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Querido diario:

Nos sentamos juntos y contemplamos el atardecer, compartiendo el asiento sobre un antiguo tronco. Durante unos segundos, permanecimos en silencio, hasta que él posó su mano sobre la mía.

En ese instante, una corriente eléctrica pareció atravesar mi cuerpo. Lo miré y le devolví una sonrisa. Fue un momento mágico que llenó el aire de una dulce complicidad.

"¿Por qué no hablas?" Le pregunté. Me miró, con una expresión pensativa, como si estuviera buscando las palabras perfectas. Movió los labios como si estuviera a punto de hablar, pero en su lugar, esbozó una sonrisa que dejó ver sus dientes.

Sin soltar mi mano, se levantó y comenzó a guiarme hacia las profundidades del bosque. Me sentí cegado en ese momento, completamente absorto en su presencia. Solo quería estar junto a él, sintiendo su mano cálida y sus dedos entrelazados con los míos.

En ese momento, comprendí que me había enamorado. Era un sentimiento indescriptible que me hacía sentir vivo como nunca antes.

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