Destino.




            Gerard volvió a acomodarse la camiseta. Resultaba estúpido que hace sólo unos meses fuese una de las que le quedaban más holgadas en todo su guardarropa y ahora tuviese que luchar con ella para que no revelara alguna franja de su enorme vientre de embarazo. De hecho, era incómodo también tener que cargar con un embarazo porque él realmente no había pedido eso y aunque se sentía culpable, su idea principal había sido abortar a la criatura, pero entonces había tenido que decirle a Frank y su reacción había sido tan buena que la ida de abortar se había ido lejos. Ambos eran adultos, tenían una vida juntos... era el momento perfecto para tener un bebé.


Pero con casi siete meses de embarazo a veces olvidaba por qué era tan buena la noticia de traer un niño al mundo. Era un largo viaje incómodo en el que no había dejado de sentir náuseas un solo día, en el que absolutamente todo lo hacía vomitar y en el que sólo podía comer cosas aburridamente saludables porque tenía riesgos de contraer diabetes gestacional. Y realmente sólo quería que acabara para recuperar su cuerpo, porque sabía que nunca iba a recuperar su vida por completo. Pero cuando Frank se acercaba a él por la espalda para acariciar su enorme vientre, o cuando se quedaba dormido con la cabeza a la altura del abdomen contándole cuentos al niño que todavía no nacía, cuando llegaba con preciosa ropa para bebé y s la ponía encima de la pancita... en momentos así no era tan malo. Incluso, en algunos buenos días, se había encontrado fantaseando con tener otro sólo para seguir siendo consentido por su novio.


Entonces volvía a la realidad y recordaba que ni siquiera podía anudar sus agujetas porque el vientre estaba de por medio.


Se calzó unas simples zapatillas de levantarse y abandonó la habitación que compartía con su novio. De camino a la sala de estar vio la puerta entreabierta de la habitación de su futuro hijo, y de forma inconsciente llevó una mano a su tenso vientre. La sala de estar estaba a oscuras y silenciosa, y también lo estaba la cocina, lo cual era de esperarse siendo que Frank todavía no llegaba del trabajo. Suspiró pesadamente y luego de encender la televisión, comenzó a preparar el almuerzo. Ese día serían papas a la francesa, acompañadas con una enorme ensalada para no sentir tanta culpa.


El reloj de su celular marcaba las dos y quince de la tarde cuando aparcó fuera de la casa. Veía humo salir por la ventana entreabierta de la cocina y un olor bastante incómodo fue creciendo conforme se acercaba a la puerta. De golpe la abrió y notó que el humo estaba colándose desde la cocina hacia la sala.


— ¿Gerard? —Fue lo primero que salió de sus labios— ¿Amor? ¿Dónde estás?


Pero no hubo respuesta.


Corrió a la cocina con el nerviosismo borboteando en su garganta y descubrió que era la gran sartén con aceite lo que estaba quemándose. La isla en medio de la cocina estaba cubierta de cáscaras de papas y la televisión estaba encendida. La cocina lucía un poco más oscura a causa del humo y el ruido de todas las cosas combinadas era asfixiante, pero no fue difícil encontrar a Gerard. Aunque realmente deseó no haberlo hecho de esa forma.


Gerard estaba en el suelo y una de sus manos afirmaba fuertemente su vientre, gemía de dolor y su rostro estaba contraído en una mueca terrible. Cuando los ojos de ambos se encontraron Gerard dejó caer sus lágrimas. Estaba aterrado.


— Creo que el bebé ya viene... pero es demasiado pronto —dijo con voz quebrada—. Algo... algo anda mal...


Frank no perdió más tiempo y fue a buscarlo. Gerard era tan preso del dolor que apenas pudo levantarse y moverse era complicado, pero poco a poco se acercaron hasta el exterior y cuando finalmente se recostó en el asiento del copiloto se permitió llorar nuevamente. Era un dolor tan horrible que parecía estar partiéndolo en dos. Sentía sus propias uñas clavándose en su vientre pero no podía hacer nada al respecto, habían tantas cosas en su mente, pero lo principal era su bebé. Sólo quería que su bebé estuviese bien.


El camino hacia el hospital se hizo eterno, y cuando finalmente llegaron Frank abandonó el auto y fue a buscarlo para ayudarlo a entrar. Sus gritos hicieron eco en la sala de emergencia y entonces todo fue demasiado rápido en torno a ellos. Un equipo de enfermeras corrió hacia ellos y se llevó a Gerard mientras que Frank se quedaba detrás de las puertas, con ambas manos sobre su cabeza, rezando en silencio por la seguridad de su familia.


Sus últimos segundos de conciencia al interior del quirófano fueron totalmente borrosos. Podía escuchar gritos venir en todas las direcciones y un montón de personas corriendo en torno a él, había manos tocándolo por todos lados y entonces... entonces todo se volvió de algodón.


