Imbécil.

"Yo te amo" Había dicho Frank. "Te amo más que a mi vida. Te amo más que a nada en el mundo. Daría mi vida por ti. Nada nunca podrá separarnos. Juntos por siempre. Te amaré incluso después de la muerte."


Las mentiras eran innumerables. Gerard podía ahogarse en ellas, ahogarse y perderse en ese abismo de recuerdos que al final, no lo llevaba a ninguna parte. Porque cuando abría los ojos seguía ahí, solo en su apartamento, que sólo meses antes había sido también de Frank, solo, totalmente solo. Porque incluso su familia lo había olvidado en aquél momento. Pero ellos poco importaban... lo que partía su corazón en dos, lo que resquebrajaba su alma y pisoteaba los anhelos que había tenido para la hermosa pareja que alguna vez habían sido, es que Frank se había marchado.


Para siempre.


— Siempre fue un cobarde —se decía a sí mismo, pero ni siquiera eso podría traerle algo de alivio a su torturado corazón.


Frank era un cobarde, ¿Y eso qué?


Que Frank fuera un cobarde no le regresaría aquellos abrazos por las noches. Que fuera un cobarde no le traería besos por las mañanas. Que fuera un cobarde no haría que el asilo emocional regresara. Pero principalmente, que Frank fuera un cobarde no le daría un padre a su hijo. A decir verdad, era por eso que Frank se había marchado principalmente.


"Soy demasiado joven." Había sido su excusa, bueno, ¿Y eso qué? Gerard también era joven, pero en ningún momento, ni siquiera cuando estaba de rodillas frente al retrete, vomitando el alma, había pensado en abandonar.


"Esto arruinará mi carrera, y lo sabes." Gerard se había reído en su cara. En su maldita, estúpida y atractiva cara. Porque él también tenía una estúpida carrera, y la suya era muchísimo más prometedora. Sólo seis meses antes de la noticia había hecho un contrato con Warner Music y ahora estaba respaldado bajo su sello. Su álbum debut como solista saldría en cosa de semanas, y él estaba embarazado de seis meses y medio, pero de todos modos seguiría su carrera. Porque era lo que siempre había deseado hacer. Porque en Warner habían encontrado casi atractiva la idea. Y porque necesitaba comprarle mil cosas a su bebé ahora que era un padre soltero.


Cuando tuvo la primera copia de su álbum quiso buscar a Frank sólo para restregárselo en la cara. Había tocado guitarra, batería, bajo y piano además de cantar cada maldita canción. Y claramente sería un éxito. Su éxito. Y Frank, por imbécil egoísta no podría ser parte de eso.


A decir verdad, nadie podría. Era sólo su felicidad, suya y de su bebé.


Pero de todos modos, y a pesar de todo... lo extrañaba.


Extrañaba sus besos, extrañaba sus palabras amables, extrañaba sus abrazos, pero por sobre todo extrañaba esa magnífica forma de hacerle el amor... porque claramente no había estado con nadie desde que Frank lo había abandonado, así de embarazado como estaba le daba pudor siquiera la idea de estar sexualmente con alguien que no fuera Frank. Pero Frank no estaba como para sacar a flote su lado ninfómano y culpar a las hormonas por eso, Frank no estaba para darle esos besos que partían desde el final de su columna y terminaban detrás de su oreja, Frank no estaba para darle esas deliciosas caricias después del sexo. Frank no estaba.


Desde hacía tres meses y dos semanas que no lo veía.


Gerard podía contar también perfectamente los días y las horas, pero eso sería patético. Decir que además de esos tres meses y dos semanas había también dos días y casi nueve horas sería exagerar... y probablemente mentir.


Aunque sabía que era la suma exacta.


Pero todos los números se iban al demonio cuando sentía una patadita de su bebé, o cuando las ecografías que descansaban en su mesita de noche volvían a su retina. Su bebé estaba ahí, con él. Y eso era todo lo que importaba, al menos a ratos. Hace sólo unas semanas había descubierto que se trataba de un niño, y qué niño. De haber estado Frank ahí le hubiese hecho un comentario, en susurros, sobre aquello que había heredado entre las piernas. Poco importaba que la mujer le hubiese explicado luego que ese era el cordón umbilical y que el pene estaba más abajo, ese frijolito que se veía ahí. Si Frank hubiese estado ambos hubiesen reído en la cara de la mujer y probablemente ella hubiese reído también, pero estaba solo, y había atinado a asentir mientras avergonzado y totalmente sonrojado pegaba los ojos a la pantalla.


Frank era un imbécil, lo recordaba cada vez que tenía que hacer malabares para poder abrocharse las agujetas, porque su cada vez más enorme vientre no le permitía hacer aquello, menos aún con lo torpe que era por naturaleza.


