Parte 1 "Mentiras y medias verdades"

 Paul Walls, un periodista que en otro tiempo fue un escritor de éxito publicando libros de "autoayuda", ahora se encuentra en horas bajas. Recibirá un encargo de manos del editor de su revista, debe realizar un estudio con diez pacientes con trastornos mentales a los cuales entrevistará en presencia de un psiquiatra que supervisará el trabajo. Con todos esos datos podrá escribir un libro que lo devolverá las litas de ventas. Pronto descubrirá que tras esos casos se esconde una investigación que poco tiene que ver con su proyecto. Un hombre muy influyente del cual se sabe poco quiere conocer el nombre de la persona que mató a la actriz Marilyn Monroe y le propondrá que inicie una investigación a cambio de una cuantiosa suma. La mafia, el FBI y los poderes en la sombra intentaran evitar que una verdad que ha permanecido oculta durante años salga a la luz. Sin poder dar marcha atrás y enredado en una telaraña de intereses, sabrá que conocer el culpable de esa muerte es solo el principio de unos descubrimientos que pueden cambiar Los acontecimientos más recientes del siglo XX.


Prologo


Alas 00:30 h del 5 de agosto de 1962 la asistenta y también enfermera ocasional de Marilyn Monroe parece adivinar que la luz de la habitación de la estrella de cine se encuentra encendida, la claridad aparece premonitoriamente por debajo de la puerta. (En posteriores declaraciones nunca supo decir el motivo de que llegara a verlo, y tampoco que hacía en su apartamento aquel día) alarmada y respondiendo a un comportamiento poco menos que sospechoso, decide llamar al psiquiatra de la actriz, Ralph Greenson, después de comprobar como la puerta se encuentra cerrada por dentro con llave. Alguien, y no sin cierta lógica, podría pensar cuales fueron los motivos que impulsaron a la asistenta a no intentar abrir la puerta ya que tan segura estaba que Marilyn podía encontrarse en apuros. El caso es que como ya es sabido y consta en todos los informes policiales, Eunice Murray consigue mediante una llamada telefónica que el psiquiatra particular de su jefa aparezca casi de inmediato en su casa de Los Ángeles.


Ralph Greenson comprueba desde el exterior como Marilyn se encuentra tumbada en su cama y decide romper el cristal (bien podía haberlo hecho la misma Eunice...), cuándo llega hasta su cuerpo la encuentra ya sin vida, aunque la hora oficial de su muerte oficial quedará registrada a las 03:40h. Quizá debido a que el psiquiatra piensa que aún le pueda quedar un halo de vida, por ello y ya en presencia del personal medico se procede a las maniobras de resucitación sin ningún resultado. Marilyn Monroe ha muerto.


Jack Lemmons primer oficial del departamento de policía de Los Ángeles es el primero en inspeccionar el escenario, días después en su informe hace constar que la habitación estaba llena de barbitúricos, quizá pruebas demasiado evidentes, ya que parecían puestos para ser vistos con facilidad. Además en la primera inspección ocular afirma haber visto el cuerpo de la diva lleno de moratones, razón por la cual en primer momento descarta el suicidio como primera opción. Vale decir que poco después fue apartado del caso...


No antes de pedir permiso a la Fox se avisa al juez, el cual a las 07:00h autoriza el traslado a un hospital para que tenga lugar la autopsia. Esto en sí ya podría llamar la atención al más profano (solo habían pasado unas horas desde su supuesto suicidio) y más teniendo el cuenta que se encarga un caso tan importante a un forense con poca experiencia, el tanatista Tomas Noguchi forense oficial de Los Ángeles County Coroners refleja en su informe una muerte por envenenamiento por barbitúricos, aunque nunca podrá dar una explicación razonable a unas pruebas tan contradictorias. ¿Por qué no había restos de barbitúricos en su estómago? ¿Por qué la cantidad en sangre superaba en varias veces la que un solo individuo se puede suministrar por si mismo? ¿A que respondían los moratones?


Una vecina de la artista que jamás quiso declarar, afirmó que horas antes helicópteros con la insignia gubernamental sobrevolaban la zona, incluso afirmó que vio entrar al mismo Robert Kennedy en aquel apartamento de Los Ángeles, y de todos era sabido ya los rumores convertidos en un clamor: Marilyn Monroe mantenía relaciones con el senador y incluso con el mismo John Fitzgerald Kennedy, en aquel entonces presidente de la nación, ambos hermanos pues mantenían un triangulo amoroso con la actriz. Claro que los triángulos tienen solo tres lados y los amantes y enemigos de la diva iban creciendo en número exponencial. Frank Synatra, que además contaba con la ayuda de la mafia, un tal Federick Vanderbilt, sospechosamente amigo del comunismo y observado de cerca por otro protagonista de la historia, J. Edgar Hoover, del cual se llego a decir que había urdido toda la trama para implicar a los hermanos Kennedy... ¿Pero realmente hacía falta? El mismo Hoover poseía desde hacía tiempo una cinta donde JFK y Marilyn se prodigaban en toda clase de arrumacos.


La muerte/suicido de Marilyn Monroe es uno de los misterios conspiranòicos más grandes del siglo XX, quizá porqué se vieron implicados tantos y tan importantes personajes de la vida social de los EE.UU. Parece ser que todo se ya dicho, aunque nadie ha podido correr del todo el velo del misterio. A quedado ya la historia para los reportajes que se emiten de madrugada o las revistas de misterio, aunque ya parece que nadie lo discute, Marilyn Monroe fue asesinada aunque desconocemos quienes ni de que manera intervinieron aquellos personajes en todo aquello. Las teorías son muchas y los culpables podrían ser varios: amantes despechados, personajes con ansia de poder, esposas celosas, policías sobornados, jueces corruptos...Parece que todos estamos de acuerdo en el como y quizá también el porqué pero nadie se atreve a emitir un veredicto... ¿Quién mató a Marilyn Monroe?


