El trabajo de Gerard Way

Gerard dejó ir un suspiro.


Estaba cansadísimo. Y su embarazo de casi seis meses no ayudaba en nada cuando intentaba tomar en brazos al mismo tiempo a sus gemelas de once meses para calmarlas. El que le estuviesen saliendo los dientes las ponían de un terrible mal humor, tanto que ni siquiera su pequeño hijo de tres años podía calmarlas.


Y estaba atrasado.


Tardó casi diez minutos en hacer dormir a las niñas y con paso torpe las fue a acostar en sus cunas, tomando luego a su niño para dejarlo sobre la cama que compartía con él, con un montón de juguetes esparcidos por la cama y la televisión sintonizada en uno de esos canales para niños, con el volumen particularmente alto.


Salió de la habitación y aseguró la puerta por fuera para que los pequeños no pudieran salir. Previamente se había duchado, así que sólo se dedicó a ordenar su cabello en tonos rojizos y acomodar la negra camiseta que pretendía disimular su vientre en crecimiento, pero era un trabajo inútil a esas alturas.


Se sentía bastante listo, aunque el nerviosismo no lo había podido adivinar aun cuando tuvo toda la casa preparada y a los niños controlados. Y es que al cliente de ese día no lo había visto en casi seis meses y estaba seguro de que era él el padre de bebé que venía en camino, aunque claro, no había tenido oportunidad para decírselo. Y tampoco pensaba que él fuera a creerle, después de todo se prostituía desde hace casi diez años. Y había pasado los últimos cuatro años haciéndolo desde casa, cuando quedara embarazado de su primer hijo.


No era una vida honorable, y en su estado se sentía terriblemente sucio cada vez que tenía que recibir a algún tipo en su casa para tener una sesión de sexo sobre el sofá o alguna otra zona de la sala del pequeño apartamento. Porque por nada del mundo dejaba que algún extraño entrara a su habitación, ahí es donde estaban sus hijos.


Y nadie podía tocar a lo único bueno que tenía en el mundo.


Unos nudillos sobre la puerta le trajeron de regreso, se puso de pie con algo de dificultad y pasó una mano por un costado de su vientre, el bebé pateaba con más fuerza cuando él estaba nervioso, o eso creía. Abrió la puerta dejando ver a la figura citada.  Su nombre era Frank Iero y era uno de los abogados más reconocidos en la zona. Era por eso que no le había dicho que posiblemente las gemelas también  eran suyas, porque ninguno de sus otros clientes tenía sexo sin protección... creía que se las iba a quitar, y tenía pruebas de sobra como para hacerlo.


Tenía miedo.


— Buenas noches, te estaba esperando —dijo abriendo un poco más la puerta.


Los ojos del hombre le recorrieron de pies a cabeza y luego de regreso, quedándose pegados sobre su abdomen. No lo había escondido bien. Pero no habría problemas, otros tipos también se le habían quedado mirando pero al ver que así estaba más estrecho y caliente, habían tomado bien el asunto, después de todo, la única regla era no golpearle el vientre. Porque había algunos que les gustaba ser violentos y sólo así podían acabar.


— Adelante, por favor —dijo haciendo un gesto con la mano, pero el tipo parecía estar pegado a umbral de su puerta. Y si se iba sería una mierda, porque había reservado todo ese día para él, como cada vez que recibía su llamada, y se quedaría sin clientes y por ende, sin dinero, y el lunes tenía cita para ver a su bebé y realmente necesitaba ese dinero.


Y al parecer Frank Iero vio el desespero en su cara, porque entró y se quitó la chaqueta.


— Cuando te llamé... no me dijiste —murmuró, paseando la mirada por la sala— que estabas...


— No creí que fuese necesario —Gerard replicó, cerrando la puerta y apresurándose hacia él, podía servirle algo de beber y entonces eso dejaría de importar— ¿Quieres beber algo? Tengo bourbon, algo de ron y un par de cervezas.


— No, gracias —dijo Frank, mordiendo ansiosamente su labio inferior—. Mira... yo venía a verte para otra cosa... resulta, resulta que hace poco recibí la llamada de un amigo que te vio, uh... en el supermercado y... dijo, dijo que tenías tres niños, pero no me dijo nada de tu embarazo, el asunto es que... él conoce a mis hijos y dijo... que tus niños eran idénticos a los míos.


