Capitulo 3



En el patio delantero había varios coches. 


Alison se detuvo y esperó a que Matt le señalase cuál era el suyo, pero él pasó por delante sin decir palabra. Atravesó las puertas y fue hacia un todo terreno descapotable que había aparcado en la calle. 


¿Qué significaba aquello? ¿Que acababa de llegar al hotel esa mañana? ¿O había estado el todo terreno allí aparcado toda la noche? 


Lo vio abrir la puerta y esperar a que ella se sentase. Luego, le tomó la mochila y la tiró en la parte trasera del vehículo, como si no le importase lo que hubiese dentro. 


–Ah, necesito las gafas de sol –le dijo ella. 


Pero Matt no le hizo caso y se sentó frente al volante. 


–Pruébese éstas –le respondió entonces, dejándole en el regazo unas gafas caras, de diseño. 


Alison pensó que le quedarían grandes, pero le encajaron como un guante. 


–Gracias –le dijo. 


Lo miró de reojo mientras arrancaba el motor y pensó si debía preguntarle de quién eran sus gafas. Era evidente que no eran de él, que se había puesto unas Raybans nada más sentarse.


Pero Alison no dijo nada y se limitó a observar la ciudad, que ya bullía de gente a pesar de ser temprano. 


Matt iba conduciendo a mucha velocidad y, aunque no sabía por qué, Alison tenía la sensación de que aquella salida no le entusiasmaba tanto como a ella. Y todo por su culpa. Había sido un poco grosera con él en el hotel. No era culpa de él que no estuviese acostumbrada a que la tocasen. Sólo la había agarrado para que no se cayese, nada más. 


Llegaron a una zona de calles más tranquilas. Estaban dejando atrás la ciudad y los niños jugaban en la carretera, al parecer, ajenos a los coches. A Matt no le importó tener que frenar cada pocos minutos, como ella habría imaginado, sino todo lo contrario. Saludó a los niños y le demostró que era muy conocido y querido. 


El aire era cada vez más caliente y húmedo. Alison se dio cuenta de que Matt estaba sudando y notó también sudor entre sus pechos. 


Lo que no había esperado era que él se quitase la camisa para abanicarse el estómago,  que brillaba de sudor. A ella se le hizo un nudo en el estómago al verlo. Y descubrió que, al contrario que en otras ocasiones, no era inmune a aquel hombre. La sensación era más bien la opuesta. 


Deseaba alargar la mano y tocarlo, enterrar los dedos en su pelo y sentir la suavidad de su piel morena. Aquello la horrorizó. Creía saber que aquél era el hombre por el que su madre se había marchado de casa. Y fuese la que fuese la relación que ésta tuviese con Matt, a su padre no le gustaría que ella tuviese nada que ver con él. 


Después de dejar atrás las últimas casas, se dirigieron hacia el mar. Detrás de ellos quedaron las montañas que había visto nada más llegar, desde el taxi.La espesa vegetación se transformó en una exuberante alfombra verde que descendía hacia el mar.


Alison, que había intentado mantenerse objetiva, no pudo evitar maravillarse al ver el agua cristalina y la playa de arena blanca. 


–Es precioso –comentó en voz baja, casi sin darse cuenta de que eran las primeras palabras que decía desde que habían salido del hotel. 


Matt la miró un instante, antes de contarle que era la zona más bonita dela isla. –Cala Mango –añadió–. La isla de San Antonio es conocida por ser uno de varios picos subacuáticos. Otro de ellos es Jamaica. 


–¿De verdad? 


Alison estaba fascinada, y Matt siguió explicándole que los españoles se habían establecido allí por primera vez en el siglo XVI. 


–Después, cuando Jamaica se convirtió en colonia británica, ignoraron esta isla, que más tarde fue tomada por los franceses. 


Alison sacudió la cabeza.–No entiendo que a alguien no le interesase este lugar tan bonito –protestó. 


–Supongo que se debió a motivos económicos –comentó Matt mientras detenía el todoterreno en un alto desde el que se veía toda la bahía–. Jamaica ofrecía demasiadas cosas, en comparación con este lugar –hizo una mueca–. Yo se lo agradezco. Al menos no estamos llenos de complejos turísticos y hoteles. 


Alison se giró para mirarlo.–Al llegar, el taxista me contó que los Brody son los dueños de casi toda la isla. ¿Es verdad? 


Matt se quitó las gafas de sol y la miró con el ceño fruncido.–¿Y por qué le dijo el taxista algo así?


 Alison no supo qué contestar. Todavía no estaba preparada para preguntarle por su madre, pero, al mismo tiempo, tenía que decirle algo.


–Yo... bueno... le pregunté por la tierra que había alrededor de las casas y él me contó que no pertenecía a los inquilinos, sino a los Brody. 


–¿De verdad? –inquirió Matt con escepticismo–. Bueno, para su información, los isleños poseen sus propias tierras. Animamos a la gente a ser autosuficiente. El taxista se equivocó. 


–Eso parece. 


