troubadour



Escribí esta mezcla de lo sucedido anoche y mpreg porque sí. Sin excusas. Porque sí. 




* * *







            Gerard sonrió para la última foto con un par de fanáticas y luego de despedirse cordialmente de ellas, regresó al grupo junto a sus amigos. La hora había pasado con prisa después de la presentación de Frank y entre cortas charlas con respecto a lo que estaban haciendo en ese momento, dieron las cuatro de la mañana y comenzó a sentir como sus párpados se cerraban solos.


Tenía la cabeza recargada en el hombro de su esposo, escuchando como ponía al día a Ray y a Mikey con los sucesos ocurridos durante su gira internacional. Y si bien uno de los brazos del tatuado lo rodeaba por la cintura y a ratos se interrumpía para dejar besos en sus mejillas o sus labios, ya estaba aburrido de estar ahí, y era totalmente notorio.


— Gee —escuchó venir desde su izquierda, parpadeó un par de veces y alzó la cabeza para encontrarse con los ojos de su amiga Chantal. Se quitó el brazo de Frank de encima y fue a donde estaba ella junto a su esposo, Jimmy—. Ya nos vamos, nuestro perro está solo en casa.


— Y de seguro la casa parecerá un basurero cuando lleguemos —agregó Jimmy. Gerard sonrió.


— Adiós chicos, perdón por no pasar más tiempo con ustedes esta noche.


— No te preocupes —se apresuró a decir Chantal—, hace mucho tiempo no estaban juntos ustedes cuatro, de seguro los medios se volverán locos mañana con todas las fotos que les tomaron esta noche.


Gerard resopló y asintió.


— Adiós, Gerard —dijo Jimmy y se despidió de él con un abrazo antes de salir a buscar el auto, prometiéndole a su esposa estar en la puerta dentro de pocos minutos. Chantal, por otro lado, rodeó sus hombros con un brazo y lo acercó a un lugar en donde le daban la espalda a la mesa en donde Frank, Mikey y Ray seguían charlando.


— ¿Entonces... ya le dijiste? —Preguntó ella.


Gerard miró por sobre su hombro hacia la mesa y luego negó.


— Pero... planeo hacerlo esta noche, en serio. Esta noche.


— Gee, dentro de poco ya no podrás ocultarlo y lo sabes.


— Esta noche —repitió Gerard—, te enviaré un mensaje cuando lo haga. Lo prometo.


— No dejes pasar más tiempo —dijo ella, dedicándole una sonrisa de medio lado, Gerard asintió y luego se acercó a darle un beso en la mejilla. Sintió el abrazo de Chantal más apretado, aunque quizás se debía a que su pequeño vientre de casi cuatro meses estaba en el medio.


La acompañó hasta la puerta y luego esperó a que se subiera al auto antes de volver adentro, de regreso a la mesa con los chicos. Raymond ya se estaba despidiendo de ellos, y le ofreció un abrazo antes de salir, dejándolos a los tres solos, al parecer —a excepción de los dueños del bar—, eran los únicos que quedaban ahí.


— Así que... ¿Cómo está mi sobrina? —Preguntó Frank— Vi sus fotos en instagram, es una cosita demasiado adorable. Espero que pronto tenga primos, ¿No, Gee?


Rodeó los hombros de Gerard con un abrazo y él solo sonrió, intercambiando una mirada significativa con Mikey. Mikey también sabía, después de todo era su hermano y no podía ocultarle nada. Pero por otro lado Frank era su esposo, y a él tampoco debía ocultarle cosas. Y esto era grande, y era como una bomba de tiempo que iba a estallar en cualquier momento y los iba a dejar cubiertos de pañales sucios y ropa para recién nacido. Había un bebé creciendo en su interior, un bebé suyo y de Frank... y sabía que era la cosa más maravillosa del mundo y que era lo que habían estado buscando desde hacia tanto tiempo, pero aun así le daba miedo. Ya no era un adolescente, ahora tenía 40 años y estaba ganándose un nombre en el mundo de los cómics como siempre había deseado, y no sabía cómo iba a reaccionar el mundo cuando supieran que Gerard Way estaba embarazado.


— Yo... creo que debería dejarlos solos —dijo Mikey—, nos vemos mañana. ¿Sí? Vayan a cenar a casa, Kristin me ordenó que los invitara. Y Gee... deja de ser tan gallina, hermano.


Gerard lo fulminó con la mirada y siguió haciéndolo hasta que Mikey se despidió de los dueños del bar y salió de ahí. Entonces no tuvo a quién mirar, y tuvo que borrar el odio en sus ojos para voltearse a mirar a su esposo fingiendo que no sabía a qué se refería su hermano. Con rapidez logró convencerlo de volver a casa y luego de despedirse también de los dueños del bar, se dirigieron a su propio vehículo. Se sentó tras el volante porque obviamente Frank, no podía conducir. Solo había bebido un par de cervezas y eso no era suficiente para hacerlo caer en un estado etílico, pero no quería arriesgarse. Últimamente no quería correr ningún riesgo en lo absoluto.


El camino a casa fue eterno, y cada vez que Frank intentaba hablar de algo, Gerard lo cortaba con una total falta de interés. Pero es que estaba demasiado ocupado planeando una forma no estúpida de contárselo. En su mente había muchos escenarios con resultados terribles, y temía que uno de ellos tuviese lugar, aunque sabía que era poco probable. Era una buena noticia.


¿Entonces por qué le daba tanto miedo afrontarla?


Frank cerró la puerta principal a sus espaldas y Gerard estaba preparándose para correr escaleras arriba cuando fue tomado de la mano, evitando que avanzara un paso más. Se giró con lentitud para encontrar la tatuada mano de su esposo en torno a su muñeca y un gesto severo en su rostro.


