Capítulo I


La monotonía es algo que tarde o temprano consume a quien se deja estar mucho tiempo en el mismo trabajo o lugar. Una perra celosa que arrastra hacia a ella a todo aquel que se tarde mucho en avanzar, sin importar edad, ocupación, sexo o razón social. Lamentablemente yo caí rendido a sus pies una mañana hace ya cuatro años, cuando acepté ese puesto de editor en el periódico Daily News y contraje matrimonio con quién en ese entonces era la luz de mis ojos. No importó que ambos tuviéramos 22 años solamente y acabáramos de graduarnos de la universidad, nos amábamos y creo que aún lo hacemos. La verdad es que no estoy seguro porque tristemente mi matrimonio también cayó en la monotonía del día a día.


Mi actual rutina consiste en levantarme a las siete de la mañana, besar a mi esposa quien sigue durmiendo abrazada a la almohada sin siquiera notar que mi peso abandona la cama, me visto y salgo a correr por las solitarias calles de Brooklyn, Nueva York. En cosa de minutos empiezo a notar como las calles se van llenando de personas que apuradas corren a sus trabajos, y media hora después estoy de vuelta en casa. La ducha siempre dura 8 minutos, sin importar la estación del año. Lo que cambió esta vez fue el shampoo, ya que mi shampoo anticaspa desapareció y fue reemplazado por uno frutal para proteger y fortalecer el cabello teñido. Lo usé sin hacer mayor comentario, después de todo nadie querría armar una guerra sólo por el shampoo, y mientras me vestía con mi traje de oficinista pude notar como el olor a frutas empezó a florecer.


El desayuno también suele ser algo rápido, dos tostadas y una taza de café sin azúcar. Los cuales ingierí parado en el umbral de la puerta de nuestra habitación, viendo a mi bella esposa recibir los primeros rayos de sol. Mientras me lavaba los dientes ella despertó y sonrió. Siempre sonríe, sin importar qué y sólo ver sus perfectos dientes blancos acompañados de sus frondosos labios me hace el día.


— Buenos días —sonreí, yendo al baño a enjuagarme la pasta dental.


Aprovechar los quince minutos de la mañana es vital ya que es el único momento del día en que ambos estamos despiertos y juntos. Mi turno de trabajo me exprime hasta las cuatro de la tarde y para ese entonces ella ya está en su lugar de trabajo, ocupada hasta las nueve o diez de la noche. Cuando llega por lo general yo ya estoy acostado y compartimos unas cuantas palabras antes de dormir. Esa es nuestra vida marital.


— No llegaré a casa esta noche —fue su respuesta a mi saludo. Me asomé desde el baño hasta a la habitación sólo para verla. Me dedicó una sonrisa de disculpa, y eso fue todo— Unos amigos están inaugurando su galería de arte y quiero ir a echar un vistazo.


No está demás comentar que ella se graduó de artes plásticas en la universidad, siguiendo los sueños que alimentó desde pequeña. Aunque su trabajo es algo incierto, hace lo que ama y eso es lo que mantiene la sonrisa en su rostro. A pesar que yo no logré ser un exitoso escritor y dibujante de cómics como soñaba de niño, soy feliz en mi trabajo, soy feliz porque ella es feliz. Y sé que proyectar mi felicidad a través de alguien más es algo jodidamente triste, pero es mi esposa y estoy orgulloso de ella.


— Pensé que podríamos pasar tiempo juntos esta noche —le dije haciendo una mueca—, después de todo es viernes y no siempre es viernes.


— Lo sé amor. Si quieres puedes venir conmigo —ofreció ella, sabiendo bien mi respuesta. Siempre es un 'No', porque simplemente me siento infeliz entre tantos artistas consumados. Ella sonrió cómplice al notar el gesto de mi cara y acarició mi mejilla suavemente.


— Estoy tan nerviosa por mi exposición y aun me faltan dos cuadros —murmuró comenzando a desvestirse para entrar a la ducha, yo simplemente me volteé y tomando mi taza empecé a caminar a la cocina. Luego de dejar la taza en el fregadero regresé a la habitación, buscando mí perfume. Pero como siempre, no está por ningún lado. Tampoco mi reloj y ya son las 7.50.


— Cariño ¿Dónde están mis cosas? —le grité para que lograra escuchar a través del ruido del agua.


— En tu cajón Gerard —contestó cerrando la llave, resignándose a responder un par de veces más a mis estúpidas interrogantes.


— ¿Mi cajón? —inquirí con verdadera curiosidad aflorando en mi voz.


