Extra 2

HOLA. Varias personitas me venían pidiendo un extra en donde Frank y Gerard se reunieran y realmente no quería hacerlo porque la sola idea me recordaba mucho a La estrella que me ha de guiar y no quería caer en eso¿? Pero me insistieron más y me gustó la idea (soy tan fácil :c) así que aquí está.









Frank cerró los ojos. Llevaba días con terribles dificultades respiratorias y ni siquiera el oxígeno que día y noche lo acompañaba podía hacer algo para aliviar su malestar. Era como estar viviendo el peor día de su vida una y otra vez, y llevaba viviéndolo desde hacía dos meses, cuando su médico de cabecera le dijo que esa posible asma no era eso sino que un cáncer en estado avanzado. Ni la tecnología ni los medicamentos le dieron esperanza alguna y él asumió que era su fin. Después de todo su esposa le había dejado hace años a causa de la misma enfermedad que cuando joven casi le arrebata la vida y sus hijos, aunque cariñosos y preocupados, estaban grandes y tenían sus propias familias.


Todos los días era visitado en el hospital por sus tres hijos y sus cinco nietos. Los escuchaba hablar durante largas horas y cuando él iba a decir algo repentinamente tenían algo más interesante que hacer. Posiblemente era ese el karma de todas las personas de su edad, aunque de todas las cosas que había hecho le costaba encontrar una mala para con sus hijos.


Siempre había estado preocupado y cuando su esposa murió fue él quien consoló a su familia y no al revés. Y cuando ellos estuvieron bien se marcharon a sus hogares y él tuvo que aprender nuevamente lo que era vivir solo, pero con más de setenta años le resultaba difícil hacerlo. Jamia había sido una excelente esposa, le había dado años maravillosos, pero cuando cerraba los ojos seguía recordando a su gran amor. Era extraño que, después de tantas décadas Gerard siguiera tan metido en su cabeza... podía recordar a la perfección cómo lucía su rostro y como sonaba su voz. Lo recordaba como cuando recién lo conoció, lleno de vitalidad y con color en las mejillas, con ese humor agudo y la fatalidad sobre sus hombros.


¿Gerard lo recordaría a él?


A veces, cuando los dolores eran más intensos, se aventuraba a preguntarse dónde y cómo estaría Gerard. La religión le daba una vaga idea, pero por más que estudiara no podía encontrar un lugar físico para el cielo. ¿Llegaría también él al cielo? ¿Al llegar arriba lo estaría esperando Gerard o Jamia? Esa pregunta taladraba su cabeza... y era extraño el que, a pesar de tantos años, su corazón deseara que fuese Gerard quien le diera la bienvenida al otro mundo.


Aunque cuando se sentía mejor volvía a preguntárselo y entonces todo se volvía mucho más claro. Gerard estaba en ninguna parte, y él también iría a ninguna parte cuando muriera. Y se convertiría en nada... y nunca más sentiría dolor.


Con pesar se removió sobre el colchón cuando la enfermera terminó de acomodar su respirador artificial y absorbió todo el aire posible para llenar sus marchitos pulmones. Sus arrugadas manos temblaron sobre su delgado regazo y cerró los ojos bañados en cataratas cuando, desde el catéter ubicado a un costado de su cuello la morfina comenzó a entrar en su sistema. Era una sensación realmente maravillosa estar en las puertas de la inconciencia, olvidaba que tenía un cuerpo, olvidaba que era viejo, olvidaba que estaba muriendo irremediablemente.


Había tenido tiempo de sobra para pensar cómo se sentía Gerard cuando estaba en esas mismas circunstancias, en una cama similar, con dolores similares. Lo de Jamia había sido más rápido. Un día le dijeron que su cáncer había estado en su organismo todos esos años y que se había adueñado de su sistema óseo y tres semanas más tardes, entre agónicos dolores, había partido finalmente a la edad de cincuenta y pocos años.


Ellos eran personas fuertes y geniales, pero él... hacía mucho había olvidado por qué seguía ahí. Un viejo terapeuta ya retirado, con una pensión de mierda, acompañado sólo por perros... ¿Qué más le quedaba por ver luego de ver partir a los dos grandes amores de su vida?


Se sintió agradecido cuando descubrió que estaba muriendo, pero eso era algo que nunca nadie tendría que saber. Un secreto que se llevaría a la tumba, y realmente esperaba que ese momento fuese pronto.


Sus párpados se abrieron levemente cuando el efecto de la morfina comenzó a disiparse. No sabía qué hora era, pero estaba oscuro y se escuchaba poco ruido en el exterior de su habitación. Llevó una mano a su rostro para alzar levemente la mascarilla, era estúpido hacerlo porque era lo que lo mantenía con vida. Cuando la dejó caer nuevamente sobre su nariz dio un gran respiro y volvió a languidecer sobre la cama. El dolor estaba volviendo a ganar lugar, y entonces no podría dormir... tal y como pasaba muchas otras noches.


