¡Ya llegó por quien lloraban! |IX|

- ¡Me niego! – rugió en desconcierto el diseñador – ¡Como se te ocurre de rebajar nuestra compañía de Haute Couture y utilizar mis increíbles diseños para venderle a las masas! ¡Además, quieres disminuir la calidad de las telas!


- Es cierto que esos serán riesgos a tomar en este plan pero véalo así, señor Madison. Es cierto que va a hacer una colección urbana para el grupo de la clase media sin embargo, eso no quiere decir que haremos a un lado a nuestros ya vigentes y renombrados diseños de alta costura. Tendrá la oportunidad de diseñar para ambos grupos y obviamente sus esfuerzos no irán sin su debida recompensa.


- Aun así me rehúso a ver mis diseños en una vitrina de supermercado. – sentencio el diseñador.


A Hamilton ya le dolía la cabeza. Entendía las preocupaciones del diseñador en cuanto a sus diseños, después de todo él es, en teoría, un artista. Sin embargo, el caribeño ya soltaba humo por las orejas como tetera bajo presión.


''¡Puta vida! Como diantres es que alguien puede aguantar a este tipo. ¡Coño! Está bien que quiera mantener su reputación pero eso no quiere decir que tenga ir en contra del crecimiento de la compañía. ''


- Mire señor Madison – reitero el más joven mientras trataba de acumular su ira – por ...


- A mí me gustó su plan.


Todos en la sala se giraron al escuchar esa vos, incluyendo al dúo que ya ase unos segundos estaba discutiendo.


- ¿En serio? – pregunto Alexander con ensoñación, pues era la primera persona que tomaba la palabra en su defensa.


- ¡Sally, no puedes estar de acuerdo con esta aberración! – mencionó con exagerada dramatización el diseñador. – Solo míralo. ¡Apenas y sabe cómo combinar su corbata con su camisa! No hay forma de que esa cosa pueda crear un buen plan para una industria de moda.


- Puede que no sea exactamente la mejor idea la moda pero hará crecer la compañía. Su plan tiene sentido. Si seguimos con las líneas de ropa costosas la compañía nunca crecerá. Además, hay muchos puntos de ventaja pues ya tenemos renombre como una marca cara. Imagínatelo James. Tus diseños se venderían como pan caliente en no importa que tienda. Todos en New York podrán comprar tus diseños por lo que cuando camines por la calle serán muchos los que lleven tu nombre encima. Serás reconocido.


- Si, reconocido, pero aun así me niego. Escúchame bien chico. Odio tu plan, pero, yo trabajo aquí. Así que si tu plan es acatado. Prepárate a que tu vida se vuelva un infierno. – concluyó el hombre de piel canela.


- Bueno, si eso ya está arreglado pasaremos a votación – expreso Washington, quien había estado en total silencio durante un buen tiempo. – Aquellos que estén de acuerdo con el plan de Hamilton, por favor, que levante la mano.


Como era de esperarse Hemings levantó la mano seguida por Adams, el presidente del sector financiero y George William. Obviamente Madison se quedó con la mano anclada en la mesa enfurruñado por la rápida aceptación de los otros integrantes de la junta.


- Bueno está disidido. A partir de mañana empezaremos a llevar el plan a cabo. Pueden retirarse.


Después, de eso Washington y su secretario se quedaron a festejar la aceptación del plan. El más bajo estaba muy satisfecho con la afirmativa general y su jefe, bueno su jefe estaba feliz de haber elegido a Hamilton como secretario.


Ya hacia cerca de un mes de ese evento. Hamilton parecía haberse transformado en el flash pues, con todos los preparativos, el chico parecía tele transportarse en el edificio. El mismo Washington, quien normalmente estaba calmadamente trabajando, corría por todos lados con los nervios a mil. Ambos hombres habían pasado unas semanas de locura entre la revisión de las telas, los arreglos económicos y las reuniones con los bancos. Aún quedaban un sin mil de elementos y papeles por puntualizar por lo que los dos terminaron trabajando extra en sus respectivos hogares. Comer, por más poco que fuese, se había vuelto todo un privilegio para los dos y dormir, bueno pues...


- ¿Dormir? ¿Qué es eso, se come? – preguntó a forma de burla el secretario.


- Hamilton, tienes que descansar, ya sé que quieres que todo esto salga bien pero eso no implica que descuides tu salud. – aconsejó preocupado el hombre de leyes.


- Burr, querido amigo, por más sabio que seas y por más útiles que son tus consejos, estoy seguro de a estas alturas ya sabes que no hay forma de que descanse hasta el día del desfile. Entiende que tiene que salir perfecto. Todos los posibles compradores van a estar ahí. No hay forma de que permita que algo salga mal.


- Ya deberías de estar habituado a su testarudez. Hasta ahora ninguno de nosotros, ni siquiera Eliza, ha conseguido hacer que cambie de opinión. – misionó Laurens.


- Si pero eso no quiere decir... – Burr hubiese proseguido con su sermón sin embargo al girar su vista en dirección al caribeño este ya se había esfumado – ¿Lo hiso otra vez?


