Capítulo 22

PASADO 21

Hay que ver que la gente hace unas ridiculeces...

Lo digo porque es noche vieja y estoy en el patio de la casa de mi abuela, viendo a una prima de Dayana subir y bajar de una silla porque supuestamente la ayudará a conseguir novio el año que viene. Por allá, un tío se quita los zapatos para meterles monedas y según él se hará rico en el nuevo año. Mi abuela misma está preparando una maleta para salir corriendo por la cuadra a lo que dé la medianoche, y así garantizarse un viajecito de vacaciones que quiere hacer para agosto.

Y eso sin contar las doce uvas, la sopa de lentejas, la ropa amarilla...

—No puedo creer que el bobo de Salomón se casó primero que yo —dice la interesada, aún haciendo ejercicio subiendo y bajando de la silla. Trastabilla, pero su determinación es tal que vence la gravedad y continúa su faena.

Tomo un sorbo de ponche crema. Por el rabillo del ojo veo a alguien acercarse. Resulta ser mi mamá que viene tarareando el clásico de Cheo Feliciano que suena en la radio.

Se sienta a mi lado y agarra un mini pastelito del plato que tengo en mi regazo.

—Mi amor, ¿qué hacéis aquí solita?

—Contemplando la inmortalidad del cangrejo —contesto con toda seriedad, aunque no hay ni un solo cangrejo a la vista.

—No puedo creer que ya el año que viene te me graduáis de bachiller. —Los ojos de mami se agúan ante ese prospecto. Yo le doy otro pastelito.

—La verdad yo tampoco. No puedo creer que al fin se acaba esta tortura.

Mami pone un codo sobre la mesa detrás de mi, y apoya la cabeza en su mano para observarme.

—Nunca me habéis dicho por qué detestáis tanto el colegio pero... ¿tiene algo que ver con el hecho de que Valentina y vos ya no son amigas?

Algo, no. Todo.

Me retuerzo ante el asalto a mis nervios que produce esta conversación. Todavía tengo pendiente disculparme con Valentina, pero todavía tengo sentimientos encontrados con respecto a ese beso.

Lo peor es que ella y la señora Violeta fueron invitadas para esta fiesta ahora que son parte de la familia. No importa que Salomón y Valeria están de luna de miel en Mochima, entre mi madre y mi tía se encargaron de adoptarlas. Las Machado tienen otros parientes, por supuesto, pero quizás por la novedad decidieron asistir a nuestra fiesta.

Esto significa que Valentina ha estado a una distancia razonable por horas, y aún así he sido incapaz de acercarme a ella.

Tampoco es que ella se ha dignado siquiera a posar sus ojos en mi dirección.

—Es complicado. —Suspiro de tal forma que mi cuerpo parece derretirse.

—Sí, normalmente las relaciones interpersonales lo son. Déjame darte un consejo.

Le pongo cara de fastidio pero no le hace ni cosquillas. Mi mamá es dulce pero también firme como un caramelo. A diferencia de mí, que soy como una galleta de soda. Medio desabrida y frágil.

—El primer paso siempre lo tenéis que dar vos.

Me quedo esperando más palabras sabias pero mi mamá me ofrece una sonrisa enigmática y se levanta para ir a bailar una raspacanillas con papi.

Mientras meneo la cabeza, avisto a Dayana subiendo y bajando una silla. No sé si burlarme o darle ánimo. Aunque no creo en ninguna de estas supersticiones, sé que mi prima lleva rato queriendo un novio pero nadie le para bola.

Yo también hubiera querido ser novia de Luis Miguel, pero ya ese castillo de cartas se desmoronó. Tengo que superarlo, y parte de eso es aceptar que Luis Miguel y Valentina se empaten.

Agarro una bocanada de aire hasta lo más profundo de mis pulmones, y me levanto de mi silla. Cualquiera creería que estoy a punto de embarcarme en una cruzada tipo el Señor de los Anillos, y no que voy a atravesar el patio de la casa de mi abuela sorteando entre mesas llenas de comida, sillas regadas por doquier, entre bailarines, chamitos correteando, y señoras que aún creen que estoy en edad de que me aprieten los cachetes, para conseguir a alguien a la cual le debo mis disculpas.

