3. La Llanura de los Sueños


Lo que la trajo de nuevo al mundo fue el pitido de sus oídos y el dolor que le entumecía todo el cuerpo. No se atrevía a abrir los ojos, pero el color rojizo que percibía a través de sus párpados le decía que de nuevo había luz. "¿Seguimos en el bosque? Quizá solo ha sido un sueño, y es el sol a través de los árboles... sí, estaba claro, no podía ser un bosque oscuro", pensó. Pero, en cuanto tomó conciencia de su cuerpo, se dio cuenta de que el tobillo le latía con un dolor horrible. O se había hecho daño antes de dormirse o un lobo amarillo se lo había mordido. Probó a darse la vuelta y sus manos palparon hierba mientras, sin abrir todavía los ojos, se dejaba caer de cara al suelo. Una vez así, se obligó a mirar la tierra que la sostenía.


Hierba. Un césped precioso, magníficamente cuidado e iluminado por una luz radiante. "Juraría que el sauce estaba entre el lago y un claro de tierra. No había verde hasta que llegabas a las plantas de la orilla".


Notó un movimiento a su derecha y al mirar se sintió de maravilla al ver que sus amigos estaban como ella, tumbados en la hierba, despertándose uno a uno y sin tener señales de heridas graves. Se levantó como pudo, entumecida como estaba.


-¿Dónde estamos? –preguntó Ryan.


El grito de Marina les hizo dar un respingo. Estaban en la hierba, sí, pero eso no era nada.


Se habían despertado en una llanura verde que llegaba hasta donde alcanzaba la vista y desprovista de cualquier otro detalle que rompiese aquella monotonía: ni un árbol, ni un pájaro... Era como estar a la deriva encima de una moqueta. Si podían ver un final era porque la Tierra (la mente de Annie planteó un interrogante sobre ese sustantivo que ella desechó enseguida) es redonda, no porque hubiese un límite definido para esa extensión. La llanura era tan llana y tan extensa que hasta podía ver la curvatura de la corteza. Y lo peor no era eso. Annie, que estaba intentando buscar algún punto de referencia para orientarse (cosa imposible en una pradera infinita, sin un solo edificio, arbusto o simplemente una brizna de hierba más alta que la anterior), acabó por alzar la vista hacia el cielo para guiarse por la posición del sol...


Que no estaba.


No había astro ninguno que les estuviese iluminando. Se le doblaron las piernas de la impresión, y Ariel tuvo que sujetarla, lo que fue aún peor, porque al inclinar la espalda por el mareo se dio cuenta de que sus cuerpos no proyectaban sombra alguna. No hacía falta ningún sol que les iluminase, pensó irracional, porque la luz les envolvía. Como si, en vez de alumbrar con una linterna, te metieses dentro de la bombilla, por decirlo así. Estaban dentro de la luz.


-Ay, Dios... –gimió Annie pálida como una muerta.


-Creo que ninguno va a poder responder a mi pregunta... –comentó Ryan amargamente-, al menos con un poco de lógica.


-A la mierda la lógica –gruñó Annie, y sus amigos la miraron perplejos-. Primero voy a salir de todo este embrollo, y después ya preguntaré qué narices le pasa al mundo hoy... si sigo preguntándome qué está ocurriendo voy a volverme más loca de lo que ya estoy. ¿No deberíamos ponernos en marcha?


-¿Así, porque sí? –replicó Ariel-. Acabamos de llegar a un sitio como este, ¿y eso es lo único que se te ocurre?


-¿Y qué otra cosa te parece a ti que se puede hacer en un campo de hierba en el que no se ve el final? –dijo Annie, enarcando una ceja e incorporándose-. Esto tiene que acabar en algún sitio, ¿no?


-Deberíamos recoger las pocas cosas que nos quedan –Marina señaló los restos de los útiles y víveres que habían llevado a la excursión, esparcidos por el suelo- y empezar a andar hacia... algún lado. Como dijo Annie, este sitio tiene que tener un final.


-Supongo... –contestó Ryan con un hilo de voz. Parecía más delgado que nunca.


-Muy bien –dijo Annie a su vez.


Recogieron las pocas cosas que estaban esparcidas por el suelo (una manta, el hornillo de gas, un bocadillo y la daga de Annie, la única que aún conservaban de las cuatro) y las metieron en la única mochila que, por lo visto, también había atravesado la espiral. Annie se fijó de pronto en su tobillo: estaba hinchado y le dolía muchísimo, pero seguía manteniéndola en pie. Con eso le valía de momento.