Matt salió del todoterreno y le abrió a ella la puerta para que bajase. Nada más hacerlo, notó el calor del sol en los brazos y la deliciosa brisa procedente del agua.Él volvió a colocarse las gafas de sol y empezó a bajar por las dunas, hacia el mar.


Entonces se giró y la miró. 


–¿Viene? –le preguntó. 


Y Alison pensó que no tenía elección. Además, quería darse un baño. 


Sacó la mochila de la parte trasera del coche, se quitó las chanclas y lo siguió. No era tan fácil bajar por las dunas como parecía al verlo a él, y Alison llegó abajo despeinada y con el rostro colorado.Por suerte, Matt ya había ido en dirección al agua. Ella dejó la mochila, se intentó peinar con los dedos y se dio cuenta de que no merecía la pena.Volvió a tomar la mochila y siguió andando detrás de él. 


Por el camino, se detuvo a observar una enorme caracola rosa.El sol estaba empezando a calentarle la cabeza y los hombros. Cuando se incorporó, se llevó una mano a la cara para protegerse. 


–¿Tiene calor? 


Matt se había dado cuenta de que le interesaba la caracola y se estaba acercando a ella. También se había quitado las zapatillas Converse que llevaba puestas, había anudado los cordones y se las había colgado al cuello. 


–Un poco –admitió Alison. 


Matt señaló el mar con un gesto de cabeza.–Dese un chapuzón –le recomendó–. La refrescará. Y tal vez hasta le divierta. 


Alison apretó los labios.–¿Cómo sabe que he traído bañador? 


Él volvió a quitarse las gafas y la miró de manera burlona.–Podemos bañarnos desnudos si lo prefiere. Si usted se anima, yo también. 


Alison volvió a sonrojarse, pero esperó que no se le notase, dado que ya estaba colorada por el calor. 


–Sé que no habla en serio –le dijo, a pesar de temerse lo contrario–, pero da la casualidad de que he traído bañador. Si se da la vuelta, me lo pondré. 


–¿Quién es ahora la mojigata? –bromeó él–. No puedo creer que no se haya desnudado nunca delante de un hombre. 


Lo cierto era que no, pero Alison no se lo iba a decir. 


–Dese la vuelta –repitió–. No voy a desnudarme delante de un hombre al que casi no conozco. 


–Peor para usted. 


Pero, para alivio de Alison, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el mar. 


Lo vio quitarse la camisa por la cabeza y tirarla a la arena, y después se llevó las manos a la cinturilla del pantalón. Se quedó boquiabierta. ¿Qué estaba haciendo? Dio un grito ahogado al ver que se bajaba los pantalones. Pero llevaba ropa interior debajo. 


Alison se relajó un poco al ver unos calzoncillos negros, se había temido que se quedase desnudo. ¿Qué pensaría su madre? ¿Sabría que coqueteaba con otras mujeres cuando ella no estaba presente? Aunque tenía que admitir que, en realidad, no había coqueteado con ella. 


Alison se quitó las braguitas y la falda y se subió el bañador. No era culpa de Matt, era un hombre natural y desinhibido, un tipo de hombre al que ella no había conocido antes. Se quitó rápidamente el sujetador y la camiseta y suspiró de nuevo al terminar de colocarse el bañador.


No tenía tirantes, y probablemente no fuese el más adecuado, dadas las circunstancias, pero volvería a ponerse la ropa en cuanto se hubiese dado un baño. 


Matt ya estaba en el agua, que le llegaba por las caderas. Alison se fijó en lo oscura que era su piel. Tenía las caderas estrechas y un trasero bien apretado.


Luego se reprendió por fijarse en esas cosas, sobre todo, tratándose de un hombre que, al parecer, tenía algo con su madre. Entró en el agua a unos metros de Matt y apartó la vista de él. Fue un placer sumergir los hombros y la cabeza, y volver a emerger feliz sólo por estar viva. 


Cuando quiso darse cuenta, no hacía pie, pero no se preocupó. Era buena nadadora y el agua estaba caliente, estupenda. Siempre recordaría la sensación de nadar en el mar Caribe. Nada más meterse en el agua, se había temido que Matt se acercase a ella.¿O había sido una esperanza? Pero él estaba lejos, de espaldas a ella, flotando en el agua.


Alison no pudo evitarlo. Nadó hacia él y le dijo casi sin aliento: 


–Es maravilloso. Nunca había nadado en un agua tan clara. Gracias por traerme. 


–No hay de qué. –Matt se puso en pie y la miró de manera burlona.–Habría jurado que no estaba contenta por haber aceptado mi invitación –le dijo, alargando la mano para apartarle un mechón de pelo mojado de la cara. Notó que se ponía tensa y su expresión se endureció–. ¿Le importaría relajarse? ¿O cree que cada hombre que la toca quiere tirársele encima? 


–Estoy segura de que usted no, señor Brody –replicó ella. Y sin esperar su respuesta, se dio la vuelta y nadó hacia la orilla. Enfadada, pensó que era un hombre insoportable. Lo convertía todo en un ataque personal. 


Matt se le adelantó antes de que llegase a la orilla, así que se vio obligada a seguirlo al salir del agua. 