Finalmente logro el cometido y me planto frente a Valentina. Mi corazón late al mismo ritmo acelerado con el que trabajan mis pulmones.

—¿Podemos hablar?

Ella pestañea como cuestionando si lo que ven sus ojos es real.

—¿De qué?

Su mamá se voltea hacia nosotras captando el olor a brollo.

—Este... vamos a buscar a Dayana primero.

Por primera vez Valentina no me hace la vida más difícil y me sigue. Quizás tampoco quiere que su mamá se entere del asunto.

Conseguimos a Daya toda sudada de tanto subir y bajar la silla. Le hago un gesto con la cabeza para que nos siga. En cuestión de minutos estamos las tres en el garaje al lado de las cavas llenas de bebidas frías. Agarro una Frescolita y se la paso a Valentina, una Uvita para Dayana y una Manzanita para mí.

—¿Todavía te acordáis? —pregunta Valentina mientras agarra su lata de refresco como si fuera sagrada.

—A ver, no es la gran verga.

Dayana escoge el silencio pero sus ojos claramente indican que piensa que somos dos idiotas.

—Bueno, gracias de todas formas...

El silencio le dura muy poco a mi prima.

—¡Ay, ya está bueno! Vos —dice y se vuelve hacia Valentina—, sí es cierto que la cagamos. Pero, ¿por qué no nos dijiste nada? Y vos, pedazo 'e terca. Termina de abrir la boca.

Aprieto la boca por un instante. Pero Dayana tiene razón. Entre más posponga esto, más difícil se hace.

—Esta bien. —Cruzo los brazos y continúo—: Valentina, te quiero pedir disculpas. Es verdad que hablé mal tuyo a tus espaldas y ni cuenta me había dado de que por eso es que me odiabais. Pensé que te habiais vuelto una odiosa como tus amiguitas.

—¿Qué clase de disculpa es esa? —Dayana mueve la cabeza en señal de pena ajena.

—Ay, sí. Porque vos te habéis disculpado mucho, cuidado no.

—¿Te volviste sorda? ¿No acabo de admitir que la cagamos, pues?

—No es lo mismo —digo y pongo los ojos en blanco.

Dayana vuelve a enfocarse en Valentina, quien ha permanecido en total silencio.

—Por si no estaba claro, yo también lamento haber sido tan coña 'e madre. ¿Me perdonáis?

Valentina toma un sorbo de su Frescolita.

Y procede a decir un gran total de nada.

Balanceo mi peso de un pie al otro, esperando a que haga la gran declaración que sin duda está preparando en su linda y catira cabecita.

—Vergación —exclamo cuando no aguanto más—, si te seguís tardando va a llegar el año nuevo.

—Más bien como el siglo nuevo —agrega Dayana.

En eso, Valentina levanta la cabeza y nos damos cuenta de la razón por la que no ha dicho ni pío.

Chorros de lágrimas ruedan por sus cachetes y se encuentran en su mentón para caer como un solo río sobre su ropa.

Dayana pela los ojos como huevos hervidos. Yo le devuelvo el mismo gesto.

Valentina solloza como una niña chiquita a la cual le han robado su juguete. Mi prima y yo nos quedamos como estatuas congeladas sin saber que hacer.

¿La abrazamos? No, llevamos mucho tiempo ya sin ser cercanas. ¿Le buscamos unas servilletas? Tampoco quiero que parezca como que estoy huyendo del drama. Aunque es drama.

—Esteeee...

—¡Las extrañabaaaa!

De repente nos agarra entre sus brazos y nos aprieta hasta el punto de cortar la respiración. Mi cara queda aplastada contra su hombro y mis lentes se encajan en el puente de mi nariz. Pero mis músculos son incapaces de reaccionar para alejarme. No sé si es por el shock o simplemente porque Valentina me tiene en una llave de luchador libre.

