Capítulo V


De alguna manera dos semanas completas se habían esfumado ante mis ojos y a toda costa, yo intentaba seguir con mi vida normal aun en contra de las indicaciones del médico. Las quimioterapias tenían mil y un cuidados aparte, además de los contra que le daban a mi día a día. El estómago me daba vueltas sin parar, me desorientaba con facilidad y los dolores de cabeza iban en aumento. Por las noches no podía conciliar el sueño ya que mis analgésicos no hacían efecto alguno. El médico me había recetado empezar con las dosis diarias de Vicodin, pero temía volverme un adicto. Y así, aguantándome los dolores, intentaba continuar con mi vida. Las salidas diarias a correr debían quedar en el pasado, también algunos tipos de comidas y exceso de actividad física. Dijeron que lo mejor sería renunciar a mi trabajo, dado que los malestares estaban recién comenzando y la verdad... preferiría morir ahora a terminar mis días clamando por una dosis de veneno que termine con mi dolor.


— Pediré una licencia médica —suspiré terminando mi taza de café, al menos no me quitarían esto.


— Gerard, no seas terco. No puedes trabajar y al mismo tiempo asistir a las Quimioterapias —terció Billie con el ceño fruncido.


— ¿Entonces qué? El dinero no crece de los árboles —murmuré viendo como su gesto se crispaba aún más, lanzaría un comentario en contra de Lindsey en 3... 2...


— Que trabaje la perra, llevas suficiente tiempo manteniéndola —espetó dándole una violenta mordida a su tostada.


— Lindsey está ocupada con su galería, no puedo hacerle esto —dije con una sonrisa.


Mi amigo negó lentamente con la cabeza y murmuró algo como un "Nunca vas a cambiar" Pero me daba igual lo que pensara, aunque fuese casi mi hermano. Años atrás yo le hice una promesa a mi esposa, la dejaría cumplir sus sueños, nuestros sueños. Y nada iba a cambiar eso, ni siquiera esta repentina sentencia de muerte.


— Tienes cáncer, Gerard. No es un simple resfriado —suspiró, apretando el botón del elevador. Y aunque tenía razón, yo estaba renuente a dejar que mi diagnostico afectara mis planes de vida.


— Tengo que aprender a vivir con esto, lo estoy intentando —tercié abandonando el elevador, siendo seguido de cerca por él.


— Tú sabes que siempre podrás contar conmigo, sin importar nada ¿Cierto? —me dijo él acariciando mi hombro, sus ojos estaban brillantes al mirarme.


Sin dudas Billie Joe, el fuerte, valiente e invencible Billie Joe, se estaba cagando de miedo. No podía moler a golpes a una enfermedad para que dejara de joderme, ambos lo sabíamos. Simplemente había que aprender a vivir con esto, no quedaba de otra.


— Lo sé hermano —sonreí mientras acortaba la distancia entre nosotros para darle un fraternal abrazo.


"Suerte" Musitó a mi oído antes de alejarse hacia su lugar de trabajo.


Tragué saliva, mientras avanzaba por el pasillo hasta la oficina de mi jefe, en una carpeta bajo el brazo llevaba los documentos necesarios para pedir una licencia de trabajo indefinida y así poder llevar mi tratamiento sin contratiempos. Al menos hasta que me mejorara.


— ¿Puedo pasar? —mi voz se adentró en la oficina después de que mis nudillos golpearan tres veces la puerta. Un carraspeo se escuchó desde el interior y lo tomé como un gesto afirmativo.


— Way —dijo el hombre al otro lado del escritorio, no sabía si era un llamado de atención o un saludo. Siempre asemejé su rostro al de los perros 'shar-pei'— ¿Qué quieres?


Con paso firme caminé hasta su escritorio y tomé asiento frente a él. Mis manos temblaron cuando empecé a hojear la carpeta pero me mordí los labios intentando reprimir este gesto de descontrol.


— Necesito una licencia médica —suspiré, su mirada se clavó en mí.


— ¿Por qué?


— Estoy enfermo —agregué aunque era obvio. El hombre alzó una ceja, pidiendo que me explayara— Tengo cáncer. No sé si es curable pero estoy yendo a quimioterapias y mi salud no es la mejor así que lo mejor será tomar una licencia médica.


— Si es así —su gesto se mostró impasible, como si al hablarle de mi enfermedad le estuviera anunciando un lumbago— Tendré que pedirte que firmes la carta de renuncia.


— ¿Por qué? —ahora era yo quien pedía explicaciones.


— El cáncer es algo muy complicado, y si mueres tendré que pagar mucho en seguros y el papeleo ocupa demasiado tiempo. Tiempo que no tengo. Lo mejor será que renuncies —espetó cruzando sus manos frente a su amplio torso.