— Me vas a decir qué te pasa —dijo Frank—, ahora.


— No pasa nada —Gerard sonrió levemente.


— ¿Estás molesto por algo? ¿Dije algo que te molestó? ¿Quieres que vuelva a casa? Dime qué es lo que hice mal y paremos con esto de una vez. No soporto que me evadas así.


— No hiciste nada malo, Frank —suspiró Gerard, llevando una mano a intentar abrir los dedos de su esposo, pero no lo logró— ¿Puedo ir a la cama?


— No hasta que me digas —insistió Frank—, puedo estar aquí toda la noche si es necesario. Así que comienza a hablar.


— Frankie... —dijo Gerard— Estás en casa después de varias semanas y, ¿De verdad quieres pasar la noche parado a los pies de las escaleras? No tiene sentido. Mejor vamos arriba y... ya sabes, pasamos un buen rato.


— No intentes seducirme, Way —Frank frunció el entrecejo.


— Bueno —Gerard infló las mejillas—, suéltame la mano y te diré todo. Hasta el último detalle. Lo prometo.


Frank estudió su rostro durante largos instantes y cuando decidió que decía la verdad, lo liberó. Gerard, acariciando su muñeca, fue a tomar asiento sobre los blancos sofás de la sala, escuchó a su esposo seguirlo de cerca y luego recargarse a su lado, sentado de costado para mirarlo mejor.


— Bien —Gerard comenzó—, mira... no sé por dónde partir y quizás... te resulte súper extraño todo esto pero todo lo que voy a decirte es verdad y yo solo... por favor no te enojes por ocultártelo.


— No prometo nada —murmuró Frank, para Gerard eso no era suficiente. Pero sabía que no tenía otra que comenzar a hablar.


— Está bien —bufó—, ¿Recuerdas cuando hace unos meses, cuando estabas en Rusia, te conté que me desmayé y me llevaron al hospital y me hicieron un millón de exámenes?


— ¿Qué hay con eso? ¿Estás enfermo? ¿Es grave?


— No estoy enfermo —Gerard negó y luego cerró sus ojos—, estoy embarazado.


De todos los escenarios que visualizó en su mente, ninguno era como el que estaba llevándose a cabo. Frank estalló en una carcajada y luego siguió riéndose, e incluso había lágrimas en sus ojos. Y cuando dejó de reír, aun con el rostro rojo, se volvió a mirar a Gerard y Gerard no reía, al contrario, parecía estar a punto de echarse a llorar.


— ¿No es una broma? —Preguntó Frank.


— No imbécil —dijo Gerard—, la semana que viene serán cuatro meses.


Vio el rostro de su esposo pasar por diversos estados, y la sorpresa seguía siendo el más constante. No era algo nuevo, de todos modos. Gerard siempre había sido consciente de que era algo real, y envidiaba a su hermano por no tener esa condición. Conocía también a varios otros hombres que vivían así, y había visto embarazos en su entorno y... no era un caso nuevo en lo absoluto. Incluso había hablado de eso con Frank durante sus primeros años de matrimonio, habían hecho planes de cuántos hijos querían tener y habían imaginado como sería. Pero los planes a futuro y lo que realmente estaba pasando eran cosas totalmente diferentes... era una bofetada, y una bastante brusca.


— Di algo —instó Gerard.


Frank se puso de pie, y como si estuviera poseído dio un par de pasos hacia él, y luego cayó fuertemente de rodillas frente a él, sus manos fueron a empujar las capas de ropa hacia arriba, dejando a la vista el pálido abdomen de Gerard. Cuando estaba sentado se notaba un poco más, y ya estaba tomando forma, después de todo en cosa de semanas comenzaría a ser demasiado notorio como para intentar esconderlo de la forma en que había estado haciendo hasta entonces.


— ¿Cómo no me di cuenta? —Frank dijo para sí mismo— Soy un imbécil... Y más encima fumé frente a ti y... Dios, me pillaste por sorpresa, Gee.


— Perdón por no decirlo antes... es que no sabía cómo hacerlo. Creí que ibas a reírte —murmuró, haciendo una mueca de desagrado.


Frank sonrió.


— Fue una reacción muy estúpida —dijo, bajando la mirada hacia su vientre—, ¿Cómo no lo noté cuando te vi? Ahora que lo sé es demasiado obvio... la verdad es que pensé que solo seguías ganando peso.


— Gracias por no hacer un comentario al respecto —dijo Gerard, con una leve sonrisa en sus labios—, ya suficiente tengo con nuestros amigos.


— Sabes que a mí me encantas de todas formas —suspiró Frank—, ¿qué opinas, bebé? ¿Crees que papá es un idiota?


Gerard rió por lo bajo y luego llevó una mano a acariciar el cabello de su esposo, cerrando sus ojos con la calma comenzando a invadirlo. ¿Por qué había sentido miedo siquiera? De solo pensarlo se le hacía estúpido, era obvio que Frank iba a estar tan feliz como él ante la sola idea de ser padres.


Lo escuchó contarle los detalles de su gira a su vientre, y luego cantarle una canción de cuna y luego sintió la barba ajena rosar su piel y cuando miró, lo encontró dejando besos sobre su vientre. Era una imagen tan adorable, y de solo imaginarlo dándole esos mismos besos al bebé de ambos su corazón se derretía.


— Te amo —suspiró—, aunque nunca te perdonaré por reírte.


Frank arrugó su nariz y alzó la mirada hacia él, lanzándole un sonoro beso.


— Yo igual te amo, cariño. Y ahora mismo soy el hombre más feliz del mundo entero, ¿Sabes? Tengo todo lo que siempre deseé aquí contigo.


— Deja tus cursilerías para cuando estemos en la cama —rió Gerard, atrayéndolo hacia arriba para besarle los labios.

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