Capítulo XXVI


"Los momentos perfectos no deberían terminar nunca.


Pero la realidad opina exactamente lo contrario."


Puta frase de mierda. Me la repetí cuando todo era color de rosas con Frank en la playa y me la estoy repitiendo ahora, camino al hospital con mi mamá como chofer. Esta mañana regresamos a la realidad. Frank tuvo que marcharse a trabajar y con la promesa de que después de eso iría a su casa a buscar algo de ropa y entonces regresaría a la mía, lo dejé partir. Y luego recibí una llamada de mi médico, tirando estos días de ensueño a la basura.


Me asusta tanto el 'Señor Way, necesito que venga a verme mañana a más tardar.' Que te recitan los médicos por teléfono y luego cuelgan sin dar mayor detalle. Y entonces, muy a mi pesar, tuve que llamar a mi madre y pedirle que me trajera a ver al doctor. La información extra es difícil de procesar cuando estás solo, lo adiviné hace mucho. Estacionamos cerca del automóvil de Frank y miré de reojo, deseando que se le hubiesen quedado atrás algunos documentos para que regresara a su auto y me viera, entonces decidiera acompañarme él, pero eso no sucedió y tampoco sucedería. Esto no es una película de Disney ni nada por el estilo.


— ¿Vas a contarme la buena nueva o no? —dijo Donna de pronto, haciéndome fruncir las cejas por la sorpresa. ¿Se refería a Frank? La miré interrogante— Soy tu madre Gerard, quieras o no soy tu madre. Y me entero de las cosas de una u otra manera.


— ¿De qué hablas? —pregunté intentando sonar natural.


— ¿Lo ves? ¡Igual que tu padre, eres pésimo mintiendo! Hace unos días pasé por tu casa y vi un automóvil que no era el de esa niñita ni el de tu amigo. Tu casa huele mejor, el perro está más gordo y tú estás mucho más feliz. Me gustaría que te vieras desde afuera, tienes una sonrisa de idiota en la cara que no te la quita nadie y tus ojos brillan como nunca antes los había visto.


Sonreí enormemente y me limité a abrazar a mi madre. Siempre había sido un maldito libro abierto ante sus ojos. Y esa era una de las cosas que más me maravillaba de ella.


— Todo a su tiempo —le dije al oído.


— Espero que estés aprovechando el tiempo entonces —replicó soltándose de mi agarre y caminando hacia la recepcionista. La miré sonriente. Vaya que estábamos aprovechando el tiempo, si al sexo y cursilerías se refería— Tu doctor está viendo a otro paciente —me informó al cabo de unos minutos— ¿Por qué no dejas que te page una clínica privada para que te ahorres esta mierda?


— Acá o allá es igual, mamá —contesté inflando las mejillas. Pero mi madre tenía razón, las esperas, incluso las corrientes de aire eran cosas que en las clínicas privadas no había.


— ¿Estás bien? —me preguntó, yo asentí pero fue tarde. Me vio temblar y es que, vaya que hace frío. O quizá sólo yo tengo frío, porque no veo a nadie más temblando— ¿Puedes bajar el aire acondicionado? —mi mamá alzó la voz, dirigiéndose a la mujer con la que había hablado minutos atrás. Me cubrí el rostro con las manos.


— Para nuestra mala suerte —dijo la mujer con voz aburrida—, el termostato central controla la temperatura.


— Mi hijo tiene cáncer —exclamó mi mamá, todos nos miraban.


— Me encantaría poder hacer algo, pero no hay nada a mi alcance. Lo siento —dijo la mujer. Mi mamá comenzó a clavarse las uñas en las piernas, y noté cómo temblaba su quijada. O estaba a punto de golpear a alguien, o iba a llorar. Ninguna de las dos me beneficiaría en lo absoluto.


— Estoy bien, mamá —sonreí posando mi cabeza en su hombro—. Estoy bien...


— Si necesitas algo, sólo dímelo —murmuró, incluso su voz temblaba.


— Así será —suspiré, para no contradecirla. No valía la pena.


— Sólo quiero que recibas la mejor atención, cariño.


— Soy capaz de cuidar de mí mismo, mamá.


— Es tan difícil cuando no dejas que cuide de ti. Muy difícil.


— Pero si dejo que cuides de mí, me trajiste en tu auto ¿No?


Donna rió y bajó una mano hasta mi espalda, haciendo pequeños círculos con sus largas uñas. Yo sonreí también, de a poco las miradas se quitaban de encima.


— ¿Y qué hay de ti?


— Pues... lo más destacable es el grupo de apoyo que fundé hace unas semanas —dijo orgullosa, la miré sin comprender—. Para padres con hijos que padecen de cáncer.


