Capítulo IV


La interrogante con respecto a mamá seguía dando vueltas en mi cabeza, era obvio que tarde o temprano se enteraría, después de todo el cáncer y las Quimioterapias te quitan el cabello, te enferman poco a poco y en unos meses te matan. Mamá va a saber que tengo cáncer y cuando muera quizá vaya que va a estar enojada porque no se lo dije antes.


— Creo que tienes que contarle, Gerard —Lindsey comentó finalmente. Desde la noche anterior habíamos estado debatiendo el tema y era obvio que ella no cedería hasta ganar. Así era Lindsey después de todo.


— Tengo que prepararme psicológicamente para eso, mi mamá está loca —refuté, frunciendo el ceño.


Ella simplemente sonrió y detuvo el auto, ya habíamos llegado al lúgubre hospital y mi doctor esperaba adentro. Una de sus manos se posó sobre la mía y con una sonrisa de lado me dijo que tenía que ir adentro. Su sonrisa aparecía con más frecuencia, era como una madre primeriza con su hijo o una esposa devota con su esposo al que no le queda mucho tiempo de vida.


— Sólo quería decirte —suspiré, cerrando la puerta del copiloto y rodeando el auto, ella bajó la ventanilla y me miró—. Estas últimas semanas han sido increíbles. El desayuno de hoy, el que me acompañes... es genial.


— Gracias por decirlo —comentó tomando su labial rojo y empezando a retocarse los labios.


— Gracias a ti —agregué mirándola expectante, pero ella no bajaba del auto— ¿Vienes conmigo?


Era mi subconsciente hablando, esperando que ella me acogiera y juntos fuéramos a enfrentar lo que quisiera decirme el doctor. Frunció los labios y como disculpa me lanzó un fugaz beso.


— Si no te molesta... ¿Puedo esperarte aquí? —preguntó algo avergonzada, pero yo sabía que en realidad no lo sentía en lo absoluto.


— Quizá serán unas cuantas horas —le dije alzando una ceja, ella simplemente asintió— ¿Tres o cuatro horas sentada?


— Gee —comenzó, apretando los labios—, no quiero mezclar ese mundo —dijo apuntando hacia el hospital— con este —agregó apuntándome a mí y luego a ella misma—. Es una cuestión de energías ¿Entiendes?


— Está bien —resoplé inflando las mejillas y comenzando a caminar por el estacionamiento.


Escuché un "Buena suerte" a mis espaldas pero le ignoré. No comprendo cómo puede hablar de toda su mierda de "Energías" cuando se trata de esto, no entiendo por qué intenta desligarse de todo este tema. Ya que si bien me ayuda bastante con todo lo demás, cuando se trata del cáncer es como si la enfermedad no existiera, como si no estuviese acabando poco a poco con mi vida. Me siento malditamente solo en todo esto y tengo miedo, tengo mucho miedo.


— ¿Gerard Way? —una mujer rechoncha dijo mi nombre desde una ventanilla y con un gesto de la cabeza me indicó la oficina de mi doctor.


En cuanto entré a esa oficina quise devolverme por sobre mis pasos, ir a casa y dormir hasta que mis párpados no quisieran abrirse nunca más. Tengo miedo de estar aquí, odio lo desconocido y esto, toda esta enfermedad y el proceso mismo es aterrador. Con un gesto de la cabeza el hombre me saludó y temeroso tomé asiento frente a él, comenzó a hablar en su jerga médica y para cuando terminó, seguía igual de ignorante que antes.


— ¿Me puede explicar bien todo esto? —Murmuré, mordiéndome los labios— Por favor.


— A ver —dijo luego de suspirar sonoramente—. Las quimioterapias van a funcionar por un tiempo, lo que queremos es detener el proceso así que hoy mismo tendrás tu primera quimio, en cuanto salgas la secretaria te dará las indicaciones. El proceso de las Quimioterapias es largo, duro y doloroso. Necesitarás mucha paciencia y autocontrol, para todo esto te recomiendo visitar a un Terapeuta. ¿Tienes para pagar uno particular?


Fruncí el ceño, la verdad no me sobra el dinero. Además luego de la larga conversación con Billie y Lindsey había tomado la decisión de dejar el trabajo, así que mi seguro no lo cubriría. Luego me vi en la situación de pedirle dinero a mamá para esto, y no, no sería una buena idea. Aun procesando todo lo de las quimioterapias, negué lentamente y él asintió. Rebuscó entre sus papeles y luego me extendió un trozo de papel con un nombre y un número "Frank Iero" se leía y suspiré.


— Es uno de los terapeutas que brinda el hospital, llama a ese número para que agenden tu primera cita con él, te recomiendo también que sea pronto, necesitas apoyo de principio a... fin.


Y estrechándome la mano, se despidió. Algo atontado todavía caminé por el pasillo y la misma mujer salió a mi encuentro, le comenté lo de las Quimioterapias y con una maternal sonrisa, me guío a unas enormes puertas dobles con un desde se colaba un terrible olor a muerte. Era una cárcel de cuatro paredes, un enorme recuadro repleto de muerte. En cada una de las paredes habían sofás reclinables y sobre algunos de ellos, personas recibiendo una sustancia por vía venosa, creí que serían todos viejos pero me sorprendí ante esto también, con la sola mirada encontré a niños de la edad que Mikey tenía al morir, hombres tan viejos y deshechos como mi padre, mujeres que se aferraban a la vida con pañuelos en la cabeza y pintura desmedida sobre sus párpados caídos y labios tristes. Era un triste panorama y a partir de hoy, yo sería parte de él.


