Capítulo XI


Dormir en el piso del baño no fue tan malo después de todo... No, estoy bromeando. A la mañana siguiente mágicamente desperté en mi cama, mi boca olía a rayos, tenía un fuerte dolor en la cabeza y en las rodillas, y mi cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor frío.


Me senté en la cama a duras penas, todo daba vueltas y noté que el dolor de mis rodillas era por unos terribles hematomas que habían aparecido en ellas, no quería verme a un espejo siquiera. Mis ojos revolotearon por la habitación, Lindsey no estaba ahí. Y a juzgar por el silencio que plagaba cada rincón de la casa, tampoco estaba en algún otro lado dentro de ella. Mis ojos bajaron a mi cuerpo, Lindsey había hecho otro acto de buena fe y me había puesto el pijama. Y entonces recordé porqué tenía que haberme puesto ella el pijama.


Aquel desastroso intento de tener sexo.


No sé de donde mierda vino aquella idea, sólo sé que al despertar, supe que era pésimo. Al menos no se intenta tener sexo luego de una quimioterapia, son las reglas básicas de un canceroso y ahora lo sé. Alguien debería escribir un libro con tips, sería un buen regalo de navidad para un tipo que ni siquiera sabe si llegará vivo a navidad. Con una le sonrisa a causa de mis propias ocurrencias me levanté de la cama, un poco más alentado. Lo bueno de haber alcanzado a desnudarme, es que ella había accedido. Realmente amo las maneras que tiene esta mujer para reconciliarse.


— ¡Buenos días! —le grité a Skeletor al entrar a la sala, él me ladró como respuesta. Quizá no es tan tonto como creí, quizá tiene la cara de idiota solamente.


Dejando escapar un enorme bostezo me encaminé hasta la cocina, al haber vaciado completamente mi estómago la noche anterior, necesitaba llenarlo con algo. Aunque fuese con agua. Al abrir la puerta del refrigerador no me encontré con nada que contuviera más de mil calorías.


Maldita Lindsey y sus drásticas dietas.


Simplemente tomé una manzana y regresé a la habitación, mirando el reloj de pared junto a uno de los cuadros... abstractos de Lindsey. Marcaba las 11.45 am. Fruncí el ceño al recordar algo que hasta entonces había olvidado ¡La cita con Frank!


Corriendo la otra mitad del camino me lancé a la ducha, luego me lavé los dientes y tomé una camiseta negra, jeans y salí corriendo de casa. La cita con Frank era a las 11.30. Billie me había dicho que podía llamarlo cuando necesitara un chofer, pero hay días en los que simplemente no quieres joder a nadie más que a ti mismo. Y al del autobús.


— ¡Creí que ya no llegarías!


Mi terapeuta exclamó casi eufórico al verme entrar por la puerta de su consulta. Se había levantado como si tuviese un maldito resorte en el trasero, en cuanto me acerqué, esbozó una enorme y afectuosa sonrisa, yo simplemente asentí. Desde un primer momento me fascinó y al mismo tiempo extrañó la forma en que este tipo interactúa con sus pacientes, mejor dicho con su paciente; como si realmente le importara lo que sucede con la persona al otro lado del escritorio. Y eso me hace pensar que Frank Iero es especial.


— ¿No tenías citas con otros pacientes hoy? —pregunté alzando una ceja, no se veían fichas ni nada por el lugar. Y sólo entonces recordé que yo era su único paciente. La idea de preguntar qué hacía con sus muchas horas libres en el hospital llegó a mi mente, pero parecía una tontería inmiscuirme en sus asuntos. Quizás más adelante.


— Eres mi único paciente, Gerard —sonrió mostrando sus dientes, yo me encogí de hombros sin saber qué decir al respecto por un lado era triste. Pero también me hacía sentir especial o algo así. — ¿Estás bien, Gerard? —preguntó de pronto, sentándose y haciéndome un gesto para que me sentara en la butaca a la derecha de su escritorio. Yo fruncí el ceño, sin saber bien a qué iba esa pregunta— ¿Cómo te has sentido después de tus quimios? —inquirió ladeando la cabeza.