Se quedaron un momento inmóviles, tratando de asimilar la situación y poniendo sus pensamientos en orden.


Miraron a su alrededor, pero no hubo forma de ubicarse. Verde y azul, azul y verde... No había nada más, nada en lo que fijarse, nada con lo que orientarse. Era estúpido quedarse mirando aquello: metidos en un lugar en el que solo hay hierba, cielo y gravedad (Annie dio gracias al ente maligno que les hubiese llevado allí por tener la consideración de fijarles al suelo), no hay forma de normalizar los pensamientos. Annie se sentía como dentro de uno de sus sueños, y notó cómo temblaba interiormente. Vivir aquello sin la neblina onírica habitual era mucho peor que los monstruos.


Comenzaron a andar en una dirección elegida al azar, despacio pero sin pausa, principalmente porque dos de ellas estaban lesionadas. La herida de Ariel se quedó en un zarpazo relativamente profundo, pero sin llegar a ser grave. Temían una infección, pero no llevaban el botiquín. Se había perdido con las mochilas que quedaron al otro lado, junto con el agua.


Al cabo de unas horas empezaron a desesperar: esa extensión no acababa nunca. Estaban seguros de avanzar en línea recta, pero no parecía verse el fin de aquella locura. Annie luchaba por no sucumbir a la histeria y no ayudaba que sus amigos pareciesen estar en las mismas.


De pronto, una ráfaga de viento les sacudió violentamente. Extrañados por aquel cambio tan repentino, miraron hacia arriba instintivamente y ahogaron un grito. Un cuervo de dimensiones desproporcionadas sobrevolaba sus cabezas. No lo habían visto venir, obviamente, porque no proyectaba sombra. Su parálisis duró, sin embargo sólo hasta que el monstruoso animal lanzó un chillido que les destrozó los tímpanos y se lanzó con el pico por delante.


El gigantesco pico negro del cuervo se estrelló contra el suelo formando una explosión de tierra que les obligó a saltar para esquivarlo. Annie cayó en el suelo de boca, tapándose la cabeza cuando los terrones de tierra cayeron sobre ella golpeándola con fuerza. El cuervo se posó provocando temblores en el suelo y emitió un nuevo chillido ensordecedor. Annie y sus amigos, petrificados, reaccionaron al ver que el animal se lanzaba a por ellos otra vez.


-¡¡CORRED!! –chilló Annie, aterrada, levantándose y echando a correr con todo lo que sus piernas le permitieron.


-¡¿HACIA DÓNDE?!


-¡¡DA IGUAL!! ¡¡TÚ CORRE!!


Corrieron todos juntos hacia ningún lugar, presas del pánico. De vez en cuando el cuervo intentaba comerse a alguno de ellos, pero la desesperación volvía sobrehumanos a sus reflejos. Annie volvía a alejarse de la realidad, pero aquella vez se obligó a permanecer en ella. El corazón le latía tan fuerte que le dolía el pecho y el flato la estaba matando, pero aun así seguía corriendo con todas sus fuerzas.


Y, de repente, sintió un pinchazo en la cabeza y todo se volvió negro. Su terror aumentó hasta lo indecible, pero sus piernas seguían moviéndose. Quiso tocarse los ojos para saber si los tenía abiertos, pero no lo hizo por miedo a ensuciárselos: estaba cubierta de mugre y sangre desde la pelea con los lobos. Su oído se llenó de ruidos indefinidos que derivaron en un pitido que amenazó con reventarle el cerebro. Luego, el silencio. Un silencio tan absoluto que la sumió en una especie de intimidad consigo misma... y que sólo sirvió para hacerla consciente de lo aterrorizada que estaba.


Y, para su exasperación, comenzó a oír voces.


"¡... no eran nuestros! ¡Ha tenido que ser él!", decía una voz masculina, alertada.


"Calla. Estoy en plena conexión con ella, y me vas a desconcentrar", contestó una voz femenina, clara y severa. Le sonaba de algo...


"¿En conexión con quién?" se preguntó; y, para su sorpresa, la voz femenina le contestó.


Contigo, niña. Sí, contigo. Si no me equivoco, estás siendo perseguida por un cuervo negro, ¿verdad?


"¡Y lo dice tan tranquila! ¿De qué color son los cuervos para ti? ¡Y más vale que no hayas sido tú la que me ha dejado ciega y sorda!", gritó ella mentalmente. 