— Se me ocurrió guardar tus cosas desordenadas ahí. Después de todo casi todos los cajones estaban vacíos, amor —dijo como si fuera obvio, volviendo a abrir la llave del agua. Después de revisar unos cuantos cajones llegué a uno donde todas las cosas que por lo general descasaban en mi mesita de noche o encimeras estaban esperando.


— Cada una de estas cosas tiene su lugar, Lindsey —suspiré, terminando de acomodar mi reloj, por el rabillo del ojo la vi aparecer de regreso en la habitación.


— Gerard, te estás poniendo tan... doméstico —ella contestó simplemente sosteniendo con una de sus manos la toalla en torno a su delgado cuerpo.


— Suerte con tus cuadros —murmuré cambiando el tema, un poco incómodo ante su comentario sobre de mi actitud doméstica y anticuada. Me acerqué a ella buscando un beso pero sólo recibí rechazo.


— Gerard, todavía no me he lavado los dientes—murmuró con molestia y me dio la espalda.


Y con un simple 'Adiós' se despidió de mí, prácticamente echándome de la casa con esa sola palabra. Sin más comencé a caminar hacia la salida, revisando en el camino que todas mis cosas están en su lugar. Una vez llegué a la puerta, escuché un auto detenerse frente a mi casa y luego la voz de mi mejor y único amigo exigiendo que me apresurase.


— ¡Hola Gee! —exclamó con una sonrisa en cuanto abrí la puerta del vehículo, contagiándome su alegría matutina. Contesté a su saludo y lanzando mi bolso a los asientos traseros, cerré la puerta a mi costado. Él me miró con un gesto de asco, arrugando la nariz y entornando los ojos, misma mueca que mantiene desde que éramos pequeños.


— ¿Te sentaste en jalea o algo así? —preguntó encendiendo el motor.


— ¿Qué?


— Hueles a frutas, Gerard.


— Ah, es que no encontré mi shampoo y tuve que usar el de Lindsey —me excusé con una sonrisa avergonzada.


Entornó los ojos nuevamente y lanzó uno de sus ácidos comentarios acerca de mi esposa. Nunca se han soportado ya que desde un comienzo la relación entre ambos fue mala o más bien pésima. Lindsey era novia del hermano de Billie y cuando ella lo dejó para convertirse en mi prometida, se convirtió en la innombrable, sin importar que todos hubieran superado el tema, seguía siendo una zorra para él. Algo que ni los años han podido desgastar.


— ¿Nos vamos? Estoy atrasado —me quejé mirando por la ventana, intentado evitar una discusión para defender a Lindsey. Como siempre pasa.


— Si tanto te importa llegar atrasado no habrías salido tan tarde —me reprochó con fingida voz de anciana, encendiendo el motor nuevamente— O por último aprenderías a conducir.


— Está bien —suspiré golpeándole el brazo, recibiendo otro golpe como respuesta.


En silencio condujo a través de mi barrio residencial y pronto entramos a las concurridas calles de New York. Un rato después el motor se detuvo y pude notar como nos estacionamos frente a una cafetería. Puse los ojos en blanco con notoria molesta, más no dije nada, después de todo es tradición nuestra desayunar todos los días —o mejor dicho sólo cuando tenemos tiempo, pero a veces hay excepciones— en este lugar.


— ¿Sabes qué cosa nos vendría bien? —me preguntó, abriendo la puerta de su costado.


— Unos capuchinos —contesté con la misma sonrisa cómplice que tenía él en su rostro.


Aunque la fila es endemoniadamente larga, vale la pena esperar. Nos ubicamos en nuestro lugar y luego de unos cuantos minutos de pie mi espalda comenzó a doler, es el mismo dolor de siempre, a la altura de las vértebras lumbares. Y siguiendo los consejos de Lindsey, quién dice que es un simple lumbago por mi trabajo como oficinista, me masajeé un poco la zona esperando a que el dolor se disipase.


— ¿Todavía te duele? —Preguntó Billie, notando el malestar en mi rostro. Me limité a asentir—Tienes que ir al doctor, amigo. Eso no es normal —Simplemente asentí una vez más. A veces el dolor es tan agudo que no puedo pronunciar siquiera una palabra.


— Es terrible —gruñí después de unos segundos, moviendo mis dedos en círculos por la zona afectada.


— Debe ser porque han estado haciéndolo en posiciones extrañas —comentó y me reí a carcajadas cuando la mujer delante de nosotros en la fila se gira con gesto ofendido.


— Siempre llegas a eso —lancé un bufido, poniendo los ojos en blanco una vez más. Con Billie todo tiene un origen sexual. Es como el puto Freud.