Ambos nos miramos por unos largos instantes y comprendí que el hombre veía la enfermedad como algo completamente negativo, como la mayoría de las personas. Y es que lo era... pero yo me negaba a verlo todo de ese color. No todo podía ser gris, debían haber más matices en torno a una enfermedad, aunque fuese un terrible negro, debía haber algo más.


— Muchas gracias por su tiempo —murmuré poniéndome de pie y abandonando su oficina para siempre.


Al salir me topé con Billie quien supuso de inmediato lo sucedido y tomó una decisión. En menos de cinco minutos ambos estábamos corriendo hacia la salida del edificio, mi amigo había golpeado a nuestro antiguo jefe luego de renunciar y orinar en su escritorio.


Cabe decir que Billie nunca ha sido muy maduro.


— ¿Y este saco de huesos? —exclamó mi amigo una vez llegamos a mi hogar y Skeletor salió a mi encuentro.


Le había puesto un collar y lo había bañado, era obvio que con esto no se repondría y al ver fotos en Internet caí en cuenta que estos perros eran así de delgados y patéticos. Pero me gustaba, porque era un perro tranquilo, limpio y ansiaba una caricia. Antes de llegar a casa estaba completamente abandonado luego de cumplir sus años de carrera, nadie quiere a un perro jubilado, solo esperan a que muera. Y en cierto modo, Skeletor me recordaba a mí mismo.


— Se llama Skeletor, lo trajo Lindsey hace un par de semanas —contesté enganchándole la correa a su collar.


— El nombre le viene de maravilla —rió él, dejando su mochila sobre el sofá y saliendo detrás de mí. Avanzamos un par de cuadras hasta que nos topamos con Phil, un tipo de recursos humanos que de seguro vio todo lo sucedido. De inmediato nos sonrió y aceleró su paso hasta llegar a nosotros.


— Hola Gerard, Billie —saludó con un gesto de la mano— Estábamos hablando con los chicos y... quieren organizar una fiesta.


— ¿Qué celebramos? —pregunté. El hecho de quedarme sin trabajo no era un motivo para celebrar, o quizá estoy totalmente errado.


— El que por fin se hayan librado del yugo de ese gordo de mierda, además hay que celebrar todas las duchas que tendrá que tomarse para quitarse el olor a orina que Billie le dejó encima —declaró, riendo a carcajadas al terminar.


— Phil, tengo cáncer. Por eso el viejo me despidió —dije en tono neutro, su quijada tembló, al ver mi gesto serio y la confirmación en el rostro de Billie su sonrisa desapareció. En cierto modo, era divertido ver el gesto que ponía la gente cuando les contaba que me estaba muriendo.


— Oh, cielos... —suspiró, acariciándose el corto cabello rubio— Vas a reponerte ¿Cierto?


— Eso espero —confesé— Intento no pensar en eso.


— Es mejor no pensar en si se va a mejorar o no, así el golpe no será tan duro cuando... —Billie terció, quedándose en silencio justo a tiempo.


"Cuando muera" Iba a decir, él ya estaba pensando en lo peor.


— ¿Estás haciendo quimioterapias? —Preguntó Phil, yo simplemente asentí— Mi tío tuvo cáncer a la próstata, estuvo un tiempo con quimioterapias y se mejoró.


— Espero tener la suerte de tu tío —sonreí de lado. Billie se había quedado callado, con la vista pegada en el piso.


— Voy a extrañarte en la oficina, a ti también Billie —dijo con una sonrisa—. Tengo que terminar la nota de las cataratas de Iguazú.


— Ya quiero leerla —murmuré y con un gesto de la mano se alejó en la dirección contraria. En cuanto se fue retomé mi camino, siguiendo a Skeletor que paseaba contento, pero Billie no siguió caminando, estaba estático sobre la acera, con la cabeza gacha y un aura oscura a su alrededor.


— ¿Vienes? —pregunté apuntando hacia delante con mi pulgar, él levantó la mirada. Tenía los ojos rojos por las lágrimas contenidas.


En un par de pasos acortó la distancia y me abrazó fuertemente, estrechándome contra su cuerpo. Suspiró y pude sentir sus lágrimas caer sobre mi hombro, Billie tenía miedo, era evidente. Y el hecho me choqueaba, porque nada en el mundo podía asustar a Billie Joe Armstrong.


— No quiero que mueras —dijo con un hilo de voz, intentando fundirse conmigo en un abrazo— Si te mueres yo...


— Eso no va a pasar —intenté reconfortarlo con palabras vacías, mi mano libre acarició su despeinado cabello negro— No voy a morir ¿Entendido?


Él se limitó a asentir, su mano empezó a acariciar mi espalda de la forma más torpe posible, pero por alguna razón me resultaba agradable, casi reconfortante. Sin poder evitarlo mis lágrimas empezaron a fluir también. La verdad es que yo tampoco quiero morir.


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