Me alejé instintivamente de ella y me quedé en silencio, observándola. Era algo realmente grande, un grupo de apoyo... quizá eso era lo que necesitaba para superarlo todo y lo que más iba a necesitar para cuando yo ya no estuviera. La sola idea de mi madre sola en este mundo me hacía erizar la piel, después de tanto sufrimiento aun le esperaba más.


— No lo sabía —dije de pronto.


— ¿Cómo ibas a saberlo si nunca me llamas? —respondió, dolida.


Nos quedamos en silencio, sería tonto pedir disculpas porque realmente había evitado llamarla o contarle cosas. Después de todo era mi madre, aunque a veces fuera un dolor en el trasero. De pronto, la puerta de mi doctor se abrió y me llamó por el apellido, yo le hice un gesto con la cabeza a mi madre y caminé hacia él, con ganas de salir corriendo. Entré y cerré la puerta a mis espaldas, el hombre tomó asiento y clavó la mirada en los papeles, luego me miró, estrujando sus dedos.


— Lamento la espera, pero iré al grano —dijo pesaroso. Aquí vamos... — Tu cáncer no está respondiendo a la quimioterapia —comenzó. Una bolsa de arena cayó sobre mi estómago— El tumor continúa creciendo por el nervio, me gustaría decir que podemos extirparlo sin problemas, pero...


— ¿Pero?


— Ya comenzó la metástasis —alzó una radiografía en donde se veían varios puntos blancos junto a una masa del mismo color—. Estos puntos son la metástasis, se irán a varias zonas de tu cuerpo y comenzarán a atacar los órganos.


— ¿Hay algo que podamos hacer? —pregunté, rogando por recibir una respuesta afirmativa.


— Podemos operar. Si escoges operarte, ya tengo confirmación para nuestro mejor grupo de cirujanos. Pero considerando la ubicación y el tamaño del tumor, una cirugía de esta naturaleza pasa a ser potencialmente letal.


— Si me operan... ¿Corro el riesgo de morir?


El doctor asintió—: Nuestros cirujanos intentarán ser muy agresivos. Pero de no tener éxito en extirpar el cáncer, desafortunadamente nos quedaremos sin más opciones.


— Si no me opero... ¿Cuánto? —pregunté de pronto. La sola idea de morir en una mesa de operaciones me aterró por completo.


— En vista de que no seguiremos haciendo quimioterapias desde este punto, porque ya es inútil... de dos a tres meses con medicamentos y monitoreo dos veces a la semana en la central de oncología.


— Y... teniendo en cuenta mi caso, ¿Qué probabilidad hay de que muera si escojo operarme?


— No lo sé. Es... complicado pero, sinceramente... un noventa a noventa y cinco por ciento. Yo no te recomendaría operarte ya que si sobrevives a la operación hay riesgo de que tu columna salga dañada y pierdas la movilidad de las piernas o del cuerpo completo.


Me congelé en mi lugar. Viendo mis opciones... lo que más me convenía era contentarme con mis dos a tres meses y olvidar las demás opciones. Además me libraría de las quimioterapias, sólo me quedaría el día a día... en lugar de, si tengo suerte sobrevivir y quedar postrado hasta el final de mis días. Realmente preferiría morir a ese aterrador futuro.


— No me operaré, doctor —dije finalmente, decidido.


— Te transferiré con uno de los oncólogos, es deseable que sigas viendo a tu terapeuta para que te ayude a aceptar este nuevo horizonte. Te deseo la mejor de las suertes.


— Durante dos meses —sonreí, él me miró serio— Gracias doctor, hasta pronto.


Y sin decir nada más salí a la sala de espera, mi madre me miraba suplicante y se me llenaron los ojos de lágrimas al verla tan ilusionada. Cómo me gustaría poder decirle que vencí al cáncer al igual que ella... pero lo único que tengo son dos meses más. Quizá tres. Es posible que ni siquiera esté aquí para el cumpleaños de Frank. Es tan injusto.


Sin saber cuándo llegamos a eso, mi madre estaba abrazándome, diciéndome que lo superaríamos juntos. Y demonios, estaba harto de esa maldita frase. No lo superaremos, yo ya no lo superé. Perdí.


— Si me operan hay un 90% de posibilidades de que muera en el quirófano, si no me operan... tengo como máximo tres meses de vida. Lo lamento, mamá. Lamento no ser valiente cómo tú, pero... prefiero mis tres meses a morir dentro de una semana en una camilla.


Mi madre se quedó en silencio y se limitó a abrazarme, podía sentir como sus lágrimas empapaban mi camiseta de seguro quedaría manchada con su delineador, pero a la mierda. Quería correr, correr a mi destino más frecuente. Llevaba tanto tiempo sin visitar a Mikey y ahora lo necesitaba más que nunca.


— Vamos a ver a Mikey —le dije a mamá, ella se secó las lágrimas y asintió, caminando hacia su automóvil. Nuevamente miré el de Frank, aunque ahora no sabía cómo decirle que sólo podría estar con él por un par de meses más...



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