Nueva, sin uso.

— Quiero que vaya a mi antiguo colegio —dijo Frank, desviando por instantes la mirada del volante para mirar el rostro de su pareja, pero él estaba tan concentrado en su helado que ni siquiera se dio cuenta, Frank sonrió—. Es un colegio buenísimo y de seguro alcanza a conocer a alguno de mis profesores.


— Cuando estén por jubilar... —acotó Gerard, alzando por fin la mirada. El helado había dejado de causarle interés y ahora el color del chocolate mezclado con la vainilla le estaba provocando nauseas— Creo que es pronto para escoger su colegio, amor…


— ¿Por qué? Mis padres decidieron donde estudiaría yo incluso antes de que yo naciera —Frank volvió a mirarle, su rostro lucía decidido.


— Pero amor… tú ibas a un colegio, ¿Qué si nuestro bebé resulta ser una niña?


— El doctor dijo que sería un niño, lo vio en la ecografía.


— A uno de los chicos del curso para padres le dijeron que en su anterior embarazo tendría sólo un bebé y al momento de la cesárea descubrieron que habían dos bebés ahí.


Esa frase pareció dejar a Frank pensando en silencio, pero minutos después, cuando volvió a hablar, su rostro seguía serio y decidido.


— Si es niña buscaremos otro colegio, pero si es niño irá a mi colegio —finiquitó. Gerard bajó la mirada a su avanzado vientre y sonrió.


— Tu papi es un terco, lindura… cree saberlo todo pero en realidad no sabe nada. Yo creo que eres una niña, una preciosa niña… así que no me dejes como un tonto, ¿Está bien?


Frank sonrió, cuando se detuvo en el semáforo estiró una mano para acariciar la curvatura del abdomen de casi ocho meses de gestación, se tomó la libertad de besar la mejilla de su pareja y luego regresó a su lugar, ambos estaban cansados después de un largo día de compras para el futuro bebé, pero de todos modos cuando llegaran a casa irían directo a la habitación que estaban preparando para guardar la ropa en su pequeño armario y añadir los nuevos peluches a los residentes ahí, Gerard creía que incluso ellos estaban ansioso por conocer a su bebé.


Frank presionó el acelerador cuando la luz cambió a verde, era una calle de cuatro vías y demasiado transitada como para ser segura incluso cuando se tenían todas las precauciones necesarias.


Eso lo descubrió medio minuto después.


Una camioneta de la vía lateral había mal interpretado las luces del semáforo o simplemente no había tenido tiempo para frenar, porque se lanzó a setenta kilómetros por hora y se estrechó contra el costado del pequeño Nissan de la pareja, dejando la mitad del vehículo destruida.


La mitad en la que iba Gerard.


Ni el cinturón de seguridad ni sus brazos pudieron contener el impacto, su cabeza golpeó contra el parabrisas y luego contra el asiento con tal fuerza que quedó inconsciente en el acto, sus brazos que antes habían estado aferrados en torno a su vientre cayeron y el impacto cobró su víctima.


Pero él no lo sabía todavía.


Despertó cuando la camilla estaba corriendo desde la ambulancia hacia el quirófano, vio a Frank ensangrentado y lloroso corriendo a un lado de la misma, al parecer Frank estaba mal, pero él estaba peor.


Los hombres de blanco en torno a la camilla decían un sinfín de cosas. Uno de ellos dijo que presumiblemente el feto estaba muerto, que tenían que salvar al gestante.


“Mi bebé…” logró pensar.


Cuando abrió los ojos nuevamente estaba en una habitación con intensas luces, su cuerpo se sentía pesado… sus párpados tenían un saco de plomo encima… y tenía tanto sueño…


Su mente seguía corriendo en torno a su bebé, a los movimientos del mismo, luego a aquel intenso impacto. Y el dolor… el dolor era tan intenso.


Quizás fue eso lo que lo despertó.


La habitación estaba vacía, parecía ser enorme para una sola persona. Cerró fuertemente los ojos, su cabeza pesaba diez mil kilos y su cuerpo tenía agujas clavadas por todos lados. Sus manos eran lo único que podía mover, aunque seguía doliendo. A modo reflejo llevó una de ellas a su vientre, pero sólo aire encontró ahí. Su mano cayó por culpa de la sorpresa y encontró su cálida piel algunos centímetros por debajo, el golpe le hizo ver luces de colores. Dolía intensamente.


No hacía falta ser un genio para adivinar qué había pasado, pero a pesar de los precedentes se obligaba a pensar en lo positivo, no podía caer.


“Una cesárea de emergencia, me hicieron una cesárea de emergencia… mi bebé está siendo inspeccionado, o en una incubadora porque es demasiado pequeño… o en el mejor de los casos, está con Frank. Con Frank.”


Pero de todos modos las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.


No supo cuánto tiempo pasó, pero al abrir nuevamente los ojos Frank estaba junto a él, sosteniéndole una mano. Parpadeó pesadamente y le miró a la cara, Frank traía un enorme parche en la frente, su labio estaba roto y su nariz hinchada, hematomas cubrían su siempre atractivo rostro.


— Despertaste… —susurró, su voz sonaba rota, llena de congoja. Gerard lo conocía lo suficiente como para saber que algo andaba mal, y que había estado llorando a mares.


— ¿Dónde está…? —dejó la pregunta inconclusa, y Frank también dejó así la respuesta. Bajó a abrazarlo, a mecerlo, a calmarlo. Frank ya estaba llorando para cuando lo abrazó, y lo único que Gerard pudo hacer fue imitarle.


— Lo lamento tanto… debí haber tenido cuidado… lo lamento… no sabes cuánto… fue mi culpa… maté a nuestro hijo… —lo dijo con seguridad, había podido ver al pequeño bebé amoratado que extrajeron muerto del vientre de su pareja, imagen que le acompañaría por siempre— Lo maté…


Gerard no podía formular palabra alguna. No había frase que lograra exponer lo que pasaba por su mente. Su hijo, su primer hijo. Su bebé, su esperado bebé. Los nueve meses más largos de su vida… pero ese niño nunca lloró. Su mente viajó a las miles de ecografías guardadas con celoso afán en su habitación, ecografías de alguien a quien jamás conocería. Pensó en toda la ropa de bebé que esperaba en casa… ¿Qué harían con toda esa ropa nueva… sin uso?

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