Lo primero que supo cuando volvió a su cabeza fue que la inconciencia ya lo había abandonado. Ya no estaba en el quirófano. Ya nadie gritaba. Ya no dolía, al menos ya no era tan intenso, aunque presentía que el adormecimiento de su cuerpo se debía a algún tipo de droga.


Luego intentó despertar sus sentidos.


Los sonidos a su alrededor eran totalmente variados. Pudo notar un monitor cardiaco, pasos lejanos, el constante sonido e un calefactor y junto a su propia respiración había una más, aunque el dueño de esa respiración dormía. Lugo inspiró fuertemente para captar olores, aunque fue sólo el olor a antiséptico lo que llenó sus fosas nasales, eso y un leve olor a cigarrillo.


No estaba solo, presumía que quien le acompañaba era Frank. Y aunque él dormía, temía abrir los ojos. Una parte de su mente imaginaba lo que habría al mirar hacia abajo y sabía que no le gustaría lo que iba a encontrar.


Tomó aliento fuertemente y se forzó a abrir los ojos. La habitación estaba tenuemente iluminada por una luz blanquecina y por las persianas no se colaba absolutamente nada de luz. Quizás era de noche. Su cabeza daba vueltas incansablemente y presentía que de hacer un movimiento brusco, vomitaría. Cerró sus ojos nuevamente y los mantuvo así por un buen rato, pero luego optó por abrirlos y en contra de sí mismo, miró hacia abajo.


No había nada.


Sólo estaba su propio abdomen y seguía estando hinchado, pero no lo suficiente como para tener a su hijo ahí. Con torpeza y temor llevó una mano a su abdomen, como si lo que sus ojos veían fuese sólo una ilusión. Como si esa nada no fuera nada, sino sólo una mentira creada por sus ojos dopados.


Su abdomen estaba increíblemente blando y se sentía asqueroso al tacto. Encontró un gran apósito en la parte inferior. Y descubrió que efectivamente su hijo ya no estaba ahí, que había sido extirpado de su interior. Quemó la mano de ahí como si quemara y la alzó a su rustro, cubriéndose los ojos de la luz. En algún momento las lágrimas habían empezado a fluir, perdiéndose en su cabello.


No quería pensar en nada. Sabía que pensar no era bueno, nada en lo absoluto. Temía despertar a Frank, pero también temía estar solo con su mente asustada. Temía que la mirada de Frank al despertar revelara lo que había sucedido. Y en parte sabía qué había pasado, pero no quería aceptarlo. No quería. No podía.


— ¿F... Frank? —logró formular. Su garganta se sentía seca— Frank... despierta.


No tuvo que intentarlo demasiado. En cuanto pronunció su nombre por segunda vez su novio alzó la mirada hacia él, y luego de una brillante sonrisa al verle a la cara vino una más triste, forzada.


— Gee... —suspiró.


"Dios, por favor no." Pensó Gerard. Pero las lágrimas ya habían comenzado a fluir desde los ojos de su novio. Y esa fue toda la confirmación que necesitó para saber que absolutamente todo había salido mal.


— ¿Por qué? —gimió una vez Frank estuvo a su lado, acunando su rostro contra su pecho— ¿Qué pasó?


— Él... él no lo logró —dijo Frank. Era como si las palabras estuviesen siendo extraídas una por una de su garganta. Él no quería pronunciarlas, no quería que fuese real—. Dijeron que... dijeron que nuestro hijo ya se había ido antes de que llegáramos al hospital. Dijeron que pasó por algo llamado sufrimiento fetal y sus últimos minutos de vida fueron terribles y yo... yo no entiendo cómo pasó esto...


— Fue culpa mía —masculló Gerard. Las palabras parecían un total sinsentido. Sólo había entendido dos cosas de todo aquello, y es que su bebé se había ido. Y que había sufrido terriblemente antes de irse—. Yo dije que no quería un bebé, yo dije que no estaba listo y nuestro hijo lo escuchó y no quiso nacer así... —sabía que era absurdo decir aquello, pero era difícil ser razonable en un momento así.


— No, amor —suspiró Frank—, no fue tu culpa. No te culpes... No lo hagas...


— ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué vamos a hacer? No sé cómo... ¿Se supone que tengo que olvidarlo y seguir con mi vida? Es tan egoísta que yo esté aquí y él... Dios mío, Frank...


— Todo estará bien —dijo Frank besándole una de las mejillas húmedas a causa de las lágrimas—. Todo estará bien, te lo prometo.


Gerard asintió pesadamente. ¿Qué podía responder a eso? Sabía que nada estaría bien. Nada nunca volvería a estar bien. Porque tuvo la oportunidad de tener una familia junto al amor de su vida, y esa oportunidad le fue arrebatada desde el interior del vientre. Y sólo quedaba llorar y lamentarse... porque él solía creer en el destino, y el destino era una mierda.

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