Pésima planificación familiar

Gerard suspiró.


Su madre le había dicho que debía esperar por lo menos dos meses antes de volver a tener sexo. Pero Frank era tan malditamente insistente y habían estado tres meses completos sin poder tener absolutamente nada de acción porque su embarazo había sido de alto riesgo, y también cargaba encima a gemelos. Así que en cuanto los bebés hubieron nacido y Gerard se hubo recuperado de la cesárea, habían decidido volver a hacer el amor.


No había sido una decisión, ambos simplemente se necesitaban de forma tan urgente que no pensaron en que debían esperar un tiempo o por último usar un condón. Y tampoco fue hacer el amor... fue sexo tan brusco y tan ansioso que Gerard había estado sintiendo las secuelas incluso varios días después de aquella primera vez.


Sus gemelos demandaban muchísimo tiempo, y su pequeña niña de año y medio también necesitaba atención. Él había estado demasiado embarazado para funcionar cuando la niña había empezado a dar sus primeros pasos, así que ahora que podía andar de rodillas detrás de ella, intentaba no perderse ningún momento.


Pero bueno... al parecer la historia volvería a repetirse.


Frotó sobre sus ojos un par de veces. Tenía unas marcadas ojeras y no eran sólo por la falta de sueño al estar cuidando a tres niños, sino que llevaba tres semanas vomitando cada bendita comida y sintiéndose terriblemente enfermo. A decir verdad, desde el primer momento lo había sospechado.


Pero no quería aceptarlo.


Su madre lo iba a matar. Su doctora de cabecera también.


Ambas le habían dicho que debía cuidarse luego de tener a su primera hija, pero no había hecho caso y dos meses después de la cesárea, había quedado embarazado de nuevo. De gemelos. Y ahora, sólo tres semanas después de la cesárea volvía a quedar embarazado...


Esas seis pruebas de embarazo positivas lo confirmaban.


Se puso de pie y lanzó todas las pruebas excepto una al basurero. La dejó sobre el lavabo y se enjuagó las manos para luego enjuagar su cara. Lucía terrible. Tenía una enorme raíz castaña bajo su negro cabello y el color se había ido casi por completo y lucía asqueroso. La camiseta que una vez había sido negra estaba manchada con la leche que los bebés vomitaban e incluso podría jurar que había algo de vómito propio ahí. Lo peor es que le quedaba ajustada. Porque después de dos embarazos sin descanso no había tenido tiempo para bajar de peso. Y tenía estrías. Y se sentía asquerosamente horrible porque antes de conocer a Frank se había esforzado por lograr un cuerpo envidiable.


Pero ese maldito hombrecito...


Se palmeó el abdomen y dejó ir un suspiro, luego de mirar una última vez su reflejo regresó al pasillo y pasó a ver a su hija en su habitación. La niña dormía plácidamente. Y lo mismo hacían sus gemelos en la habitación siguiente.


Eran las once de la noche y recién podía descansar.


Se fue a su propia habitación y dejó el test de embarazo bajo la almohada. Se cambió la camiseta y sin ganas de hacer nada más, se lanzó de espaldas sobre la cama para intentar dormir un poco. Era martes, así que Frank llegaría tarde de la oficina.


Y posiblemente llegaría con ganas de hacer el amor.


— Te odio tanto... —suspiró en su nombre, aunque era claro que mentía. Cerró los ojos y se dejó mecer hasta que el sueño le ganó. Debía pensar en cómo difundiría la noticia. Ya podía ver la cara de burla que le mostraría su hermano menor y las muchas bromas con respecto a su vida sexual y los conejos que todos sus amigos y conocidos harían.


Pero por sobre todo... ¿Cómo rayos cuidaría a cuatro bebés?


"O cinco..." dijo para sí mismo, pensando en sus gemelos que dormían en la habitación de al lado y el poderoso semen de su esposo hace ya tres años.


— ¿Cómo está el gordito más lindo del mundo entero? —la voz de Frank, junto a ese horrible apelativo llegó a sus oídos. Quería darle la cara y decirle que retirara sus palabras, pero se sentía tan pesado que... era imposible negarlo. Estaba enorme. Y se pondría más enorme luego del bebé que había tomado su vientre como hogar.