— ¿Eres padre? —preguntó Gerard, se sentía terriblemente culpable. La mayoría de sus clientes eran hombres de familia, pero todos también eran detestables. Por eso no comprendía por qué Frank, teniendo un buen trabajo e hijos le visitaba desde que prácticamente empezara a trabajar en ese rubro.


— Tengo dos hijos —respondió él, seguía mirando de aquí a allá, como buscando algún indicio o alguna foto de los niños de Gerard, pero no había nada—. Miles de diez años y Lily de seis.


— Yo tengo... tengo tres y... con este bebé serían cuatro niños —dijo Gerard, bajando la mirada a su vientre, acariciando inconscientemente la parte inferior del mismo. No solía enviar luz al asunto de su embarazo cuando estaba con clientes, porque eso parecía bajar la intensidad en el ambiente y por lo general, sus clientes terminaban molestos y frustrados. Realmente apestaba.


— ¿Cuánto tiempo de embarazo tienes? —preguntó Frank.


Gerard alzó una ceja, ¿Por qué estaba haciendo todas esas preguntas? ¿Por qué le importaba a él?


— Tengo... 25 semanas...


— Eso es casi seis meses.


Gerard asintió.


— Tuvimos sexo sin protección hace casi seis meses.


Gerard le miró a la cara, ¿A qué estaba jugando? Pero no dijo nada, no sabía qué decir. En lugar de eso se acercó a tomarle una mano y luego lo trajo consigo hacia la habitación que compartía con sus hijos, pero antes de abrir la puerta, se giró para encararlo. Sentía el duro abdomen de Frank contra su vientre y era terriblemente incómodo, pero él parecía no notarlo.


— ¿Por qué estás haciendo todo esto, Frank?


— Me separé hace unos meses... poco después de la última vez que te vine a ver. Mi esposa me descubrió y... no quise negarlo, todo se fue a la mierda.


— Lo lamento...


— Estaba terriblemente deprimido y luego este amigo me dice que te vio y lo de los niños y... realmente quiero conocerlos. Sé que quizás ni siquiera son míos, pero quiero salir de la duda, Gerard. Te dejaré de molestar después de esto.


Gerard tragó saliva.


De pronto la perspectiva parecía ser menos alentadora que cuando había comenzado a hablar. Lo dejaría en paz, ¿Por qué? Lo que menos quería era que precisamente él lo dejara en paz.  Se sentía tan a gusto, era tan agradable... y a pesar de tener tantos clientes, sólo se sentía bien teniendo sexo con él. Más de una vez pensó en que estaban haciendo el amor. Porque Frank le hacía sentir de ese modo.


Sin darle más vueltas al asunto, porque de otro modo parecía que se iba a echar a llorar, volvió a darle la espalda para abrir la puerta. Se asomó dentro y echó un vistazo. Su hijo dormitaba boca abajo sobre la cama, sosteniendo su cabeza con las manos mientras forzaba los ojos para seguir viendo la tele. Las niñas seguían durmiendo. Gerard abrió la puerta un poco más y entró al cuarto, el niño pareció despertar con esto, y sus ojos se abrieron aún más cuando vio al hombre junto a su papi.


La verdad es que Gerard jamás se había detenido a comparar todos esos detalles en el rostro de su hijo, pero ahora que los comparaba con los rasgos del hombre a su lado las dudas aparecían. Y al parecer, con Frank pasaba lo mismo.


Le vio atontadísimo mirando al niño y sin siquiera pedir su permiso se acercó a la cama para tomar asiento junto al niño, quien ya estaba sentado, con su Luke Skywalker de Lego en una mano.


— ¿Quién eres? —preguntó con su infantil voz el niño.


Frank miró a Gerard durante largos ratos, transmitiéndole toda la calma y seguridad que poseía. Frank había tomado una decisión, y no necesitaba análisis de sangre ni nada así para estar seguro. Sonrió levemente y luego volvió a mirar al niño antes de responder:


— Yo soy tu padre.




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