Capítulo XX


Lindsey estaba en silencio, con los brazos cruzados al igual que yo, mirándome a los ojos o intentando encontrarlos en la oscuridad. Suspiré fuertemente, con la imagen de Frank sonriéndome complacientemente aún en mi cabeza. "Casi fue una perfecta cena" Me dije chasqueando la lengua. Quería quejarme pero... era tiempo de aceptarlo, las cosas nunca me salían bien. Simple. La miré, ella parecía exasperada y nerviosa, pero al mismo tiempo tenía una pregunta intentando escapar de sus rojos labios. Alcé las cejas y de su boca borboteó un sollozo.


— Gerard —dijo sorbiendo por la nariz— ¿De verdad quieres seguir con esto?


Ladeé la cabeza, sin entender completamente su pregunta o intentando darle algún contexto. Es que... a pesar de todo ¿Aún tenía la audacia para formular una pregunta así? Vaya. Lindsey inhaló fuertemente por la nariz y luego alzó los brazos, exhalando por la boca. Dijo algo más, pero no le presté atención porque no quería seguir escuchándola pero no podía sólo voltearme e irme. Después de todo seguía siendo –al menos legalmente- mi esposa.


— ¿Quién es él? —preguntó nuevamente, asumiendo que yo no contestaría su anterior pregunta.


— Es Frank —respondí—. Un amigo.


Amigo... suena mucho menos patético que terapeuta y, creo que a estas alturas del partido ya somos amigos. Ella asintió mirando por sobre mi hombro.


— ¿Va a quedarse a dormir? —me dijo mirándome a los ojos y comprendí el contexto de esta pregunta en particular. Varias veces ella bromeó diciendo que cualquier día yo la cambiaría por un hombre. Aunque nunca me sentí gay o bisexual. Me limité a asentir y ella estalló en llanto nuevamente. La vi temblar y estremecerse, abrazarse a sí misma y yo simplemente la observaba. En otro tiempo la habría contenido, abrazado, calmado pero... en el presente no provoca en mi más que lástima y algo de repulsión. — ¿Estás bien? —me preguntó secándose las lágrimas. Yo asentí nuevamente— Gerard háblame —me pidió con la voz quebrada, la miré y sonreí de lado—. Quería decirte que lo siento mucho, todo lo que pasó.


— Yo también —dije finalmente, ella sonrió y en sus ojos noté ese peculiar brillo de antaño.


— Sé que no fue fácil... —sollozó, el que sacara el tema a la superficie nuevamente me enfermaba terriblemente. Apretando los ojos moví mis manos frente a mi rostro y ella se quedó en silencio, observándome.


— Lamento no haber ido al tu inauguración —dije chasqueando la lengua, pensando en una excusa. Pero la imagen de ella besuqueándose con ese desconocido volvió a mi memoria y con voz agria, agregué—. Pero te odio demasiado cómo para querer ver tu cara sólo porque sí.


Me miró con los ojos bien abiertos, buscando un indicio en mi rostro que le dijera que, efectivamente, yo estaba bromeando. Pero eso no pasó y simplemente asintió—: Me alegra que no hayas venido. Fue un desastre. Nadie compró mis cuadros.


— Qué extraño —murmuré alzando una ceja, poniéndome un post-it en la mente con un "Quitar el cuadro de la sala" escrito con tinta roja— Son realmente buenos.


— ¿En serio? —me preguntó con rostro suplicante, sus oscuros ojos sumergidos en los míos.


— No —sonreí— Son pésimos. Lo siento.


Lindsey se quedó en silencio por unos minutos, con la vista fija en su calzado. Yo miraba hacia el interior de casa, podía ver a través de la ventana de la sala sus sombras moviéndose de un lado a otro, podía escuchar sus pasos y a ratos, los ladridos de vaca.


— Gerard —suspiró mirándome a los ojos nuevamente, con ambas manos a la altura de su barbilla, en una especie de plegaria— No quiero que nos separemos, voy a cambiar. Podemos empezar desde cero y yo seré mejor esposa.


Suspiré fuertemente y alcé la vista al cielo. Las primeras estrellas centelleaban en el negro manto. Cerré los ojos e inspiré, intentando así aclarar mis pensamientos. Pero nada pasaba. Quería... quería encontrar un resto de lástima, de pena, de recuerdos de tiempos pasados, de buenos recuerdos. Pero no había nada, al menos no algo que valiera realmente la pena. Algo que significara un cambio. Algo que la pusiera antes que a Frank en mi corazón.


Pero no encontré nada.


— Deberías irte —dije sin mirarla siquiera, en un momento la sentí más cerca mío, intentando abrazarme. Y entonces me alejé, bruscamente le empuje hacia atrás y ambos perdimos el equilibrio por instantes—. En serio, será mejor que te vayas.


— No quiero irme Gerard, quiero quedarme contigo... me necesitas, te necesito —sollozó, las lágrimas brillaban en su cara y no producían en mi ningún sentimiento noble.


— No, Lindsey. Vete —alcé la voz dando un paso hacia atrás— ¡Vete de mí puta casa, ahora!


La sentí estremecerse aún más, la voz de Frank en el interior de la casa se quedó en silencio y también sus movimientos. Podía haber cortado el tenso ambiente con un cuchillo. Lo que más deseaba era evitar el contacto visual con la mujer frente a mí. Lindsey alzó el rostro, inspiró fuertemente y asintió una vez antes de voltearse.


— La caja —dije viéndola alejarse.


— Puedes echar esa mierda a la basura —respondió con voz agria.


— Tu cuadro —agregué, casi llegaba a su auto.


— Lo hice para ti —respondió nuevamente, subiéndose al asiento del conductor y encendiendo el motor.