— Vete a la mierda... no tengo ganas —masculló girándose para quedar boca abajo cuando Frank encendió la luz.


"Debo aprovechar dormir boca abajo mientras pueda" pensó, con su mente llena de imágenes de su vientre en crecimiento. Cuando estaba en sus últimas semanas, con los gemelos, difícilmente podía dormir de costado y ni hablar de pararse de la cama. O abrochar su calzado. O quitarse los pantalones.


— No... —repitió cuando sintió las frías manos de su esposo colándose bajo su camiseta, acariciando uno de sus costados y acercándose luego, peligrosamente a rozar aquellos deseados labios contra su mejilla expuesta.


— Sí... anda... te extrañé mucho. Y sé que tú también me extrañaste...


Una de las manos de Frank bajó a su trasero, intentando colarse bajo el pijama y su ropa interior. Sabía que en cuanto el menor de los dos lograra introducir un dedo en su interior, estaría perdido. Le sería imposible reprimirse y entonces la fuerza de su enojo ante la pésima planificación familiar se iría al carajo.


— Que no —dijo muy a su pesar, empujando lejos al enclenque que tenía por marido. Pesadamente se giró de la cama hasta quedar boca arriba y le enseñó su cara de entrecejo fruncido.


— ¿Te tocó muy difícil con los niños? —preguntó Frank, sin comprender la reacción de su amado— Te dije que mamá podía venir a ayudarnos con los niños, a ella no le molesta y le caes súper bien.


— ¡No quiero a tu estúpida madre cerca de mis hijos! —estalló— Y tampoco te quiero a ti cerca de mí.


La cara de Frank al escuchar eso le dio pena. Se sintió culpable. Pero antes de permitir que toda su rabia se esfumara, se apresuró a meter la mano bajo la cabecera para tomar la prueba de embarazo. Y entonces se la lanzó en la cara.


— Pero qué... —comenzó Frank, mirando fijamente las dos rayitas sobre la misma.


— En el baño hay mil más. ¡Sorpresa! —exclamó Gerard, con sarcástica alegría— No usaste un maldito condón ninguna maldita vez. A veces me dan ganas de hacerte una vasectomía, ¡Debí hacerte una después de los gemelos! Pero no... ¿Qué mierda voy a hacer con cuatro niños, Frank? ¡Ni siquiera tenemos dinero suficiente! Y estoy engordando tanto y no sé cómo cuidar a tantos bebés y mi mamá se va a enojar y la doctora se va a enojar y todos nos van a decir conejos ¡Y eso es lo que somos! Otro bebé...


Frank lanzó lejos la prueba de embarazo y se acercó a él. Gerard lo recibió confundido, receloso. Le miró a la cara con el entrecejo fruncido, no entendía por qué demonios Frank sonreía tanto cuando lo veía enojado. Dejó ir un bufido por entre los dientes y luego, antes de poder hacer nada, los labios de Frank estuvieron sobre los propios.


— El dinero no importa, ya veremos cómo nos las arreglamos. Y... un bebé es una bendición, Gerard. Lo dijiste mil veces cuando estabas esperando a nuestra princesa. Todo estará bien porque nos amamos... somos dos conejos que se aman. Y a la mierda todo lo demás.


— Para ti es fácil decirlo... tú no eres quien tiene que engordar.


— Luces hermoso cuando estás en cinta, mi amor —suspiró Frank, besándole los labios una vez más—. Además... sé que amas estar embarazado.


Gerard frunció sus labios y sus mejillas se coloraron involuntariamente al escuchar aquella verdad a gritos. Y todo era culpa de las hormonas.


— Además... hay otra ventaja de todo esto.


— ¿Cuál?


— Si tenemos gemelos nuevamente... sólo nos faltará otro par para tener nuestro propio equipo de Quidditch.


Gerard sonrió.


Siempre había amado esas estúpidas referencias a Harry Potter.

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