Capitulo primero


Mi pequeña Laura


La granja de los Frank se ofrecía en los catálogos turísticos como una atracción más. En ella todo tipo de animales domésticos cohabitaban en unos pequeños cercados de poco menos de cuatro metros cuadrados. Seguramente cualquier sociedad de esas que protegen los animales podría poner el grito en el cielo. Pero los animales, aunque un poco ausentes, se mostraban al público en todo su esplendor. Y quizá eso hacía que aquella granja tuviera un halo de irrealidad casi paranoica. Aquellos carneros, gallinas y conejos parecían recién aterrizados en aquellas jaulas de suelo de cemento. Mi hermana Dolly que se encargaba del cuidado de aquel establecimiento procuraba tener a aquellos animales perfectamente aseados y se esmeraba en mantener siempre sus habitáculos libres de excrementos y restos de comida. Incluso se había preocupado de someter a los establos a una lluvia continua de ambientador con olor a coco, a jazmín o algo parecido.


Siempre le decía que la imagen que ofrecía a los visitantes no era la real, una granja debe oler a estiércol, a heno recién cortado y a cacas de conejo. Pero los números no parecían darme la razón y más de un centenar de grupos entre escuelas, centros parroquiales y asociaciones varias habían visitado la granja durante el último año. Todo un éxito.


Mi hermana, que siempre había tenido un alma bohemia, había pasado sus últimos años regalando cada minuto de su vida a una multitud de causas, había estado en el Congo conviviendo con todo tipo de pandemias, en Brasil luchando contra la desforestación, con Greenpeace salvado ballenas...Imagino que ninguna de aquellas actividades le había reportado un solo dólar en su cuenta, de hecho había dilapidado toda su herencia en la ayuda al prójimo, quizá por eso mi madre nunca le negó el dinero que le hizo falta para salvar el mundo. Aun así parece que cualquier persona llegando a los cuarenta decide que ya ha salvado suficientes vidas, de indígenas o ballenas, eso da lo mismo. Y quizá por ese motivo empleó los últimos dólares en montar esa especie de granja para urbanitas que lo más silvestre que habían visto alguna vez era los reportajes de "National Geographic", su hámster o los geranios de su terraza en sus apartamentos de Brooklyn.


Y yo no pude ocultar mi alegría en ver como Dolly pretendía sentar la cabeza, aunque fuera de esa forma tan extravagante. Siempre había tenido la intuición, el pálpito desagradable que algún día alguien me había de llamar de madrugada diciéndome que el todo-terreno que mi hermana conducía por los escarpados caminos de la cordillera del Himalaya había caído en un barranco, o que el barco donde se dirigía a Australia había sido engullido por una tormenta. Son miles los razonamientos catastróficos que me hacían pensar así, es increíble la creatividad que desarrolla la mente humana cuando se trata de imaginar desgracias. Pero gracias a Dios mi hermana se encontraba en su granja, a salvo de tornados y revolucionarios sanguinarios.


Mi hermana convivía con Thomas, un tío diez años mayor que ella que había conocido en sus aventuras. Thomas era ahora un medico retirado que había cambiado el juramento hipocrático por la atención a los animales domésticos.


A unos metros de la granja Dolly hizo construir una casa prefabricada. Y quizá el verbo construir sea un halago excesivo, ya que la casa se levantó en apenas dos días. Mi hermana decía que las cosas deben hacerse así, tal como se piensan. Y esa manera de actuar siempre me dio un poco de envidia. Para ella no había pensamientos prolongados, planes de vida o etapas de reflexión. Pensaba y actuaba, así sin más y sin meditar el resultado. Además siempre dijo que aquella granja era su necesidad del momento, no veía la utilidad de invertir en una casa que quizá hubiera de desocupar cuando decidiera cambiar de actividad. El pobre Thomas, y aunque nunca lo dijo, debía pensar que tanto cambio no se reflejara un día en su vida conyugal. El pobre Thomas no debía temer, mi hermana siempre fue una persona fiel con los suyos, generosa hasta el límite. Quizá por eso no dudó instante en que debía hacerse cargo de mi hija Laura.


Laura era el resultado de mi matrimonio con Dulce Wiggings. Si...con ese nombre no podía esperar más que un final desafortunado y irónicamente aquel nombre, "Dulce"...no correspondía con el adjetivo y menos aún con nuestra convivencia. Aún así el resultado de nuestros días juntos no fue el que yo había esperado. No lo niego, siempre pensé que mi mujer acabaría abandonándome, que al fin y al cabo todos aquellos días solo los vivía de prestado, como un regalo, eso sí, con fecha de caducidad. Aún así, Dulce no me dejó por otro ni se marchó dejándonos solos. Por desgracia una noche murió dentro de nuestra casa en Los Ángeles, en un incendio que no dejó más que cenizas de la casa de nuestros sueños. Entonces yo aun podía vivir de las ventas de mis libros y Laura apenas tenía seis años. Tampoco voy a levantar un monumento en honor a mi mujer a la entrada de Central Park, como si fuera una victima de Pearl Harbor. Dulce murió como vivió y su muerte fue solo consecuencia de sus actos.