"Estupendo, tan bien que anoche, mientras intentaba tener sexo con mi esposa que, por cierto, está buenísima, me dio un ataque de vómitos y nauseas. ¡Vomité todo, hasta el alma! Y luego me desmayé en el piso del baño. Mi erección se fue por el desagüe junto con mi orgullo."


— Bastante mal, me duele la cabeza —murmuré estrujándome los dedos. Omitir información por el bien de mi imagen, no es mentir.


— Oh —asintió jugueteando con un lápiz entre sus dedos— Tengo entendido que es muy dura... —susurró haciendo una mueca, para luego sonrojarse completamente en cosa de segundos— Las quimios, quiero decir —se corrigió de inmediato, escondiendo la cara en una libreta de anotaciones.


Lo miré divertido, a punto de reírme a carcajadas. Pero su inexperiencia se me hizo... ¿Tierna? Como sea, sería una crueldad reírme en su cara. Más aun sabiendo que soy el su primer vistazo del mundo laboral que le espera.


— Pero pasará —sonrió nuevamente, sus ojos brillaban.


—Sí, estos efectos secundarios son algo completamente normal —bufé desviando la vista a la pared contraria— Detestaría pensar que soy... remotamente especial.


— Estás molesto, eso también es normal —asintió.


— No estoy enojado —me quejé, aunque ahora no estaba completamente seguro—. ¿Y por qué es normal estar enojado?


— Porque te estás expresando —murmuró— Estás lidiando con esta... enfermedad, es un tema realmente serio y eso hace brotar un sinfín de emociones.


El tipo me miró con una de esas horribles sonrisas de pasta dental, pero que a él le hacía parecer un niño de cinco años disfrutando el día de "Lleva a tu hijo al trabajo". ¿Y es que acaso intentaba ponerme nervioso? ¿Estresarme aún más? Ese tema de intentar fraternizar de igual a igual con tu paciente, realmente NO FUNCIONA.


— ¿Cómo ha estado tu relación con tu esposa? —preguntó de pronto, haciéndome ahogar con mi propia saliva.


¿Es en serio?


— ¿Qué? —fue lo único que atiné a decir.


— Recuerdo que eres casado ¿No es así? —preguntó nuevamente, sin percibir ni un sentimiento en mis palabras. Asentí— Entonces ¿Cómo está tomando ella todo esto?


Quizá, sólo quizá, sea bueno escuchar el veredicto de alguien que no la conoce. Inspiré fuertemente y cerré los ojos, listo para abrirle mi alma a este extraño bufón.


— Últimamente discutimos demasiado y si no estamos discutiendo, no nos estamos hablando en lo absoluto. Ella es artista visual y, se ha enfrascado un montón en su trabajo... me regaló un perro ¿Sabes? Se llama Skeletor, es un... uno de esos perros de carrera, lo jubilaron o desahuciaron, ella lo rescató del refugio de animales... para que no se lo violaran entre 30 perros o algo así —lo escuché resoplar— En fin, ella cree que... regalándome a un maldito perro me sentiré menos solo. Pero no es así.


— A veces las personas...


— ¿Puedo seguir? —lo miré exasperado. Él levanto ambos pulgares y asintió, con ambos ojos bien abiertos. Yo volví a cerrar los míos— Pero no es así ¿Sabes? —Retomé la idea— Me siento malditamente solo. No he hablado con mi madre desde hace, no sé, varios días. No quiero preocuparla más de lo que ya está. Tengo un único amigo, Billie. Pero se lleva terriblemente mal con mi esposa, entonces no puedo decirle que vaya a casa cuando quiere. Y ahora está el tema del hospital y las malditas quimioterapias. Lindsey, mi esposa, no quiere acompañarme. Por una mierda que se inventó sobre un asunto de energías.