Cerró los ojos una vez más y cuando los abrió deseó volver a cerrarlos. Vio una silueta a los pies de su cama, pero le era difícil ver algo que estuviera a más de dos palmos de su cara. Intentó vislumbrar qué era lo que veía, pero el dolor estaba ganando lugar realmente fuerte en su interior y aunque intentó gritar en busca de ayuda nada salió de su garganta. El monitor cardiaco le había sido desconectado a petición de él mismo, porque el pitido le estresaba en sobremanera, pero ahora deseaba tenerlo puesto. Porque realmente sentía que estaba muriendo.


Cuando volvió a abrir los ojos descubrió que ya no estaba en la cama, o si estaba porque se podía ver ahí, pero se estaba mirando desde afuera, ¿Cómo era eso posible? Se vio a sí mismo abrir ampliamente los ojos al mismo tiempo que la boca, parecía estar gritando algo, sus labios se estaban poniendo azules y también sus dedos. Y luego cayó sobre la almohada, y su boca se cerró, su rostro se giró hacia él y sus propios ojos cubiertos de cataratas lo miraron sin ver.


— Lo lamento —escuchó decir a una realmente familiar voz—. No lamento que hayas muerto, porque he estado esperándote por años. Sino que lamento que hayas muerto solo.


— ¿Morí? —Preguntó, y se sorprendió al escuchar que su propia voz sonaba bastante joven. Pero en lugar de seguir pensando en sí mismo se giró para ver de dónde provenía la voz y lo descubrió. Lo vio ahí, parado frente a él, luciendo joven y guapo y sano y sonriente y... era Gerard. Y lucía mucho mejor que cuando él lo conoció, como si no estuviera enfermo, como si no estuviera muriendo. Y eso era porque ya estaba muerto— ¿Gerard?


Gerard asintió y esa hermosa sonrisa de la que se había enamorado se dibujó en sus labios. Se acercó a él sin tener real conciencia de sus pies y se vio reflejado en esos bellos ojos verdes. Lucía bastante joven también, de la edad que tenía cuando lo conoció hace tantos años atrás. Y sus pulmones no dolían al respirar, y podía ver bien, y se sentía fuerte y vigoroso e increíblemente contento porque estaba con Gerard.


— ¿Cómo? ¿Morí? ¿Soy un fantasma? ¿Qué haces aquí?


Gerard sonrió ampliamente y en lugar de responder a sus interrogantes se acercó a su rostro para darle un gentil beso sobre sus labios. Fue un contacto ínfimo y sutil. Algo que ambos necesitaban, un anticipo de los muchos besos que se darían por la eternidad.


Frank estaba tan concentrado en él que por poco no nota que un grupo de enfermeras entró a la habitación. Pero nada podían hacer por él, ya estaba muerto, y precisamente con quién deseaba estar.


— Desde que te enfermaste... lo supe, fue como... como cuando ves la televisión. Así te veía. Te vi envejecer y te vi cuando te quedaste solo y... cuando te dijeron que estabas muriendo. Allá arriba son un poco estrictos, pero me permitieron venir a buscarte para llevarte a nuestro cielo.


— ¿Nuestro? —Preguntó Frank.


— Nuestro —asintió—. En nuestro cielo todos los días es otoño, Vaca está esperándote en nuestra casa. Y hay bastante hierba también. Billie estaría bastante contento ahí —rió Gerard—. Pero no hay espacio para él, para nadie... es nuestro, lo descubrí cuando llegué ahí... siempre estuvimos destinados a estar juntos.


— ¿Entonces qué hacemos aquí? —Apremió Frank— Vámonos ya.


Gerard le sonrió una vez más y besó su cuello. Sus grandes manos de artista lo abrazaron por la cintura y con delicadeza lo giraron para ver su anciano cuerpo sobre la cama. Las enfermeras ya habían asumido que no podían hacer nada con él y habían intentado de intentar revivirlo. De pronto la puerta se abrió de pronto y el menor de sus hijos entró a la habitación. Lucía cansado y desaliñado, y se acercó a la cama, tomó su mano y comenzó a llorar. Su llanto fue tal que deseó volver sólo para decirle que todo iba a estar bien... pero no podía, o no quería hacer eso. Abandonó a Gerard y lentamente se acercó a su hijo. Posó una mano sobre su hombro y cerca del oído le susurró que lo amaba, y que nunca le dejaría solo, al menos no realmente. Sintió a su hijo dar un respingo y supo que su llanto había cesado. Cuando giró la cabeza pudo ver sus ojos y supo que estaba intentando buscarlo, pero no vio nada.


— Es hora —susurró Gerard, y cuando se giró a verlo descubrió por qué. Una brillante luz blanca apareció en donde antes estuvo el ventanal, y a través de la luz podía ver vagamente la sala de estar de la antigua casa de Gerard. Ambos se miraron a los ojos y se sonrieron, y sólo porque querían volvieron a besarse los labios antes de tomarse de las manos y con paso seguro atravesaron la luz con destino a su propio cielo.


Lo primero que escuchó cuando pisó el piso de madera de la pequeña casa fueron los ladridos de Skeleton dándole la bienvenida. En la televisión estaban pasando un documental sobre ballenas, y a juzgar por el aroma había una tarta de manzana en el horno. Sintió los brazos de Gerard en torno a su cintura y suspiró.


Desde ahora ninguno de los dos iba a tener que experimentar la soledad nuevamente, porque iban a estar juntos por toda la eternidad.

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