Jax Tábano


Mientras caminaban por una calle de tierra, Daniel Uva y Jeremis se encuentraron con unos chicos del barrio. Daniel se presentó. El primero en devolverle el saludo fue Jax, que le preguntó si es nuevo (a lo que Daniel asiente fastidiado) y dice que le encanta jugar a la pelota. Después Felipe, que le dice que antes de ir a la escuela vaya con Mia, que sabe mucho. Mia y Silvia estaban abrazadas juntas. La primera le dice que mañana (al día siguiente) vaya a su casa que le enseñaría un poco.


—Estos son mis amigos, vamos a llevarnos muy bien —añadió Jeremis.


Mientras caminaban, llegaron a una vía de tren a la cual nadie le dio la más mínima importancia, excepto Daniel, quien admite que jamás había cruzado por una vía caminando. Todos le gritaron de mala gana (como si fuera un pequeño niño insoportable) que no pasaría nada.


Sin embargo, la bocina del tren sonó muy fuerte, y Daniel pudo oír el crujir de los huesos de cada uno de sus nuevos amigos mientras los aplastaba el tren en el orden en el que se ubicaban. Primero Jax, luego Felipe, un poco más a la derecha estaban Mia y Silvia abrazadas y a su lado Jeremis, y por último él.


Cerró los ojos esperando lo peor.


Sin embargo, un gran alivio se presentó ante él cuando abrió los ojos y el tren no estaba. Ni las vías. Es más. Sus amigos seguían vivos y caminaban por la calle.


—Daniel, ¿estás bien?


Observó extrañado a Jeremis, quien lo miraba a él de la misma forma, hasta que finalmente entendió que se debía a que estaba todo sudado y tembloroso. Parecía una gelatina.


—¡No tenemos que cruzar la vía! —gritó.


—¡¿Qué?! ¿Por qué no?


—¡Nos vamos a morir todos! No es seguro.


—¡Ay! Por favor —exclamó Jax que no le creía ni pizca— Ya entendimos que sos una maricona, pero mírame —se posicionó sobre la vía—, nada va a pasarnos.


—¡Eso, Daniel! No hay nada de qué preocuparse —dijo Silvia, tratando de consolarlo.


—Pero ustedes no entienden, yo lo ví todo en una visión —todos los chicos comenzaron a reírse muy fuerte. Felipe se meaba— ¡De verdad!


—¡Basta, Daniel! ¡Me voy a cagar en los pantalones!


Daniel no sabía si llorar o enojarse.


—Bueno, bueno. Si querés que respetemos las normas de seguridad —añadió Jax, de mala gana— voy a mirar a la derecha —cuando lo hace, todos miran a la derecha en busca del tren, pero no ven nada— y luego a la izq... —su choque con el tren no le permitió terminar la frase y sus amigos miraron el accidente aterrados, con todas sus caras manchadas con la sangre de Jax.


Ya de noche, Jeremis acompañó a Daniel a su casa. Pero antes de entrar, Jeremis quiere decir algo, aunque le cuesta por el sonido de las ambulancias que pasan velozmente para llevarse el cuerpo destrozado de Jax.


—Perdón por este día tan extraño. No es algo muy normal que estas cosas pasen.


—No importa. Fue menos perturbador que un recital de Lady Gaga.


—Bueno. Espero que te quedes, a pesar de esto. Me caíste bien.


—Gracias, vos también —Jeremis sonríe y se va— Y no creo que me vaya a ningún lado. Por lo menos no dentro de tres años.

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