Lo digo porqué, aun que sospechaba sus andanzas, pude confirmarlo justo el día después, cuando la policía buscando pruebas entre las cenizas, halló el cuerpo de mi mujer, perfectamente entrelazado con su profesor de Pilates. Costó trabajo separar aquellos cuerpos calcinados, creo que el día que lanzamos sus cenizas al lago, tal como ella hubiera querido, echamos también parte del cuerpo de su amante. Ahora me cuesta esfuerzos no imaginar que parte de ese malnacido se calcinó junto a la de mi esposa. Además no tuve tiempo de detenerme en detalles morbosos, estaba seguro que el cuerpo de mi hija también debía encontrarse entre las ruinas de mi casa. Por suerte la cría decidió en el último momento que no estaba dispuesta a oír los gemidos de su madre y sin que nadie pudiera evitarlo se escapó y se ocultó durante horas en el jardín. Eso salvó su vida aunque la marcara para siempre. ¿Puede un crió distinguir un gemido de placer de un grito de dolor? Nunca los sabremos... muchas veces he pensado que ambos se confundieron esa noche. Pero se me pone la piel de gallina imaginando a mi pobre Laura viendo arder la casa, sin poder hacer nada.


Desde ese día no ha vuelto a hablar. No ha dicho palabra. Los médicos dicen que es perfectamente lógico, que el trauma ha sido muy severo. Ella es mi alma, mi vida. Ni siquiera puedo tener delante a la zorra de su madre para reprocharle su comportamiento.


Laura levantó la cabeza de sus juegos al verme llegar, no puedo asegurar que sonriera, pero al menos me lo pareció y quizás lo imaginé, como tantas veces. Dolly había traído de la ciudad varios juegos para que Laura pudiera divertirse, pero ella parecía ignorarlos. Ahora pienso que los observaba como un soborno o quizá un premio de consolación por haber perdido a su madre. Algunos de aquellos toboganes y casitas de jardín aun tenían parte de su embalaje adherido, Laura nunca quiso subirse a aquel columpio ni jugar con esas muñecas que se amontonaban es su habitación, aun prisioneras de esas bolsas de plástico y durmiendo dentro de sus cajas. Laura acababa jugando con cualquier cosa, una piedra, un trozo de palo, una cuerda. Más que juegos eran movimientos rítmicos, extraños movimientos sin sentido, a veces describía círculos en la hierba, otras veces dibujaba largas líneas en la arena, otras veces solo amontonaba pequeñas piedras sin más. Y yo cada vez que llegaba a aquella granja me sentía peor, no podía olvidar que mi hija había reído alguna vez, que jugaba continuamente, que se lanzaba a mis brazos llamándome papa...Quizá ese comportamiento se debía a que no me había perdonado aun, quizá todo aquello era un reproche, un recordatorio por no haber estado allí aquella noche, de alguna forma me estaba diciendo que me odiaba por haber sido tan necio y haber dejado que otro hombre ocupara mi cama. Yo resignado aceptaba cada rechazo suyo como un castigo más. Si, aceptaba ese castigo, si mi hija me ignoraba era por algo, los críos siempre tienen razón.


Dolly no estaba dispuesta a que yo me sometiera a esa tortura, quizá por eso había adquirido la habilidad de reconocer el sonido del motor de mi coche y apenas salía de él dejaba cualquier actividad para salir a recibirme. No era hospitalidad, aunque estoy seguro que se alegraba de verme, Dolly intentaba sacar hierro al encuentro, endulzar cada llegada mía a la granja y no convertir mi visita en una pequeña tragedia. Mi hermana sabía perfectamente lo que sufría en cada encuentro y sin molestarse en disimularlo endulzaba mi llegada con frases de animo que no conducían nunca a un resultado satisfactorio. Conociendo esa forma de actuar no me extrañó verla salir de la casa casi a la carrera, era día de descanso en la granja y no había visitas a sí que con toda seguridad Dolly estaba obsequiando a su marido con uno de sus mejores platos...o torturándolo, nunca sabía si tocaba comer asado crudo o pastel de verduras carbonizado. Ella nunca aprendió a saber cuando el plato estaba en su punto exacto de cocción. Mi mente, que ahora solo puedo considerar como enferma, viendo aquellos platos convertidos en hollín no podía dejar de imaginar a mi pobre esposa...y al trozo de su amante como guarnición...


Dolly llevaba una cola distraídamente recogida, con algunos mechones de pelo cayéndole en la frente, la vi bonita, siempre lo fue. Era la versión joven de mi madre, ojos azules y pelo rubio, tan blanca y rubia como cualquier nórdica, y eso pudiera tener el motivo en el origen de mis abuelos que eran irlandeses. Quizá por eso también mi hermana tenía siempre las mejillas sonrosadas como si fueran los de una muñeca.


Su carrera surgió efecto, yo aun no había llegado al lugar donde se encontraba Laura, llegando mi hermana antes que yo la tomó por la mano y la trajo hacia mí, la niña pareció disgustada y andaba a regañadientes mirando atrás donde habían quedado sus piedras y algún pequeño palo que usaba para mover la arena.


- ¡Siempre te digo que llames antes de venir! –me ofreció Dolly como bienvenida.


- ¡Nunca se cuando podré visitaros! Sabes que el trabajo me obliga a desplazarme continuamente, nunca se donde estaré ni durante cuanto tiempo. –respondí sabiendo que no iba a creerme.


-Ya...-Dolly acariciaba el rostro de Laura mientras me regalaba una mirada de desaprobación, y no se lo reprocho. Esa era la misma excusa de siempre- Cambia el argumento Paul...Eso te valía para cuando eras algo...entonces no parabas de viajar y dar conferencias, sabes que eso ha cambiado no te reprocho que ya no vendas libros como antes, que sabes que no es así. Pero de cada cosa de la vida has de recoger la enseñanza...


- Oye, que el de los libros de autoayuda soy yo.


- Si, y creo que algún día te cobraré derechos de autor, muchas de las frases que utilizas te las he enseñado yo.


- Y sabes que te reconozco el merito, por eso financié parte de esa granja. –al instante de pronunciar esa frase me invadió un sentimiento de vergüenza, aquello había sonado como una fanfarronada.


