Capítulo XXVII


Durante el viaje a casa nos consumió el más absoluto silencio y entonces, con la promesa de pronto contarle quien era aquel misterioso ente que le había devuelto la luz a mis ojos, la sonrisa a mi cara y que había engordado a mi perro, logré que se marchara.


Toda una tarde junto a Mikey me hizo descubrir cuenta que realmente somos inmortales. No importa que él nos haya dejado hace tantos años, no importa que lleve muerto más tiempo del que pisó la tierra, para mi está vivo y para mamá también. Cuando hablo con él, es como estar hablando con mi hermano menor frente a mí, no con un montón de huesos unos metros bajo tierra o una bola de luz que habita en el cielo. Simplemente es mi hermano menor. Y si para nosotros él es inmortal, seguramente yo también lo seré para Frank, Billie y mi madre. Que son las personas más importantes para mí. Quizá cuando yo me vaya, llorarán las primeras semanas pero luego recordarán los buenos momentos y cada vez que me nombren, lo harán con una sonrisa en los labios. O al menos es lo que me gustaría...


Quise venir antes a casa para pensar como decírselo a los chicos y digo 'los chicos' porque últimamente Billie ha estado increíblemente presente. Y vaya que lo agradezco. Aunque cabe la posibilidad de que lo haga por las recetas de marihuana medicinal que le regala Frank. Estuve toda la tarde en el sofá, dándole galletas a Skeletor que estaba igual de desanimado que yo. Ambos echados, mirando a la puerta, esperando a una persona en particular.


— Llegué —la voz de Frank me llegó antes que sus pasos. Abrió la puerta con su propia llave y entró. Skeletor se levantó de inmediato, con las orejas bien arriba, moviendo la cola como un cachorro. Frank sonrió al verlo y acarició su cabeza antes de cerrar la puerta a su espalda. Me miró y sonrió, yo sonreí también. No sabía qué demonios decir, toda la tarde pensando no había servido de nada. Porque tenía la cabeza llena de aire. — Traje sushi —me informó con una sonrisa.


— Qué rico —contesté intentando sonar contento. Pero no resultó, mis estúpidas mentiras no funcionan con él. Dejó sus cosas junto a la puerta, la bandeja de sushi sobre la mesa y se sentó en el sofá frente a mí, tomando una de mis manos entre las suyas, buscando mi mirada. Me hizo sentir enfermo, pero luego recordé que su profesión es la que lo hace actuar de esa manera, como si continuara siendo mi terapeuta.


— ¿Algo anda mal? —preguntó, yo sentí un nudo en la garganta y me limité a negar. No podía engañarlo.


— Estoy dándome cuenta de que voy a morir —comencé, desviando la mirada.


— ¿Pasó algo? —se sentó junto a mí y me maldije internamente por quererlo. No merezco querer a alguien cuando estoy a las puertas de la muerte, cuando es un inminente hecho. Voy a morir, no debería amar.


— Es cosa de mirarme, Frank —repliqué, enjugando mis lágrimas. Maldición— Me despierto cada mañana, me voy en el espejo y... es obvio. Voy a morir.


— No lo sabes, por eso las quimioterapias son tan importantes. Y quizá este brote de negatividad es producto de los medicamentos. Pero Gerard, yo estoy aquí, contigo. No te dejaré morir.


Sus lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas y me maldije nuevamente, quise salir corriendo. Demonios, quise morir en aquel mismo momento para evitar seguir viéndolo sufrir. Debería haber dado un paso atrás cuando podía, cuando era mi opción seguir yendo a las terapias. No ahora después de compartir cama, no ahora después de declararme, no ahora después de saber que mis sentimientos son correspondidos.


— No tengo problemas con esto, Frank. Voy a morir. Tú también. Con suerte, muchos años después que yo. Eso es lo que pasa. Es lo que tenemos.


— Esto que estás viviendo, se llama 'Fase de distanciamiento' y sé que te sientes impotente, pero...


— No intentes analizarme Frank. Y no sé por qué todo el mundo tiene tanto miedo de decirme: 'Amigo, estás muriendo' Es peor cuando nadie te lo dice.


— Sólo quiero ayudarte, Gerard. Realmente intento ayudarte.


— ¿Para qué? ¿Para qué dentro de treinta años, en una fiesta le cuentes a alguien la anécdota de tu primer paciente? ¿Para qué le digas que hiciste lo posible para que se sintiera normal antes de morir? No me mires así Frank, es verdad. Sabes que es verdad.


— No sé por qué estás actuando de esta manera Gerard, yo sólo quiero lo mejor para ti. Te quiero Gerard.


— Lo siento. Lo siento —suspiré fuertemente y cerré los ojos, apoyando los codos en mis piernas y escondiendo el rostro entre mis manos— Hoy fui a ver a mi doctor, me llamó temprano. Lamento no habértelo dicho, sé que querías estar presente... pero me acompañó mi madre.


— ¿Hay buenas noticias? —preguntó anhelante, pero se quedó en silencio de pronto, había secado las lágrimas de sus ojos y se limitaba a mirarme con sus ojos brillantes.


— Demonios —bufé, lamentando el tener que quitarle la esperanza—. Mi cáncer no está reaccionando a las quimioterapias, es inútil que siga yendo. Y me dijo que tenía dos opciones. Podía operarme o no. Y yo... ya escogí, Frank. Me costó pero escogí. Y... decidí no hacerlo.


