Capítulo XLIII


No noté en qué momento las noches y los días se habían fusionado para para nosotros, sólo al interior de nuestra burbuja los días duraban semanas cuando así lo deseábamos. Mis noches, o horas de sueño se habían convertido en las suyas, sólo cuando él caía en la inconsciencia yo podía dormir tranquilo, sabiendo que despertaría incluso antes que él para verlo abrir los ojos. Había días enteros en los que Gerard no despertaba y yo seguía a su lado, cuidando su eterno sueño, había otros, en los que yo le obligaba a cerrar los ojos porque necesitaba descansar su cuerpo. 


Las drogas habían terminado por arruinar parte de su cerebro, podía notarlo. Sus momentos de lucidez habían disminuido considerablemente, a veces... me veía en sus ojos y en ellos no veía nada, era como... como si Gerard estuviera mirando a un extraño pero la confusión en él era tan grande que no decía nada al respecto. Su voz era pastosa y pausada. Había decidido no hablar mucho, porque sus pulmones le cobraban revancha de inmediato. Era increíble cómo, luego de una charla, el aire parecía faltarle de manera tan dramática.


Gerard estaba cerca del final, y ambos lo sabíamos.


Y quizá era porque de vez en cuando me escapaba a la capilla que aquella chica en la cafetería me había prescrito a mirar la cruz, a rezar, a reflejarme en esas otras personas que de rodillas pedían salvación a sus seres queridos o simplemente porque cada vez que amenazaba por quebrarme, los recuerdos de tiempos mejores venían a mi mente.


Había sido corto, habíamos tenido poco tiempo. Pero había sido perfecto. Sabía que había encontrado al amor de mi vida, que cuando la luz de Gerard se extinguiera, no habría nadie más. Porque se ama con esta intensidad sólo una vez en mi vida. Y yo usé todo mi amor en él.


Era de tarde cuando desperté, tenía un hilillo de saliva bajando hacia mi barbilla, me limpié y me acomodé en la cama, Gerard seguía durmiendo, el constante ruido de monitor cardiaco y el gorgoteo del oxígeno me indicaban que Gerard, de hecho, dormía tranquilamente, que seguía conmigo. Intenté no despertarlo cuando me puse de pie y caminé hacia el baño. Tenía una barba de un buen par de días, lucía más delgado de lo normal y a pesar de haber dormido, las ojeras seguían bajo mis ojos, mi cabello se veía aún más opaco y podía adivinar que mi aliento olía a rayos. Por lo menos tenía ropa limpia y estaba duchado.


Luego de orinar y lavarme las manos regresé a la habitación, secándome las manos en la camiseta, Gerard se removía levemente en la cama, su cabello castaño oscuro desordenado sobre su cabeza, abrió levemente los ojos y sonrió, estaba conmigo esta vez.


— Frankie... —murmuró con voz ronca, posando una mano sobre su mascarilla para moverla a un lado cuando me acerqué a besar sobre sus labios, me devolvió el beso y la volvió a poner en su lugar.


— ¿Cómo dormiste, amor? —pregunté acariciando su mejilla, él se encogió de hombros. Tenía grandes dosis de morfina para disminuir la agudeza de sus dolores.


Dejó salir un bostezo y se talló un ojo, me miró unos momentos y luego desvío la mirada, parecía querer decir algo, pero estaba pensándolo o había decidido desechar la idea. Pregunté de todos modos.


— ¿Sucede algo?


— Tuve un sueño... —comenzó, yo tomé su mano y la llevé a mi boca, apoyando mis codos sobre la cama, mirándole e incitándole a proseguir—, tenemos lindos recuerdos en la playa... Frank —volvió a mirarme, juntando sus labios—, quiero ir a la playa.


— Pero Gerard... —repliqué mordiendo mis labios.


Mi respuesta debía ser un directo: No.


Pero simplemente no podía responderle de ese modo, no a él, no con esa mirada que me estaba dando. Y a pesar de eso, no podíamos hacerlo. Ir a la playa significaba tantos riesgos para él, y el solo aventurarse fuera del hospital podría matarlo con su sistema inmune como la mierda. Además estaba el tema de su oxígeno, no podía levarlo por ahí así. Era virtualmente imposible.


— Frank, por favor... ¿No puedes cumplirme este capricho? —preguntó, su voz sonaba herida.


Era obvio lo que quería decir. Él también sabía que le quedaba poco y posiblemente, pronto no habría más oportunidades de cumplir sus últimos deseos. Besé su mano y la dejé caer luego, me incorporé y dejé salir un enorme suspiro. Tenía dos opciones, o me lo llevaba así nada más. O hablaba con el doctor.


La segunda me pareció más atractiva.


— Veré que puedo hacer —dije antes de voltearme, podía ver la sonrisa de satisfacción en su rostro y eso me llenaba por completo.