—Aire —balbucea Dayana.

Valentina nos deja ir. Unos minutos pasan mientras Dayana y yo aprendemos a respirar de nuevo, y Valentina se limpia la cara con sus manos.

—Yo también me disculpo —balbucea Valentina entre pequeños sollozos—. No sé, creo que no quería pelear. Pero sacarles el cuerpo fue mucho peor.

—Guao, de verdad somos unas idiotas —musito en voz alta.

La primera en ceder ante la ridiculez es Dayana. Enseguida nos contagia la risa a Valentina y a mí, y las tres nos reímos como solíamos hacer hace años. A boca abierta, carcajadas desde la barriga, casi sin poder mantener el balance. Parecemos borrachas.

Nunca me hubiera imaginado que esto podía pasar. Daba la amistad con Valentina perdida para siempre. Y aunque nunca será igual, como una hoja de papel que ha sido arrugada y luego estirada otra vez, al menos no seguirmos hechas unas bolas de resentimiento.

Una vez que nos hemos calmado y terminado de beber nuestros refrescos, me acuerdo de un detalle más. Decido intentar seguir el consejo de mami aunque me cueste, y aclaro la garganta.

—Hay algo más.

Las dos me observan.

—Valentina, te vi besando a Luis Miguel en la fiesta de la boda y... bueno,  no te voy a mentir diciendo que te apoyo por completo pero sí que voy a intentar que no me moleste. Espero que sean felices juntos.

La expresión que me pone es como si me hubiera crecido otra cabeza de pronto.

—Miarma, ¿qué habláis?

Intercambio una mirada con Dayana a ver si ella sabe qué coño está pasando ahora, pero se ve tan confundida como yo.

—¿No se empataron? —pregunto no con esperanza sino con curiosidad.

—No —contesta para mi asombro y su cara se pone roja como tomate—. Me rechazó.

—¿Qué?

—¿Cómo va a ser? —exclama Dayana.

—Pues sí, me dijo que no le gusto. —Valentina se muerde el labio.

Pestañeo una. Dos. Tres veces.

—Imposible —sacudo la cabeza para reacomodar mi cerebro—. Pero, él siempre te trata bien. Y ese beso...

—Fue muy corto —Valentina encoge los hombros—. Y además, él es chévere con todo el mundo.

Dayana se pone un dedo en el mentón.

—A ver, que a este chamo no le guste Bárbara no asombra a nadie.

—¡Ey!

—¿Pero que tampoco le guste Valentina? ¿Con lo buena que está?

Valentina se echa el cabello para atrás sobre el hombro.

—¿No será que le gustan los del otro bando? —increpa Dayana.

—Puede que sí, o puede que tenga mal gusto —concluyo.

—Pa' mí que es eso.

Es extraño que Valentina me haga sonreír pero lo logra.

—¿Podemos hacer un pacto? —propone Dayana—, cero pleitos por machos.

—Esta bien, ni que hubieran machos por quienes pelearse —digo con un bufido.

—¿Qué me decís del nuevo? —Valentina levanta una ceja—. Te vi muy juntica con él en la fiesta.

Mierda, pensé que nadie había visto nada.

—No hay nada que decir. O, ¿qué? ¿Te gusta?

—No, es muy asocial y odioso. —Valentina arruga la nariz.

—Lo mismo opino.

Dayana entrecierra los ojos.

—Sí, sí. Estoy de acuerdo con el pacto —le digo para que se calme.

—Yo también —añade Valentina.

—Entonces, ¿amigas otra vez? —Dayana mira de la una a la otra.

Yo pongo mi mano al centro como hacen los deportistas. Mi prima pone la suya encima y finalmente Valentina la de ella. Y así logramos un milagro de navidad en noche vieja.

NOTA DE LA AUTORA:

Qué bonito cuando las amistades son fuertes 🥲

¿Qué irá a pasar con la amistad entre Bárbara y dos chamos en particular? ✨

Aprovecho el humor así todo lindo para darles las gracias por leer mi historia, son unas dulzuras 🧡

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