- Lo que me diste no me da ni para alimentar dos conejos. Tus libros no se venderán pero tú conservas esas ínfulas de autor de éxito. Ahora ya no toca eso Paul. ¿Ya has encontrado trabajo?


- Nada estable. Me mantengo con vida con lo que me gano en la revista...


- Esa revista...


- Si...se que no te gusta lo que venden, pero es lo que he podido conseguir.


- ¿Y tu cita con el terapeuta?


- No te preocupes, estoy limpio. Des de hace un año, ni alcohol ni "Polvitos"


- Aun te queda mucho camino Paul, si no superas ese reconocimiento no conseguirás la custodia de Laura. Sabes que el que esté aquí es solo temporal, cualquier día pueden volver a llevársela.


- Lo se...Y también sé que ahora me necesita más que nunca


Mientras decía esas palabras, que tantas veces había oído decir, ya me encontraba de rodillas ante Laura, esta me miraba como si me pudiera atravesar, me ignoraba, y eso era mucho peor que si me hubiera deseado la muerte. Yo cogía su manita sin apretar demasiado casi rozándole y esperando que en cualquier momento ella rechazara el tacto de mi mano, no lo hizo y eso fue una concesión mínima que yo acepté como el mayor regalo. Claro que para evitar alargar el suplicio ya estaba Dolly que nos conducía a los tres hacía el porche. Desde el tejado Tomas me saludó efusivamente, estaba arreglando la antena o algo parecido.


- ¡Hola socio! ¿Te has cansado de escribir consejos para viejas? –Sonreí aliviado pensado que había alguien que tenia sentido del humor en aquella situación tan tensa.


- ¡No, es solo que ya no se inventar más patrañas!


-¡Bien hecho! ¡Ahora bajo por una cerveza, cuando acabe este dichoso agujero!


Mi hermana Dolly no pudo evitar reprenderle.


- ¡Calla ya y presta atención a lo que haces, recuerda que estas en un tejado! ¡Como caigas de allá arriba no voy a empujarte en una silla de ruedas!


Tomas volvió a desaparecer por el tejado, murmurando alguna especie de improperio. Al llegar al porche Laura se quedó al pie de las escaleras buscando más piedras para iniciar un nuevo juego, yo me sentí triste al perder el contacto de su mano. Dolly, que no perdía detalle de la escena y sin perder el tiempo entró en la casa y apareció de nuevo en dos segundos con una jarra de limonada en la mano. Yo que tantas veces había visto esa maniobra entré en la casa, la cocina se encontraba al principio de la casa, y volví a salir con una lata de cerveza en la mano. Mi hermana entornó los ojos antes de soltarme la bronca.


- Si llego a saber que vienes las tiro todas al estanque. Sabes que no puedes beber esa mierda. Eso te dejó en la ruina y acabó con todo lo que tenías.


Yo ya había oído mil veces aquella arenga y sin levantar los ojos de mi cerveza me senté en las escaleras a pocos metros de Laura, que aceptó mi presencia sin mostrar ningún entusiasmo.


- ¿De verdad crees que la bebida acabó conmigo? Ni siquiera las drogas lo hicieron. Jamás bebí una copa entre horas en toda mi vida, ni probé nada que fuera ilegal. Lo sabes Dolly. Hay gente que asume las desgracias como propias y sabe convivir con ellas, a veces pienso que muchas de ellas justifican el resto de su vida. Otros no pueden soportarlo y se lanzan desde un puente. Yo no hice ni una cosa ni la otra. ¡Lo intenté Dolly, sabe Dios que lo hice! Pero supongo que en algún tramo del camino me desvié del rumbo, no se cuando fue, ni en que momento.


- Mucho antes de esa noche Paul, fue mucho antes. No creas que ese incendio cambió tu vida, quizá la salvo, de algún modo. Nunca quisiste a esa mujer. ¡Por todos los santos, si era la más golfa del instituto! ¡Y siempre lo supiste!


Miré hacia Laura, pero ella no podía oírnos, y quizá tampoco lo hubiera hecho aunque pudiera. Dolly tenía razón nunca fue ese el motivo, mi vida ya estaba tumbos mucho antes de que mi mujer me engañara con su profesor de Pilates. Pero de algún modo fue una catarsis, un cambio radical que me dejó fuera de juego. Mi vida no era un paraíso pero si sabía como vivirla, de pronto me falló todo y acabé visitando los bares hasta que cerraban y en última instancia consumiendo cocaína ocasionalmente. Mi hermana siempre sabia dar con la tecla que movía todo por dentro, quizá por eso me aparté durante algún tiempo de ella, era demasiado transparente para alguien que solo quería mi bien y que yo sentía como la voz de mi conciencia. Pero ella sabia aflojar la cuerda mucho antes de llegar al límite, después de un par de frases de reprimenda volvía a sonreír y utilizando el mejor de sus calidos tonos se interesaba por mí, solo ella sabia hacerlo. Para ello empleaba el mejor de sus repertorios de frases irónicas.


- ¿En que asunto andas metido ahora? Supongo que los artículos de esa revista en que trabajas serán de lo más interesante...mascarillas de chocolate...trucos para borrar el acné...


- Si...y consejos de sexualidad en la tercera edad....y estadísticas sobre el uso de cosméticos para mujeres maduras...Ya se lo que piensas sobre mi trabajo, pero es lo que tengo –dije dando un largo trago a mi cerveza- además. Has de saber que tengo un nuevo proyecto...


- ¿Quién te lo ha encargado? ¿Ese amigo tuyo del instituto? Si no recuerdo mal ese tío te presentó a Dulce, menudos precedentes.


Ignoré la frase, que seguro había oído tantas veces.


- Estoy entrevistando a pacientes en un hospital psiquiátrico, estoy recogiendo material para un libro.


