Capítulo II


Hay días en los que quisiera dormir para siempre, olvidarlo todo y simplemente dormir. Pero mi ocupada agenda no se resolverá sola y mi rutina no se llevará a cabo sin un motor. Hay días en los que desearía ser invisible. Hay días en los que me gustaría estar soltero... o viudo, no hay nada malo con Lindsey. Ella es perfecta, sola. Juntos somos un desastre y yo soy un desastre solo o por separado. Lindsey siempre ha sido un líder, cuando preguntan quién es el que lleva los pantalones en casa, por costumbre u orgullo respondo que soy yo, pero siempre es ella quien toma las decisiones. De hecho nunca me ha molestado, es un gran peso el que me quita de los hombros. Pero hay veces en las que me gustaría no escucharla, como ahora.


Durante los últimos seis o siete días se la pasó dando vueltas de un lado para otro, agarrándose la cabeza con ambas manos y suplicándole al cielo que mis exámenes salieran bien. Yo estaba bien y tranquilo hasta ese entonces, me había hecho los exámenes por mi interminable dolor de espalda sólo para que ella estuviese tranquila. Y aun así ella anda... así, fingiendo ser una reina del drama. Cuando comencé a impacientarme realmente fue esta mañana antes de ir a trabajar, cuando ella empezó a citar mi historial familiar el cual está basado en cáncer, cáncer y más cáncer. Mi madre con su cáncer de mamas, sobreviviente gracias a los doctores que detectaron todo a tiempo. Mi padre quién falleció víctima de un cáncer pulmonar a sus 44 años y... mi hermanito pequeño, al cual la leucemia lo mató cuando sólo tenía 12 años de edad. Es obvio que no tengo un lindo árbol familiar y la verdad es que nunca me había detenido a pensar tanto en él como hoy.


Quince minutos antes de terminar mi turno de trabajo mi teléfono celular sonó, era la secretaria de mi doctor anunciando que los exámenes estaban listos y podía pasar a verlos esta misma tarde. Así que sin poder contar con mi mejor amigo, que tuvo que ir a hacer la entrevista en vivo con el pobre hombre del teléfono y mi esposa que no contestó su celular, me subí a un autobús para llegar a tiempo al hospital central. Es extraño el cómo los hospitales siguen provocándome escalofríos, aunque me he pasado la vida entera en ellos. Debe ser porque siempre he tenido que recurrir a ellos cuando hay problemas. Mamá, papá, Mikey, todos entraron por la puerta delantera y mamá fue la única que no salió en un ataúd.


— ¿Gerard Way? —la misma secretaría que me llamó antes por teléfono anunció que mi doctor ya estaba listo para recibirme y con mis piernas temblando entré a su despacho.


La oficina era increíblemente pequeña, constaba de una ventana que daba al estacionamiento del lugar, una pared llena de diplomas importantes, la pared frente a esta tenia diversas imágenes del cuerpo humano y la restante, junto a la puerta poseía recortes de periódicos y reseñas históricas. Lo más llamativo del lugar era el hombre sentado junto al escritorio, su mirada traspasaba mi cuerpo y yo estaba seguro que podía leerme el pensamiento.


— ¿Cómo estás? —su gruesa voz preguntó con tono casual.


"Bien, quizás tengo cáncer. Pero bien" Sonreí ante mis propios pensamientos y él alzó una ceja, de seguro el doctor que lee la mente no le encontró gracia a mi broma.


— Hola —dije simplemente, tragando saliva y sentándome en la silla ante el gesto de su canosa cabeza.


— Sudoración nocturna y dolores en el área lumbar —comenzó a hablar, sus ojos se pegaron a la ficha clínica haciéndome imposible el adivinar qué pasaba por su cabeza—. Los exámenes de sangre y los de orina arrojaron resultados normales —prosiguió, cambiando la hoja.


Ahora su mirada se pegó a mi rostro y noté como su manzana de Adán subía y bajaba al hablar. Sus palabras seguían brotando de sus labios, más no entiendí nada.


— Un schwannoma lumbosacro maligno...


"Maligno" el hombre dijo maligno ¿A qué se refería con eso?


—...schwannoma que se extiende hasta el músculo psoas...


"Se extiende" Lo que quiere decir que se había, en cierta manera, masificado. No estaba sólo en una parte. Quizás estaba por todas partes. ¿De qué mierda hablaba?


—... Con un síndrome de comprensión nerviosa y erosión ósea —continuó hablando, ignorando completamente la enorme interrogante en mi rostro—. Va desde la segunda a la quinta vértebra lumbar —hizo una pausa para analizar mi rostro lentamente y luego agregó—: Recomendaré una biopsia para confirmar.


Mis manos comenzaron a sudar y noté mi garganta secarse, la palabra "Biopsia" nunca era buena, no era la primera vez que la escuchaba y siempre venía seguida de malas noticias. Además era demasiado invasiva y sólo la tomaban cuando querían corroborar algo malo o muy malo. Lo más estresante es que este hombre no parecía interesado en las múltiples interrogantes que carcomían mi mente.


