Parte 2 "El décimo paciente"

Capitulo dos


El décimo paciente


Aquella casa era de lo más corriente, no sé porqué construí en mi mente un escenario que en realidad no existía y la verdad es que si yo había imaginado aquello de una determinada manera nadie podía reprocharme nada. Sin darnos cuenta siempre activamos determinados mecanismos mentales para dar un razonamiento lógico a todo. Si alguien nos dice que un caballo está bajo un techo, enseguida imaginaremos una cuadra, nuestra mente descarta el resto de opciones, quizá el caballo se encuentre en mitad de un polideportivo, de hecho nadie nos ha dado motivos ni datos para que no pensemos lo contrario. Así, de esta manera si hablamos de un pez siempre lo imaginaremos bajo el agua y si es un sacerdote el que debemos imaginar, no podremos evitar barajar la posibilidad que se encuentre en un lugar santo....(o no...) Aplicando todos esos enlaces neuronales yo imaginé que la casa de aquel tal Ron Potkard debía ser una especie de casa de campo a medio camino entre una casa veraniega y una antigua granja. En el porche donde, seguramente, habría una vieja mecedora, me esperaría una vieja enfermera que me advertiría del mal humor del paciente que iba a visitar.


Me equivocaba del todo, la enfermera que me esperó en la entrada de aquella casa no pasaría de los treinta y su aspecto era más el de una azafata que el de una vieja y antipática asistenta. Al llegar no tuve tiempo de presentarme, aquella chica bien aleccionada me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja.


- El señor Potkard le espera en el jardín, el señor John ya nos avisó de su llegada. Perdone por mis modales, no le he preguntado si ha tenido un buen viaje.


- Ahhh! Sii! Claro, todo ha ido bien – ¿Que decía aquella enfermera? ¿Que aquel anciano estaba en el jardín? Creí recordar que Méndez había dicho que era un caso Terminal...claro que podía ya dejarme de sorprender, aun así no pude evitar hacer la pregunta- ... ¿Y dice que el señor Potkard está en el jardín?..Pensaba...


No fui capaz de acabar la frase, aquella chica ya clavaba su mirada azul en mí con su mejor sonrisa, pero lo hacía de igual manera que se hace con un niño que desconfía al entrar en el dentista me tomaba por el brazo para indicarme el camino. Yo dejé hacer, a nadie le desagrada que una dulce joven se acerque de aquella manera, era hermosa de verdad. Al tenerla cerca me di cuenta que no era realmente una enfermera, su forma de moverse, esa sonrisa, su forma de actuar recordaba la forma de moverse de una dama de compañía. Enseguida empecé de nuevo a conectar enlaces mentales, ahora solo la imaginaba vestida de enfermera para realizar cualquier juego erótico. En fin, que podía vestirse de enfermera igual que lo podía hacer de gatita, de criada, o de conejo del Play Boy...


-¿Le apetece tomar algo señor Walls?


- Bien...Una cerveza fría no me iría mal.


- Se la sirvo enseguida en la terraza, siga por este pasillo, este le conduce hasta el jardín allí le espera el señor Potkard.


No tuve tiempo a responder, aquel monumento hecho mujer se metió por una de aquellas puertas. Aquella casa era en realidad de lo más corriente, lo cual tiraba por tierra mis argumentos en cuanto a aquella modelo-enfermera. Nadie que pudiera vivir allí podía permitirse pagarse un lujo como aquel. Más parecía una casa prefabricada que un chalet de fin de semana, paredes lisas y sin apenas elementos decorativos, muebles funcionales y sin aditamentos, suelo de madera, techos bajos...Uno espera al entrar una vivienda poder ver los rasgos que la distinguen, un cuadro, una fotografía, un frutero sobre la mesa... Los objetos que dan nuestra personalidad a la vivienda y nos recuerdan cada día que es nuestro hogar. Pero aquel no era el caso, aquello recordaba una casa piloto. Una de esas casas que se usa para mostrar a los compradores, y que carecen de alma.


El pequeño pasillo acabó de repente y me vi al instante en el jardín trasero. El patio era tan austero como el resto de la casa, pero una escena en el centro del jardín parecía no encajar en aquella escena. En él, un anciano movía ritmicamente un palo de golf, mientras que con el cuerpo ladeado miraba una bola blanca que a un paso de sus pies esperaba ser golpeada. Frente a sí una noria en miniatura movía un chorro de agua que circulaba justo en frente de aquel hombre. Sobre la noria un letrero indicaba con un numero que aquel era el hoyo numero 7, a unos metros una replica de la torre Eiffel invitaba a introducir la bola en un agujero que reposaba en una plataforma, eso sí, después de hacer pasar la esférica por una rampa. Repartidos por todo el jardín había varios escenarios igual de extravagantes. Un Moulin Rouge movía sus aspas, un castillo medieval, una reproducción del Titánic...jamás hubiera imaginado un mini-golf con tantos recursos, era una especie de Disney Word, y aquel pequeño paraíso nada tenía que ver con la sobriedad de aquella vivienda. El anciano pareció advertir mi extrañeza y sin apartar la mirada de su jugada me interrogó.