— ¿Gerard Way? —una mujer de cabello cano me habló, yo simplemente asentí— por aquí, muchacho.


Tomándome del brazo, me arrastró hacia la pared contraria. En ella había cinco sofás pareados, en dos de ellos había ancianos mirándome sonrientes, casi intentando leerme antes de hablar. Una de las cosas más doloras que he experimentado ha sido la instalación de la vía, tomando en cuenta que desde que tengo memoria le temo a las agujas, el ver un catéter casi del tamaño del dedo índice entrando por tu piel, es algo jodidamente traumante. Aún más el sentir el suero de la quimio recorrer tu cuerpo, helando y clavando sus cuchillas en cada una de tus fibras. Quizá habría sido más bonito y fácil que dijeran que simplemente no tengo esperanzas, al menos me evitaría la parte traumática.


— ¿Quieres un cupcake? —uno de los hombres me habló de forma increíblemente amigable, ambos estaban completamente calvos y se veían de 70 años. Aunque dudo que alguno de ellos sobrepasara los cincuenta años siquiera. Es lo que el cáncer te hace.


— No, gracias —respondí desviando la mirada, me sentía incómodo hablando con desconocidos en un lugar tan lúgubre.


— Tienen marihuana —sonrió el otro, elevando la frente arrugada, ahí en donde alguna vez estuvieron sus cejas.


— No consumo drogas —medio sonreí ante la imagen de dos ancianos ofreciéndole drogas a alguien con la mitad de su edad.


— Amigo, te están inyectando drogas. No seas hipócrita —comentó uno de ellos, haciéndome reír por primera vez en el día. Curioso recibí uno de esos cupcakes y ante la mirada expectante del extraño par, le di el primer mordisco. Y wow, sabía a gloria. Era como tener una bolita de algodón de azúcar en tu boca y sin pensarlo, le dí un segundo mordisco.


— ¿Cuántos años tienes? —preguntó el primero.


— 26 —respondí en un suspiro, pero luego el recuerdo de mi reciente cumpleaños me cayó encima— Miento, 27 —me corregí.


— Terrible —bufó el segundo—, estás desperdiciando tu juventud.


— No lo escuches, de nuevo se está burlando —el primero masculló girándose a ver a su amigo y rápidamente iniciaron un debate acerca de las desventajas del cáncer, ignorándome olímpicamente. Pero yo estaba bien con esto y sonriente, tomé un segundo cupcake sólo porque realmente sabían bien.


— Esto del cáncer es algo inadmisible.


— Primero se te cae el cabello.


— Luego te dejan de funcionar los huevos.


— Y el sexo se vuelve un recuerdo del pasado.


Escucharlos hablar tan animadamente de algo que los estaba matando era gracioso, hilarante. Ellos aceptaban bien la muerte y yo los veía sentados en ese cómodo sofá esperando a que la perra vestida de negro viniera por fin a buscarlos.


— Le tenía algo de miedo a esto del cáncer —murmuré y ambos voltearon a mirarme—, ahora que los conocí me siento mucho mejor. Ambos rieron también y tomaron un nuevo cupcake.


— Jeff, cáncer de pulmón. Encantado —dijo el segundo de ellos, con una sonrisa.


— Paul, Metástasis de próstata —sonrió el primero luego de tragar el trozo de cupcake— Un placer.


Ambos se veían tan felices usando su enfermedad como carta de presentación que por instantes me descubrí fantaseando en un 'yo' anciano, comiendo cupcakes de marihuana y hablándole a los jóvenes acerca de lo asustado que estuve en mi primera Quimio.


— Gerard, schwannoma lumbosacro —dije, dejando para mí el "maligno". Ya que a mi parecer esto le daba un toque aún más tétrico a la enfermedad ¿Por qué agregarla? ¿Es que acaso no podían dejarme vivir en paz con mi schwannoma, sin la necesidad de decirme que era algo maligno?


— ¿Qué mierda es eso? —bufó Paul.


— Entre más silabas es peor —finiquitó Jeff.


Y mientras ellos seguían hablando acerca de eso, me permití volar de ese lugar, irme muy lejos, a la costa, donde no hubiera agujas o enfermedades terminales. A un mundo más simple, en el que si tienes que morirte te mueres y ya, no un limbo en el cual no sabes si despertarás al otro día.


— ¿Son fuertes? –—pregunté tomando un tercer cupcake.


— ¡FUERTES! —exclamó Paul riendo.


Vaya que eran fuertes. En el trayecto hacia la puerta principal del hospital lo descubrí, las voces eran tan lejanas y distorsionadas, mi propio cuerpo se sentía extraño, perturbadoramente blando, me sentía rebotar a cada paso y eso, en lugar de asustarme me hacía reír. Las caras de las personas eran graciosas, sus gestos intranquilos o las enfermeras corriendo por los pasillos eran como salidos de otro mundo. Todo el pulcro blanco del hospital se había ido, para ser reemplazado por una mezcla de colores psicodélicos que decoraban cada una de mis pisadas y se extendían paredes arriba, y yo, yo no podía parar de reír.  

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