"Haz como en el colegio" Habló mi conciencia y alcé la mano.


— ¿Sí? ¿Alguna pregunta? —dijo con tono solemne, haciéndome avergonzar por la insolencia de interrumpir.


— Disculpe, no entendí —confesé, poniéndome de pie. De alguna manera esperaba que de este modo mis manos dejaran de sudar y mis piernas detuvieran sus temblores— ¿Tengo algo malo? —tartamudeé, comenzando a gesticular con las manos en exceso, resultado de mi nerviosismo.


— Sí —contestó simplemente—. Si observa esta sección de la resonancia —empezó a hablar de nuevo, mostrándome una hoja en blanco y negro con miles de manchas irregulares— Verá este objeto que se extiende por su columna vertebral.


Levanté la mirada, intentando buscar un deje de empatía en sus ojos nebulosos. Pero nada de eso apareció. El hombre parecía hecho de piedra.


— Eso es un schwannoma lumbosacro maligno —finiquitó dejando la hoja de la resonancia en el escritorio nuevamente.


— Disculpe. Creo que... —empecé a gesticular, seguía sin entender lo que sucede.


— Es un tumor maligno.


Me interrumpió él, interrumpiendo también mi ritmo cardiaco y quizá mi función cerebral. De pronto era como si todo estuviera tan lejos, como si los humanos fuesen seres distantes y yo no perteneciese a este lugar, los ruidos y los olores me expulsaron a los confines de ninguna parte. No pudo haber dicho tumor maligno, eso era sinónimo de la palabra con C.


— ¿Un tumor? —pregunté nuevamente. Haciéndome cuestionar si el tumor en lugar de estar en mi columna estaba en mi cerebro porque de un momento a otro mi poder de comprensión parecía haber disminuido a un 1%


— Sí —asintió, mirándome por sobre los anteojos.


— ¿Yo? —me apunté con el pulgar hasta que ese lugar en mi pecho empezó a doler.


— Sí —repitió él, quizá preguntándose lo mismo acerca de mi capacidad cerebral.


— Eso no tiene sentido alguno, doctor —sonreí con ironía.


En algún momento mi mente empezó a creer que todo era una broma de Billie, que de pronto entraría al lugar o se asomaría por la ventana con una cámara diciendo que era un idiota al haberme creído eso.


— Yo no fumo, no bebo, salgo a correr cada mañana, dono a la caridad, reciclo... —mis manos seguían paseándose nerviosas por mi cabello.


— Tu caso es realmente fascinante —dijo el doctor, entonces se hizo evidente que era una broma. Digo ¿Por qué un cáncer sería fascinante? — Tu cáncer es una rara mutación del cromosoma 17...


Y lo dijo, finalmente dijo la palabra con C. Mi mente intentaba bloquearla pero este hombre de piedra de pronto la dijo como si fuera del clima de lo que estábamos hablando.


— Dado el tamaño y su ubicación, lo sensato sería ver si podemos reducirlo... —continuó hablando con el aire— Antes de considerar una cirugía. La quimioterapia podría traer problemas de fertilidad...


— ¿Voy a recuperarme? —le pregunté de pronto, él me miró fijamente y bajó la cabeza. Dictando mí sentencia.


— Si necesita hablar con alguien, en el hospital hay psicólogos y trabajadores especializados en casos como el tuyo, ellos podrán ayudarte a asimilar todo este proceso —continuó, mirando nuevamente hacia las hojas.


Su voz siguió sonando distante, omitiendo completamente mi pregunta. De pronto quise salir corriendo, correr y no detenerme nunca más. Pero mis pies parecían estar clavadas al suelo. Sin notarlo, la pregunta sobre mi bienestar volvió a salir de mis labios.


— Las posibilidades de supervivencia son generalmente de un 40 a un 50 por ciento, dado su caso excepcional... estás se reducen a un...


¿Menos del 50%? ¿Cómo es eso posible? ¡Sólo tengo 26 años!


—... 20 o 30 por ciento, todo depende de las quimioterapias y la metástasis.


No sé en qué momento mi cuerpo abandonó ese lugar y me llevó al único lugar donde había encontrado paz cada vez que la necesitaba. Con el sol a mis espaldas y las flores en su apogeo al estar en la mitad de la primavera, me acerqué a la tumba de mi familiar más querido. Suspiré fuertemente y dejé el ramo de rosas sobre su lápida, con mi índice repasé su nombre y un tenue sollozo se abrió paso a través de mí. Nunca me había importado llorar frente a él, siempre conoció mi lado más sensible y humano.


— Eres tan egoísta, Mikey —sonreí notando como un par de lágrimas abandonaban sin piedad mis ojos e iban a dar al cuadro de mármol— ¿Por qué tan pronto?


Ahora mi voz se quebró y me limité a sollozar en silencio.


— Se supone que habíamos hecho un trato Mikey... Yo viviría por ambos ¿Recuerdas?


A veces sin querer, la vida se revuelve sola.


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