Capítulo XXXIII


Cuando salimos del hospital mi corazón latía fuertemente y el pulso amenazaba con hacer estallar mis oídos. Frank estrujaba mi mano entre sus dedos, con la mirada baja y sin decir ni una sola palabra. Yo no sabía qué demonios decir tampoco, así que simplemente me dejé guiar al estacionamiento. Me hubiese encantado saber qué demonios pensaba, pero para cuando notó lo preocupado que lo miraba, sonrió y liberó mi mano de su agarre.


— Vamos a casa, tenemos que preparar tu bolso —dijo con la voz rasposa, acariciándome la mejilla para luego subirse al asiento del conductor.


Suspiré fuertemente y lo seguí al interior del automóvil. Frank partió de inmediato y puso un cd de Nirvana con el volumen al máximo, quizá para evitar la incómoda charla. Para cuando llegamos al cruce de caminos que nos llevaba a casa, sonaba 'All apologies', Frank tarareaba golpeando de vez en cuando sus dedos contra el volante, sonreí.


Le había pedido permiso a mi doctor para ir a casa a buscar mis cosas, ropa, algunas cosas personales y demás. Él dijo que sí de inmediato, pero tenía que estar de vuelta antes de las ocho de la noche allá, que tenía mi habitación lista en el tercer piso —área de oncología— y que cuando llegáramos le daría a Frank una especie de identificación especial para estar conmigo a toda hora. Me sentí aún más mierda con esto. Lo que yo más ansiaba era que Frank siguiera con su vida tranquilamente, que no tuviera muchos cambios para que, llegado el momento, no se viese tan afectado psicológicamente. Pero al parecer nadie le presta mucha atención a la opinión de un desahuciado.


— Gerard —su voz sonaba como si hubiese repetido mi nombre varias veces antes—, llegamos a casa.


Yo asentí y abandoné el vehículo. Al abrir la puerta me encontré con Skeletor, dejé que lamiera mi mano y me agaché a acariciar su cabeza, quizá por última vez, él lamió mi mejilla y sus profundos ojos parecían querer decirme algo, transmitiéndome toda clase de emociones sólo con el tacto de su húmeda lengua. Él era un animal viejo y sabio, quizá había vivido muchas más experiencias que yo y había conocido a muchísima gente, ver llegar y salir de su vida a un montón de personas posiblemente era usual para él, así que estaría bien.


— Te voy a extrañar vaca —murmuré acariciándole bajo el hocico, pareció quejarse ante esto pero no hizo ruido alguno. En lugar de eso escuché a Frank tragar fuertemente, me volteé a verlo y alcancé a notar un par de lágrimas en sus mejillas antes de que él las enjugara con sus dedos.


— Comenzaré a empacar —dijo en un susurro pasando por mi lado y acariciando a su paso la cabeza de Skeletor, me limité a asentir, no sabía qué demonios hacer.


— Sé bueno muchacho —Skeletor sonó casi como un gato ante esto, para ser un perro tan grande era extraño—, él será tu dueño cuando... desde ahora... así que tienes que ser bueno con él, estoy seguro de que te adora y que te dará tu comida remojada durante tres minutos antes de almorzar —acaricié su cabeza por última vez y dejé que lamiera mi mejilla antes de ponerme de pie. Le eché un vistazo a la sala, todo estaba como siempre... la pared parecía aun no acostumbrase a la ausencia de los cuadros de Lindsey, el televisor nuevo lucía enorme entre los desvencijados sofás y el florero con flores de plástico que mamá había comprado estaba solo sobre la mesa del comedor.


Suspiré fuertemente y me dirigí a la habitación, pero antes de entrar pude escuchar unos sollozos ahogados. Frank estaba llorando. Maldición. Supuse que sería mejor esperar a que cesase y simplemente me limité a asomarme por la puerta, estaba abrazando mi pijama usado, lo exprimía con sus manos y lo apegaba a su nariz, sus lágrimas caían copiosas de sus ojos e intentaba ahogar sus sollozos con la mezcla de algodón y poliestireno.


— No es bueno husmear cuando alguien está llorando —Frank masculló desde su lugar en la cama, debajo de todo eso reía. No sé de dónde demonios sacaba su fortaleza, pero él reía.


— Lo siento —dije incómodo, él negó y me hizo un gesto con la mano, para que me acercara. Fui hacia él como un niño a quien acaban de pillar en una travesura, Frank me esperaba con los brazos abiertos y cuando llegué a su lado en la cama lo único que hizo fue abrazarme, aferrándome como si fuese de felpa contra su pecho. Era extraño, uno de esos abrazos en los que la única finalidad es fundirse en uno o algo similar.