El estómago se le hizo un nudo al ver mejor su ropa interior. Llevaba unos calzoncillos negros ajustados, que se le pegaban al cuerpo como una segunda piel. Lo vio girarse y recoger su camisa, con la que se secó el pecho y el estómago. Como en el coche, no pareció importarle lo que ella pensase de su comportamiento, pero a Alison le resultó muy difícil apartar la mirada. 


Le enfurecía que le pareciese tan sexy. 


La bravuconada de haberse llevado la toalla del hotel le pareció innecesaria entonces. Alison se sintió culpable al sacarla de la mochila. Pero Matt no la estaba mirando. Seguía frotándose el pecho y los brazos, con la atención puesta en un pájaro grande que había a unos metros de ellos. Alison no pudo evitarlo. Se enrolló en la toalla y exclamó: 


–¿Qué es? 


–Un pelícano –le dijo Matt con indiferencia–. Es evidente que ha encontrado algo que comer entre las algas. Esta playa suele estar desierta.Supongo que pensó que no lo molestaría nadie. 


–Un pelícano –repitió ella maravillada–. Es la primera vez que veo uno –miró a Matt–. ¿Es eso lo que tiene tatuado en su brazo? 


–De eso nada –le contestó él, sacudiendo la cabeza–. Esto es un chotacabras. Me lo hice cuando estaba en la universidad. A mi padre no le gustó, pero ya era demasiado tarde –hizo una mueca–. Termine de vestirse. Luego, la llevaré de vuelta al hotel. 


–Oh –dijo Alison–. ¿Es necesario? 


Matt frunció el ceño.–¿El qué? 


–Volver –le explicó ella, a pesar de saber que la había entendido la primera vez–. Mire, sé que antes no he reaccionado bien, pero es que soy así. 


–¿De verdad? 


Él frunció el ceño, pero no dijo nada. En su lugar, y para sorpresa de Alison, se dio la vuelta y se bajó los calzoncillos mojados.


Ella abrió mucho los ojos. Había tenido razón al pensar que era así de desinhibido. Le daba igual quién lo viese, o que su comportamiento pudiese resultar ofensivo para otra persona.


Pero Alison no podía negar que daba gusto verlo. Con los hombros anchos, las caderas estrechas y el trasero redondeado y duro. Y por todas partes igual de moreno. Lo vio seguir utilizando la camisa para secarse y se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración.No volvió a respirar hasta que no lo vio subirse los pantalones. 


Escurrió los calzoncillos y se puso la camisa mojada, que se le pegó al cuerpo todavía más que antes. Alison pudo contar todas las vértebras de su espina dorsal, el relieve de sus músculos del estómago. Y entonces, se dio cuenta de que ella ni siquiera había empezado a vestirse. 


Tonta, se dijo con impaciencia. 


Estaba actuando como una colegiala enamorada. ¿Qué pensaría su madre si la viese? 


Intentó quitarse el bañador debajo de la toalla, pero tenía la piel mojada y se le pegaba a la piel. Se le ocurrió que sería mucho más fácil tirar la toalla al suelo y desnudarse delante de él, pero, por supuesto, no lo hizo. Y, para su alivio, él se agachó a recoger las zapatillas. 


Alison consiguió bajarse el bañador y después fue muy sencillo ponerse la ropa.


Estaba metiendo la toalla mojada en la mochila cuando vio su sujetador en la arena. Maldijo entre dientes, pero ya era demasiado tarde. Lo metió en la bolsa y se dio cuenta de que Matt había empezado a andar por la orilla del mar. Se giró a mirarla justo cuando se estaba incorporando.


 –Vamos a dar un paseo –le dijo en tono neutro–. Si piensa que podrá soportar el calor. 


–Podré. 


Alison se echó la mochila al hombro y apretó el paso para alcanzarlo, pero al llegar a su lado Matt le tomó la mochila. 


–Déjela aquí –le dijo, dejándola caer en la arena–. No va a robarla nadie. Salvo él, claro –añadió señalando el pelícano–, pero no creo que quiera para nada una de mis toallas. 


–Sé que no debía haberla traído. 


–¿He dicho yo eso? 


–No ha sido necesario. Ya me siento bastante culpable sola por haberlo hecho. 


–Olvídelo –le dijo él–. ¿Qué es una o dos toallas entre enemigos? 


Alison contuvo la respiración.–¿Somos enemigos, señor Brody? 


–Matt –la corrigió él–. Bueno, es evidente que no somos amigos – se puso a andar de nuevo–. Venga. Siga andando. 


Ella lo hizo. Era muy agradable andar por la orilla, con la arena entre los dedos de los pies. 


Caminaron un rato en silencio. 


Alison había esperado sentirse incómoda,pero no fue así. De hecho, le gustó la sensación de aislamiento. El grito de los pájaros y el rugido del mar era lo único que alteraba la paz. 


Entonces, Matt le hizo la pregunta que más se estaba temiendo. 


–¿A qué ha venido a San Antonio, señorita Claiborne?   

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