- Eso me parece más constructivo –contestó Dolly con la mirada puesta en Laura que ahora dibujaba cuadrados de arena sobre el segundo escalón. Pero mi hermana estaba pensando algo, su cabeza estaba en otra parte y conociéndola y tratase de lo que tratase no iba a tardar en disparar, así fue- Sabes que Laura es mi vida...Pero sabes también que la asistenta social no hizo el mejor de los informes. Dice que no le dedico las horas necesarias, además está su enfermedad...


- No está enferma hermanita, solo es un trauma.


- Llámalo como quieras pero hace un año que no pronuncia una sola palabra. El psicólogo dice que cada día que pase puede empeorar, cada silencio fue convertirse en semanas de terapia. Y yo no puedo hacer mucho más.


- ¿Qué me quieres decir?


- Te quiero decir que sientes esa cabeza tuya de una vez por todas, busca una mujer decente y una casa. Sabes que eso te aseguraría la custodia. Sabes que no me molesta mi sobrina en la granja, pero temo que un día se la lleven. Realmente parece que no te importe...


- ¿Crees que no me importa? Quizá es ella a la que no le importa demasiado el mundo, ni nosotros.


- ¡Dios! ¡Solo es una cría! ¿Le puedes tener en cuenta que no te hable? Es su forma de protestar, de decirnos todo lo que ha sufrido.


-No se lo que le puede hacer bien Dolly. Ella es lo mejor que tengo, es lo que más quiero...Pero no sé si le hace daño el tenerme cerca. ¿Crees que renuncio a ella por dejadez o por que no soy un buen padre? Temo que estando cerca le pueda hacer daño, temo que solo mi presencia le pueda hacer sufrir. Quizá se equivoque y me vea como la fuente de todos sus males, el origen de sus soledades, de sus miedos. Si es así. ¿Yo que puedo hacer? Lo único que puedo darle es el no estar a su lado... ¿Recuerdas cuando papa nos trajo aquel cachorro? A mi me daban miedo los perros, de hecho nunca me gustaron. Papá llegó a casa con aquel perro y hubo de deshacerse de el para que yo volviera a ser feliz.


- Tú eres su padre, no un cachorro que puede devolverse a la perrera.


- Ahora no me ve así. Está enfadada conmigo, tanto que ha decidido callar para siempre. Ahora mismo solo le doy sufrimiento teniéndome a su lado.


- Es una manera egoísta de ver las cosas. Los críos no son capaces de ver la realidad, no puedes obligarla a renunciar a su padre, de hecho es lo único que le queda. Más me parece una excusa para no luchar por su felicidad –Dolly hace una breve pausa, de aquellas que anuncian una tormenta o como mínimo una bronca descomunal. Eso sí en un tono muy templado- Sabes que siempre he sido tu fan numero uno, no solo compartía tus ideas, además creía en ellas. Es curioso que ahora renuncies a tus principios...


- Quizá estaba equivocado...


- ¿Eso crees? Es muy bonito hablar de la vida desde una suite de lujo en un hotel de cuatro estrellas...La vida es otra cosa Paul. La vida es esto, es tu hija, es empezar de cero, es no tirar la toalla cuando todo está perdido. Somos seres imperfectos...y nos equivocamos a diario. De hecho ni siquiera sabemos si estamos obrando bien hasta que llegamos al final del camino. Entonces quizá sea demasiado tarde, hayan pasado muchos años y no podamos volver atrás... Pero tú aun estas a tiempo, no dejes que Laura se consuma más, lucha por ella. Dentro de esa cabecita, en algún rincón una voz está llamándote y pidiéndote cariño. No te engañes más Paul, tu renuncia es solo una cobardía.


Dolly no dijo más. Quizá porqué pensaba que ya estaba todo dicho o porque estaba cansada de repetir aquellas frases un millón de veces. Se metió de nuevo en la casa sin dejar de mirarme, algo en su mirada me recordó a la de Laura, parecía implorar una oportunidad que nadie le concedía. Apuré la lata de cerveza ya sentado frente al volante de mi coche, mi hija seguía jugando en el porche y no había reparado en mi marcha. Thomas bajaba del tejado y solo tuvo tiempo de decirme adiós con la mano, como tantas veces. No hubo despedidas como siempre y eso en sí ya era una derrota. Quizá la ultima.


Capitulo uno


El origen


Nunca imaginé entrar tantas veces en aquella ratonera, al menos nunca realizando mi trabajo. Tal vez lo hubiera soñado alguna vez, quizás alguna de aquellas pesadillas que me despertaron en mis últimos días de adicción me habían traído a la mente aquellos escenarios. Pero eran solo eso, alucinaciones fruto del síndrome de abstinencia, reacciones químicas de mi cerebro enfermo que reclamaban a gritos una ultima dosis que yo no estaba dispuesto a proporcionarle. Eso ya era parte del pasado, el resultado del jugueteo inconsciente con la cocaína y los somníferos. Ara volvía a ser de nuevo el mismo, o al menos lo que había quedado de mí, las ruinas de un periodista de fama, los restos del que había sido el escritor de moda. Ahora ya nada quedaba de todo aquello. Tras mi paso por varias clínicas en busca de una normalidad que no llegaba, mi fama y mi reputación habían quedado en el lodo. Y era lo lógico esperar la reacción de mis lectores y por su puesto de mi editor, mis libros se habían vendido por todo el mundo: "Sea feliz en solo un mes", "El yo más positivo", "Gane la batalla al tabaco"...Ya no tenía ningún crédito entre mi parroquia, ¿quien iba a creerme? ¿Quien podía dar por validos mis consejos cuando yo mismo había caído en una de esas adicciones que tanto había criticado?


