La familia de Gerard Way.

Gerard había escuchado más de una vez a sus amigos del rubro hablar acerca de esa persona especial que llegaba a sacarlos del agujero y realmente le emocionaba pensar en que alguna vez, a él le pasaría. Que conocería a un médico, un abogado o un ingeniero que lo sacaría de ese apestoso trabajo y lo llevaría a vivir una vida de cuento de hadas. Pero con tres niños y uno a cuestas, pensó que su turno ya había pasado. Que jamás tendría esa vida de cuento de hadas, que tendría que seguir vendiendo su cuerpo para sacar adelante a sus hijos, y a los que estuvieran por venir.


Pero había llegado Frank. Y había sido su boleto de salida de ese mundo de mierda.


La primera visita de Frank después de tanto tiempo sin verse, no había tenido nada de sexual, lo cual era asombroso porque no se sentía con ganas de prestar su cuerpo una vez más. Frank no quería follarlo para desecharlo más tarde, no... lo que Frank quería era hacerse cargo de él. Y de sus niños.


Thomas había quedado encantado con ese tipo, y al cabo de pocas semanas ya se había acostumbrado completamente a las visitas cada vez más frecuentes del tío Frank. Con las gemelas había sido casi igual de fácil, las niñas sonreían cuando estaban con Frank. Y Alice se empecinaba en decir Pank cada vez que lo veía cerca, aunque Frank le pedía que le dijera papá. Porque eso es lo que era, Frank no lo había dudado en ni un solo instante, sin exámenes de ADN, sin nada más que el parecido físico y la palabra de Gerard. Los tres niños eran sus hijos, y punto.


Pasaron dos meses hasta que Gerard se dejó convencer para marcharse de ese asqueroso apartamento colmado de sexo sin ganas, visitas innecesarias y malos recuerdos, para irse a una bonita casa en un barrio elegante, en donde Thomas tenía una habitación, las niñas tenían una habitación, y el bebé que venía en camino tenía otra habitación. También Frank y él, una grande, luminosa y espaciosa habitación que le hacía sentir en el cielo.


La vida era buena, pero los besos y los te amo de Frank lo eran más. Gerard se había visto reacio a aceptarlos en un principio, pero con el pasar del tiempo se había acostumbrado cada vez más a estas muestras verbales de amor, acompañadas siempre con regalos, abrazos, besos, y esas bonitas caricias en el enorme vientre.


Hasta que el día esperado llegó, y el cuarto bebé se unió a la familia. Thomas tenía sólo cuatro años y medio, las gemelas habían cumplido su primer año hace sólo un par de meses, y ahora tenía otra niña a la cual cuidar. La pequeña Anabelle era hermosísima, Gerard había quedado embobado al verla por primera vez, y también Frank. Ella fue la primera en adoptar el apellido de Frank, y pocos meses después, lo hicieron también los otros tres niños.


Ahora sí eran una verdadera familia, y Gerard no podía pedir más.


¿O sí?


Bueno, quizás el que Frank no respetara la cuarentena era más de lo que podía pedir, que sólo un par de semanas después comenzara con los malditamente conocidos síntomas era mucho más de lo que deseaba, y que mientras su nueva bebé crecía, también lo hacía el nuevo habitante en su vientre.


— Es mi quinto hijo, Frank —suspiró Gerard, acostado de espaldas en la cama matrimonial, con una mano acariciando el costado de su tenso vientre de siete meses y medio de gestación—. Sé cuándo es el momento...


— Pero realmente tienes el vientre tenso, como con las contracciones de Belle —replicó él, de rodillas a su lado. Inspeccionando de cerca el pálido vientre de su pareja.


Gerard llevó una mano a cubrir su rostro, le había estado doliendo un poco ese día, pero era sólo culpa del revoltoso niño en su interior, lo había comprobado luego de llamar a la matrona que solía atenderlo, pero Frank no daba cabida. Siempre tan preocupado y nervioso.


— Deberías ir —dijo Gerard, quitándose la mano para verle a la cara, estirándola a acariciar lo que alcanzaba de su pareja—. Lily no te va a perdonar si faltas a su cumpleaños, lo sabes.


— Me preocupas, Gerard... Belle es demasiado pequeña, y las gemelas están muy revoltosas y... ¿Qué pasa si el bebé quiere nacer? ¿Cómo lo vas a hacer con las niñas aquí?


— Me las arreglaré, siempre lo he hecho. ¿No? —Gerard le dedicó una sonrisa tranquilizadora, cubriéndose el vientre y apoyando un codo sobre la cama para alzarse— Tengo práctica en esto de los bebés, amor... estaremos bien.


— Es que... ¿Seguro que no quieres ir conmigo? —preguntó Frank.


— Tu ex esposa me odia, Frank. Y no quiero que Miles y Lily se pongan celosos si te ven llegar con las gemelas o Belle en brazos, o con Thomas. Ellos están más grandes y todo, pero son niños... si ven a su padre con otros niños... se van a enojar contigo.


— Pero son sus hermanitos.


— Ellos no lo ven así. Tu ex esposa no debe ayudar tampoco... será mejor que vayas solo —insistió Gerard—. Te esperaré con la cena lista.


— No bromees, quiero que descanses —dijo Frank, empujándose para quedar a su altura, con el rostro a unos palmos de distancia—. Quiero que nuestro niño nazca sanito...


— Todos nuestros niños han nacido sanitos, tienes buenos genes —suspiró Gerard, alzándose levemente para besarle en la boca. Frank cerró sus ojos y mantuvieron el beso por todo el tiempo posible antes de que la falta de aire los separara.


— Te amo tanto, Gerard —murmuró Frank, dedicándole una sonrisa sincera—. Estoy ansioso porque te conviertas en mi esposo ante la ley.


— Faltan unos meses... cuando este niño nazca y esté lo suficientemente sexy como para ponerme un traje —respondió Gerard.


— Cuando estás embarazado es cuando más sexy luces.


— ¿Cuántos hijos planeas hacerme, Frank Iero?


— Tantos como sea posible —respondió Frank entre risas, volviendo a besarle los labios.


Gerard no podía quejarse, realmente le encantaba estar embarazado. Le gustaba lo cariñoso que se comportaba Frank, incluso cuando era un patán con él. Le gustaba el cómo se preocupaba de cada mínima cosa lo atento que escuchaba a la doctora y lo emocionado que se mostraba al ver las ecografías. Le gustaba la forma en que cargaba a sus hijos, lo cariñoso que era con ellos, y esos ojos de enamorado que tenía cuando ambos se contemplaban fijamente.


Estaba enamorado, era un hecho. Totalmente enamorado de Frank Iero.

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