A veces se tiraba a la cama y lloraba por horas. Otras, en cambio, se ponía su calzado más cómodo se iba al centro comercial a comprar mil cosas para su bebé, poco importaba que todo el mundo se diera vuelta a mirarlo, cuando su espíritu estaba en las nubes, ni siquiera las miradas de las feas mujeres conservadoras podían quebrantarlo.


Había renovado su guardarropas mil veces, y ahora mismo tenía listo su atuendo para el día en que promocionarían su álbum con un evento en donde adelantaría dos canciones, que sería dentro de tres días. Y cantaría para un público de cien personas, o un poco más, en los estudios de Warner Music.


Para ese evento tenía preparado un atuendo similar al que había usado para la portada del disco y algunas sesiones de fotos, en donde hábilmente habían hecho desaparecer el vientre que se hacía notar bajo la chaqueta y las blancas camisetas. Eso había sido antes, claro, cuando podía esconderlo. Ahora era imposible, y se había dado por vencido.


Si su hijo quería mostrarse entonces todo el mundo debía mirar.


El día esperado se había despertado dos horas antes del amanecer, había tomado una larga ducha antes de desayunar, luego había hecho yoga con esa enorme pelota que había comprado tiempo atrás, se había paseado por la habitación ya equipada para su futuro hijo, y luego había regresado a su habitación, con el reloj marcando las nueve y media. Su cabello castaño oscuro estaba peinado en un bonito copete sobre su cabeza, una camisa maternal con pinzas por todos lados para que quedara ajustada a su figura actual, hecha especialmente para él por una hábil mujer, descansaba justo debajo de la chaqueta azul eléctrico, a juego con pantalones del mismo tono. Unas converse sin caña en color negro habían sido las escogidas y difícilmente atadas para complementar el atuendo. Estaba listo. Y no podía seguir entreteniéndose así que debía salir. Y enfrentar a toda esa gente que estaba esperando escuchar el adelanto de su nuevo álbum.


Era el comienzo de una nueva etapa.


Un nuevo Gerard.


Sin Frank.


Con esa precaución al conducir que había adoptado al enterarse de la noticia, se dirigió al estudio. Estacionó en el lugar reservado a su nombre y con paso seguro se dirigió al interior. Más de una persona se detuvo a saludarle y a posar sus frías manos sobre su vientre, pero Gerard sólo sonrió. Y de buena gana, porque no tenía a nadie que hiciera eso por su bebé. Y realmente era agradable sentir que alguien a pesar de él estaba contento de que estuviese ahí. Aunque fuesen prácticamente desconocidos. Su bebé no tenía por qué saberlo.


Su agente le estaba esperando justo a un costado del improvisado escenario en medio de uno de los jardines internos del recinto. Ya había varias personas ahí, y de forma furtiva los flashes habían comenzado. Pero Gerard intentaba no darles demasiada importancia, de otro modo se pondría nervioso, y terminaría hecho un nudo de nervios y un mar de lágrimas. Las sonrisas tranquilizadoras del anciano que se encargaba de todo por él lograron calmarlo nuevamente, una caricia en el vientre y unas palmaditas en el hombro le precedieron.


Y luego fue turno de subir los dos peldaños, y pararse en medio del escenario.


Había personas ahí, un tecladista, un baterista, un bajista y un guitarrista. Todos cortesía de la compañía, dos de ellos lo habían acompañado en la grabación de su álbum. Gerard compartió un par de sonrisas con quienes cruzó miradas sobre el escenario, y luego se enfrentó al público. Habían varias adolescentes, varias personas adultas, algunos trabajadores del lugar, y Frank.


¿Frank?


Frank.


Oh Dios, Frank.


Maldito hijo de perra, Frank.


Quiso desaparecer. Luego quiso ocultarle su vientre de la vista, no tenía derecho. Luego quiso matarlo. Luego quiso llorar. Luego reír como un loco. Luego besarlo. Luego desaparecer nuevamente, desaparecer mientras lloraba. O llorar mientras reía. O matarlo mientras lo besaba.


Cualquier cosa estaba bien, cualquier cosa menos quedarse de pie ahí. Congelado. Inerte. Estúpidamente embelesado con la visión de un imbécil que lo había abandonado durante tanto maldito tiempo. Los acordes de la primera canción comenzaron a sonar, sonaban con fuera, pero él no recordaba las letras. La gente lo miraba, pero a él le daba igual. Sus ojos estaban conectados con los de Frank. Y no podía despegarlos.


Y el imbécil sonreía.


Estúpido y arrogante pedazo de mierda. Había desparecido por meses y se le ocurría aparecer justo en su día especial. O posiblemente estaba ahí sólo por eso, quería arruinar su maldito evento así como le había arruinado la vida.


— ¡Gerard! —Escuchó una voz familiar desde un costado del escenario. Su agente— ¡Gerard!


