Prólogo

Prólogo


Manzanas doradas


18 años


Cuando llego a mi casa, solo tengo clara una cosa: voy a hacerlos pagar a todos y cada uno y voy a disfrutarlo cada segundo. Ahora sé que soy un hijo de Eris, un hijo de la discordia. Enviado a este mundo para crear caos y mi vida hasta hoy me ha roto para que me dé cuenta de cuál es mi misión.


Enciendo la computadora y me pongo los lentes, porque primero tengo que sacar el veneno de un sistema; intoxicado de la forma en la que estoy no puedo pensar en cada paso para conseguir lo que quiero, lo que siento que debe pasar.


Todos deberían de estar muertos, todos muertos bajo mi propia mano. En varias ocasiones me hicieron sentir que estaba solo, que no era nada ni nadie y que mi propósito era vivir para ver cuánto tardaba en morir... Pero no, ahora lo sé: vivo para ver cuánto duran en morir, cuanto duran en exhalar el último aliento.


Escribo como todo comenzó con una nariz respingada y un puño cerrado. Ahora tengo una navaja que quiero usar para cortar. Recuerdo como me hicieron sentir que era débil y espero mostrar que soy más fuerte que ellos.


Siempre fui un amigo en toda la palabra, siempre el mejor novio. Un amigo incondicional, uno que no decía que no, uno que apoyaba, que mentía y guardaba oscuros secretos. Un novio romántico, que llevaba flores y se preocupaba. Ya no es así. Me convirtieron en un monstruo y eso me alegra. Ahora soy de hierro, y nadie me puede hacer daño. Yo daño a las personas, no ellas a mí. Ya no más.


Mi respiración se agita con más recuerdos, mi frente comienza a sudar y no puedo evitar cerrar los puños como si estuviera listo para golpear el recuerdo. Un día ella me besó. No yo a ella, ella a mí. Y con eso ella selló mi desgracia. La mía, no la de ella. El amor es ridículo y yo fui ridículo con ella. Yo la amé. No ella. Con eso yo sellé mi desgracia. Luego me traicionó, con un desconocido en una fiesta. Odio las fiestas, la odio a ella, y odié al desconocido, me odio a mí. Pero no me maté a mí, lo maté a él.


Mis mejores amigos tenían siempre los suyos propios. Otros. No yo, nunca yo, siempre otros y eso dolía. A ellos les dolerá el corte de la navaja, y a mí no, esta vez spy yo el que va a disfrutar haciendo sufrir a los demás. ¿Por qué le doy tanta importancia a sus traiciones, a una simple novia, a unos supuestos amigos? ¿Por qué siempre vuelvo a intentar tener a alguien, pareja o amigo?


Porque soy un hipócrita


Porque soy un masoquista.


Porque soy un ridículo.


Debería dejar de ser un ridículo, un pobre idiota amistoso, un hombre hormonal. Debería de abrazar la crudeza. Debería abrazarla, también a la furia, al espíritu de venganza que en mí vive y que explota con la traición. Debería... debería hacerme justicia. Hacerme justicia a mí. No a ellos.


Pero por ahora necesito escribir. Necesito liberar mi alma desde cada profundidad de lo bueno y lo malo.

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