— Hey —le acaricié su cabeza, tal como había estado haciendo con Skeletor minutos atrás, él me miró con sus ojos de cachorro—, ¿De qué se trata todo esto?


Frank negó y se limpió la nariz con el dorso de su mano, sorbió una vez más y luego, bajando la mirada me dijo: — Te estabas despidiendo de Skeletor... ¿Por qué?


Me mordí los labios, mirando hacia el techo. En aquel momento tampoco había notado que me estaba despidiendo de mi perro, pero ahora... pensándolo bien, no sé por qué demonios me despedí de él. Quizá fueron las palabras del doctor las que calaron hondo en mí, aceptando que voy a morir. O quizá es un deseo desesperado por revertirlas, no lo sé. Pero ahora no entiendo cómo es que ese hombre, un profesional, me dice cosas así... es obvio que mi caso es diferente en muchas cosas, incluso en esto. ¿Cuánto ha pasado desde que me declararon el cáncer? Casi cinco meses... y en ese entonces ya estaba mal.


He durado bastante con esto y físicamente no demuestro nada, salvo por mis nulos refuerzos, los veinte kilos menos y el hecho de que mi escaso cabello mide menos de medio centímetro de largo. Pero, fuera de todo estoy bien, en perfectas condiciones. Realmente no parece que me esté muriendo, el hecho de que hayan dejado de darme las quimioterapias porque según ellos no hay vuelta atrás no dice nada si mi cuerpo realmente no lo demuestra.


Con mis medicamentos podría durar muchos años, muchos, muchos años... al lado de Frank. Que según ellos me queden unos tres meses de vida... no significa nada, absolutamente nada.


— Porque soy estúpido —le respondí, Frank rió y sorbió una vez más por la nariz.


— No quiero que vuelvas a hacerlo ¿Está bien? —dijo entre dientes, yo asentí con una sonrisa en mis labios.


Terminamos de empacar en completo silencio. Metí dos pijamas, ropa interior, un desodorante, un par de camisetas, un pantalón, algunos chalecos y un par de libros. Cuando estaba por abandonar el closet encontré el cuaderno de dibujo en donde, meses atrás dibujé a Frank. Lo tomé y le quité el polvo. Lo aferré contra mi pecho y sin decir nada, lo guardé, también guardé varios lápices y demás. Dos horas después íbamos de vuelta al hospital, Frank conducía muy despacio, como si de esta forma quisiera ralentizar el tiempo... pero realmente no puedes hacer tal cosa y eventualmente llegamos a destino. En mi habitación nos esperaba una enfermera con unos cuantos papeles por firmar, dejé a Frank como responsable de todo mi tratamiento porque ambos sabemos que sin firmas de por medio, el asunto es así. Me puse el pijama y siendo prácticamente obligado por la enfermera, me acosté en mi nueva cama con sábanas terriblemente blancas. Con los dientes apretados la vi conectarme la maldita vía venosa y luego la cosa que me devolvería el peso sin grasa de por medio.


Ella dijo que dos veces por día vendrían a inyectarle algo a mi suero por el tema de los refuerzos y a tomar mis signos vitales. El monitor cardiaco me miraba impotente desde un lado de la cama y la mascarilla de oxígeno descansaba sobre mi cabecera, ambos esperando el momento para apoderarse de mí.


— ¿Sabes? —Frank se había movido uno de los pequeños sofás hasta un lado de la cama y supuse que jamás sería cambiado de lugar— Quieras o no tendremos que llamar a tu mamá.


Yo sonreí, desgraciadamente así era. Más no me hacía ninguna gracia tener que hablar con ella.


— Suerte con eso —respondí cubriéndome el rostro con las sábanas, Frank se quejó—, fue tú idea.


— Pero es tú madre —replicó él, yo rodé los ojos.


— Te dije que para ella no hay división, de seguro cuando llegue comenzará a criticar lo despeinado que luces y te enviará a dormir al ver tus ojeras. Lo lamento, pero mamá ya te adoptó como hijo —reí, él lo hizo también.


— Auch, espero que no le moleste saber que me estoy acostando con su otro hijo entonces —comentó en tono de broma y se me erizó la piel.


— No, no creo —respondí y ambos reímos.


Al ver mi propia sonrisa reflejada en la suya supe que era eso lo que lo mantenía de pie en estos días de mierda. Entonces ese era el secreto... mantener o fingir fortaleza para que él no se derrumbe conmigo. Si yo estoy bien, él está bien... y aunque esté muerto de miedo en estos momentos al saberme internado en un hospital, no puedo flaquear.


Por Frank.


Y por mí.


No puedo rendirme. Simplemente... dejar de luchar no es una opción.


— Te amo —susurró besando el dorso de mi mano.


— Yo más —le dije, así era.



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