- Le esperaba ayer señor Walls. En este desierto la vida es muy aburrida, ¿ha visto que he tenido que hacer para buscar distracción? Soy un vicioso de estos cacharros ¿Sabe lo difícil que es encontrar un mini-Golf en estas latitudes?


- Pues parece que ha usted no le ha costado demasiado...-contesté intentando buscar una explicación.


- No me haga recurrir a los tópicos, pero con dinero se puede conseguir todo. O casi todo...Por ser nuestra primera cita le perdonaré el retraso y más sabiendo que se debe a una causa tan loable. Los hijos son todo en la vida ¿No es verdad Paul? Sé que el motivo de su tardanza se debe a que ha visitado a su hija...


Me sentí acorralado. ¿Como sabía eso ese hombre? Aquel comentario paternal sonó como una velada amenaza. Aun así no quise darle bola con un intercambio de palabras, obviaría el gesto aun sabiendo que aquel hombre sabía muchas cosas de mi vida. Y tanto era así que parecía leerme la mente.


- Pensará que como puedo saber yo eso...No se lo tome a mal, son costumbres que no he abandonado. He pasado media vida averiguando cosas de los demás. Una vida a la que ya le quedan pocos días por vivir...


- Pues usted parece que ha podido vender su alma al diablo. Esperaba encontrarlo a punto de expirar...eso me dijeron al menos...


-¿De verdad se cree todo lo que la gente dice? –dijo expando una larga ristra de humo de su cigarro puro- ¡No me decepcione Walls! Imaginaba que era más inteligente...No me diga que después de tanto engaño, de tanta mentira encubierta esperaba encontrarse a un viejo chocho respirando por una mascara de oxigeno.


- La verdad, ya no sé que debo creer, pero ya que estoy aquí no estaría mal que recibiera alguna explicación. Según me dijeron usted esta...


- Sí, dígalo...no se prive de expresar lo que piensa. Ahora está dudando, la primera impresión le dice que razono como cualquiera. Aunque piensa que soy solo un rico extravagante duda que no este tan loco...En cambio según le ha dicho ese Méndez soy el décimo paciente...El décimo loco...el décimo enfermo...Y usted esperaba verme con una camisa de fuerza ciñendo mi cuerpo o en estado de coma a punta de dejar este barrio. En cambio lo que tiene frente a usted es un viejo caprichoso que ha tenido que traer un mini-golf atravesando cuatro estados para no aburrirse. No se confunda eso también es una forma de locura aunque no esté en ningún manual de medicina.


- Me está diciendo que usted es el décimo paciente...Y no creo que pueda considerarlo como tal, pero... ¿Y los demás? ¿Que pasó con el resto? ¿Me engañaron también?


- El resto, los otros nueve...en fin. Si uno no está loco y los demás creen que los estás acabas siéndolo de todas formas. Encierre a cualquier hombre sano en un psiquiátrico acabará igual de tarado que cualquiera de sus compañeros de habitación, o peor quizá. Esos centros están hechos para mentes enfermas, nadie en su sano juicio podría aguantar más de un mes allí dentro.


- ¿Quiere decir que también me engañaron con ellos?


- ¿Quiero decir que ellos te pueden volver loco si quieren que lo parezcas delante del resto del mundo. ¡Por Dios Walls, usted es periodista! ¡Eso es tan antiguo como el hambre! Cuando alguien molesta se le hace pasar por loco, a partir de ese momento cualquier cosa que diga será una mentira o mejor aun una locura que nadie debe creer. Ya le digo que no es nuevo. En la edad media se hacía con los que iban en contra de la doctrina aceptada, entonces no había manicomios, entonces se les enviaba a la hoguera.


Un largo silencio tomó forma en aquel jardín de Alicia en el país de las maravillas. Tomó una forma fantasmal, un fantasma que me recordaba el cuento de Dickens y nos recordaba las navidades pasadas. Un fantasma que poco a poco me abría los ojos y me decía que todo aquello había sido un engaño. Al instante la decepción se volvió curiosidad, ahora ya empezaba a intuir que aquel hombre no tenía nada de loco, ahora estaba obligado a escucharlo y ver cual era el motivo de que John me hubiera metido en aquel asunto tan intrigante.


El viejo golpeó por fin la bola y esta fue a parar directamente a la hierba, ignorando su trayectoria correcta y yendo a parar a un par de metros del punto de salida. El anciano profirió una blasfemia que pareció más un lamento que un gesto de decepción. Justo en el mismo momento apoyó el palo a modo de bastón y dio otra calada a su puro mientras por primera vez me miraba a los ojos. Su mirada era triste, lo cual no iba en consonancia con su forma de actuar, de una extravagancia casi insultante.


- No juega al golf Walls?


- No me gustan los juegos.