Pronto mis libros cayeron en el olvido, mis artículos en los periódicos no aparecían y todos aquellos productores televisivos se negaban a invitarme a sus programas, aunque de alguna manera yo seguía apareciendo en ellos, en la sección de sociedad, donde todos aquellos buitres que se habían dedicado a cuestionar mis métodos ahora se lanzaban sobre mi cadáver como autor literario para verificar los razonamientos que tantas veces habían esgrimido. Quizás fui demasiado lejos, tal vez convertí mis razonamientos en doctrina y ahora pagaba las consecuencias. Un tío que escribe sobre como sacar provecho de la vida acaba tirado en una acera cubierto de vomito...salí en todos los periódico, "Paul Walls, el autor del best seller más vendido sobre autoayuda cae en el mundo de las drogas".


Meses después de salir de la clínica pude encontrar trabajo en una revista magazín, una de esas que encontramos en la consulta del dentista. Mis artículos versaban sobre el comportamiento humano y ocupaban media página entre consejos de belleza y consejos sobre sexualidad. Claro que todo ello firmado con un pseudónimo...Después de todo siempre quedan amigos y John Nash un amigo de universidad se apiadó de mí y me ofreció el trabajo. No era ni de lejos lo que tuve en un pasado glorioso, pero al menos medaba para comer, al fin y al cabo yo era el rey del positivismo, el estandarte de la vida feliz y "las metas alcanzadas", lo había perdido todo, pero seguía creyendo aun en lo que tanto había predicado. Las situaciones cambian y pueden mejorar, claro que nunca sabemos si ya hemos tocado fondo...


Según parecía aquellos artículos en la susodicha revista tenían cierto número de lectores y John seguía pensando, quizás más que yo mismo, que aun podía resurgir de mis cenizas, quizá fue por ese motivo que pasados los primeros meses a prueba y viendo que aun quedaba algo del escritor que fui un día, me ofreció otro trabajo.


El siempre había tenido un libro en mente y yo podría ayudarle, si el trabajo daba sus frutos quizá se podría plantear que mi nombre también saliera en el libro y con eso tendría una oportunidad de asomar de nuevo al mundo siniestro de las ventas literarias, Yo sabía que el trato era casi un engaño, yo mismo hubiera rechazado mil veces una propuesta de eses tipo, estaba claro que yo le hacía todo el trabajo y además sin la certeza que se viera mi nombre en la portada. Aun así acepté sin rechistar, tal vez porque no me quedaba otro remedio.


En principio el proyecto, aunque no fuera muy novedoso, tenía su atractivo, debía entrevistar a diez enfermos mentales y con todo ese material construir un libro. Además los elementos a estudiar debían estar escogidos al azar, la entrevista evidentemente debía estar supervisada por un psiquiatra, que velaría en todo momento por la veracidad de las respuestas y por supuesto por mi propia seguridad. El centro escogido fue el "Institul medhical Los Arroyos". Con ese nombre hibrido de centro de referencia mundial y rancho de criar vacas empecé a elaborar mi estrategia. No quería dar la sensación a John de estar demasiado desesperado y tampoco tenía ganas de ir tras de el como un becario en pos de su primera obra, así que opté por buscar una actitud intermedia, entrevistaría a aquellos enfermos con profesionalidad, pero sin intención de implicarme demasiado. Además un centro psiquiátrico era lo que menos me apetecía después de mi "turneé" por las clínicas de medio estado.


Mi contacto en la clínica fue el doctor Méndez, un mexicano afincado en New York que parecía escanearte continuamente.


Imagino que por mi parte los prejuicios y por la suya un defecto profesional acababa por convertir nuestras conversaciones en una especie de psicoanálisis constante. Mi exceso de celo parecía adivinar en cada pregunta un gesto por bucear dentro de mi maltrecho espíritu: "¿Como se siente hoy Paul? ¿Viene con ánimos de trabajar? ¿Ha dormido bien?" ¡Demonios, si! ¡He dormido bien y no tengo ninguna atracción hacia mi madre! ¡Y tampoco me siento inferior! ¡Ni me pegaban en el colegio!...Juraría que ese doctor adivinaba esas frases que, con los dientes apretados, yo pronunciaba en mi interior. Después de aquel intercambio de fuego amistoso Méndez siempre me ofrecía una taza de café, mientras de reojo comprobaba si la habitación donde se guardaban los medicamentos estaba bien cerrada...-¡Otra vez lo ha hecho...siempre lo hace...Que estoy limpiooo! – No tenía motivo para disgustarme, quizá yo hubiera hecho lo mismo, a penas hacía seis meses que había salido de la clínica, ¿Qué se podía esperar? Solo ocho meses antes me metía los ansiolíticos en la boca a puñados, como lo hace un crío con un puñado de m&m, no le faltaba razón pues para dudar de mí. Para evitar la situación yo siempre rehusaba ese café (la cafetera se encontraba cerca del almacén de medicamentos), pero ese doctor insistía. Parecía que quisiera ponerme a prueba una y otra vez.


Aquella mañana se repitió el ritual y como victima de aquel "de ja vu" constante y diario, me vi de nuevo ante aquella cafetera que no era otra cosa que una maquina del mal produciendo todo tipo de brebajes infectos poco parecidos al café. El comportamiento de Méndez parecía distinto al que pudo tener en ocasiones anteriores, ni siquiera puso aquella mirada de lobo en celo cuándo pase por delante del almacén de medicamentos. Se limitó a invitarme a su despacho, cosa que hacía en contadas ocasiones, y sin decir nada me alargó un humeante y aguado café que inundó el pequeño habitáculo a olor matinal. Con gesto serio abrió el cajón y lanzó sobre la mesa una carpeta.