Vayamos por partes, Annie. Ya me preguntarás luego por qué sé tu nombre, niña, no me interrumpas si no quieres que te devore ese animal. Se llama cuervo negro porque ese es el nombre de su especie, que es diferente a las de tu mundo, como habrás podido comprobar.


"Oye, no sé quién eres ni qué quieres, pero ¿te importaría decirme algo que no sepa ya? Es que no ayuda mucho a sobrevivir".


Comunicarme contigo de esta forma requiere las fuerzas que tu organismo destina a la vista y el oído, así que volverán a la normalidad cuando me vaya. Tengo que decirte algo: ese cuervo es una prueba para salir de la Llanura de los Sueños, que es el lugar donde os encontráis; es un puente de transición hacia donde estamos nosotros.


"Una prueba... ¿te refieres a que tengo que matar a ese bicharraco para salir de este sitio? Genial. Me veo quedándome a vivir aquí".


Huyendo no llegarás a ningún lugar. Quizá te parezca que la extensión es infinita, pero, en realidad, lo que ocurre es que no os estáis moviendo del sitio, ni vosotros ni el cuervo. Solo os alcanzará de verdad cuando dejéis de correr. Eso es lo que tenéis que hacer, dijo la voz tranquilamente.


"Genial, ¿alguna sugerencia para no morir descuartizada por un pájaro gigante?"


Electrocútalo, dijo simplemente su interlocutora.


Annie sintió una gran exasperación.


"¡¿Ves algún cable de alta tensión por aquí?! ¡¡Porque yo no!! ¡¡Ah, claro, es que estoy ciega!! ¡¡DIME ALGO CON SENTIDO!! ¡¡¿¿NO VES QUE VOY A MORIR??!!" esto último fue un alarido en su mente. Estaba a punto de echarse a llorar.


Electrocútale tú, añadió la voz, sin alterarse. Y sin darle tiempo a replicar, añadió: Está en ti. Simplemente hazlo, te saldrá de dentro, porque está ahí... si no lo bloqueas, claro está. Confía en ti misma, no en esas leyes de la lógica que tanto te gustan.


Annie no dijo nada, intentando entender lo que le decía aquel pensamiento infiltrado en su mente y tratando de no preguntarse qué podía saber una puñetera alucinación sobre las leyes de la lógica.


Sé que puedes hacerlo, niña, si alguien ha nacido para ello, esa eres tú. Cuando salgas, busca el Emblemis GeaLuna. Allí pregunta por mí, Luba das Keper, la visiador. Si te sirve de consuelo, responderé a todas las preguntas que me quieras hacer. Quizá eso te sirva de incentivo. Adiós, Anni.


Y Annie se encontró corriendo como alma que lleva el diablo junto a sus aterrados amigos en una vasta extensión de hierba, bajo un cielo intensamente azul (casi demasiado intenso), y huyendo de un ave que quintuplicaba su tamaño. Oía y veía de nuevo.


Tras un instante de vacilación, se paró en seco. Esquivando ágilmente una de las enormes patas del animal, sacó la daga que tenía colgada en el cinturón y la desenfundó.


-¡Vamos, pajarraco, ven a comerme! –vociferó en dirección al ave, que giró su cabeza hacia ella como un latigazo-. ¡Estoy harta de todos los que pretenden sacarme de mis casillas! ¡Ya lo habéis conseguido! –su tono de voz se elevó hasta convertirse en un alarido que taladró hasta sus propios oídos-. ¡¡VOY A MATAROS A TODOS!!


Sus amigos la miraban boquiabiertos. Estaba plantada delante de un animal titánico, con la insignificante daga en alto apuntando a su rival. Sin embargo, su expresión distaba mucho del terror: todo su cuerpo parecía estar pidiendo una pelea.


El animal chilló amenazadoramente y se lanzó hacia ella con las patas por delante, pero Annie saltó hacia atrás y clavó la daga entre dos dedos con todas sus fuerzas. Impactó contra las escamas de la pata y la inercia del movimiento del monstruo la lanzó un par de metros más allá del cuervo, que se retorcía inundando el aire con chirridos doloridos. Ryan, Marina y Ariel se taparon los oídos, pero Annie solo pensaba en cómo recuperar su daga, incrustada entre los dedos gigantescos del pájaro.


-¡Annie, ¿qué pretendes enfrentándote a eso?! – gritó Ryan.