No quise dar los detalles asquerosos, no podía hacerlo. Se me hacía realmente tétrico contarle que dentro de cierto tiempo, el conteo día a día, que me iré. O que, de operarme tendrán que ir a retirar mi cuerpo a la morgue del hospital. Terminé de hablar y volví a esconder mi rostro. Su respiración se aceleró, escuché cómo sorbía por la nariz y adiviné que las lágrimas habían vuelto a caer de sus ojos. Quería abrazarlo y decirle que había escogido no hacerlo para disfrutar el día a día. Pero no podía. Si me odiaba, quizá podría seguir adelante sin sufrir por mí.


— No puedo creer que seas tan estúpidamente egoísta —dijo entre dientes, masticando cada palabra antes de escupirla—. Mírame —exigió, más no pude hacerlo.


— No quiero seguir experimentando conmigo mismo. No soy una rata de laboratorio. Estoy harto de los medicamentos, de la quimioterapia... y realmente no aguantaría una operación tan invasiva. Quiero mi cuerpo tal como está. Y lo siento pero no voy a operarme Frank, es todo...


Se puso de pie de pronto y me vi obligado a mirarlo, tenía los ojos llenos de lágrimas, las mejillas brillantes y muy rojas. Se puso las manos en las caderas y comenzó a gritarme.


— ¿Por qué escogiste eso? ¿Es que no piensas en nadie más? ¡Quiero estar contigo, Gerard! ¡Pero lo haces tan malditamente difícil! Hay muchas personas dispuestas a ayudarte y vivir esto contigo, pero sólo sabes auto compadecerte e ignorarnos. Tu madre, Billie, yo ¡Incluso Lindsey, tu ex esposa está preocupada por ti! Te importa una mierda lo que pase con nosotros cuando tú... cuando tú te vayas... ¡Hasta decirlo me hace estremecer! ¡Te quiero Gerard! Realmente te quiero y tú... tú eres tan egoísta...


Me mordí los labios para evitar gritarle también o peor aún: Besarlo. Siempre me han dicho que es bueno dejar que las personas griten para que se sientan mejor luego, pero escuchar todas esas cosas me hiere el alma. Yo también le quiero, por eso hice esa elección... ¿Es tan difícil de entender?


— Hey, hey, hey. Aun no se casan y ya están peleando a gritos ¿Cuál es el problema? Chicos, escuché los gritos desde la esquina —Billie entró de pronto. Pero se quedó en silencio al ver la imagen. Se acercó a nosotros y, muy calmado preguntó qué sucedía.


— Tu amigo escogió no operarse, Billie... escogió vivir sólo un par de meses o ¡Demonios! Unas semanas, en lugar de quitarse esa mierda —Frank le informó. Viéndolo desde ese punto no parecía ser tan romántico o heroico. Billie abrió bien los ojos y se dejó caer sobre uno de los sofás, mirándome fijo.


— Estúpido hijo de perra, cobarde y egoísta ¿Es eso cierto? Porque de ser así te voy a moler el culo a patadas y no me detendré hasta cansarme —masculló entre dientes. Con la experiencia había aprendido a diferenciar a sus diferentes personalidades, y ésta era la encabronada. Mierda ¿Es que no entienden?


Asentí una vez, las lágrimas volvieron a caer desde los ojos de Frank y Billie golpeó sus puños contra sus piernas. Me sentía impotente frente a los dos. Y no podía decir nada más en mi defensa. Sintiéndome una mierda los rodee y caminé hacia la puerta principal.


— Yo... —comencé, más no sabía qué decir y simplemente abrí la puerta.


— ¿Dónde vas? —preguntó Frank.


— Pasas la vida haciéndote preguntas y buscándole respuestas. Pero cuando se acaban las preguntas se van también las respuestas y con ellas las esperanzas... Entonces todo deja de ser divertido, porque sabes que no hay más interrogantes. El presente es todo lo que tienes. Y simplemente a veces dan ganas de dejar de jugar... —dejé que mis pensamientos tomaran voz y luego cerré la puerta a mis espaldas.


Comencé a caminar sin saber a dónde ir, intentando acallar la culpa que latía en mi mente con el cansancio, pero bajó el sol, las calles se volvieron extrañas y la culpa seguía ahí, como un dolor punzante en el centro de mi frente. Después de cierto tiempo el cansancio llegó, me dolían los pies y mi cabeza daba vueltas. Tuve que detenerme para poder respirar con tranquilidad y supe que me había perdido. Nunca antes me había pasado, pero aquel paisaje frente a mis ojos se me hacía realmente extraño. Mis ojos ardían, sentía el corazón latiéndome en la garganta y los oídos tapados. Me dejé caer en las escaleras de un pórtico e inspiré varias veces para recuperar el aire.


Cerré los ojos e intenté ignorar el dolor similar a mil patadas en las bolas que comenzó a expandirse por todo mi cuerpo, desde la espalda. Comencé a respirar con dificultad, todo se volvía difuso frente a mis ojos, los ruidos se alejaron... y entonces sólo era yo. O mi mente flotando cientos de metros sobre mi cuerpo. ¿Había muerto? Daba igual. Ya no dolía. Pero seguía sintiéndome una mierda. 



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