El gesto no me pareció extravagante, era la misma maniobra que había llevado a cabo en anteriores ocasiones. Cada caso una carpeta, cada enfermo un expediente y cada enfermo un nuevo capítulo de mi libro. Aquel no había de ser distinto, aunque era consciente de que aquella carpeta era la numero diez y con ello había terminado mi trabajo dentro de la clínica, no esperaba ningún tipo de despedida, ni un discurso y mucho menos una felicitación por mi trabajo. Méndez conocía toda mi historia y algo dentro de sí, que no se mostraba en ocultar, me reprochaba mis tropiezos continuamente. Para él no había sido más que un intruso, un periodista entrometido que intentaba cuestionar en cada obra publicada tantos años de estudio psiquiátrico. Un metomentodo, una especie de curandero venido de las selvas más remotas. ¿Quien era yo para decir que cualquier enfermedad era más que el reflejo de un trauma psicológico? Eso era poco menos que una herejía en aquel mundo tan cerrado. ¡Por Dios, si hace cincuenta años aún se aplicaban electro-shocks para curar depresiones! Y yo me atrevía a decir que todo está en nuestra mente...Claro que aquel doctor se ocupaba de recordármelo cada vez que yo entraba por las acristaladas puertas de aquel hospital. Y no niego que nunca mencionó el tema, era mucho peor, lo veía en su sonrisa, en su manera de hablarme. Su mirada de hiena me decía a cada instante que no solo me había atrevido a meterme en casa ajena, sino que además me había ocupado personalmente en demostrar que todo lo que había difundido y estudiado durante años era una gran mentira. Y eso al fin y al cabo era su triunfo personal, su trofeo, su gran satisfacción. Cada vez que recordaba el momento que caí en aquella acera victima de mi adicción parecía ver a Méndez de pie, a mi lado, como un arbitro de fútbol recriminando aun futbolista una caída fingida. "¿Lo ves? Era todo mentira...


Y aquella carpeta, aunque fuera la ultima no debía de ser distinta a las demás. Quizá si por ser la ultima, pero nada más. Una rubrica a un trabajo por encargo, el final de una etapa, una prueba más en mi camino de recuperación, pero al fin y al cabo eso, una carpeta más. Normalmente el psiquiatra, como hizo tantas veces, abría la carpeta de un azul pálido como tantas otras, y me narraba el historial. Lo hacía brevemente sin dar demasiados detalles, además lo hacía empleando toda clase de tecnicismos clínicos, a sabiendas que yo no entendería nada. Aunque el desconocía que a partir del tercer paciente ya me había instruido lo suficiente como para saber lo justo para, como mínimo, reconocer los medicamentos más utilizados y los síntomas más comunes.


En esta ocasión no dijo nada, mejor dicho, no dijo nada y me entregó la carpeta, lo cual era una novedad para mí, hasta el momento me había ocultado siempre el historial medico de los pacientes y me veía obligado a llevar a cabo mis entrevistas con lo poco que me contaba. Aunque debo recocer que aquella estratagema no era debida a su mente perversa, aquella era parte de las normas que debía respetar al realizar mis entrevistas y el ideólogo de todo aquello no era otro que mi jefe en la revista. Ante aquella novedad no pude hacer más que esperar una explicación, la cual no tardo en llegar.


- Se extraña Señor Walls?


- ¿Debería hacerlo? Solo es un expediente, el último de todos, el final de mi trabajo aquí. Supongo que usted también se alegra de perderme de vista.


- ¿Eso es lo que piensa? –su pregunta volvió a sonar como la pregunta de un psiquiatra y yo sin poder evitarlo me sentí de nuevo como si estuviera tumbado en un diván confesándole mis paranoias más recientes- Sabe que no soy un hombre fácil de contentar, pero creo que ha hecho un buen trabajo.


Y eso si era una novedad, el doctor Méndez alabando mis logros, jamás había tenido hasta el momento una sola felicitación por mi esfuerzo, muy al contrario cada gesto, cada expresión me daba a entender que yo estaba de más en aquel lugar y además nunca tuve dudas de que desaprobaba mis métodos y mi forma de trabajar. Aquello sonó como la frase que te suelta tu profesor al final de curso o la despedida que te regala tu sargento al licenciarte, ya no era necesario que siguiera con su papel, en pocos días yo volvería a mi trabajo en la revista y él a sanar mentes enfermas.


Aún así aun quedaba un pequeño detalle que no dejaba el asunto nada claro. Todavía quedaba un paciente más, si el ultimo, pero para dar por finalizado mi trabajo debería pasar por lo menos una semana más en el hospital, no tenía sentido que Méndez bajara tan pronto la guardia. Apelé a mi sorpresa y a una falsa modestia para intentar saber que rondaba por su mente, aunque fuera por una vez sería yo el que preguntaba.


- Esto aun no ha terminado. Esa carpeta encima de su mesa dice que aun queda trabajo por hacer, no se moleste en darme jabón todavía. –yo mismo estaba sorprendido de aquella respuesta, quizá esa sensación de fin de curso me hacía que soltara la lengua, yo si estaba contento de no ver su cara rancia nunca más y había decidido no ocultárselo- hasta ahora no ha sido muy simpático, no se moleste ahora en arreglar las cosas, como le he dicho aun queda una semana aquí dentro, cuando acabe ya no me verá más el pelo por su clínica, no es nada personal.


- Como tantas veces se equivoca señor Walls, este es su último día en el hospital...


La respuesta me dejó fuera de juego.


- ¿Que pretende? ¡Sabe que debo acabar este trabajo! No juegue conmigo, déme esa carpeta y déjeme acabar esto.


- Esto no es un juego. Y no pienso interponerme en su camino. Usted acabará su libro. Solo que no lo hará en mi clínica.


- Explíquese...-había decidido que le dejaba hablar, parecía que el psiquiatra disfrutaba viéndome enojado.


