la micro ciudad

me siento en la cama, rígida, o más que rígida, como conteniendo algo. siento el tronco duro, y me acuerdo de respirar.


inhalo, exhalo, inhalo.


algo apretado me sube por el pecho, llega hasta mi garganta, y me hace cosquillas con tanta fuerza que me río. siento mi vestido mojado, pegado a mi piel, mojando el cubrecama. me siento cálida, y mi risa se convierte en jadeo, y el jadeo en ganas de gritar. me siento teniendo sexo con mi piel, con mi órganos, con mi voz.


emito un alarido, pero quiero gritar. QUIERO GRITAR. tomo una almohada rápidamente, como si se me fuera a escapar la voz, y grito contra ella. siento el olor a piña del batido impregnando la tela. quiero más, me sorprendo pero me dejo llevar. me vuelvo a poner las chalas, tomo las llaves y salgo veloz de la habitación. tomo el ascensor, inquieta, balanceándome de un pie a otro, saltando, respirando rápidamente, inflando y desinflando con fuerza el abdomen. respiración de fuego. siento un calor interno tan grande que temo incendiarme. corro por la calle, la playa está a 10 minutos, pero fluyo con la lluvia y me siento teletransportada a la playa. ver el mar es sentirme en casa. apenas piso la arena, me saco las chalas, y corro, exhausta, totalmente viva, incendiada, a chocar con las olas. dejo las chalas en el suelo, las llaves entremedio, y corro, siento como un golpe, mi fuego se hace más intenso al tocar el fresco océano. sigo adentrándome, y apenas me doy cuenta de que estoy gritando. la lluvia estruendosa contra el mar no logra apaciguar mi voz. las olas pasan por mis hombros, mis manos golpean, me hundo entera, doy vueltas.

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