Cuando reaccionó notó que los músicos se habían detenido, y que Frank estaba muchísimo más cerca. Traía el cabello más largo y había vuelto a decorar la perforación de su labio. Sus brazos estaban cruzados sobre su delgado torso, al interior de una chaqueta de mezclilla. Gerard conocía esa chaqueta, solía ser suya. Pero en su estado y con ese enorme vientre no le entraría ni de broma. Quiso gritarle que por culpa suya había tenido que hacerse una estúpida camisa a mano porque ninguna otra le abrochaba en el vientre. Pero no dijo nada.


— Hola —dijo Frank, justo frente al escenario. Gerard lo estaba mirando fijamente a los ojos.


— Hola —respondió con un hilo de voz, posando una mano sobre su vientre. Escuchaba murmullos, mil murmullos, pero realmente daba igual— ¿Qué haces?


— Hablar contigo.


— No, imbécil —rodó los ojos— ¿Por qué estás aquí?


— Quería hablar contigo.


— Querías arruinar mi evento.


— Creí que mi presencia te daría ánimos para hacerlo —dijo Frank.


— Arrogante hijo de perra... ¿Te crees tan especial? ¿Eh?


Gerard escuchó como los murmullos se convertían en risas, y es que al parecer todavía tenía el micrófono en la mano, y todo lo que decían estaba siendo escuchada por esa estúpida gente. Le dedicó una mirada a su agente, y luego dejó caer el micrófono. Recibió la mano que Frank le ofreció para bajar del escenario, y junto a él abandonó el maldito lugar.


Poco importaba que hubiese estado ensayando durante semanas para hacerlo bien. Frank estaba ahí, para bien o para mal, estaba ahí.


— ¿Por qué apareciste ahora?


— Estuve pensando —respondió Frank.


Gerard apoyó su espalda contra la pared de piedra, Frank se paró justo frente a él, ahí en las bonitas y enormes puertas de la compañía disquera. Gerard cerró sus ojos para normalizar su respiración, y llevó una mano a acariciar su tenso vientre.


— Piensas lento, al parecer te volviste más imbécil.


— Merezco eso —rió Frank.


— Eso y mucho más. No sabes por todo lo que he tenido que pasar... Mikey, mamá, papá, nuestros amigos... todos me dieron la espalda. Pero ninguno importó realmente, sólo me importabas tú... siempre me importaste sólo tú, pero eso no te bastó, porque de todos modos me dejaste solo.


— Lo lamento —murmuró Frank.


— Eso no arregla nada —Gerard volvió a mirarle—. Tus palabras no arreglan nada. Te irás de nuevo, te dará miedo... no estás listo para ser padre, Frank, pero yo sí. Amo a este niño, me ha hecho más feliz en seis meses de lo que tú me hiciste en años, y eso que todavía no conozco su rostro. Pero seguramente heredará tus ojos, y cada vez que los vea me sentiré una basura porque su padre es un cobarde que no supo enfrentar los desafíos... ni siquiera junto a quien se suponía, era el amor de su vida.


— Sigues siendo el amor de mi vida —dijo Frank—. No volví antes porque no quería que me rechazaras, pero... llevo tanto tiempo arrepintiéndome. La idea de un niño de nosotros dos es... hermosa. Quiero ser padre sólo si es contigo. Quiero embarazarte mil veces más si eso supone que volveré a verte con este hermoso vientre que traes ahora mismo. Quiero estar contigo por siempre, y para siempre... prometo no decepcionarte, Gerard. No volveré a marcharme.


— Eres un tonto —suspiró Gerard.


Acercándose a él para abrazarlo, cerró sus ojos una vez más y se dejó arrullar por las respiraciones del contrario. Sintió como unas lágrimas bajaban por sus mejillas, pero no intentó detenerlas. No sabía si eran de pena o alegría, pero ahí estaban. Y pronto su bebé comenzó a moverse como un loco, provocándole dolor en lugares que no sabía nombrar con exactitud.


— Este hombre es tu padre —dijo Gerard, acariciando nuevamente su vientre, ahí en donde estaba recibiendo la carga de patadas—. Es un imbécil y un cobarde, pero es tu padre.


Frank se le quedó mirando, y sin decir nada posó su mano tatuada junto a la ajena, Gerard la tomó por la muñeca y la arrastró a la zona, y las pataditas volvieron a sentirse. Gerard miró el rostro de Frank, estaba sonriendo, pero al mismo tiempo estaba llorando. Y cuando volvió a reaccionar, se acercó para besarle la boca mientras cálidamente acariciaba su vientre.


— Te amo —susurró Frank al final del beso—. Soy un imbécil, pero te amo.


— El mayor imbécil del mundo —convino Gerard, pero de todos modos volvió a besarlo.

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