- El paciente que debe estudiar y cuyo expediente se encuentra dentro de esta carpeta ya no se encuentra entre nosotros. Hace una semana que salió de aquí, su estado es prácticamente terminal así que la familia nos pidió que pudiera pasar sus últimos días en su casa. Se trataba de un caso muy avanzado de paranoia y manías persecutorias pero nunca presentó ningún problema, se puede decir que aunque ese pobre hombre se crea Napoleón no ha sido violento en ningún momento. Su último paciente es tan manso como un corderito.


Hubiera cogido esa maldita carpeta y se la hubiera hecho tragar. ¿Que pretendía ese loquero? Mi trabajo se basaba en un estudio sobre diez internos, y desde el primer momento mi jefe me dejó muy claro que debían ser diez pacientes alojados en la misma clínica. ¿Qué pretendía ahora Méndez, arruinar todo mi trabajo?


- No voy a aceptar eso. De hecho mi redactor jefe ha insistido en la forma que debía realizar el estudio. No entiendo nada, si ese hombre ha salido de la clínica asígneme otro paciente, es tan fácil como decirlo.


- No puede ser. ¿De verdad cree que yo tengo algo que ver en esto? De verdad Walls...Ahora se lo puedo confesar abiertamente, no me cae usted bien...


- Menuda novedad...


- ¿Aun cree que soy yo el que le ha asignado los pacientes?


- Así lo creí siempre.


- Nunca fue así. Se suponía que yo debía callar y hacerle creer que yo era el que escogía sus conejillos de indias... De todos modos ahora ya da lo mismo. Ha de saber que su amigo y jefe ha confeccionado la lista de enfermos a los cuales usted debía entrevistar. Es más, alguno de esos pacientes ha sido traído de otras clínicas para completar la lista. Alguno, y le digo eso a riesgo de perder mi licencia, ni siquiera estaba lo bastante enfermo como para ingresar aquí.


- ¿Me está diciendo que todo estaba preparado? No piense ahora que me voy a escandalizar. No pretendía ganar el Pulitzer con este trabajo, es solo eso un trabajo. Aun así no entiendo como John no me lo explico abiertamente, ya estoy curado de espantos.


- Si lo hubiera hecho quizá usted no hubiera realizado las entrevistas con la misma implicación. Supongo que ahora que nos quitamos las mascaras tampoco va a descubrir nada. Me da igual lo que haya hecho su jefe o si los pacientes se habían escogido a dedo...


- ¡No siga! Ahora me explicará que John le ha ingresado en su cuenta suficiente dinero como para pasarse el juramento hipocrático por el forro y amañar las entrevistas.


- Usted lo ha dicho...Mantener esta clínica es muy caro y las ayudas son pocas. Además no he hecho nada ilegal, solo he traído algún paciente hasta aquí y de hecho ese es mi trabajo, buscar clientes. En cuanto a la validez de su investigación...todos sabemos que su revista es de las más sensacionalistas. Esas entrevistas acabaran en un libro que encenderá el morbo de sus lectores, francamente no espera más de todo esto.


- Lo que no entiendo es porqué mover cielo y tierra para convocar todos estos pacientes, para variar de estrategia justo con el último.


- A mi no me pregunte Walls. Y si le puedo pedir un favor tampoco le haga esa pregunta a John. Es lo único que le pido.


- ¿Tan seguro está que voy a mantener la boca cerrada?


- No, no lo estoy por eso le ruego que sea discreto. Además, tenga en cuenta que si se sabe todo es posible que no llegue ha publicarse ese libro. Por cierto Walls...¿sabe que lleva un día de retraso?, ¿sabe que hay unas fechas pactadas?..., Yo en su lugar me apresuraría a abrir esa carpeta y visitar ese paciente, ya lo debe estar esperando.


Cerré la puerta tras de mi sin dar una explicación. La visita a la granja me había puesto el alma del revés y no estaba dispuesto a contárselo a ese Méndez que de buen seguro, habría hecho mil preguntas, no podía evitarlo, era su oficio. Si ese paciente era tan importante y yo, solo yo, podía realizar el trabajo, bien podía esperarme.


Quizá todo aquel asunto se enredaba, ya nada era como parecía, no oculto que todas las entrevistas tenían algo de frívolo, algo de "preparado". Muchos nombres famosos, mucho de "la entrevista de tu vida"...Y tenía razón. Estaba casi seguro que John había jugado conmigo. Había motado esa falsa investigación para construir una historia de "copia y pega". Jamás puse mucho entusiasmo en aquel trabajo, pero si me reconocía orgulloso de formar parte de aquel proyecto.


Y cuando hablo de falsedad no me refiero a la veracidad de todas esas historias, que aun sé reconocer alguien cuando miente o actúa, lo sospechoso de todo es que las entrevistas fueran tan productivas, que dieran tanto de si. Cualquier periodista sabe que pueden pasar años antes de encontrarte delante un personaje digno de una entrevista decente. Y mucho menos diez juntos... La idea en principio parecía atractiva, diez enfermos mentales escogidos al azar, diez historia diferentes y tan próximas y distantes a la vez. Ahora parecía que el azar no había existido y que John había escogido aquellos enfermos personalmente. Y en realidad aquello me desconcertaba más todavía. Lo entendería si hubiera puesto su punta de mira en un asesino múltiple, o un artista famoso en su ocaso, o un visionario que doblaba cucharas...Nunca fue el caso, me costó mucho poder encontrar algún matiz interesante en toda aquella gente. Varias veces dudé que de aquellas entrevistas pudiera salir una historia interesante, eran gente normal, con historias normales. Una sexagenaria viuda y con alzheimer, un exdrogadicto, una joven con trastorno bipolar, un empleado de ferrocarriles que veía a Dios, un adolescente que se sentía perseguido... Claro que en todos los casos su mente había dejado de funcionar correctamente, pero poco más. No entendía el motivo de aquel montaje.

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