-Es la manera de salir de aquí –contestó ella por encima del hombro-. No estaría mal que me echarais una mano. O una daga.


Aquel momento la distrajo dándole al animal una oportunidad para atacar, y la aprovechó: se lanzó a por ella, quien lo vio demasiado tarde. Annie se tapó la cara instintivamente. "Ya está" pensó aterrorizada, "ya estoy muerta".


Un súbito golpe la derribó y un chillido de frustración hizo palpitar su cabeza. Temblando, se atrevió a abrir los ojos: Ryan la había apartado de la trayectoria del ave con un placaje digno de alguien con veinte kilos más de peso. Ahora la miraba como si no necesitase al cuervo para matarla.


-Definitivamente, estás loca –murmuró.


El animal no se dio por vencido: se lanzó de nuevo contra ellos, y Annie ya no pudo pensar más: su mente se despidió de ella y se fue a paseo. Esquivó el nuevo picotazo rodando sobre sí misma y, cuando la cabeza del animal estuvo a su alcance, rozándola, concentró toda la energía que fue capaz en la palma de su mano y la estampó contra lo primero que se interpuso en su camino.


Entonces sintió algo curioso. En el instante en el que la palma de la mano tocó al gigantesco animal se estableció una conexión entre las energías de ambos. Annie lo vio claramente: la energía vital del cuervo, la suya propia, juntas, rozándose. Sin pensarlo, expulsó la energía y ésta se diluyó en la del cuervo.


Y un latigazo pareció partir el cielo en dos.


El animal se convulsionó violentamente y comenzó a languidecer. Por un instante se quedó paralizado en plena caída (a Annie le dio la sensación de que iba a quedarse así para siempre), pero luego se desplomó en el suelo con un gran estallido inerte, blando. Un agrio olor a quemado invadió su nariz. Sorprendida, vio un fino hilillo de humo emerger hacia el cielo sin sol.


Todos se quedaron en silencio, incluida la asesina, asimilando la escena.


-No sé qué le has hecho –musitó entonces Ariel, acercándose a ella y a Ryan-, pero... lo has carbonizado, Annie.


Annie, que aún no estaba dentro de sí, se miró la palma de la mano. Una extraña sustancia viscosa la recubría. Miró al cuervo y sintió una náusea. Le había plantado la mano en el ojo abierto. También se dio cuenta de que había colocado la mano de forma que extendía el pulgar, el índice y el corazón y encogía el anular y el meñique. Claro, ¿cómo querías transformar la energía en electricidad si no?, dijo una voz en su cabeza. 


-Si te digo la verdad –contestó, mareada-, no tengo ni idea de lo que he hecho. Creo que le he electrocutado –y, ante tres miradas que habría reconocido en un espejo, matizó-. No puedo describirlo, es como si fuese algo innato en mí. Como –añadió, ensimismándose- si, aparte de respirar y comer, también fuese normal hacer eso. ¡No pongáis esa cara!


Hubo un instante de silencio sepulcral.


-Ryan se desmayó –señaló Marina extendiendo un dedo.


Todas lo miraron y, por alguna extraña razón, rompieron a reír.


De pronto, la invadió un alivio tan profundo y reconfortante que tuvo que sentarse en la hierba, temblorosa. No importaba que estuviesen perdidos en una llanura infinita (en realidad no os estáis moviendo) o que acabase de electrocutar a un cuervo gigante. En ese instante, se olvidó de los lobos amarillos y de las voces extrañas, no le importó en absoluto haber sido tragada por una espiral de luz ni haber entrado en un bosque en penumbra constante. Estaban vivos, estaban juntos y Ryan se había desmayado justo cuando ya no había nada por lo que desmayarse. Era gracioso, lo más tronchante que había visto en su vida.


Hasta que el paisaje empezó a plegarse sobre sí mismo.


Se arremolinó como si le hubiesen quitado el tapón, formando una espiral azul y verde que parecía cerrarse sobre ellos. Ahogaron un grito pensando que iban a ser engullidos por él, pero luego comprobaron que las imágenes no afectaban a la estabilidad del suelo que pisaban.Hasta que éste desapareció, por supuesto, dejándoles caer al vacío.


Annie se estampó contra un nuevo suelo y el dolor la recorrió de arriba abajo, dejándola sin respiración. Oyó a sus amigos caer también a su alrededor. Lo último que vio antes desvanecerse fue un cielo azul coronado por un sol radiante. Cayó tranquila en la oscuridad.



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