— Ah sí, a muchas personas no les gusta mezclar las buenas energías de la casa con las malas energías de lugares como este. Por eso yo tengo muchas plantas y enciendo varios inciensos —sonrió contento de terminar la frase.


— Como sea —rodé los ojos— Con este asunto de las energías, se escuda para no acompañarme. ¿Y sabes? A veces... desearía tener a alguien que de verdad se preocupe por mí, no quiero una madre ni nada... quiero una amiga...


Suspiré fuertemente y abrí los ojos. El lugar se veía más claro. De hecho yo mismo me sentía mejor y menos pesado. La opresión en mi pecho se había desvanecido y... me sentía bien.


— Es bueno que te pongas en contacto con tus emociones —sonrió notando el gesto de alivio en mi rostro— Entonces si estás enojado...


Siguió ¿Es que acaso no podía darme unos minutos de felicidad? ¿No quería agradarme siquiera?


— No estoy enojado —remarqué cada letra. Quizá ahora sí estaba enojado— ¿Hagamos esa mierda de la relajación? —Bufé entre dientes, recostándome sí que él me lo pidiera en la butaca— Con las citaras y todo eso... quiero ir a mi lugar feliz, sentir ese cálido rayo de luz y escuchar el río a mis pies.


Frank reprimió una carcajada, yo tuve que presionarme a mí mismo para no reír. De pronto el aire hostil que por instantes había llenado el ambiente, se extinguía lentamente, al tiempo que la música de relajación hacía su trabajo. Cerré los ojos desde mi lugar en la butaca, de pronto escuché sus pasos acercándose y trayendo consigo su silla para quedar a mi lado, su respiración se tornó lenta y brusca. Y luego posó su mano en mi antebrazo. Mis ojos se abrieron de inmediato, quizá por la sorpresa que produjo su tacto o... por aquel estremecimiento, aquella corriente eléctrica que me revolvió el estómago al sentirlo.


— Lo siento —negó rápidamente, murmurando algo por lo bajo mientras se ponía de pie y rebuscaba algo entre sus cajones.


Yo no dije nada, no sabía que decir.


— Me gustaría que leyeras estos libros —dijo luego, extendiéndome un trozo de papel, sin mirarme a los ojos— Son libros de ayuda y son... bastante útiles. No necesitas leerlos de comienzo a fin, sólo... léelos como a la biblia —enarqué una ceja, sin comprender su analogía— Cuando te sientas mal abre una página y léela, verás cómo te sientes mejor —sonrió.


Su sonrisa se mantuvo mientras volvía a tomar asiento a mi lado, yo guardé el papel en el bolsillo de mi camisa y luego cerré los ojos. Con una sonrisa también en mis labios. Y como lo había pensado, volvió a tocarme el brazo. Acariciando suavemente un trozo de piel. Nuevamente abrí los ojos, fingiendo molestia.


— ¿Vas a seguir tocándome de esa manera? —pregunté entre dientes, él retiró su mano rápidamente.


— Yo... —negó un par de veces— Sólo quiero que te sientas tranquilo...


— No funciona —hice una mueca de molestia— Es, no sé, raro, como si estuvieses cacheteando a una nutria.


— Tocarse favorece la confianza —prosiguió como si no me hubiese escuchado— Es una de las claves para que... nosotros hagamos sentir a nuestros pacientes, un poco más seguros —se encogió de hombros.


¿En serio a mi subconsciente le parece tierno?


— Sí, pero resulta que... no resulta —sonreí con sincero nerviosismo. Maldito niño bonito.


— ¿En serio? —Sonrió también, y así de fácil mi nerviosismo se esfumó— ¿Una nutria? —yo asentí, él rió nuevamente.


— Es escalofriante —exclamé, volviendo a cerrar los ojos.



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