— Pero yo no lo quiero —dije, aunque dudaba que ella hubiese logrado escucharme.


Suspiré una vez más, me pasé una mano por el rostro y la escena de sólo minutos anteriores se volvió real en mi memoria. La traté cómo la mierda y demonios, se había sentido tan bien. Las comisuras de mis labios se alzaron sin mi consentimiento y luego dejé de resistirme, mordiéndome los labios esbocé una sonrisa y luego una carcajada emergió desde el fondo de mi garganta.


Ya no más Lindsey en mi vida. Ya no más engaños, no más incomodidad, no más mierda que realmente no merezco y no quiero tener a estas alturas. Estoy muriendo y quiero comenzar a vivir realmente. Y ella no podrá ayudarme con ello.


Con fortaleza renacida y sintiéndome realmente bien me giré sobre mí mismo para regresar a la casa, llevando la caja conmigo. Cerré la puerta a mis espaldas y alcé la mirada, Frank me estaba observando y Skeletor estaba recostado en el sofá, mirándonos a ambos. Sonreí, Frank sonrió cómplice.


— ¿Lo escuchaste todo? —Pregunté mordiéndome los labios, Frank asintió lentamente y volvió a sonreír— ¿Qué tal estuve?


— ¿Le preguntas a Frank o al terapeuta? —dijo haciendo una mueca.


— A Frank —aventuré.


— La verdad es que me encantó lo que le dijiste, esa... disculpa mis palabras...


— Estoy hablando con Frank —le recordé con una sonrisa—. Puedes decir todo lo quieras ¿No?


— Entonces, esa perra —lanzó una pequeña carcajada— se merece eso y más. Si quieres a la próxima entrenamos a Skeletor para que le orine encima.


Lancé una carcajada junto a él y Skeletor nos secundó con ladridos, como si comprendiera nuestras palabras. Una sensación aún mejor inundó mi cuerpo, desquitarme con Lindsey se había sentido bien, pero el solo hecho de reír junto a Frank era algo mil veces más gratificante. Sus ojos brillaban como los de un niño y sus perfectos dientes se alineaban bajo esos labios increíblemente dulces.


— Dejó su cuadro acá —dijo él, no en tono de pregunta si no que cómo una afirmación. Yo asentí— Tengo una idea... si no te molesta, se cómo puedes quitarte esa rabia que aun tienes dentro.


Lo miré curioso ¿Qué clase de cosas les enseñaban en la Universidad? Pero yo no perdía nada y si es que de perder o ganar fuera, ganaría. Frank se quedaría más tiempo en casa y si tenía suerte... quizá tendría que quedarse a dormir. Eso claramente estrecharía vínculos.


— ¿De qué se trata? —pregunté alzando una ceja.


Frank se giró y quitó el cuadro de la pared, Skeletor lo siguió con la mirada y al pasar a su lado Frank le acarició la cabeza recibiendo una enorme lamida de vuelta. Frank me hizo un gesto con la cabeza y desperté, imitándolo fui en busca del segundo cuadro y lo seguí.


— ¿Dónde está tu patio? —habló mirando hacia la parte posterior de la casa.


Yo me adelanté a él y sin decir nada, lo encaminé a través de la cocina hasta mi oscuro y pequeño patio. Al salir prendí la luz que alumbraba sólo una parte del mismo y vi, casi con horror, un macetero con un brote de marihuana que Billie había dejado días antes para que la cuidara por él. Soportando el cuadro contra la pared corrí a esconder la maceta detrás del basurero, Frank me miró divertido.


— Yo también fumo hierba ¿Sabes? —Me dijo con una sonrisa en sus labios— Y en la revista de ciencias leí que es realmente buena para eliminar el estrés en pacientes... —pero cortó sus palabras, aunque entendí completamente hacia dónde iban sus palabras.


"En pacientes en tu estado" o "En pacientes terminales"


—Mierda, lo siento... nunca controlo mis palabras y... —comenzó a farfullar nervioso, yo sólo le hice un gesto con la mano. Encontraba estúpidos sus nervios, a estas alturas y con la cabeza completamente calva, tengo más que asumido mi estado y futuro.


— No importa —le dije con una sonrisa conciliadora, sabía que los gestos de mi mano no harían más que empeorar sus nervios. Frank me miraba casi como un cachorro asustado, lo sentí tan vulnerable y sin darme cuenta, acorté el espacio entre los dos, tomé su cara por la barbilla y lo acerqué a mí—. No importa —repetí sintiendo su cálido aliento contra mis labios.


Un nudo se apretó en mi estómago al volver a la realidad, pero ya no podía rebobinar, sólo seguir adelante. Sus ojos se movían frenéticos entre mis labios y mis ojos, más no hizo nada para alejarse. Lentamente me acerqué y acaricié sus labios antes de besarlo. Pronto escuché cómo dejaba caer el cuadro contra el suelo y me abrazaba por la cintura, profundizando el beso. Sonreí internamente y seguí recorriendo su boca, sintiendo su sabor, probando realmente al Frank que no me atrevía a conocer. Casi una eternidad después nos separamos, con los latidos acelerados y con unos treinta grados de temperatura agregados a la normal. Frank respiraba rápido y con dificultad, yo sonreía. Cuando volvimos a mirarnos a los ojos se veía mucho menos nervioso y más decidido.



— ¿Entonces, qué vamos a hacer con estos cuadros? —pregunté para romper la tensión, él sonrió recogiéndolo del suelo y dejándolo contra la pared.


— Esto —dijo él acercándose al cuadro, con la vista fija sobre mis ojos. Yo recorrí el tramo entre sus ojos y su mano derecha, en ella un pequeño encendedor y su llama rozando el lienzo con pintura 100% inflamable. Sólo segundos después, incluso el marco ardía en llamas.





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