— Hace unos días intenté el estilo rana y amigo, se me jodió la espalda –—dijo como si fuera lo más común del mundo, al preguntar que mierda es el estilo rana él contestó como si fuera lo más normal del mundo— Es como el estilo perrito pero un poco más alto.


Puse los ojos en blanco una vez más, recordando las patéticas noches donde mi dolor de espalda o el cansancio de Lindsey no nos dejaban avanzar más en el plano sexual.


— Lindsey y yo... Hace tres semanas que no hacemos nada de nada —confesé, con un triste suspiro acompañando mis palabras.


— ¿Tres semanas sin sexo? —Exclamó con sorpresa, atrayendo nuevamente las miradas extrañadas— Amigo, eso es peor que el infierno.


— Tuvo su periodo y luego una infección o algo así —le dije, intentando recordar las excusas de mí esposa.


— Se puede tener sexo con una infección y con el periodo, Gerard —replicó él, frunciendo los labios.


— Dice que le duele —murmuré como respuesta, el tema se vio zanjado cuando llegamos al mostrador e hicimos nuestro pedido.


El resto del camino al trabajo transcurrió entre comentarios acerca del sexo oral y de lo perra que es mi esposa al no querer practicarlo desde hace más de un año, siendo que yo la dejo vivir sin preocuparse de ninguna cuenta en casa. Por lo general las conversaciones con Billie terminan en eso, sexo o lo perra que es mi esposa. Sea como sea, terminé acostumbrándome a él y a ella.


— Mi relación con Lindsey va más allá del sexo —dije una vez las puertas del ascensor se cierran ante nosotros—. Nos la pasamos hablando. —Agregué, y es verdad. Siempre hablamos, tenemos una gran conexión a nivel espiritual.


— ¿Sabes que es bueno después de hablar? —Preguntó él, aunque sé que no espera escuchar respuesta— El sexo.


Al llegar al piso número cuatro me despedí de mi amigo, él se dirigió hacia la sección de periodistas. Últimamente está trabajando en la redacción de una nota acerca de un volcán con un tipo que no deja de toser. Por mi parte, yo me voy a la sección de editores, cuando estoy por llegar a mi cubículo mi jefe se acerca a mí. Mientras escucho a mi jefe hablar sobre lo aburridas que están las columnas últimamente, escucho la voz de mi amigo quien intenta sacarle más información a su entrevistado.


— ¿Dijo Gales o Galicia? Sí, soy del Daily News. ¿Me oye? Suena como un maldito robot.


Es increíble los delgadas que son las paredes y lo aburrido que es escuchar a mi jefe, de todos modos seguí escuchando a Billie.


— Baje la voz ¿Yo también sueno como un robot? No soy un robot, amigo. Quizá usted lo es.


Escuché unas risas atravesar el lugar, por lo visto todos están escuchando la conversación de Billie Joe Armstrong.


— A ver, repita conmigo "Yo no soy de Galicia, soy de Gales" Ahora "Eres increíble" Eso ya lo sé —sus ruidosas carcajadas se hicieron oír— "Soy el rey del mundo, chúpenme la verga" "A mi amigo Gerard hace más de un año que no se la chupan."


Y mágicamente todas las miradas se volvieron hacia mí. Típico de un día de trabajo. Esas son las cosas a las que me he debido acostumbrar luego de casi 20 años de amistad con este molesto tipo. Una vez el revuelo por la conversación telefónica terminó, la atención de mi jefe volvió a mí. Pidiéndome una columna para agregar a la edición de la tarde, la cual tengo que tener lista en 15 minutos.


14 minutos después tengo listo mi trabajo, inspirado en lo que ha estado rondando mi cabeza por días. Lo rápido que es el pasar de los días, simplemente una redacción acerca de la vida que maravilla a mi jefe y me promete un día más de publicación semanal, junto con mi aumento y alguna bonificación extra.






05 Abril 2012


La vida...


La vida es algo que transcurre en un abrir y cerrar de ojos, es una sonrisa, es un sabor. Es el batir de alas de un colibrí, es un ladrido o un ronroneo. Es el estallar de las olas contra las rocas, es la erupción de un volcán. La vida es una palabra, la vida es un sentimiento. La vida es hoy y es ahora. No hay un mañana, sólo un presente. La vida es algo que puede ser arrebatada de golpe, pero brindada de la misma manera. La vida es el regalo más grande que se nos ha dado, es la prueba de que Dios existe, es la esperanza para el futuro. La vida es eso. Y hay que aprender a vivirla, porque no somos felinos con nueve vidas, sólo tenemos una. No hay un 'lamentablemente' porque está llena de mágicos momentos, simplemente hay que aprender a disfrutarla para saber vivirla correctamente.


Gerard A. Way
Daily News

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