no controlo bien la situación, ya sabes. No sé cuando puedo besar o no a alguien en la mejilla. Lo siento si te ha incomodado.


Seguramente esa fue la primera vez en la historia del mundo en que alguien se disculpaba por un beso fugaz en la mejilla.


Le sonreí y me acerqué a él para devolverle el beso. Pero esa vez no fue rápido, fue un beso sonoro en su moflete.


-¿Ves? Estamos en paz.




David:


Me había sentido tan cómodo con María que había terminado contándoselo todo. Todo de mí, mi dificultad a la hora de diferenciar entre una muestra pequeña de amistad y algo que podría resultarle incómodo, y eso venía a raíz del acoso escolar, de haber pasado toda mi vida sin que nadie me diese cariño. Y lo de esconderme tras una cuenta ñoña de twitter para que nadie pudiera encontrarme, o saber que era yo. Porque tenía miedo de que los insultos volvieran, de que la gente volviera a llamarme maricón por gustarme más leer poesía que jugar al balón.


La ronda de cervezas la pagué yo, y estábamos a punto de dar nuestra cita por finalizada cuando recordé lo que tenía para ella. Estábamos aún en la barra del bar, y rebusqué entre mis bolsillos, nervioso.


-Tenía algo para ti, pero no lo encuentro.- Estaba apurado, había puesto empeño en escribir aquello para ella, y no lo encontraba. Treinta minutos delante del folio para solo escribir dos tristes versos, que para colmo, había perdido.


María me miraba expectante, y yo comenzaba a sudar.


-Te... Te había escrito un poema, y estoy seguro de que lo llevaba en el bolsillo, pero no está.


Negó con la cabeza, sonriente.


-No te preocupes, David. Si lo encuentras, otro día me lo das.


Tragué saliva.


-¿Significa eso que volveremos a quedar?


-¡Pues claro! Me lo he pasado genial contigo. ¿O tú no quieres?


Me sonrojé.


-Cla... Claro que quiero.




Fran:


La suerte volvió a sonreírme cuando pasé por la puerta del bar Quédate.


Más que Quédate deberían haberlo llamado Fortuna con F de Fran, porque estaba más que comprobado que ese bar me sacaba de todos mis problemas.


Mi relación con Daniela había vuelto a cambiar durante esas dos últimas semanas. Estábamos más pendientes el uno del otro, mucho más disponibles para hablar por teléfono a la hora que fuera. Se estaba convirtiendo rápidamente en una esposa, siempre dispuesta para cuando el marido lo necesitase.


Fue en la puerta del Quédate donde encontré el poema, que por cierto, era una mariconada. Fue en la puerta de la estación de metro donde volví loca a Daniela. Podía sentir sus bragas mojadas a kilómetros. Y no lo hice por eso, no. Aunque aquellas palabras no fueran las mías, el destino las había puesto en mi camino, y podía utilizarlas para recordarle a Daniela que la amaba.


Una vez terminado el mensaje, de tan solo dos versos, hice una bola con el papel y la tiré a la papelera, porque incluso las malas personas deberían de reciclar.


Sonreí cuando vi la respuesta de Daniela en la pantalla de mi móvil.

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