En el pasillo me recargué contra la puerta, tomando mi rostro entre mis manos, estaba terrado, realmente aterrado. La idea de llevarlo a la playa, a puertas del invierno, con este clima... Gerard podría morir ahí mismo y si eso sucedía sería completamente mi culpa, y, demonios, ni en un millón de años me perdonaría eso.


— Frank —era Bonnie, la enfermera. Se detuvo junto a mí, con unas carpetas en sus manos, vio mi rostro acongojado, a Gerard en el interior de la habitación, a través del cristal, volvió la vista a mí y tomó mi mano, guiándome a las afueras del ascensor al final del pasillo— ¿Qué sucede?


Suspiré fuertemente, mordisqueando mis uñas, miré a la izquierda dónde había unos sofás en torno a una mesita con revistas demasiado antiguas, tomé su mano y la guíe hacia ellos. Ella podría ayudarnos.


— Se trata de Gerard —dije, aunque era obvio. Me pegué contra el sofá, intentando fusionarme con él mientras le contaba su descabellado deseo.


— No es imposible —me dijo finalmente, yo alcé mis cejas—, es peligroso, bastante peligroso. Pero puedo conseguirte un cilindro portátil de oxígeno, tendrías unas cuatro a cinco horas. Es cosa de administrarle sus medicamentos, y procurar no exponerlo tanto a cambios de temperatura.


— ¿Entonces podemos hacerlo? —pregunté meciéndome hacia delante, una sonrisa dibujándose en mi rostro, la pelirroja asintió con una sonrisa similar en el suyo.


Y Dios, podría cumplir su deseo.


Sacarlo de aquel hospital había sido más difícil de lo que había creído, eso sin siquiera tener que esconderlos, y pensándolo, de ese modo habría sido imposible. Cubierto en ropa y un par de mantas Gerard se sentó en su silla de ruedas, sería complicado hacerlo caminar mucho, un error, a decir verdad. Él mismo llevaba su cilindro de oxígeno en el regazo mientras yo empujaba la silla de ruedas hacia el estacionamiento. Allá, luego de que Gerard tomara su asiento en el lugar del copiloto tuve el forcejeo con la maldita silla para plegarla, finalmente lo logré, o eso esperaba, y la guardé en el maletero. Gerard escogió un cd de los Smashing mientras conducíamos hacia nuestro trocito de mar, aquel que tenía nuestros recuerdos más preciados. Fueron casi quince minutos en el auto, con todas las ventanas cerradas y yo intentando mantenerlo en la conversación para que no se durmiera a mi lado.


Pero lo logramos.


Gracias al cielo, el clima no era una perra aquel día, no corría tanto viento y el sol estaba calentando un poco, estacioné cerca de la orilla, de este modo no tendríamos que ocupar la silla de ruedas, tomé el oxígeno de Gerard y le ofrecí mi mano para caminar por la arena, deteniéndonos unos metros cerca de dónde rompían las olas.


Dejé el oxígeno en la arena y Gerard tomó asiento, abriéndose de piernas para que me recostara entre ellas y eso hice, tomé mi lugar en su regazo, siendo protegidos por sus brazos mientras yo sostenía la manta con los míos, mi cabeza en su cuello, sintiendo sus latidos tranquilos a través de su pecho. Por momentos me alejaba sólo para ver su rostro, lucía relajado, sus ojos cerrados, lo vi quitarse la mascarilla por instantes para sentir limpiamente el aroma del mar y luego volver a ponerse su aire enfrascado.


— Tienes que prometerme algo, amor —dijo después de lo que parecieron horas, yo asentí y luego corroboré eso con un 'sí'—. Tú... tienes que prometer que no me dejarás morir sólo.


Mi barbilla tembló ante sus palabras, más no era por el contenido de estas si no que por su significado. Se me hacía estúpido, realmente estúpido después de todo lo que habíamos pasado que él necesitara que yo le confirmara eso con una promesa, pero no quería incordiarle, así que volví a asentir.


— Lo prometo amor, estaré contigo hasta el último momento —contesté bajito, dejando que mi voz se perdiera con el rumor de las olas, lo sentí inflar su pecho, una de sus manos se alzó hasta mi mejilla, acariciando mi piel.


— Te amo Frank, te amo... —susurró, yo mordí mis labios, intentando no quebrarme. No debía llorar, debía darle una tarde perfecta.


Después de todo, cuando esto terminara tendría la vida entera para llorar...


— También te amo Gerard, como no lo imaginas —contesté girando mi rostro para besar su mano, él bajó su rostro hasta besar mi frente, yo giré el mío para depositar un pequeño beso en la parte inferior de su barbilla. Realmente odiaba pensar en eso, pero los momentos perfectos estaban terminando para nosotros.


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