- ¡Ahh, claro! Pero si las frases ambiguas. Ahora no esta hablando de golf, ni de nada que se parezca. Ahora me esta reprochando que lo haya traído aquí. ¡Siii! No le voy a mentir, fui yo. Y su jefecillo redactor solo ha sido un instrumento, igual que lo ha sido Méndez. Usted tenía que llegar hasta aquí, tan simple como eso.


- No entiendo el motivo, pero para eso hacía falta un plan tan elaborado, no le veo el sentido a todo eso.


- Claro que todo tiene un sentido. Este era el último paso. La guinda del pastel. Pero toda enseñanza necesita un camino de sabiduría, usted necesitaba un aprendizaje antes de llegar a mí.


- Empiezo a dudar que este cuerdo.


- Y yo también, ¿y quien no? Aunque esa era una de las frases que empleaba en sus libros... Todos esos pobres locos que usted ha entrevistado son solo piezas de un puzzle, eslabones de una cadena. Ahora tiene un trabajo por delante y es unir todas las piezas, yo mismo le ayudaré a hacerlo. Cuando las haya unido todas yo le daré la pieza que falta.


- ¿Y a santo de que debo hacerlo? Parece que da por hecho que voy a seguirlo en su plan diabólico


- Por su puesto que lo hará. No le pido nada extraño, solo le sugiero que investigue todo y luego publique los resultados, no es muy diferente a lo que ya en principio le habían encargado. Cuándo su trabajo esté publicado trasferiré cinco millones de dólares a su cuenta. ¿A que no esperaba tal recompensa?


- Suponiendo que acepte su oferta, al menos debería saber porqué he sido yo el escogido.


- Eso no es ningún misterio, no me importa contárselo. He leído siempre sus libros, básicamente me caía usted bien.


-¿Eso es todo?


- De momento tendrá que conformarse con esa explicación. Le doy tres días para que estudie sus apuntes. En ellos deberá averiguar algo que no ha tenido en cuenta hasta ahora, algo que le hará leer otra historia, con ello y leyendo entre líneas alcanzará la sabiduría que yo espero de usted.


- Le he dicho que no me gustan los juegos.


- Ni ha mi desprenderme de cinco millones de dólares, pero me hacen falta sus servicios y a usted le irá muy bien el dinero. ¿Me equivocó? No responda se la respuesta...Cada paciente que usted ha entrevistado tiene una parte del pastel, han sido reunidos por mi por que todos habían sido testigos de algo, o mejor aun y en algunos casos habían sido protagonistas de los hechos. Usted no lo sabe porqué no ha prestado atención, y no se lo reprocho, nadie le dijo que lo hiciera. Busque entre esas personas un nexo, un denominador común.


- Aún suponiendo que acepte a jugar con sus acertijos, ¿no sería más fácil que me facilitara toda la información y me diga exactamente que quiere que averigüe?


- Por su puesto que no. Usted es el escogido, pero aun no se si está preparado. Si en tres días me trae la información que espero habrá pasado la prueba. No se lo tome a mal, muy al contrario de lo que pueda pensar creo que vendrá hasta mi con las pruebas que espero. Pero ya se lo dije al principio, debe llegar a ese aprendizaje y superarlo con nota, solo así podrá entenderlo todo.


- Bien..supongo que por ese dinero, merecerá la pena el esfuerzo. Hasta ahora no era más que un encargo más y no tiene por qué cambiar las cosas.


No estaba dispuesto a escuchar mucho más, en realidad dudaba que ese viejo loco pudiera pagarme cinco millones... ¿Para hacer qué? Una cosa era publicar consejos de belleza y otra engañar a la gente. Ahora ese anciano decía que ninguno de aquellos enfermos lo era en realidad. O quizá lo fueron un día...De algún modo me sentía estafado y aunque no fuera aquel el libro de mi vida, no entendía como alguien podía manipular ese estudio. Habían atraído hacia mí a esos enfermos... ¿Para qué?


Pronto se apoderó de mí esa curiosidad que roza lo insano de cualquier periodista que se precie. Ron Potkard me decía que todos los pacientes tenían un nexo que los unía y ahora no me quedaba más remedio que averiguarlo.


No sé porqué volví a recordar a mi hija Laura. Y tampoco sé porqué me di cuenta en aquel preciso momento que nunca había sabido si había estado orgullosa de mi algún día, y quizá era debido a que nunca tuvo motivos para estarlo. No tenía demasiado sentido pero una voz interior me susurraba al oído, me decía que toda aquella farsa hacía sonreír a mi hija. "Papa, acaba esto y demuéstrame que puedes hacer algo bien" Poco costaba intentarlo...


Me costó encontrar la caja donde guardaba las cintas, una vez transcritas las entrevistas no pensaba que fueran a ser útiles. Pero allí estaban en el cajón de los calcetines, entre cajas de CDS vacías y tubos de pasta de dientes a medio terminar. Recuperé la grabadora y la alimenté con las pilas del mando a distancia. No era un esfuerzo volver al escuchar aquellas grabaciones, no si quería averiguar que se proponía aquel viejo ricachón.

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