- Eso parece, mon ami. – se burló el inmigrante francófono – parece que te han vuelto a dejar con la palabra en la boca. Eso te pasa por comportarte más como una madre que como un compañero de trabajo. Je suis seguro de que ton hobby es dar sermones. ¿A que sí?


Y en eso siguió la conversación. Hamilton apreciaba hasta cierto punto los sermones de su superior. El joven suponía que era su forma de mostrar su preocupación. Por otro lado a Hamilton le divertía escaparse de los regaños del mayor.


En estos momentos el joven iba camino hacia su oficina cuando se detuvo al ver a nada más y nada menos que a George, el británico teniendo una conversación el presidente de finanzas.


- Y bien Samuel ¿Cómo va todo? ¿Avanzan bien? – pregunto el Europeo.


- Si señor, si siguen así...


Eso fue todo lo que Hamilton escucho antes de seguir su paso. Tenía que hacer cosas más importantes que espiar al británico, por más curioso que estuviese.


Al llegar a la oficina se encontró con su jefe el cual parecía bastante contento.


- Hamilton, al fin llegas.


- ¿Me esperaba señor? – cuestionó el más bajo.


- Si. El director del sector de marketing, Thomas Jefferson, debe de estar llegando aquí dentro de unos minutos y me gustaría que lo conocieses pues habrán de trabajar juntos bastante seguido.


Apenas y esa frase llego a las orejas del latino que la puerta de abrió grande dejando ver a...


''¿El chico palo de luz?''


- George, ya llego por quien llorabas. – mencionó el recién llegado con burla.


- Jefferson, bienvenido de vuelta. – saludó feliz el presidente de la corporación.


Los dos hombres entablaron al instante una alegre conversación, ignorando olímpicamente al caribeño. Que si los negocios en Francia fueron bien, que como fue la reunión, que si la comida en Europa es deliciosa, que como te fue el viaje, en fin, las típicas cosas que conforman la conversación de dos individuos que no se han visto en un buen tiempo. Esa fue la primera vez que Hamilton cayó realmente en cuenta de su talla. Se sentía como un gnomo delante de esos gigantes. El chico estaba en silencio maldiciendo una y otra vez a la vida por condenarlo con une estatura tan ridículamente infantil y es que, según él, había parado de crecer alrededor de los 19. El joven hubiese continuado con sus quejas internas de no ser por el súbito silencio de la sala. Dirigió su vista así el par que hace unos segundos conversaba animosamente para darse cuenta que los ojos de los dos sureños estaban sobre él.


- ¿Hamilton escuchaste lo que dije? – preguntó George.


- Emm...no – respondió un tanto apenado el chico dejando un notable sonrojo florecer sobre su rostro.


- Bueno – reitero con fatiga el más sabio de los tres.


- Te presento oficialmente a Thomas Jefferson.


- Un placer señor. – dijo Hamilton estirando su mano para estrecharla con el más alto y alzando la vista conectando así sus miradas.


De repente el mundo pareció desaparecer al entrelazar sus miradas. Alexander había perdido toda noción del espacio tiempo en los brillantes ojos del más alto y el simple toque de su mano en la suya causo un calor repartirse por todo su cuerpo. Los insolentes ojos del joven hicieron un rápido análisis del hombre en general antes de regresar su mirada a esos hipnóticos orbes achocolatados con los cuales Hamilton tuvo la suerte de encontrarse. Por otro lado Jefferson se quedó perplejo ante el rostro del muchacho. Se detuvo en cada detalle, desde sus finos y rosados labios hasta sus largas pestañas. Un minuto fue lo que vasto para que el virginiano se hiciese adicto a sus delicadas facciones. Ambos chicos se quedaron así por lo que a la vista del resto del mundo se resumía en algunos segundos. Lo más probable es que, de no ser por la súbita interrupción, ambos hubiesen seguido su mutua investigación. A si, la interrupción.



- ¡Jefferson que bueno que estas aquí! ¡Tienes que parar a este loco antes de que cometa un crimen irreparable contra la moda!



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¡Hasta que al fin hago que Jefferson entre en escena! (≧▽≦)


Tomó un tiempo, en un principio esto iba a ser 2 capítulos pero Yolo. No podía retrasar la entrada de Jefferson por más tiempo. ┐( ̄ヘ ̄)┌


 No sé por qué tengo la impresión de que exageré un poco a Madison. 


¿Qué creen ustedes?(; ̄ー ̄川


Oficialmente me disculpo por la ortografía. Nunca ha sido mi fuerte, la verdad. (⋟﹏⋞)


Por otra parte, tengo la intensión de escribir otro fanfic. Si, ya sé, no me miren así. Sé que me demoro en actualizar esta pero les prometo que intentare buscar una forma de mantener ambos. ('∀')b


Si hay alguna Hetaliana por ahí que esté interesada, ya viso que saldrá dentro de poco. Porque si, es un fanfic de Hetalia. (✪‿✪)


P.D: No olviden comentar y darle a la estrellita(✧∀✧)


Atte. S2 Queen

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